domingo, enero 10, 2016

André Gide y los “amigos de la URSS”



Novelista, poeta, crítico, dramaturgo, viajero y -sobre todo- diarista, André Gide (París, 1869-1951) se había manifestado habitualmente como un conservador, marcado por una profunda educación y convicción religiosa en la que, no obstante, latía desde siempre una inquietante ambivalencia. Influenciado por la figura de individuos excepcionales y preocupado por los problemas existenciales que le planteaban su torturado devenir personal (“no igual a los demás”) y sus implicaciones literarias, Gide, combinó una efímera relación con la ultramontana Action Francaise con una notable radicalización siguiendo en no poca medida la estela de Oscar Wilde 1/, un matrimonio fallido, amén de una creciente adversión de los valores tradicionales: “La religión y la familia -escribirá-, son los peores enemigos del progreso”.
A estos aspectos internos hay que añadirle su conocimiento airado de la realidad colonial, sobre todo cuando emprendió un viaje al Africa siguiendo la estela de Rimbaud, y dos años después de su Viaje al Congo escribirá un nuevo libro en el que denuncia sin paliativos la explotación colonialista y el trato infligido a los indígenas. El crack de 1929 hará el resto. Gide se dio por entero al comunismo, con una intensidad y un alcance muy superior al de intelectuales progresistas del tipo de Anatole France, Romain Rolland o el mismo Henri Barbusse. Esto provocó numerosas reacciones airadas entre sus viejas amistades, en particular de Francois Mauriac que escribió: “…Así como Gide, que ha enseñado a nuestra juventud que cada uno de nosotros es el más irreemplazable de los seres, desea, ahora, el triunfo de la termita bolchevique donde toda criatura será intercambiable” 2/.
A finales de los años veinte, Gide repudia a los poderosos (“Frente a ciertos ricos es imposible no sentirse inclinado hacia el comunismo”), y se replantea incluso su propia situación: “Lo que de todo corazón me trajo al comunismo fue mi posición privilegiada, la que yo disfrutaba personalmente y que llegó a parecerme escandalosa”. Denuncia la mercantilización del arte, y desarrolla una nueva concepción del cristianismo. Entonces desvinculó Cristo de la Iglesia para presentarlo como modelo de lo que podía ser un hombre sin la ayuda de ninguna gracia divina ilusoria… Esta rectificación del autor de Las cuevas del Vaticano, coincide en el tiempo con la confiscación del poder por parte de la burocracia en la URSS y la consiguiente rusificación del Komintern. Su herejía pues desconoce lo que fue Octubre de 1917 y los primeros años del Komintern, y tiene mucho de repugnancia ante las campañas sistemáticas de la derecha que niega las razones de un movimiento que da vida a toda acción radical y crítica. También coincide justamente con el curso aparentemente izquierdista del comunismo oficial que en suelo ruso pasa por las colectivizaciones forzadas y en la política exterior por la homologación entre fascismo y socialdemocracia (cuyas consecuencias en el final de la República de Weimar sería el mayor desastre de la historia social). Durante los años que siguen, ya convertido en un venerado “compañero de ruta” que por su procedencia y su peso en Francia viene como un anillo al dedo a las maniobras de Stalin de cara a una reconciliación franco soviética, Gide va a pasar por su propia vía, muy ajeno al trasfondo de lo que está pasando en la URSS y en el Komintern.
