Poca gente la conoce por su propio nombre Teresa Soler Pi (Sabadell, 1919-Banyuls, 14-04-2015), aunque muchos y muchas la conocíamos como Teresa Rebull y por su incombustible vitalidad. Se había arrepentido de muchas cosas en la vida, pero nunca jamás de haber pertenecido al POUM. Murió el pasado 15 de abril a los 95 años.
Teresa era hija de un legendario matrimonio anarcosindicalista de su ciudad formado por la legendaria Balbina Pi y por Gonçal Soler, quien después de un largo historial cenetista, ingresará en el PSUC en plena guerra civil y tendrá una trayectoria más controvertida. En su libro de memorias Tot Cantant (Columna, Barcelona, 1999), Teresa ofrece un vivo retrato de su madre sobre la que escribiría Lola Iturbe como “una de aquellas prestigiosas mujeres del Fabril que honraron a la CNT en los años más álgidos de las luchas obreras”.
Cuenta Teresa que recién entradas las tropas franquistas, unos soldados llamaron a su puerta para advertirle que se estaba diciendo entre el vecindario que era una roja, y su respuesta fue: “Qué les voy a decir... Soy de la CNT”. Y es que su madre, Balbina Pi (Sant Boi de Llobregat, Barcelona, 1896-Perpignan, 1973), colaboró en Solidaridad Obrera con los seudónimos de Margot y Libertad Caída. En 1920 sobresalió por sus actividades en defensa de los deportados al Castillo de Montjuïc. Al finalizar la guerra no pudo escapar inmediatamente, sobreviviendo durante algunos años en la clandestinidad hasta poder cruzar la frontera. En Francia, trabajó en diversos organismos a favor de los refugiados.
Ni que decir tiene que a Teresa, desde la infancia le tocó vivir en directo las consecuencias del activismo familiar y comenzó a trabajar a los 12 años en una fábrica textil, hasta que cuatro años más tarde, en plena República, ingresa como funcionaria en la Consellería de Treball de la Generalitat. Su evolución política marxista le acarrea numerosas discusiones en casa -su madre le dice: “Pareces un soviet”-, pero su opción por el POUM es clara. En unas páginas recientes, escritas con acentos líricos, dice que éste “era más que un partido”.
A pesar de que el nombre parece querer decir parte de una fracción o asociación política, era la confluencia de una diversidad de actividades culturales: ateneos populares, grupos teatrales, conferencias de vulgarización científica, de animación juvenil, centros excursionistas y equipos deportivos de barriada, cooperativas y sindicatos, el Centre Autonomista de Dependents del Comerç i de la Industria (CADCI). “Las reuniones y discusiones políticas en los locales de barriadas, donde nos encontrábamos y nos reencontrábamos cada día un puñado de militantes, eran una comunión constante entre jóvenes y gente madura, entre mujeres y hombres unidos por un ideal de fondo: el socialismo revolucionario, en el sentido social y humanitario de la palabra, por oposición radical a la explotación del poder de los dineros y también contra la falsedad -que ya denunciaba el POUM medio siglo antes- de un socialismo totalitario e inhumano...” Años más tarde recordará que su padre, Goncal Soler, excenetista y luego destacado militante del PSUC, le pidió perdón por haber creído en su culpabilidad como “trotskista”.
En todo este entusiasmo tiene mucho que ver el hombre de su vida y también destacado militante del que tomará el apellido: Josep Rebull, hermano menor de Daniel Rebull y él mismo, destacado militante cuyo apellido acabará haciendo suyo. Durante la guerra trabajará como enfermera. Teresa vivió muy intensamente las jornadas de Mayo del 37, a consecuencia de la cuales fue detenida y encerrada en una checa estalinista (“quien no ha estado en una checa no se puede hacer una idea de lo que eso significa”) de la Vía Laietana, donde la interrogaron para saber el paradero de su compañero y por Manuel Maurín, hermano de Joaquín con el que mantenía estrechos “ligámenes de ternura” y que falleció poco después. Teresa -que se había negado a dar a conocer el paradero de su compañero -“por la República y por la Revolución”- consiguió escapar de la checa cuando las tropas franquistas ya estaban en las puertas de Barcelona. Tenía veinte años y estaba plena de vida cuando toma el camino del exilio de Francia.
