Primero los hechos crudos: Jeremy Corbyn es miembro del Socialist Campaign Group, una tendencia socialista minoritaria el Labour Party, que reúne nueve diputados (sobre 232 laboristas) y siguió los pasos de Tony Benn. Cuenta ahora con el apoyo explícito de 15 diputados del partido que dirige y con la hostilidad abierta o velada de toda la vieja dirección y la gran mayoría de los parlamentarios que temen no volver a ser elegidos. Porque Corbyn fue elegido presidente del Partido Laborista británico ya que a raíz del gran desastre laborista en las últimas elecciones para el Congreso se eliminó la preminencia de los parlamentarios y se aceptó el voto de la base (a condición de que los votantes pagasen tres libras (unos 4.50 dólares), cosa que hicieron con entusiasmo miles de jóvenes. El curriculum de Corbyn, de 66 años que desde hace 33 es diputado laborista y ha votado en 536 veces contra decisiones claves de la dirección de su partido, es consecuente e impecable. Este autodidacta, voraz lector, hijo de una profesora de matemáticas socialista, que se desplaza en bicicleta y está casado con una mexicana 20 años más joven y activa en la venta solidaria de café chiapaneco, tiene un solo diploma: el de diputado peor vestido, otorgado por la prensa conservadora ya que calza sandalias de cuero y viste una camisa sobre una camiseta también blanca, sin corbata, y un pantalón oscuro. Los sindicatos, que son miembros del Partido Laborista, le apoyan y él mismo fue dirigente sindical de base. Además militó contra el apartheid en Sudáfrica, contra la guerra de Vietnam, en solidaridad con los pueblos de América Latina y de los palestinos (la derecha israelí lo odia y le teme) y es amigo de Gerry Adams, el diputado irlandés líder de los independentistas del Sinn Fein.
Su programa es igualmente cristalino: no al uso de las armas nucleares, sacar al Reino Unido de la OTAN, condenar a Israel, acabar con las intervenciones imperialistas en Siria y en Irak, aumentar los impuestos a los más ricos, defender el ambiente, volver a estatizar los ferrocarriles y la energía, desarrollar un vasto plan de viviendas populares a bajo costo, suprimir los impuestos a los estudiantes y conceder becas de estudio, suprimir la monarquía. Es natural que al día siguiente de ser elegido presidente del partido se hayan afiliado al mismo 15 mil jóvenes, deseosos de renovar en sentido socialista-ecologista el partido conservador y proimperialista de los Tony Blair y Cía, que creían que para ganar votos el programa del L.P. debía ser cada vez más derechista.
Jeremy Corbyn quiere un partido de lucha, socialista, apoyado en un sector importante de la clase obrera; un partido con ideas y objetivos claros, que dé la palabra a los miembros de base como él y se apoye en los jóvenes. O sea, todo lo contrario del partido actual donde los que decidían eran los notables, preocupados antes que nada por ganar las elecciones para mantener sus privilegios y para los cuales los planteos programáticos valían tan poco como la democracia interna.
Ahora, mis opiniones sobre las posibles consecuencias de este triunfo: Aunque siempre existe la posibilidad de que el conservador aparato laborista, tomado por sorpresa en la elección, complote para expulsarlo de su cargo apoyado por la prensa, reaccionaria en su inmensa mayoría, Corbyn tiene a su favor su militancia que incita a la juventud -obrera, estudiantil, desocupada- a seguir su ejemplo. Su primera medida fue encabezar una manifestación por los prófugos africanos y sirios y la segunda combatir contra la ley que busca la restricción del derecho de huelga y debilitar los sindicatos. Además, en su “gobierno sombra” el ministro de Finanzas es John Mc Donnell, del Socialist Campaign Group y Corbyn se da como objetivo recuperar el apoyo de los obreros escoceses que votaron mayoritariamente por un independentismo que él respeta.
Por lo tanto, aunque en las elecciones el L.P. renovado en sentido socialista y democrático pierda electores de centroderecha y aunque todo el aparato estatal y su prensa digan que Corbyn es un peligro para la seguridad del Reino Unido, es muy probable que pueda construir un partido sin grasa, con musculoso, no electoralista sino de lucha y de propaganda, que dé ánimos nuevos a la juventud y a los sectores obreros y populares combativos. Aunque menor, la participación del L.P. en la Cámara de los Comunes no desaparecerá y, por el contrario, tendrá mayor audiencia social y el ataque feroz de los medios será contraproducente para el establishment monárquico, imperialista, ultraconservador porque el Reino Unido, gracias a la inmigración, ha rejuvenecido las bases sociales de la izquierda.
Corbyn, por otra parte, está a la izquierda de Syriza y de Podemos ya que no depende de los equilibrios partidarios pues está empeñado en cambiarlos y porque presenta objetivos posibles y tangibles. Por eso pone en cuestión la Unión Europea e interpela a toda la izquierda europea con su pacifismo, su ecologismo, su humanismo, su socialismo sincero y anticapitalista. Sin duda tendrá apoyo en el Viejo Continente donde las viejas direcciones de la izquierda tradicional se diferencian muy poco de los gobiernos y no tienen ideas para la actual crisis. Pero también concentrará el odio de clase de las derechas mucho más que Syriza en su momento pues el Reino Unido – a diferencia de la marginal Grecia- es el aliado principal de Washington y uno de los países ejes de la Unión Europea.
Al plantear la disputa en términos de lucha de clase y antisistémica, Corbyn recuperará seguramente la militancia que se fue detrás del independentismo escocés interclasista. Es significativo también que, así como Reagan y la Thatcher fueron la expresión simultánea de ambos lados del Atlántico de una oleada reaccionaria, el éxito de Jeremy Corbyn y de los socialistas en el Labour Party es paralelo al crecimiento de la precandidatura de Bernie Sanders, el senador socialista por Vermont que supera a Hillary Clinton, la candidata de Obama y del aparato del Partido Demócrata, en las intenciones de voto en Iowa y New Hampshire, dos estados claves para las elecciones internas con vistas a la próxima elección presidencial nacional.
La reacción contra la crisis y la preparación de la guerra por el gran capital y los Estados imperialistas tiene un carácter de clase, etario -al movilizar la juventud- y antirracista -al combatir el racismo antinegro en Estados Unidos y el racismo antiimigrantes en el Reino Unido-. Por ahora el enfrentamiento de clases asume la forma de la lucha por los aparatos políticos pero, como en todo momento de gran crisis social y de civilización, comienza a apuntar contra el sistema en su conjunto. El Viejo Topo sigue cavando.
Guillermo Almeyra
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