Cuando en el verano de 1932 publicó su Journal del año anterior, su anunciada opción comunista únicamente conocida por los más próximos, se hace pública y patente. En dicho documento Gide subraya densamente su fascinación por el proceso revolucionario soviético, y confía a la petite dame que éste le “parecía una cosa admirable”, y que en consecuencia anhelaba “de todo corazón que triunfará, siendo claro que no podía ser lo mismo aquí, dado que las circunstancias son muy diferentes”. Ciertamente, este radicalismo no tiene la misma concreción en la arena política francesa a la que seguía más bien con disgusto. Estaba fascinado por una empresa épica e histórica que le apasionaba “mucho más desde el punto de vista moral y creo que, a pesar de lo individualista que soy, me sometería muy bien a los imperativos soviéticos”. En el Journal de 1933 Gide se interroga sobre los factores que le han llevado a abrazar el comunismo y escribe que no sido la lectura de Marx ya que nunca pasó de la primera página, sino su íntima interpretación de unos Evangelios ” sin violencias ni prohibiciones”, y proclama la convicción de que ” su felicidad es la de aumentar la de los demás. Necesito de todos para ser dichoso”.
Aunque se había mantenido pasivo hasta entonces, en este año se le empezará a oír en los mítines, presidir congresos de intelectuales izquierdistas, firmar manifiestos y encabeza al lado de André Malraux la delegación que viajó a la Alemania de Hitler para abogar por la libertad del líder comunista George Dimitrov, acusado falsamente de haber incendiado el Reigstag. El paso siguiente, dado también con Malraux, será su adhesión a la Asociación de Escritores y Artistas Revolucionarios (AEAR), para pasar inmediatamente a ocupar un cargo relevante en su dirección, aunque esto no le impide examinarse con su lucidez habitual y de reconocer que “por humor y temperamento, soy cualquier cosa menos un revolucionario (…) Ya lo he dicho. No entiendo nada de política”. Con todo, durante esta fase Gide será un procomunista firme en su atipicidad, un alma ardiente que nunca se entregó del todo. Un buen ejemplo de esto lo tenemos cuando el 4 de octubre de 1934, no duda delante de varios miles de asistentes en su mayoría afines al PCF, en defender su arraigada creencia en que el arte no puede jamás someterse a ningún poder y marca claramente su oposición a la doctrina literaria entonces imperante desde Moscú, la llamada del “realismo socialista”, aunque atempera lo dicho señalando su convencimiento de que en la URSS la literatura se emancipará; esto era algo que el Komintern únicamente podía permitir a alguien tan excepcional como Gide. De este tiempo es la siguiente anotación en su Journal: “Al igual que como en el caso del catolicismo, la conversión comunista implica una abdicación del libre examen, una sumisión a un dogma, el reconocimiento de una ortodoxia”. Y concluye afirmando que “todas las ortodoxias le parecen suspectas”.
No obstante, estas dudas y matices no contradicen su visión de la URSS como una suerte de Estado utópico que trabaja para el mañana desde el presente, desembarazado de todas las opresiones, de todas las prohibiciones, de todos los conformismos de la sociedad dominante. En su URSS aparecían encarnados todos sus ideales de rebelde que trata de encontrar un lugar entre los revolucionarios, y su adhesión será al mismo tiempo una aclamación de sus propios ideales morales, un grito que causa escándalo en los conservadores mientras que anima a otros muchos intelectuales y artistas que, como en el caso de nuestros Miguel Hernández. José Bergamín o Juan Gil-Albert, se sitúan de alguna manera en el campo cristiano y moderado y que se sentirán, inmersos en la crisis suscitada por el crack de 1929 y la emergencia de los fascismos, llamados al compromiso al lado del movimiento obrero (3).
Sin embargo, a diferencia de un Bergamín por ejemplo, Gide sigue manifestando la independencia de su carácter cuando en su intervención central en el I Congreso de Intelectuales en Defensa de la Cultura celebrado en París en junio de 1936, Gide no interpreta el guión manipulado por los organizadores según el cual el Frente Popular de la Cultura era una necesidad apremiante contra el nazismo, y exigía por lo tanto “unanimidad”, sino que proclama el suyo propio en un discurso en el que enfatiza la defensa de la libertad de creación y de la crítica, y a pesar de los consejos de Malraux, se atrevió a continuación a exigir la libertad del escritor y militante rusofrancés Victor Serge, uno de los dirigente de la Oposición de Izquierdas que, ulteriormente influirá en su evolución crítica del estalinismo sin dejarse llevar por el temor de “hacer el juego” a la derecha.
