martes, febrero 03, 2015

El partido como herramienta para la transformación socialista: de la secta al partido de masas



Hubo un momento histórico en el que el movimiento revolucionario socialista era algo secreto: las masas no estaban preparadas todavía para la teoría revolucionaria, el viejo mundo pesaba sin grietas sobre la clase trabajadora y ejercía su dominio sobre la misma. Incluso las/os revolucionarias/os desconfiaban entre sí.
Sin embargo, 1848 representa el fin del movimiento revolucionario como secta. De esta forma, en el inicio de El Manifiesto Comunista, Marx y Engels señalan: “ya es hora de que los comunistas expresen a la luz del día y ante el mundo entero sus ideas, sus tendencias, sus aspiraciones”.
Históricamente, los partidos comunistas se han constituido como partidos de vanguardia, pero su aspiración, en la medida en que quieren –deberían, al menos- hacer la revolución socialista, es ser partidos de masas que sean capaces de ser herramientas del conjunto de la clase trabajadora en su lucha contra la burguesía: su aspiración es construir una nueva hegemonía ideológica. En este sentido, los frentes amplios –como el Frente Popular en la II República- muestran la necesidad de tener una herramienta aún más amplia que el propio partido para enfrentar a la burguesía, llegar a las amplias masas, e iniciar el camino de la revolución social.
El partido comunista, en la medida en que se han desarrollado las fuerzas de producción y hay más clase trabajadora que nunca en la historia, debiera ser más grande que nunca, como resultado de su acción política y de su capacidad de concienciar a la clase trabajadora, así como de ser visibilizado como una herramienta útil para la lucha de clases.
Tener un partido poco numeroso, en el siglo XXI, sólo es muestra de las deficiencias del análisis político y de la praxis de la organización –al margen de otras consideraciones históricas en las que no nos vamos a detener-. Además, a medida que retrocede el marxismo en el seno de la organización y el análisis político se aleja de la realidad, no sólo disminuye la influencia sobre la clase trabajadora si no sobre las mismas bases del partido que puedan estar ideologizadas, momento en el cual la organización es burocratizada por parte de la capa dirigente para mantener su control sobre la misma: la burocratización de la organización y las sanciones a la militancia se revelan como la insuficiencia de la dirección para situar el debate político en los términos adecuados, así como en la constatación de la irrelevancia de la praxis del partido para el momento histórico.
Situar que, el partido comunista, al ser de vanguardia, es necesariamente un partido minoritario es renunciar a la vocación de ser mayoría y dirigir la revolución social, y, sobre todo, es desconfiar en la clase trabajadora y tratarla como menor de edad. El partido debe educar a la clase trabajadora, no solo para reforzar la lucha de clases y las posiciones de la misma frente a la burguesía, sino para ingresar en el partido y desarrollarlo. Pero un aumento de la influencia del partido, que suponga un aumento en la militancia del mismo, puede suponer, también, un cuestionamiento de la línea política, en la medida en que las bases del partido, más numerosas, tengan capacidad teórica para desnudar las deficiencias de la dirección.
El partido comunista, como secta, no tiene, sin embargo, ningún sentido en un momento de la historia que exige una confrontación radical contra la burguesía y sus mecanismos de sometimiento de la mayoría social, y en un momento de la historia en el que la población sabe que existe el socialismo y que existen alternativas al capitalismo y en el que, además, necesita esas alternativas. Un partido como secta aleja a las masas y se gana su rechazo: las personas quieren ser sujetos políticos, quieren ser valoradas y escuchadas, quieren aportar y discutir, no quieren ser meras correas de transmisión de las directrices de una dirección, acertada o no.
En este sentido, cada vez tienen menos valor los discursos-disfraz sobre la militancia consciente o formada políticamente. Sí o sí se exige al partido una concordancia entre su teoría política, su discurso, y su práctica política, su praxis, y no sólo entre esos dos elementos del propio partido, sino una concordancia, también, entre ellos y la realidad de la lucha de clases.
