domingo, septiembre 07, 2014

Divide et impera: la historia trágica del movimiento obrero



Este año se cumple siglo y medio de la fundación a la Asociación Internacional de Trabajadores(AIT) oPrimera Internacional de los trabajadores (OIT) a la que un tatarabuelo pepero definió como “la piedra filosofal del crimen”. Parece que fue ayer, por entonces estos tatarabuelos estaban convencidos de que la propiedad o sea, los privilegios, era un regalo que les había hecho Dios y por lo tanto no entendían aquello de no más deberes sin derechos, no más derechos sin deber. Cierto, parece que fue ayer.

Desde su inhumanidad lo entendieron muy bien, por ello después de la advertencia de la “Commune” de París, la burguesía liberal no se lo pensó dos veces y firmó con la vieja casta dominante un “compromiso histórico” de los de verdad, todavía les dura. Pero mientras ellos se reagruparon en nombre de la propiedad y los privilegios, los internacionalistas se dividían sobre el cómo hacer una revolución que todavía está por llegar. Marxistas a lo Lafargue divulgador (hubo otro, el de el derecho a la pereza), y anarquistas convencidos por el entusiasta Fanelli en un viaje que pudo llevar a cabo gracias a sus prebendas como diputado, cargo al que no quiso renunciar porque servía a la causa. De esta división surgirían el PSOE y la UGT de un lado, y la CNT y la FAI, del otro. Y más tarde el PCE, después de opciones unificadoras, la del POUM y la del PSU que, hasta bien entrado 1936, no descartaron una unificación mayor.
Luego llegó Stalin que elevó la división a guerra civil.
Esta es nuestra historia. Una historia compleja, plural, abierta a interpretaciones y debates de la que debemos deducir las mejores enseñanzas posibles.
La primera es que la burguesía más que una clase es una enfermedad, el egoísmo propietario se desarrolla en un territorio ajeno al de la conciencia. Lo tiene claro en lo que respecta a la defensa de sus prebendas y privilegios. Sí en su juventud estuvo por la libertad, la igualdad y la fraternidad, el miedo a la democracia le llevó a pactar con las antiguas castas, a unirse contra las huelgas y no digamos contra la revolución, aunque para ello tuviera que devastar sus bases objetivas primarias. No fue otra cosa lo que sucedió en Haití después de la revolución “jacobina”, con la Rusia soviética (estalinizada o sea burocratizada en nombre de la revolución), con la España republicana, en el cono sur africano, etc., etc.
Es una clase habituada a dominar, plenamente consciente de sus prerrogativas, sin problemas para reprimir (aunque como en las historias del hampa las manos blancas pagan las manos sucias Juan March financia a Franco, Kissinger encarga a Pinochet…). Gracias a las ventajas del imperialismo, ha podido gozar de capacidad de maniobra integradora con lo que se llamaba la “aristocracia obrera” (concepto que requiere precisión porque a veces en dicha aristocracia la conciencia podía ser más elevada que en los extractos más miserables probada sobre todo en Gran Bretaña. Cuando el “viejo mundo” del capitalismo europeo entraba en crisis, les quedó la reserva del imperio emergente: los Estados Unidos. Muy “grosso modo”, la tragedia del siglo XX fue que la revolución quedó aislada a la atrasada Rusia en tanto que el capitalismo liberal lo estuvo en Norteamérica donde la clase trabajadora pudo ser asimilada (a costa de los nativos, cierto)
La consecuencia de estas derrota ha sido que la unión entre el movimiento social y el pensamiento crítico llegó a su punto más bajo en las últimas décadas del siglo XX, no es otra cosa lo que expresa el neoliberalismo.
Nos queda la evidencia de que soñada y necesaria “revolución” era una asignatura mucho más ardua y trágica de lo que creyeron los clásicos incluyendo los trabajadores de la construcción de Madrid en huelga en 1936 debatían sobre sí el comunismo requería un tiempo de transición o tenía que ser ya de entrada, libertario. La división los acompañó ante los pelotones de fusilamiento, los campos de concentración, las cárceles y el exilo para reaparecer nuevamente en la resistencia. Esta división se amplió incluso en el curso de la Transición y sigue siendo un obstáculo de primer orden en el actual recomenzamiento. Las derrotas de este tiempo han resultado tan devastadoras que, en las últimas fases, las luchas se fraguan por las exigencias más elementales (la vivienda, un trabajo digno), en un momento en el que lógica del sistema está atentando contra la propia existencia del planeta. El atraso en la conciencia social y ecológica llega al extremo que, en el imaginario dominante, aparezca como más verosímil el final de la vida tal como la conocemos, que una revolución que detenga el tren al borde del abismo.