A pesar de estas libertades y de sus renuencias, Gide será solemnemente invitado a visitar triunfalmente durante diez semanas la URSS el 17 de junio de 1936, visita que es resaltada por el Estado con la edición de 300.000 tarjetas con su efigie, la edición de un número exclusivo en “Litterature internationale”, una exposición en la Universidad de Moscú sobre su vida y su obra que es editada en una antológica que, obviamente, excluye Corydon y que conlleva de entrada unos sustanciosos beneficios en derechos de autor. Pero Gide no es un escritor al que estas cosas colmen sus inquietudes morales.

Un viajero con ojos propios

La expedición comenzará en Leningrado donde Gide se encuentra con otros viajeros, en particular con el joven escritor comunista holandés Jef Last con el que mantendrá una gran amistad (4). El 20 de junio, Gide aparece en la Plaza Roja al lado de Stalin, de Molotov y de otros altos dignatarios, y es el encargado de pronunciar la elegía fúnebre de Máximo Gorki. Esta es la situación cuando el 20 de agosto se opera un cambio en la posición de Gide. Sobre dicho cambio se han hecho diversas conjeturas, pero la más importante es la escenificación del primer proceso de Moscú en el que, la hipotética primera víctima, el propio Stalin, no es citado, y que concluirá con el fusilamiento, entre otros, de dos líderes de Octubre: Zinóviev y Kámenev. Pero el caso es que Gide manifestará su rechazo de una manera insólita: rechazando una invitación para ser recibido nada menos que por Stalin, el humilde “padre de los pueblos”. Su mayor informante en este terreno será Victor Serge, responsable junto con Panait Istrati del primer Retour sobre la Rusia de Stalin, escrito a finales de los años veinte (5).
En noviembre del mismo año aparece su Retour de l’ URSS (6), que causa una extraordinaria conmoción en los medios culturales. A Gide le corresponde el doloroso honor de ser el primer escritor célebre que, desde la izquierda, denuncia el régimen estalinista. Se ha dicho que en su libro no se ofrece ninguna información particular, y aunque confiesa que no ha leído a Trotsky, sus argumentos son en no poca medida coincidente con los de La revolución traicionada, que éste había publicado un poco antes. Pero aunque no se trata de una de sus obras más elaboradas, el libro es un modelo de sobriedad que se apoya llanamente en los datos empíricos y psicológicos que ha presenciado. Así por ejemplo se congratula por la humanidad y la simpatía de la población, de la ausencia de pobreza en las calles moscovitas, pero le aterra ante la falsedad de los funcionarios y la uniformidad generalizada. Obviamente también se rebela contra el hecho de que los homosexuales sean deportados por cinco años, un aspecto que se convertirá en uno de los flancos preferidos de los dardos estalinistas cuando será puesto en la picota como un “típico representante de la casta intelectual burguesa en descomposición” con el que antes gustaban de presumir. Algunos de sus amigos de la izquierda como André Malraux, Jef Last o el inquieto Paul Nizan, le echaran en cara su inoportunidad estando por medio los ascensos de los fascismos, sobre todo en España donde todos se han comprometido en la primera línea.
