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domingo, enero 21, 2018
Julio Álvarez del Vayo (y su retrato de Trotsky)
No me consta que desde la altas estancias del PSOE se haya realizado ninguna clase de esfuerzo por el reconocimiento de Julio Álvarez del Vayo (Villaviciosa de Odón, 9 de febrero de 1891 – Ginebra, 3 de mayo de 1975) fue un destacado jurista, periodista, diplomático y militante reconocido del ala “caballerista” en el PSOE. Años más tarde, en el exilio, radicalizaría sus posturas, por lo que fue expulsado del PSOE y formó la Unión Socialista …
Hijo de un oficial, tuvo una educación europea, había destacado como periodista recorriendo los campos de batalla durante la I Guerra Mundial, y más tarde el escenario de la revolución alemana (donde conoció a Rosa Luxemburgo: “La conocí en un congreso (…) era muy bajita, y necesitaba un banquillo para subirse en él cuando tenía que hablar. Un día, sus adversarios políticos le escondieron el banquillo, y yo, muy caballeroso, se lo fui a buscar. Desde entonces nos hicimos muy amigos. Muy ligado a Largo Caballero, del Vayo gozó de una importante influencia sobre éste hasta el punto de que -se cuenta- por consejo suyo que Largo Caballero consintió la unificación entre las juventudes socialistas y comunistas que bajo el liderazgo de Santiago Carrillo serían fundamentales para el crecimiento del PCE. Fue uno de los principales animadores intelectuales de la izquierda caballerista. Había sido embajador republicano en México en 1931, y volvió, tal como se proponía, a ocupar un cargo oficial, el ministerio de Asuntos Exteriores cuando estalló la guerra. Al frente de este departamento fue atemperando sus posiciones más radicales, preocupado sobre por el acercamiento ruso-español.
Más tarde, como comisario general de la guerra, profundizó su influencia rusófila y estalinista, facilitando el avance de la hegemonía comunista en el ejército. Acusado de ser un instrumento comunista, perdió el poder con la caída de gobierno Caballero, para recuperarlo con Negrín, a la orden del cual Julio, intentó encontrar un mayor apoyo para la causa de la una República gubernamentalista. En este sentido, destacaron especialmente sus intervenciones para conseguir el apoyo de la Sociedad de Naciones. Cuando huía hacia Valencia desde Madrid con el gobierno, los anarquistas lo obligaron a volver a punta bayoneta al frente. Para éstos simbolizaba la política antirrevolucionaria dentro del bloque republicano. Una vez en el exilio, fue expulsado del PSOE “pero nunca –dirá- se consideró fuera de él”; años más tarde intento ser readmitido, pero Rodolfo Llopis le exigió el abandono de otras filiaciones, y del Vayo no aceptó.
Álvarez del Vayo estuvo en Rusia durante la guerra civil y llegó a a tratar con Lenin y a Trotsky. En 1926 escribió La nueva Rusia, libro en el que resume los viajes que efectuó a este país en relación a la URSS y al papel de Trotsky, cuenta con dos tiempos claramente diferenciados. En el primero figura como el entusiasta prologuista de Mis peripecias en España (1933), en un tiempo en el que Trotsky seguía siendo –junto con Lenin- el principal personaje de la odisea revolucionaria. Hasta mitad de los años treinta, fue uno de los más constantes partidarios de un entendimiento con la oposición española, obsequioso amigo personal de Juan Andrade y de María Teresa García Banús…Durante la guerra civil empero, se mostrará como el “muro” institucional con el que –según sus propias palabras- se encontró Dos Passos en España, e hizo la vista gorda” ante el caso de José Robles, tema sobre el que Julio es retratado en la conocida obra de Ignacio Martínez de Pisón, “Enterrar a los muertos” (Seix Barral. Barcelona, 2005).
