La corrupción puede desarmar la revolución por dentro. A esa conclusión se llega al escuchar las declaraciones del presidente Nicolás Maduro y del Fiscal General, Tarek William Saab. El primero afirmó que se trata del principal enemigo del proceso, el segundo es quien semana tras semana presenta en público el mapa creciente de la extensión del problema.
Áreas: abarca, por lo que se ha dicho, la Faja Petrolífera del Orinoco (FPO) y varias divisiones de Pdvsa -como Petrozamora-; las importaciones, como aparece con 900 primeros casos ligadas a Cadivi/Cencoex; salud, como se vio con varias detenciones. Es decir que está presente en el petróleo, de donde proviene 95% de las divisas del país, en el sistema de importaciones, en una economía con altos niveles de importación en productos esenciales, y en un área -literalmente- vital como es la salud.
Actores: el poder judicial; redes de extorciones públicas/privadas; miembros de la dirigencia del Psuv -como lo fue, por ejemplo, García Plaza-; empresarios nacionales y transnacionales; directores de instituciones públicas, la trama financiera que permite la fuga de los capitales. La corrupción es transversal, crea nudos de unión entre actores diversos, atados por el enriquecimiento ilícito a costa del bien público, de la revolución.
Dimensiones: ¿cuál es el monto robado? Según el Fiscal General, se trata del desfalco y daño patrimonial más grande de los últimos treinta años. En el caso de la industria petrolera declaró que han existido 41 mil contratos a dedo, por un monto de más 35 mil millones de dólares -solo 10 contratos con sobreprecio de más del 230% causaron un daño de 200 millones de dólares-.
La fecha de inicio de la trama de corrupción es el 2008, un año más tarde que en la Fiscalía General. Casi diez años de mafia, miles de millones robados en áreas estratégicas de la economía.
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El cuadro y el análisis es complejo. En particular porque se trata de una zona que hasta el momento era casi monopolio discursivo de la derecha. Un caballo de batalla opositor: desde Estados Unidos se “advierte sobre la corrupción pública generalizada en Venezuela”, según Luisa Ortega Díaz “la corrupción es lo que tiene sumida a Venezuela en esta crisis”, y en diferentes páginas se destaca que el país es uno de los más corruptos del mundo. No es casualidad, se trata de una matriz de opinión que busca aislar, demonizar, justificar sanciones actuales y las que vendrán.
La batalla es simultánea. Existe una dimensión comunicacional: asumir el problema, como Maduro y William Saab, nombrarlo públicamente y enfrentarlo. Reconocer otorga credibilidad: la situación económica tiene un componente de problema propio, de corrupción.
Luego una dimensión de verdad: saber qué pasó, quiénes fueron, cómo hicieron. De justicia: que existan detenciones, juicios, cárcel, repatriación de lo robado. También explicativo: por qué pasó, cómo fue posible que se desarrollara en esas dimensiones, dónde estuvo la falla, la ausencia de justicia, la complicidad.
La explicación, por el momento, se ha centrado en dos grandes causas: la responsabilidad de la Fiscalía General, y, como dijo William Saab, un “plan de ataque a la industria petrolera para descapitalizar nuestra producción y llevar el dinero a los Estados Unidos”. La intuición lógica lleva a pensar que existen más factores. Que esos dos, reales, no logran dar la explicación completa del cuadro. Reales porque efectivamente la geografía de la corrupción reposa sobre áreas claves y es un palo en la rueda de una economía bajo ataque -es una complicidad de hecho con la estrategia de guerra de desgaste y colapso- y porque las pruebas contra Luisa Ortega aparecen a borbotones y fundamentan una parte central de la impunidad.
¿Qué otras causas han permitido la expansión? En las respuestas que se construyan se podrá armar el mapa de los errores, los puntos que hicieron que lo solido se desvaneciera a veces en el aire. Si no se corrigen, ¿cómo evitar que la corrupción no se apodere de cada nueva iniciativa?
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Hasta dónde se ha expandido la corrupción. No se trata solamente de zonas estratégicas, empresariales, institucionales, políticas, sino también de aguas abajo. En particular en una sociedad enfrentada desde hace varios años a desabastecimientos en alimentos, salud, productos de higiene, repuestos de carros etc., donde los canales de distribución han sido muchas veces alterados -se encuentran las cosas por otras vías-, los precios aumentan de manera impune, y lo común se volvió a veces extraordinario.
Estamos en una guerra que ha creado las condiciones para la expansión de la corrupción de manera transversal.
“Donde hay una necesidad nace un derecho”, decía Eva Perón. Donde hay una necesidad nace un negocio, podría ser una versión cruda para dimensionar lógicas que se han instalado en estos años. Esto es la antítesis del chavismo, una batalla de valores -la solidaridad colectiva vs pobres contra pobres-, cultural, identitaria, planteada así por quienes idearon las profundidades del conflicto: no se trata solamente de recuperar el poder político sino de desmontar la cultura política chavista construida durante el proceso revolucionario. Dinamitarlo desde abajo, que el sálvese se imponga al resolvamos juntos.
Por eso el Clap resultó estratégico: planteó una solución organizativa a un problema individual, que se hizo, en ese movimiento, colectivo. ¿Hay corrupción en algunos Clap? Sí. Su existencia -por acción de funcionarios o de vecinos- no invalida la direccionalidad y potencia de la experiencia -basta recordar las dimensiones que habían alcanzado las colas antes de la aparición de los Clap.
Complejizar el análisis no significa igualar las responsabilidades. Existe una diferencia evidente entre los gerentes de Pdvsa Occidente presos por desfalco a la nación y los bachaqueros en la salida del metro con productos Clap.
Es necesario subrayar esa distancia para evitar el castigo a lo evidente como política de justicia parcializada y clasista, y para impedir que se disminuya el peso que recae sobre quienes dirigen hilos de la economía, la política, las instituciones. Y porque, ante este escenario, se debe comenzar desde arriba con el ejemplo público: hacia empresarios, funcionarios, dirigentes políticos corruptos.
No existe solución inmediata. Combatir la corrupción significa, además de la batalla económica, una disputa por el sentido común, por no entregar ese nudo crítico a quienes fundaron y sostienen sus riquezas en el crimen y el robo. Reconocer públicamente el problema, nombrarlo, avanzar en investigación y castigo es la dirección que se necesita, en particular cuando es uno de los problemas más sentidos por la mayoría -otros dos son el aumento de precios y el desabastecimiento de medicamentos, ligados a su vez con la corrupción-. El chavismo tiene la tarea histórica de enfrentar un mal que fue heredado, y puede desarmar la revolución por dentro en complicidad con la guerra que enfrentamos.
Marco Teruggi
La Tabla
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