Con la intención de contrarrestar los efectos del Retour, el Kremlín invitó al escritor judío alemán León Feuchtwanger que escribirá Moscú 1937 que no destacará ni por sus méritos literarios y mucho menos por su veracidad; el propio autor reconocerá más tarde que se trataba de una apología de los “procesos de Moscú” y que nunca simpatizó con la revolución. Pero a pesar de la campaña denigratoria, el Retour alcanza en poco tiempo ocho ediciones. Del 23 al 30 de enero de 1937 tendrá lugar el segundo de los grandes procesos de Moscú; en primavera se suicidan dos estalinistas de primera hora, Ordjonikidzé y Gormarnik. En junio la caza de brujas se extiende al Ejército Rojo. A continuación comenzará una depuración sangrienta y masiva que se prolongará hasta finales de 1938. El 13 de marzo, en el momento del tercer proceso, Gide escribe en sus cuadernos: “Las nuevas ejecuciones en la URSS, donde el terror se exaspera y adquiere un aspecto de locura, nos ocupan el espíritu de tal manera que no hablamos de otra cosa”. En este contexto, exacerbado por las miradas críticas de los amigos del estalinismo, Gide decide precisar mejor su pensamiento con sus Retouches al “Retour de l’ URSS”.
Como señalaría la editora de sus Cahiers, Maria Van Rysselberghe, el primer libro es el propio de un hombre conmovido por el contraste existente entre la realidad y la utopía, en tanto que el segundo es el de un “hombre irritado”. En esta ocasión se trata de una requistoria, de un “yo acuso” en toda la regla. En la URSS, escribe, el espíritu libre se encuentra más castrado, más banalizado que en cualquier otra parte y no duda en establecer una semejanza con la Alemania del momento. La delación se ha convertido en una virtud cívica, y constata la existencia de una miseria que había querido abolida. Su conclusión es rotunda: “…la República soviética ha traicionado nuestras esperanzas”. En este nuevo texto Gide trata de seguir con su ponderación, y no cuestiona la revolución. Lamenta su deformación y que no haya podido profundizar más en el sentido de la igualdad y la libertad. Es claramente una obra “reformista”, pero es infinitamente más de lo que el estalinismo está dispuesto a admitir.
Después de Retouches, Gide parece volver a la etapa anterior a su compromiso. Desde junio de 1937, su Journal trata exclusivamente de problemas relacionados con la creación literaria, pero no tardará en salir de nuevo a la palestra llamado por acontecimientos de mayo del 37 en Barcelona. Su posición en relación a la guerra civil española era ya bastante clara, y nada más comenzar Gide habló con pasión de un dilema entre todo lo que había de avanzado y noble -la República-, con todo lo que había de retrógrado y brutal -el franquismo-, y en su vehemencia, no dudó en levantar su copa por la victoria de la República en una cena con Stalin, justo cuando éste se había mostrado como un abanderado de la farsa de la nointervención y Pravda todavía no había tomado partido. Una carta le informa desde Barcelona de los procedimientos que se están empleando contra el POUM y la CNT, y esto le lleva entonces a apoyar una campaña internacional a favor de Andreu Nin y otros perseguidos junto con George Duhamel, Roger Martin du Gard y Francois Mauriac y otros prorepublicanos que envían una carta a Negrín exigiendo que se aclare la situación de los perseguidos. En este momento Gide manifiesta también su voluntad de asistir al Congreso de Intelectuales Antifascistas que el gobierno de Negrín ha organizado en Valencia con el soporte total del Komintern.

Un nuevo conflicto

Aunque en su planteamiento primordial el II Congreso de Escritores Antifascistas se enfocó como encuentro de los escritores de todas las tendencias democráticas representadas en la República, y que la designación de Emilio Prados, Emilio Serrano Plajas y Juan Gil-Albert para la secretaría aparecía como una garantía de dicha pluralidad, su sentido real no era otro que el de la reafirmación cultural del giro político operado en torno a la sustitución de Largo Caballero por el Dr. Negrín. En este encuentro no había lugar para las voces críticas, y de ello se encargaron especialmente los escritores más vinculados al estalinismo como Ilya Erhemburg, Mijhail Koltzov o Pablo Neruda. Como figura protagonista del encuentro anterior, amigo indiscutible de la República y figura de primera magnitud de las letras internacionales, Gide tuvo que presentar su candidatura donde tenía que haber sido un invitado de honor. Sin embargo, cuando se comenzó a hablar de él, la delegación soviética,
con Alexis Tolstoy y Koltzov a la cabeza, amenazó con retirarse. Luego las plumas adictas al estalinismo desencadenaron una campaña contra el autor de Los alimentos terrestres, amalgamado con el “trotskysmo” y contra la disidencia intelectual representada sobre todo por Bretón y el grupo surrealista. Para la mayoría de delegados empero se trató de un “incidente” embarazoso que amenazaba la unidad del campo republicano gravemente deteriorado y necesitado de un apoyo internacional que no llegaba, a pesar de la “normalización” antirrevolucionaria.
