El presidente ucraniano, el oligarca Poroshenko, disolvió el parlamento y convocó a elecciones para fines de octubre. Esta medida fue anunciada varias semanas después que la coalición de gobierno se disuelva frente a las medidas económicas propuestas por el primer ministro Yatseniuk, para sostener el esfuerzo belico y obtener los fondos necesarios para pagar la deuda con los organismos de crédito internacionales.
La campaña militar contra el Este se encuentra en crisis. La apertura por parte de los rebeldes de nuevos frentes de batalla en el sureste, cercanos a la ciudad portuaria de Mariupol, provocó un retroceso de las fuerzas de Kiev. La Otan denuncia la presencia creciente de fuerzas rusas y se apresta a instalar cinco nuevas bases militares en países de Europa del Este. Una ocupación de Mariupol establecería una línea continua de territorio en manos pro-rusas con Crimea. Putin advirtió que solamente le llevaría dos semanas llegar a Kiev, aunque no sería recibido, por cierto, con los brazos abiertos La denuncia de la Otan, por su parte, pretende ocultar el carácter popular de las milicias, que fue lo que les permitió replegarse y resistir en Donetsk y Lugansk luego de semanas de bombardeos y cientos de bajas civiles. La dirección política de estas milicias fue modificada hace dos semanas para reforzar el control del Kremlin. El objetivo de Putin no es solamente impedir la inclusión de Ucrania en la Otan sino prevenir una crisis revolucionaria en el este e incluso en sus fronteras, esto ante la virtual disolución del poder de los oligarcas ucranianos en la zona industrial por antonomasia de Ucrania. El pasaje en masa de los oligarcas al régimen de Kiev ha creado un vacío social, que podría ser llenado por la devolución de propiedades a la oligarquía, esto por medio de una victoria del ejército oficial, lo cual desataría una pelea sangrienta de buitres. La otra alternativa es la anexión formal o de hecho del este de Ucrania por Rusia, pero en este caso el régimen putiniano debería hacer frente a un gran movimiento reivindicativo de masa. Por último está la nacionalización de la industria por las milicias y la clase obrera. La oligarquía de Rusia no puede permitir este desenlace en su propia frontera.
Lo que convierte a esta situación en más explosiva, es la desmoralización de las tropas de Kiev, la cual es el resultado inevitable de la política de austeridad y los tarifazos impuestos por el FMI y la economía de guerra. Una caracterización de conjunto deja ver un potencial de desarrollo revolucionario, que clama por una dirección política. En ambos campos del conflicto, los gobiernos procuran, antes que nada, aplastar la resistencia interna; en el este, sin embargo, algunos nacionalistas se han distinguido del nacionalismo fascistizante del oeste, por el reclamo de la expropiación de la oligarquía fugitiva.
Un episodio de la crisis mundial
Obama promueve nuevas sanciones económicas contra Rusia y la ruptura definitiva de los vínculos económicos entre Kiev y Moscú. Esta orientación lleva a la guerra y a la partición de Ucrania, precisamente lo que se empeña por evitar la Unión Europea. La continuidad de la guerra ha bloqueado el acceso de capitales. Cargil y Dreyfuss retiraron inversiones del campo ucraniano, que se ofrece a precio de ganga, a la espera del cese de hostilidades. La plena colonización capitalista del agro y el gas de Ucrania es el gran objetivo económico de la penetración extranjera, a la cual intenta asociarse la oligarquía nativa. Como ha ocurrido en todo el proceso de restauración capitalista, las víctima fundamentales son los derechos de los trabajadores.
Putin y la oligarquía rusa libran su batalla en la perspectiva de una llamada Unión Euroasiática, que sirva de escudo protector de sus propios intereses capitalistas. Es una pelea históricamente defensiva y de retaguardia, que busca su fortaleza en la explotación de minerales. Sin embargo, como no podría ser de otra manera, los socios euroasiáticos han rechazado cualquier proyecto aduanero o monetario excluyente. El régimen putiniano se enfrenta, como consecuencia, a una batalla perdida de antemano, que podría ser anticipada por un golpe de Estado de su propia oligarquía. Eurasia es un polvorín, cercado de polvorines: la revolución árabe – siempre presente – y la crisis de Turquía
Un régimen político hecho añicos
La moneda de Ucrania se devaluó un 60 por ciento en lo que va del año. El FMI pronostica, en forma optimista, una caída de la actividad económica del 6,5%. Los intercambios económicos con la UE no alcanzan a paliar la pérdida de las exportaciones a Rusia. El FMI ya reestructuró los pagos del préstamo otorgado hace menos de cuatro meses. La deuda de u$s 4.500 millones en gas con Rusia no ha sido pagada aún y se acerca el invierno. Los préstamos del FMI y los impuestazos, administrados por la oligarquía, sostienen la campaña militar.
Poroshenko disolvió un parlamento copado por los partidos de la oligarquía ucraniana, que hasta febrero pasado era pro-rusa. La desintegración política que resultó de esta crisis sigue en curso. No hay forma de armar un régimen parlamentario sin partidos, mientras que el ajuste fondomonetarista y la guerra contrarevolucionaria contra el este requieren de una centralización extrema del poder. Poroshenko no tiene ninguna base política que le permita ejercer un arbitraje a este nivel.
La campaña electoral hacia octubre se realizará en el medio de un ajuste brutal contra las masas. El único cerco de contención contra una nueva rebelión popular es la guerra contra el Este, lo que avivaría aún más llamas revolucionarias en esta región.
Los trabajadores de Argentina tenemos que seguir con atención lo que ocurre en la otra parte del mundo, porque al final de cuentas se nos plantearán tareas históricas similares.
Martín Corbatta
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