La dirección de un partido que es incapaz de ser hegemónica sobre el debate político y las ideas es una dirección ahistórica y antimarxista, reflejo de un pasado burocrático que vuelve otra vez para decepción de la vanguardia revolucionaria, que, por el momento, es incapaz de construir el partido que necesitan tanto la propia vanguardia como el conjunto de la clase trabajadora. Es así como la dirección, ante su incapacidad política, no tiene más camino que la burocratización de la misma, la distorsión del leninismo y del centralismo democrático, y la apertura de expedientes a una militancia consciente que, frente a otras etapas de la historia, ya no cree en las direcciones por el hecho de que sean direcciones.
Es, esta, la contradicción dirección-bases, una contradicción que muestra los límites del proyecto histórico de una dirección: si la dirección del partido no puede aglutinar a sus bases en torno a un discurso y una práctica, ¿cómo va a ser capaz de aglutinar al conjunto de la clase trabajadora? Lo que conlleva, en última instancia, un miedo radical a Marx: un miedo radical a la democracia y a la libertad, que se expresa no ya en el burocratismo de la dirección, sino en la necesidad de ejercer el autoritarismo.
La burocratización de la organización y el autoritarismo responden siempre a una cuestión política, aunque en ocasiones se disfrace, o pueda parecer disfrazada, de personalismos.
Así, el partido comunista, incapaz de estar cohesionado en torno a la ideología y la praxis deja de ser un partido capaz de llegar a las masas y de ser, por lo tanto, un partido de vanguardia: la desconexión entre el comunismo entendido como un dogma al que sólo una minoría puede acceder y la realidad es, a medida que avanza el marxismo, a pesar de la incapacidad de las organizaciones de clase, cada vez más grande.
Una clase trabajadora curtida en siglo y medio de lucha de clases bajo el socialismo científico, una clase trabajadora que organizó grandes luchas en España, desde la huelga general revolucionaria de 1917 hasta la lucha en la guerra civil y bajo el franquismo, hoy desarticulada y carente de dirección política revolucionaria muestra los límites de las direcciones políticas pasadas y presentes para ser útiles a la clase trabajadora y a la transformación social.
El partido comunista tiene que ser un partido de vanguardia que mantiene una independencia ideológica y una capacidad de análisis frente a la hegemonía de la burguesía, algo que no es nada fácil. Pero el partido comunista no es ningún partido al margen de la clase trabajadora: sólo aquel que lucha de forma más decidida por los intereses de esta clase.
Ese discurso, independiente y que persigue el socialismo, teniendo en cuenta la coyuntura de la lucha de clases y la madurez de la clase trabajadora –y los distintos grados de conciencia que hay en el seno de la misma- tiene que conllevar necesariamente una praxis que sea capaz de guiar al conjunto de la clase trabajadora, y especialmente al movimiento obrero, en la lucha por el socialismo. Sin esa teoría y sin esa praxis el partido es una caricatura de lo que debiera ser.
Y esa praxis, para ser la correcta, en relación dialéctica con la teoría, exige situar objetivos estratégicos y tácticos para el desarrollo de la lucha de clases en unas coordenadas que sean favorables a la clase trabajadora: la lucha de clases y la lucha por el socialismo no son una acumulación de fuerzas abstracta, no son una cuestión de hacer por hacer, sino de derrotar a la burguesía, y de aglutinar en torno a un programa por el socialismo que sea capaz, cada vez, de tener mayor influencia, fruto del desarrollo de la lucha de clases y del aumento del nivel de conciencia de la clase trabajadora.
De esta forma, en la medida en que teoría y praxis son acertadas de acuerdo a la coyuntura histórica y al grado de conciencia de la clase trabajadora, el partido debe, necesariamente, crecer, fortaleciéndose y siendo, así, capaz de llegar también a cada vez más capas de la clase trabajadora, estableciéndose una relación dialéctica entre la construcción del partido y su capacidad sobre el conjunto de la clase trabajadora.