Este será el caso de Malraux, uno de los amigos de Gide que tuvo sus problemas para justificar moralmente su apoyo al veto. Malraux, que había justificado los procesos de Moscú como algo que no afectaba a los valores esenciales de la URRS -lo mismo que la Inquisición, decía, no la había hecho con los valores del cristianismo-, encontraba la actitud de Gide inoportuna. Mucho más expeditivo fue Julien Benda, el famoso autor de La traición de los intelectuales. A José Bergamín, que había escrito un ignominioso prólogo a una apología de los “procesos”, le tocó presentar una resolución en nombre de la delegación española en la que se negaba a Gide el derecho de participar por sus “ataques al pueblo ruso y a sus escritores” y además porque su presencia podía “crear una enemistad con los que están identificados con nuestra causa” (7). Inmerso en este conflicto parecía obvio que Gide no podía ser insensible a la suerte de Trotsky, aunque durante estos años no lo mencionó, ni siquiera llegó leer un libro como Mi vida que, paradójicamente, había causado una honda impresión en François Mauriac. No será hasta después del primer proceso que Gide intervendrá a favor del fundador del Ejército Rojo escribiendo personalmente a su amigo de la juventud, León Blum, ahora al frente del gobierno, para que facilitara el tránsito de Trotsky a México. Durante el segundo proceso, y en un momento en que toda la intelligentzia de izquierdas se muestra fascinada por la “eficacia” de Stalin, Gide escribe al también escritor Jean Guéhenno: “Lo que pretendo es que se puede desaprobar a Stalin, sin llegar por ello a ser trotskysta. Creo (es necesario insistir} que es extremadamente peligroso vincular la causa de la Revolución con la Unión Soviética que, repito, la compromete. Es por haber denunciado dicho comprometimiento que Trotsky es tratado como enemigo público (cuando es Stalin el que compromete la revolución) y de paso, es de golpe asimilado al fascismo, lo cual resulta ciertamente una simpleza. Él es mucho más enemigo del fascismo que el propio Stalin, y es en tanto que revolucionario y antifascista que denuncia los compromisos de este último. Pero, ¡vete ahora a hacerle comprender esto a un pueblo ciego!”.
Ni que decir tiene que Trotsky no había dudado un instante en exaltar el valor moral de Gide en un momento en que hasta los escritores que parecen más radicales e independientes se pliegan a lo que creen un mal menor. En esta clave cabe por ejemplo interpretar el Galileo Galilei de Brecht. Por otro lado, Trotsky, entusiasmado desde siempre con el ejemplo de Emile Zola en el “affaire Dreyfuss” buscaba entonces un equivalente en las letras francesas. Guiado en un primer momento por sus gustos clasicistas, incluso llegó a albergar la descabellada idea de que uno de sus autores favoritos, Jules Romains, cumpliera con un rol semejante únicamente porque se había mostrado muy sensible a su integridad y muy lúcido contra la burocracia (8). Fue una vez desechada esta idea que apareció Gide, que había llegado infinitamente más lejos que Romains en su implicación, para ocupar la candidatura en un “caso” muchísimo más complejo y turbio.
