sábado, julio 02, 2016

Por la ruptura de la UE, por gobiernos de trabajadores



El Brexit ha puesto a la orden del día la amenaza de disolución de la Unión Europea (UE). Es cierto que las tendencias a la disgregación ya estaban fuertemente instaladas en el escenario europeo. Pero la salida de Gran Bretaña representa un salto en este proceso.
En contraste con el escenario idílico de “armonía” y “cooperación” que pintaron sus promotores y apologistas, la Unión Europea ha emergido con su verdadero rostro. La UE no constituye una superación histórica de las fronteras nacionales. Su creación ha apuntado al rescate de Estados nacionales devaluados y desacreditados, y ha procurado restablecer la dominación política de la burguesía europea, comprometida por crisis políticas recurrentes y por la descomposición capitalista. Mucho antes que el Brexit, la crisis que estalló en Grecia fue la expresión más concentrada del grado de explotación y humillación a que fueron sometidos los pueblos de Europa, en especial los periféricos, bajo los dictados despóticos de la troika (Comisión Europea, Banco Central Europeo y el FMI), un órgano supranacional comandado por las grandes potencias y el gran capital.
No se puede colocar, obviamente, un signo igual entre el Grexit de un país oprimido y el Brexit de un país opresor. Pero hay una cuestión que debe ser apreciada en toda su dimensión. El voto de la clase obrera inglesa, afincada en el norte industrial, fue a favor del Brexit, siendo determinante para el resultado final que arrojó el referéndum. Los trabajadores, ya no de la castigada Grecia, sino de de una de las principales potencias, ven a la Unión Europea como una fuente de privaciones, en sacrificios sin precedentes, y de retroceso en sus condiciones de vida y laborales.

Polarización falsa

Los trabajadores ingleses, pero lo mismo vale para el resto de los de Europa, están atrapados en una polarización ficticia, alrededor de la disputa entre dos bloques capitalistas. Se los llama a optar entre permanecer o retirarse de la UE, cuando ambas salidas están unidas a una política de ataque en regla a los trabajadores.
Quienes abogan por la salida de la UE plantean una devaluación de la libra y lograr una mayor “competitividad” del Reino Unido, un eufemismo para abogar por una desvalorización de la fuerza de trabajo.
Un resultado semejante, por otras vías, es el que depara la permanencia en la UE, a través de la imposición de ajustes y recortes de conquistas sociales y laborales. Las ilusiones en que la Unión Europea podía ser una vía de progreso se ha desvanecido. Esta tendencia se extiende también a la clase obrera de las otras potencias europeas. Es el caso de Francia, donde asistimos a una rebelión contra la reforma laboral. En la base de este fenómeno, está la bancarrota capitalista, que transita su noveno año y que hace su trabajo implacable de topo. La crisis de sobreproducción y la amenaza de una depresión económica han acentuado las tendencias a una guerra comercial y financiera entre los Estados.
La atomización nacional del capital monopolista en Europa no ha sido superada ni por la creación de un Banco Central ni por una moneda única. Las “ventajas“ que prometía la política de libre comercio se ha transformado en su contrario, en un factor de agravamiento de la crisis. Los estados nacionales son más que nunca las herramientas de los monopolios en la lucha por la supremacía en el mercado mundial. Esta disputa, a su turno, alienta la competencia ruinosa entre los trabajadores, que los Estados imponen a través de ajustes en regla.

La izquierda entrampada

La izquierda ha quedado atenazada entre estas dos variantes capitalistas, y como furgón de cola de los bloques en disputa. Una franja mayoritaria de la izquierda democratizante rechaza plantear la ruptura de la UE. Considera que la unificación continental, aún en los términos actuales, es un eslabón y estadio progresivo en la batalla por una Europa socialista.
Esta negativa a pelear por la ruptura de la UE en términos de independencia de clase, favoreció el accionar de la derecha, la cual comandó la campaña en Reino Unido, con un eje chovinista y reaccionario, que procuraba disimular el tema económico de la separación. Uno de los principales heridos por esta elección es el ala izquierda del laborismo, que apoyó el Remain, pero prefirió hacer una campaña de bajo perfil y terminó siendo ignorada por su electorado.
La derecha logró explotar a su favor la corriente "anti-Brexit". Es lo que ocurrió en España, cuando -después del Brexit- se agitó el carácter chovinista y reaccionario de los aislacionistas, volcando a una fracción del electorado al voto al PP. La principal víctima de este proceso fue Podemos, aún cuando aboga por permanecer en la UE y ha ido adaptándose a las imposiciones de la troika. A la hora de permanecer en el campo de los ajustadores europeístas, el electorado eligió a su versión original, no a una copia desteñida.
Los trabajadores están pagando muy caro esta bancarrota política y teórica de la izquierda. Las tendencias a la disolución de la Unión Europa, que van de la mano de derrumbe de los regímenes políticos y de grandes convulsiones sociales, ponen a la orden del día la lucha por gobiernos obreros que rompan con la UE. El eventual retorno a las fronteras nacionales, bajo la emergencia de gobiernos de trabajadores, lejos de consagrar una involución histórica, representaría un progreso político y un salto en la perspectiva de los Estados Unidos Socialistas de Europa.

Pablo Heller

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