El espectáculo parece idéntico al de la aberrante ejecución de James Foley dos semanas atrás. El mismo desierto de fondo. La víctima vestida con una túnica naranja (¿alguna coincidencia con el uniforme de los presos de Guantánamo?), con la cabeza rapada y de rodillas, responsabiliza a Obama por su muerte inminente. El verdugo enmascarado con el mismo acento británico, le dirige un segundo mensaje (pero seguramente no el último) al presidente de los Estados Unidos y a las potencias occidentales: “Volví Obama” –dice- y asegura que mientras bombardeen Irak y metan sus narices en los planes del ISIS, seguirán perdiendo la cabeza los ciudadanos occidentales en su poder. El próximo en la lista es el empresario británico, David Haines. Putin también está en la mira del Ejército Islámico por su apoyo al dictador sirio Bashar al Assad.
La crisis en Siria-Irak compite con la crisis en Ucrania por llevarse toda la atención en la cumbre de la OTAN.
El ISIS es la nueva pesadilla para la Casa Blanca. La videotransmisión del ajusticiamiento de los dos periodistas norteamericanos no solo provoca repulsión, sino también expone la falta de estrategia de Estados Unidos para combatirlo, como lo confesó el propio Obama hace escasos días en una conferencia de prensa.
La aviación norteamericana ya realizó 120 bombardeos en Irak desde que Obama autorizara la operación, a un costo estimado de U$ 7,5 millones diarios, según informó el Pentágono el pasado viernes. Pero hasta el momento no ha podido detener el avance del ISIS que busca consolidar su califato en territorio sirio e iraquí.
Esta imagen de parálisis que ha dado la administración Obama llevó a varios analistas a volver a hablar del “síndrome Carter” para referirse a los fracasos más rotundos de la política exterior norteamericana. En esta situación, a ambos lados del establishment político bipartidista crece la presión para escalar la respuesta militar norteamericana y extender las operaciones desde Irak a Siria, donde tiene su base de operaciones el ISIS.
Pero más allá de la presión guerrerista de neoconservadores, republicanos y demócratas, la política de Obama de evitar comprometer tropas terrestres y no emprender acciones unilatareales, parece la más equilibrada según los intereses norteamericanos después de las derrotas sufridas en Irak y Afganistán.
La crisis abierta en Irak muestra que, tras el fracaso de la “guerra preventiva” Estados Unidos no tiene una “gran estrategia” que le permita lidiar con los conflictos regionales y disciplinar a aliados dudosos y enemigos. Esta debilidad es percibida por diversos actores tanto estatales, como Rusia o China, como irregulares como diversas milicias islámicas como ISIS.
El caos en que cayó Libia, donde la OTAN fue clave para derrocar a Kadafi, muestra que todavía no se llegó al límite. Diversas fracciones se disputan el poder y el control del petróleo. Potencias y actores regionales intervienen en pos de sus intereses. Egipto y los Emiratos Árabes Unidos bombardearon directamente posiciones de milicias islamistas rivales, sin siquiera avisarle a Estados Unidos de esta acción unilateral, cuyas consecuencias aún se desconocen.
Demasiados frentes de batalla abiertos para una potencia que claramente está perdiendo liderazgo.
Claudia Cinatti
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