Conviene aquí tener en cuenta que en la evolución de Gide, aparte de Serge, también había influido Pierre Naville,ex-surrealista y a la sazón dirigente “trotskysta” francés. Naville, que mantenía una amistad de años con Gide, consideraba que éste podía ser una pieza clave en el Tribunal Internacional que se estaba creando como un “contraproceso”, pero será el filósofo liberal de izquierda norteamericano, John Dewey, el que lo presidirá finalmente. A continuación Naville trata de convencer a Gide para que visite a Trotsky en la Casa Azul de Diego Rivera, y para que apoye públicamente al Tribunal. Trotsky, que está al tanto de todo, asegura que será muy bien acogido, ya que, en las ideas y en los sentimientos de los intelectuales y de los obreros, se ha producido una gran perturbación bajo el golpe de los procesos de Moscú. El mundo tiene sed de una palabra honesta e independiente. No es necesario decirle que, por mi parte, estaría muy contento de conocer a este hombre y escritor notable”.
Pero finalmente, cuando todo parecía indicar que el viaje de Gide a Coyoacán era inminente, éste, según Naville, pretexta problemas de salud, por lo que “quiere simplemente tomarse unas vacaciones en… Dakar. No obstante dice que no ha abandonado su idea de visitar México”. Naville está un tanto desconcertado por su parte, y dice que Gide contempla la situación soviética con los ojos de un “amateur” a lo Dostoyevski. Después del segundo proceso le ha costado efectuar nuevas declaraciones y se siente impotente. “Este es el reverso de este tipo de honestidad”, concluye. Por otro lado, Naville culpa también a Trotsky por no tener el tacto suficiente para dirigirse directamente a Gide, cuando dedicaba su tiempo a mantener correspondencia con personajes de mucho menor entidad que éste. En su defensa, Trotsky alega que hasta entonces las cartas de Naville le impulsaban más bien a la reserva. Además: “En sus últimos libros sobre la URSS, (Gide) evita cuidadosamente los procesos. En estas condiciones, he creído que toda intervención por mi parte podría inspirarle la idea de que yo quería servirme de su viaje para cualquier fin político o personal”. El hecho es que, si bien Gide mostrará una complexión mucho más enérgica que el “espectador” Romains, no es un “participante” como Bretón, cuyo compromiso con la causa de la revolución y del libre pensamiento lo era con todas las consecuencias. A Gide seguramente le sobrepasaba la envergadura de la campaña antitrotskysta y renunció a seguir la batalla.

Declaración final

Ulteriormente, el conflicto de Gide después de su viaje a la URSS de Stalin permaneció como un acta acusatoria más contra el “comunismo”, a veces sin mayores matices. Un ejemplo reciente lo encontramos en un artículo, “Advocat d’empresa”, que Josep Maria Cortés dedica al poeta Jaime Gil de Biedma (El País, Quadern, 29-junio-2000), y en el que se evoca el “sórdido asunto” de su relación con el PCE, que le negó la entrada, según se indica por causa de “la vida íntima del poeta” (9). Cortés establece alegremente un paralelismo entre dicho “caso” y el de Gide, y escribe: “El viaje de Gil de Biedma al comunismo, por lo tanto, fue una excursión al frío de ida y vuelta, todavía más corta que la que había hecho André Gide el año 1921 (sic) cuando el misántropo escritor francés fue a Moscú, convidado por Máximo Gorki (re-sic) y volvió escaldado, renegando contra la perversidad moral del régimen de los soviets”.