Teresa sobrevive gracias a la ayuda de una pareja de militantes pivertistas, y toma parte del maquis en la zona de Marsella con Josep, con el que vivirá en este tiempo dramas y vicisitudes. Está llena de vida como lo deja patente una foto tomada en 1944 con el maquis en Regussa (el Pelenc), en la que aparece insólitamente presque nue ejecutando la danza de los siete velos. Luego vivió intensamente la euforia “gauchiste” parisina, su eclosión artística y cultural, conoció y trató a personajes como Camus, Sartre, al escritor trotskista Jean Malaquais, el autor de Los javaneses y uno de sus muchos amigos del París de entonces,y cantantes como la musa existencialista Juliette Greco. En sus recuerdos habla también con un entusiasmo renovado de los acontecimientos de mayo del 68, fecha en la que comienza a ser reconocida como componente de la Nova Cançó. Teresa está considerada como una pionera en el cultivo de la canción popular catalana en la Catalunya Norte.
Durante todos estos años siguió militando en el POUM, y como tal la pude conocer, todavía como una señora de muy buen ver e inquieta presencia en las reuniones poumistas de la rué Aubriot (después en la rue de Charenton) con Lucía (González) y Jaime (Pastor)… Le acompañaba una fama considerable de amante de la bohemia, de conocedora de personajes muy emblemáticos de la Francia existencialista, y no había olvidado lo que había vivido entre 1937 y 1939.
Recuerdo que después de escuchar el relato sobre mis pequeñas peripecias con los burócratas del PSUC en Comisiones Obreras antes del 68, me abordó aparte con mucho interés para advertirme maternalmente que me veía muy ingenuo y que no debía de confiar tanto en los “comunistas”. Poco después supe de su faceta como cantante en un recital organizado por el Casal de Catalunya en París -creo que en el Odeón- con diversos componentes de la Nova Cançó catalana de la que tanto se hablaba, y de la que alguien dijo que Teresa era la “abuela”, no solamente por la edad sino también porque los había precedido.
Aquel día cantó canciones como Serra de Pàndols y La Campana, escrita por Mikis Theodorakis para la resistencia griega, y mi impresión fue mayúscula. Su actuación era de aquellas que animaban a decir no, a luchar por la vida y la revolución. Por aquel entonces comenzó a actuar en el marco de la Universitat Catalana d’Estiu, lo que haría durante más de diez años. Residente desde 1971 en Banyuls de la Marenda siguió a Josep Pallach hacia el PSC-PSOE en cuya fundación tomó parte, según cuenta con entusiasmo. No obstante, Carmel Rosa la recuerda junto con Antonia Adroher, contemplando ambas, airadamente, desde las ventanas de un edificio partidario como la policía golpeaba a unos jóvenes y su reacción cuando los responsables socialistas le pedían calma.
No pasaría mucho tiempo para que esos mismos responsables mandaran sobre dicha policía. En 1978 fue galardonada por la Academia Francesa del Disco, y en 1993 la Generalitat de Catalunya le concedió la Creu de Sant Jordi. Es bastante probable que en el momento de recibir tal medalla su madre se moviera desde su tumba, sobre todo sabiendo que a veces las ha otorgado alguien tan ilustre como Jordi Pujol. En los últimos años, Teresa pintaba y charlaba desde su silla de ruedas, siempre quería quedar para hablar, teníamos que ir a verla, se hacía mayor, se llevaba muchas historias aunque a veces también las confundía. Hay material y hay tiempo para volver a recordarla con aquella sonrisa de joven de 30 años –que era la edad que había escogido-, como aquella tarde de junio en la que la sala de actos de Parlament de Catalunya toda la izquierda desde la más radical a la más moderada se unió para rendir homenaje a Andreu Nin, por la verdad, la justicia y la reparación. Por todos aquellos y aquellas que dieron lo mejor de sí por una revolución que volvemos a echar de menos.
Pepe Gutiérrez Alvarez
16/04/2015
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