Luego repitió idéntico papel durante la campaña antipoumista. Así, en sus notas autobiográficas, “Una vida bien vivida” (www.fundanin.org), Mª Teresa cuenta: “Igualmente tuve una entrevista tumultuosa con Álvarez del Vayo, entonces gran comisario de guerra pero que no hacía muchos años nos dedicaba sus libros con palabras exultantes a nosotros como revolucionarios, y que incluso nos había regalado un magnífico jarrón de cristal de Bohemia cuando nos casamos. Estalinista cerrado en aquellos momentos, tuve que llamarle cobarde por no atreverse a negar que fuéramos fascistas. Así multipliqué mis visitas a todos aquellos que creía que pudieran ofrecernos alguna pista de donde estaban los desaparecidos”.
En 1964 los maoístas del PCE marxista-leninista lo convencieron para presidir el FRAP, cargo que mantuvo hasta su muerte. De manos de esta corriente política, del Vayo fue tratado como una “figura”, y recibido con honores de jefe de Estado por los líderes comunistas oficiales chinos. Visitó China en cuatro ocasiones y fruto de estos viajes fueron dos libros: China al alcance de todos, y China vencerá. Su legado político, con todas su contradicciones, lo plasmó en sus memorias, Las batallas de la libertad (1953), editadas en francés por Maspero a finales de los años sesenta, y que sin embargo, no se ha editado por estos lares (aparte de la edición de Grijalbo. México 1940, “Lucha por la libertad: memorias”, que yo sepa no han sido reeditadas), al menos que yo sepa si bien los del PC m-l, lo tuvieron en un santuario muy poco visitado.
Lo cual, dado el gran número de ediciones de todo tipo que se han hecho desde la “apertura” franquista de finales de los años sesenta, no deja de resultar harto significativo. Ni el PSOE, ni el PCE se han molestado especialmente en recuperar su biografía.
Nota aparte. En un prólogo titulado El papel de Trotsky en los primeros años de la Rusia soviética que se incluyó en la primera edición de Las peripecias en España, en una traducción de la edición soviética de Andreu Nin, Julio Álvarez del Vayo escribió: “El automóvil de Trotsky se detuvo frente al Kremlin y ello me permitió observarle de cerca una vez más. Iba solo y parecía preocupado. De pronto volvió la cabeza en un movimiento muy suyo y que bastaba para sacarle una instantánea psicológica. Era el Trotsky de siempre: la suprema energía hecha hombre.
Le había oído hablar (lías atrás en una asamblea convocada con objeto de popularizar la creación de una gran industria química al servicio de la defensa nacional.
El tema de su discurso no podía despertar singular expectación en aquellos días en que la atención general se fijaba en el próximo Congreso comunista, donde se creía iba a resurgir la antigua polémica entre Trotsky y el Comité Central.
Pero bastaba el simple anuncio de que hablaría —el tema no hacía al caso— para que la gente se disputase el oírlo.
Era el líder más popular entre las masas, y la 4 ovación delirante con que le saludó el auditorio de tres mil personas que llenaban aquella tarde el Teatro Académico, nos los confirmó.
Su ascendiente, particularmente fuerte entre el elemento joven, nace de su propia y extraordinaria personalidad. Los otros tenían la fuerza que les daban sus respectivas posiciones: Stalin, porque en sus manos se halla el secreto del buen funcionamiento del partido; Zinóviev, por el apoyo que recibía de la Tercera Internacional y por la importancia de Leningrado, donde dominaba; Kámenev, porque hasta el XIV Congreso del partido (diciembre de 1925), en que se pasa abiertamente a la oposición, simboliza el espíritu conciliador. La fuerza de Trotsky residió siempre en ser Trotsky.
En el ocaso (le los dioses que sigue a la muerte de Lenin, acentuándose a medida que los jefes de segundo orden, después (le varios años de oscura colaboración e incondicional obediencia, comienzan a querer decidir en la orientación del partido, es el único que continúa ejerciendo sobre el amplio frente la fascinación de su poderosa y casi irresistible personalidad.