Aparte de dejar en evidencia que en los tiempos que corren los articulistas no tienen porqué leer -aunque sea un poco- cuando se trata de denigrar al comunismo, se ofrece al lector la conclusión de que Gil de Biedma y Gide regresaron del frío como el patético espía de la célebre novela de John Le Carré, o sea que acabaron escaldados de su relación con el comunismo, identificado, claro está, con el estalinismo como mandan los cánones, al tiempo que no se ofrece ni media línea de su contrapunto, o sea, de que ni uno ni otro se reconcilió nunca con la barbarie capitalista. No obstante, una lectura más atenta, no ya del Retour y los Retouches, sino de lo que podemos considerar su “testamento” político, su aportación al libro colectivo El fracaso de un ídolo. Seis testimonios sobre el comunismo (10), considerado normalmente como un mero ajuste de cuentas, nos revela un enfoque muy diferente. Gide nos ofrece una nueva síntesis de sus experiencias en la URSS de la “caza de brujas”, pero se esfuerza por clarificar una neta diferencia entre el proyecto revolucionario y su grosera deformación estaliniana, por otro lado no tan diferente a la que, a lo largo de la historia, sufrirían todos los grandes proyectos liberadores, comenzando por el cristiano, en el que, por cierto, también Gide se esforzó por diferenciar entre Cristo y la Iglesia.
Gide comienza su texto citando el relato de Homero en el que la gran diosa Démeter trató de educar al recién nacido
Demofoos en un lecho de carbones encendidos, mimando aquel retoño “como si fuera la encarnación de la Humanidad
futura”. Sin embargo, cuando el niño crecía fuerte y glorioso, se preparaba así a todas las esperanzas y sueños”, la madre, temerosa, le arrebató el niño a la Diosa… Al final retoma el hilo, concluyendo: “Ninguna consideración de lealtad de partido puede impedirme el hablar francamente, porque la verdad está por encima del Partido. Yo sé que, según la doctrina marxista, la verdad no existe, por lo menos en un sentido absoluto, sino que sólo hay verdades relativas. Creo, sin embargo, que en una cuestión tan seria, resulta criminal inducir a otros al error, y es urgente ver los hechos tal y como son, no como desearíamos que fueran. La Unión Soviética ha defraudado todas nuestras más íntimas esperanzas y nos ha mostrado en qué traicionero cenagal puede hundirse una revolución honrada. La misma sociedad vieja y capitalista ha sido restablecida, un terrible despotismo aplasta y explota a los hombres con toda la mentalidad abyecta y servil de la esclavitud. Rusia,como Demofoo, no ha conseguido convertirse en dios y nunca podrá ya salvarse de la prueba de fuego soviética”.
Como creyente, Gide tuvo buen cuidado en diferenciar netamente entre Cristo y la Iglesia, y de hecho no es diferente la que trata de hacer con la revolución socialista y la URSS. No tenemos ninguna noticia de que se reconciliara con “la sociedad vieja y capitalista”: ni que abjurara de sus ideas sociales por más que abandonó el terreno del compromiso para regresar a su obra personal. Cabe preguntarse si, en los hechos, Gide no fue más “comunista” o mejor, más revolucionario que un Louis Aragon, por citar un ejemplo de alguien que hasta la invasión de Checoslovaquia en agosto de 1968 no efectuó su Retour del estalinismo, y además tan parcialmente como la permitía la dirección del PCF.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

Notas

1/.Existen no pocos paralelismos entre el Gide “comunista” y el Oscar Wilde que escribió El alma del hombre bajo el socialismo, texto que cierra la edición de sus Obras Completas (Ed. Aguilar, Barcelona, 1966, edición a cargo de Julio Gómez de la Serna).
2/.En torno a la “cuestión Gide” se pueden consultar sus obras más relacionadas con el tema como Litterature engagée (Ed. Gallimard, Paris, 1950), o su Diario(selección, prólogo y traducción de Laura Freizas, Alba, Barcelona, 1999), amén como los siguientes estudios: Claude Martín, André Gide par lui-même (Ed. Seuil, Paris, 1963); Jurgen Ruhle, Literatura y revolución (Ed. Luís de Caralt, 1963, Barcelona); David Caute, El comunismo y los intelectuales franceses 1914-1966 (Oikos Tau, Barcelona, 1967), del mismo autor, Compañeros de ruta (Ed. Grijalbo, México, 1975), y sobre todo el de Herbert R. Lottman, La Rive Gauche. Intelectuales y política en París 1935-1950 (Ed. Blume, Barcelona, 1985). Las diferentes citas están extraídas de estos libros.