Así, el partido se convierte en una herramienta útil: su composición hegemónica de clase trabajadora le sitúa las necesidades objetivas de la clase trabajadora. El partido aprende de la clase trabajadora, la refuerza y se refuerza. Lo contrario, el no avance del partido y el no crecimiento de su militancia retrotrae sus posturas políticas y lo sectariza, lo desconecta de una realidad sobre la cual no tiene ninguna capacidad de influencia.
Un partido comunista que habla de vanguardia cuando está desconectado de la realidad y es incapaz de aglutinar a sus bases y de dirigir el movimiento obrero y popular es un esperpento de organización, y diga lo que diga su dirección, es la constatación objetiva de su incapacidad política y práctica para incidir en la lucha de clases. Es un partido que, históricamente, no es necesario.
Naturalmente, el partido requiere de cuadros, pero los cuadros no aparecen por ciencia infusa: son el resultado de la unidad entre la formación que ofrece el partido y la lucha de clases: no hay cuadros ni partido al margen de la lucha de clases. Así, la formación de cuadros se convierte en una herramienta de doble filo para las direcciones burocratizadas: por un lado, se requieren cuadros para la influencia del partido, por otro, los cuadros son capaces de cuestionar las direcciones políticas y las líneas de actuación de la organización. Y así, el partido burocratizado y autoritario necesita, también, que no exista una política de cuadros efectiva que pueda cuestionar la dirección.
La degradación del partido es total. No sólo se convierte en un partido desconectado de la realidad sino que niega su regeneración en un sentido revolucionario y pone todas las trabas posibles para que se dé la misma. El partido deja de potenciar la militancia y la formación de cuadros y se convierte en un partido más, sin ninguna especificidad que lo haga necesario para la clase trabajadora. El compromiso militante pasa a ser una cuestión dogmática y de fe. La revolución, cada vez más presente en el discurso-disfraz que sirve de justificación frente a unas bases a las que se acusa de irresponsables y fraccionales y una clase trabajadora a la que sea acusa de inconsciente y alienada, es cada vez más algo lejano.
El mayor error del partido es no funcionar de forma democrática. Naturalmente, hay coyunturas –como las dictaduras- en las que un partido comunista no puede funcionar de forma democrática porque la realidad se lo impide –que no es lo mismo a que carezca de la voluntad de ser democrático-.
La dirección, apoltronada, critica y censura a las bases que la cuestionan: el discurso más habitual para ello: la traición al partido. ¿Pero qué daño hacen las críticas de la militancia al partido comparadas con el daño que hacen al partido sus constantes y persistentes errores?
Renunciando a la democracia interna, instrumentalizando el partido, burocratizándolo, el partido pierde su capacidad ideológica y de influencia.
La lucha de clases, caprichosa como ella sola, puede en un momento dado reforzar un discurso-disfraz, pero la falacia no durará mucho tiempo ni calará más allá de entre quienes carezcan del criterio suficiente como para no dejarse engañar. Así pues, se pueden reforzar aún más las posturas del discurso-disfraz, igual que el reformismo y el populismo de izquierdas o derechas puede cegar a la clase trabajadora lo puede hacer el discurso-disfraz sobre una fracción de la misma.
El partido comunista no puede ser sectario ni dogmático, ni en sus análisis ni en su praxis. Así, se aleja de la realidad y acaba siendo residual. El partido quiere liberar a la clase trabajadora, y liberar a la clase trabajadora es liberar a las masas. Pero sólo la clase se puede liberar a sí misma: el partido sólo es un instrumento y, si el instrumento no sirve, la clase y las masas tendrán que buscar en otro sitio. Entonces surgen, como expresión de una necesidad, otras organizaciones…

Diego Farpón

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