Su obra, el Ejército Rojo, es una de las grandes empresas de nuestro siglo e indiscutiblemente su mayor timbre (le gloria. Sólo su genio puede explicar el que un desterrado, semita por añadidura, un literato, ponga cima en medio (le las mayores dificultades de todo orden a la magna labor (le crear un ejército disciplinado de entre los restos de una soldadesca desmoralizada, asombrando al viejo generalato —como confesó en Leningrado un general zarista— y suscitando comentarios elogiosos de sus mismos adversarios. Ya uno de sus biógrafos no bolcheviques, Oscar Blun, dijo de él “que acaso sea el primer ministro de la Guerra que Rusia ha tenido”. Pero (le más peso aún, por tratarse de un técnico en cuestiones militares, es la opinión del famoso coronel Max Bauer, antiguo jefe en el Alto Mando alemán y uno de los directores del golpe de Estado de von Kapp. Bauer, que pasa por ser el verdadero espíritu rector del movimiento ultranacionalista alemán, acaba (le reunir en un libro, Das Land der roten Zaren (El país de los zares rojos), sus impresiones de un viaje por Rusia. He aquí cómo lo juzga: “León Davidovich Trotsky es el organizador militar y el caudillo innato, La forma en que creo un ejercito de la nada, organizándolo e instruyéndolo en momentos de dura lucha, es absolutamente napoleónica”.
En otro pasaje de su libro, Bauer escribe así la situación del ejército ruso antes de intervenir de intervenir Trotsky: “La oficialidad había perdido toda autoridad bajo Kerensky, que fue el primero en relajar la disciplina. El ejército iba deshaciéndose cada día más y en este, proceso de descomposición le llevaba, como siempre la delantera la flota. Por dondequiera que se miraba no se veía sino soldados sublevados que robaban, destruían y asesinaban. Era un caos general. Parecía que todo iba a hundirse en un horno de brujas”.
Trotsky organiza el Ejército Rojo sobre la marcha, bajo el fuego mismo de la contrarrevolución. Europa entera parece haberse conjurado contra la Rusia soviética. Consideremos la situación en el verano de 1918. Los aliados han ocupado Arkángel. En Ucrania sigue Skoropadski amenazando a Rusia, sostenido por los alemanes, mientras en Finlandia las tropas de von der Goltz secundan el plan contrarrevolucionario del gobierno blanco. Dueños de VIadivostok, los japoneses dudan un momento si prosiguen el avance. Las legiones checas dan bastante que hacer en el Volga y consiguen a principios de agosto apoderarse de Kazán. En 1919 tiene lugar la gran ofensiva combinada de Koltchak, Denikin y Yudenitch, y en abril del año siguiente entra en acción el ejército polaco de Pilsudski, llegando hasta Kiev.
La campaña intervencionista contrarrevolucionaria se prolonga en diversas fases hasta noviembre de 1920, en que Wrangel —la última esperanza de la reacción europea— es definitivamente derrotado.
Durante esos dos años la actividad de Trotsky no conoce límites. Recorre Rusia de un extremo a otro, sosteniendo con su presencia a los soldados rojos. Un día aparece en los Urales; otro, en el frente lituano; otro, en Ucrania. Sabe aprovechar el movimiento de efervescencia patriótica que provoca en Rusia la ofensiva polaca para completar los cuadros de oficiales con los mejores elementos del antiguo ejército zarista. Su talento literario y sus cualidades tribunicias facilitan esta gran cruzada heroica. Orador sin igual en la nueva Rusia, sabe encontrar la palabra justa que inflame los espíritus. Hay momentos, como cuando se dirige a las tropas que va a lanzar contra Kazán para desalojar de allí a los checos, en que la revolución y la patria se confunden con él.
Judío como Lasalle, su origen tampoco le impide ser el tribuno —y en este caso más aún: el héroe nacional— de un pueblo que siente cual ningún otro el orgullo de raza”.
Pepe Gutiérrez-Álvarez
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