De ahí que el internacionalismo y la internacional, que inaugura brillantemente por la AIT, haya acabado –finalmente- siendo el eslabón más débil del movimiento obrero. De hecho, se puede afirmar que, al final de cuentas, la única internacional realmente existente, ha sido había la liderada por los EEUU a través de plataformas como la Trilateral. El Imperio ha demostrado su capacidad de superar sus contradicciones más extremas a la hora de tratar de arruinar en lo posible toda tentativa revolucionaria, utilizando todos los medios a su alcance, especialmente el clásico de divide et impera, ya inventado y probado por los patricios romanos contra la plebe.
No hay duda de que a lo largo del siglo XX el movimiento social logró importantes victorias, pero todas ellas fueron parciales y por lo tanto, susceptible de deformación y retroceso. Ahora que estamos obligados a comenzar sobre nuevas bases, el debate abierto y respetuoso sobre estos 150 años de historia social debería de servir como un aprendizaje sobre lo que se debe y no se debe de hacer. Es un debate que parece fácil en relación al oportunismo y las prácticas burocráticas, todas ellas ligadas a las grandes formaciones que ya han probado lo que han hecho y hacen, sí bien conviene diferenciar muy netamente entre los de arriba –arribistas y funcionarios- y los de abajo, que creyeron que lo que hacían era lo mejor o lo único posible.
Repasando estos 150 años de historia se pueden establecer dos criterios opuestos. El primero es que los mejores momentos, los más creativos y avanzados de esa historia (Comuna de París y de Asturias, Octubre, revolución alemana de 1918-19, etc9, se han distinguido por alcanzar el mayor grado de integración entre las diversas corrientes. El segundo es justo el contrario, una buena muestra podría ser la actuación de la mayoría de la izquierda radical en el curso de la Transición.
Otra historia muy distinta es la que corresponde a la plaga del sectarismo que se caracteriza ante todo por su poca o nula capacidad de realizar la autocrítica, un ejercicio que los sectarios entienden como una debilidad ante el vecino o el hermano en las luchas y en las controversias. La constatación de sus consecuencias nos obliga en este nuevo periodo de reconstrucción a estimar la trascendencia de una reconsideración histórica en la que el sectarismo debe ser juzgado como merece, resulta desesperante ver militantes que hablan al decir de Machada, como sí ya estuvieran ya de vuelta cuando en realidad, ni siquiera han comenzado a andar.
El sectarismo está por doquier, pero de una manera establecida aparece y se concreta en una suma de fracciones que se reclaman de una tradición con sus glorias (los anarquismos, los trotskismos, los consejismos, etc), para los que tener su verdad establecida es más importante que cualquier otra cosa. Un lugar puro desde el cual contemplar las miserias ajenas y que ni tan siquiera se muestran capaces de tomar parte en un movimiento que parte de la democracia como base. Estamos hablando de Podemos, del que existe y del que puede llegar a ser, de una experiencia esperanzadora que trata de empezar donde otros han acabado: por la acción y el libre intercambio de ideas. Un lugar desde el cual toda crítica bien planteada es legitima, el problema cuando la crítica se confunde con la descalificación, lo político con lo personal, los análisis con las verdades de escuela…
La intransigencia y la descalificación son la peor respuesta de las posibles divisiones que, por sí mismas, resultan perfectamente legitimas, que bien mirado, pueden resultar positivas sí se sabe debatir y respetar el juego de las mayorías y las minorías. Lo importante es contar con plataformas abiertas agrupadas en base a criterios fundamentales, plataformas a las que cada escuela puede añadir sus propios matices.
No es por casualidad que Podemos aparezca después de todos los naufragios y se postule como un lugar de encuentro y por lo tanto de una superación de las viejas querellas. Ha cortado el nudo gordiano y ha hecho lo más difícil, comenzar con buen pie. Obviamente, sus desafíos son enormes. El más importante quizás sea el de saber integrar, el evitar el sustituismo por parte de equipos dirigentes que pretendan estar más allá de la línea horizontal, una línea totalmente irrenunciable después de un historial de fracasos y de cainismo.
150 después de la AIT, quizás tengamos que volver a sus principios de pluralidad y respeto entre todos y todas.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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