La fluida situación geopolítica mundial cambia diariamente, inmersa en un “estado caótico” impredecible y en el cual reina el “efecto mariposa”. Ayer teníamos una situación y una correlación de fuerzas, hoy ella varía radicalmente, y no sabemos que nos espera mañana.
Este viernes 5 de septiembre llega la noticia que el gobierno de Kiev y las milicias independentistas acaban de firmar un acuerdo de cese al fuego, que contempla hasta el intercambio de prisioneros. Suceso absolutamente inesperado, cuando desde días antes la situación de tensión venía en aumento, amenazando con convertir a Ucrania en el detonante de un conflicto global capaz de llegar hasta el enfrentamiento nuclear.
La noticia alcanza primero a las agencias internacionales a través del Twitter del propio presidente ucraniano Piotr Poroshenko, quien no sólo da detalles del acuerdo, sino que reconoce que la intervención de Vladimir Putin ha sido un factor importante que lo ha hecho posible. Se complementa la noticia con declaraciones posteriores del Grupo de Contacto para la Paz en Ucrania, quienes la amplían declarando que a partir del 6 de septiembre se establecerán “corredores humanitarios” para la llegada de asistencia urgente a las zonas de combate.
Es todavía demasiado pronto (escribiendo estas líneas a 48 horas del acuerdo) como para hacer un análisis en profundidad de la situación, que dependerá de lo que vaya sucediendo en los próximos tiempos, pero sin embargo desde ya podemos decir que este acuerdo produce un cambio sustancial en la situación ucraniana.
Las causas
La primera cosa que llama la atención es el brusco cambio de posición del gobierno de Kiev. Hasta dos días antes, su propio ministro de defensa rechazaba totalmente la propuesta de siete puntos de Vladimir Putin para llegar a la paz en Ucrania, argumentando que no era más que una “cortina de humo” para cubrir la intervención rusa en su país.
Algo debe haber pasado para que en tan corto tiempo, no solo este gobierno haya firmado un protocolo de acuerdo de paz, sino que reconozca públicamente la actuación de Putin (a quien hasta ese entonces venía defenestrando) como importante para haberlo logrado. Por supuesto no tenemos todavía elementos para conocer los entretelones políticos, pero es fácil suponer que Poroshenko haya sido beneficiado con un “toque de sentido común”, frente a la situación paralela que se estaba desarrollando en Gales (concretamente en Cardiff), donde una OTAN cada vez más beligerante ya estaba decidiendo la formación de una “fuerza de respuesta rápida” de hasta 20.000 soldados, con apoyo de sus armadas y fuerzas aéreas.
No sería de extrañar que el propio Poroshenko o las fuerzas en su entorno hayan considerado seriamente los eminentes peligros de una intervención militar de la OTAN en territorio ucraniano, sobre todo considerando que el propio gobierno de Kiev le había solicitado oficialmente “ayuda”, y teniendo en cuenta la actitud absolutamente agresiva de la organización, mostrada no solo por las belicosas declaraciones de Anders Fogh Rasmussen, su Secretario General, sino también por el tono general de sus deliberaciones. Es posible que el fantasma de la última intervención militar de la Alianza del Tratado del Atlántico Norte en Libia, donde su aviación realizó en menos de 60 días la friolera de 78.000 misiones de bombardeo que devastaron hasta las piedras la infraestructura de la nación que tuviera el mejor nivel de ingresos per cápita de todo el continente africano, haya estado presente en esta toma de decisión.
Con estos elementos, y con el agregado que hasta la propia OTAN ha reconocido como absolutamente irreversible la derrota militar del gobierno de Kiev frente a las milicias independentistas, el cambio de posición y la firma del acuerdo se vuelven bastante nítidos.
Las consecuencias
Lo que queda claro es que este cese del fuego (que no es exactamente la paz, sino un posible comienzo para lograrla) significa de por sí una nueva derrota para la estrategia general de los Estados Unidos y sus aliados europeos de integrar a Ucrania a la OTAN y a la esfera de influencia de Occidente, cerrando cada vez más el cerco sobre Rusia. Otra muestra del fenómeno recurrente de los fracasos injerencistas de los poderes centrales, que buscan desesperadamente mantener una hegemonía global que están perdiendo aceleradamente.
Y por supuesto en contrapartida, representará un nuevo éxito de la diplomacia rusa (con Vladimir Putin a la cabeza), que nuevamente logra por vías no violentas detener los planes bélicos occidentales (tal como lo hiciera en Siria) y consolida cada vez más a la Federación como un nuevo factor de poder de primer orden en el panorama mundial.
Pase lo que pase con este acuerdo, en primera instancia el creciente peligro de que la situación en Ucrania se mantenga como posible detonante de una confrontación global (retrotrayéndonos a situaciones que no estaban presentes en el escenario global desde la Guerra Fría) parece reducirse. Los deseos de todos de que la tensión creciente cediera, parecieran estar cumpliéndose. Esperemos que así sea para beneficio de toda la humanidad, que otra vez muestra síntomas de estar acercándose al peligro de un holocausto global.
Miguel Guaglianone
Barómetro Internacional
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