3/.Gil Albert describe como sigue aquella situación en sus memorias: “Era el momento álgido de nuestra crisis: todos nosotros, escritores, pasamos de un modo u otro por esta fase: horror por el nazismo, desprecio por el reaccionarismo español que estaba preparando la puñalada trapera a la joven, incauta, y también es verdad, medio caótica República, confianza si no ciega, si bastante embriagadora, por Rusia, engagement de Gide, actitudes de Mann, Einstein, etcétera”.
4/ El especialista británico David Caute se atreve a aventurar: “en el caso de Gide, los aspectos privados y públicos de su vida se confundieron y no es calumnia señalar que su tardío compromiso con el comunismo fue, en parte, promovido –aunque no provocado desde el comienzo- por consideraciones personales hacia ciertos jóvenes amigos, particularmente hacia el comunista holandés Jef Last. Y como entre los partidarios de Trotsky está el joven y atractivo autor de Straits in the Gate, Gide se sintió obligado a viajar, simultáneamente, en direcciones generalmente consideradas incompatibles (El comunismo y…, p.135). Esta conjetura, aparte de reducir drásticamente su evolución personal, no tiene en cuenta que Last: a) no fue nunca “trotskysta”; b) que acompañó a Gide a la URSS sólo al principio; y c) en el Congreso de Valencia se mantuvo al lado de la posición más oficialista.
5/ Serge e Istrati (junto con Borís Souvarine) denunciaron ya la burocracia estalinista en un libro testimonio escrito a finales de los años veinte, Vers l´autre flamme, que no sería editado en francés hasta muy recientemente y del que existía una traducción en castellano de Julián Gorkin editada aquí en 1929. Istrati pagaría luego muy caro su “trotskysmo” prematuro.
6/ Mario Muchnik efectuó en 1985 una edición del Retour que incluía los Retouches.
7/ Sobre “el incidente Gide” (que sería “reivindicado” por los próceres neoliberales del Congreso de Intelectuales de Valencia de 1987 contra la URSS y Cuba con Semprún, Vargas Llosa y Muñoz Suay al frente), ver el riguroso trabajo de Manuel Aznar Soler, Pensamiento literario y compromiso antifascista de la inteligencia española (E. Laia, Barcelona, 1979).
8/ Jules Romains (1885-1972) obtuvo una gran celebridad en los años veinte-treinta, en particular con Knock o el triunfo de la medicina, y con Los hombres de buena voluntad, un testimonio naturalista de la III República. Sobre la relación entre Trotsky y algunos escritores franceses me he referido en la introducción de mi recopilación Por un arte revolucionario independiente (Ed. El Viejo Topo, Barcelona, 1999).
9/ Sobre este capítulo resulta esclarecedora la entrevista que Salvador López Arnal efectúa a Xavier Folch en El Viejo Topo nº 140 correspondiente a mayo de 2000.
(10) Esta recopilación efectuada por el laborista de izquierdas Richard Crossman, fue considerada en su día como un instrumento anticomunista en una época en que toda crítica contra el estalinismo era considerada como tal. El libro comprende los testimonios de tres exmilitantes, Koestler, Ignacio Silones y Richard Wright, amén de tres simpatizantes, Gide, Louis Fisher y Stephen Spender, y dio lugar a un magnífico trabajo por parte de Isaac Deutscher, Herejes y renegados (Ariel, Barcelona, 1971). Deutscher establece una nueva distinción entre los comunistas de primera hora como Silone y los que llegaron al estalinismo como Koestler, y trata de diferenciar entre los herejes que critican las deformaciones y los que reniegan de sus inquietudes revolucionarias para reconciliarse con las clases dominantes.

Pepe Gutierrez Alvarez
Artículo publicado en el número 151 de El viejo topo, abril 2002.

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