En pleno aniversario de la Revolución de los Jazmines, miles de personas vuelven a manifestarse en Túnez contra la austeridad y las prácticas autoritarias heredadas del régimen dictatorial
Coincidiendo con el séptimo aniversario de la denominada Revolución de los Jazmines, considerada como el detonante de la Primavera Árabe, la indignación prende en una veintena de ciudades de Túnez en forma de protestas contra la política de recortes y austeridad propuesta por Youssef Chahed, primer ministro desde 2016 por el partido laico Nidaa Tounes, cuyo presidente Beji Caid Essebsi venció las elecciones de 2014 y formó una coalición de gobierno con los islamistas conservadores de Ennahda.
Las revueltas de 2011 lograron expulsar al dictador Ben Ali e instaurar la democracia en Túnez. No obstante, la política actual continúa reproduciendo algunas de sus viejas prácticas, sin conseguir sacar a flote la desmembrada economía tunecina. El desempleo se sitúa ya en el 15% de la población activa (40% en el caso de los jóvenes), la deuda pública asciende al 70% del PIB y la devaluación del dínar hace mella en las economías de los hogares, que en 2017 vieron subir los precios un 6%.
‘¿A qué esperamos?’ Esa es la pregunta que da nombre al movimiento ‘ Fech Nestannew? ’ (en dialecto tunecino), que un grupo de jóvenes indignados puso en marcha el simbólico día 3 de enero, aniversario de los ‘motines del pan’ de 1983, para hacer un llamamiento a la movilización contra la nueva Ley de Finanzas aprobada por Chahed, que según sus detractores, impondrá medidas de austeridad que aumentarán el coste de vida, el desempleo y la precariedad de los servicios públicos.
“¡El pueblo quiere la caída del presupuesto!”, es uno de los principales lemas que se escuchan estos días en las calles tunecinas. La chispa de la indignación prendió en las ciudades más desfavorecidas del país, pronto se transformó en llamas después de que Khomsi el-Yerfeni, uno de los muchos tunecinos indignados con la falta de trabajo, falleciese el pasado lunes durante una manifestación en Tebourba, al norte de Túnez capital. Varios testigos aseguran que el-Yerfeni fue atropellado por un coche de policía, mientras que las autoridades achacan su muerte a un fallo respiratorio. Desde entonces, la ola de indignación se ha contagiado por varias ciudades. Con el Ejército desplegado desde el martes pasado para controlar los enfrentamientos entre manifestantes y agentes, así como los ataques a comisarías de policía y otros bienes públicos, varios activistas, sindicatos y movimientos siguen llamando a la población a manifestarse de forma pacífica. El número de detenidos asciende ya a 778 personas, según el último balance del Ministerio del Interior, y los heridos se cuentan por decenas.
La crisis económica, talón de Aquiles de la ‘primavera tunecina’
“Gracias a la Revolución me mudé a Túnez capital, centro político y social del país en aquel momento, y monté mi propio consultorio”, cuenta Rym El Ghid, una joven dentista que considera que el giro político del país le permitió rebelarse como ciudadana y conocer a muchas personas nuevas, algo que no le era posible en el los viejos tiempos de censura. El Ghid cree que la situación económica del país empeoró con los nuevos gobiernos, no obstante no se arrepiente de haber participado en la Revolución: “Si volviese atrás en el tiempo, volvería a hacerla porque realmente necesitábamos un cambio político”.
Tras 56 años de gobiernos autoritarios en Túnez, primero bajo el férreo puño de Habib Bourguiba y después bajo el de su sucesor, Zine el-Abidine Ben Ali, la Revolución que comenzó en 2011 conquistó su primer gobierno democrático y concibió una nueva Constitución -la primera aprobada en democracia, segunda desde que el país se independizase de Francia en 1956-.
“La Revolución tunecina no sólo representaba una protesta de índole política, también partía de un claro malestar por la marcha de la economía, por la corrupción y por la acumulación de la riqueza en unas pocas manos”, explica Ignacio Álvarez-Ossorio, profesor de estudios árabes en la Universidad de Alicante, quien considera que siete años después la situación no ha mejorado. “Un crecimiento económico del 2% es insuficiente para crear empleo, las inversiones se han reducido a causa de la inestabilidad y los atentados del ISIS han espantado a los turistas, dando el golpe de gracia a la economía tunecina”, añade este académico especializado en la Primavera Árabe.
Una economía ya lastrada en el régimen de Ben Ali, que tras la Revolución recibió varios préstamos del Banco Mundial y el FMI, entre ellos los aprobados en 2016 de 4.100 y 2.400 millones de euros respectivamente, a cambio de profundas reformas fiscales. Para cumplir con sus acreedores, el Gobierno tunecino propuso una nueva Ley de Finanzas que prevé apretar el cinturón del gasto público, aumentar los impuestos directos e indirectos y congelar los salarios públicos, entre otras medidas. Instituciones como el Consejo de Derechos Humanos de la ONU o el Real Instituto Elcano ya alertaron de los riesgos de la desregulación del mercado de trabajo en Túnez. No obstante, el Ejecutivo de Chahed pide paciencia, asegurando que 2018 será el último año de penurias para los desempleados y comerciantes, que pierden el sueño incrédulos ante la falta de oportunidades y el insostenible aumento del coste de vida.
Hay quien, ante la falta de esperanza, anhela de nuevo la vuelta del antiguo régimen. “El único beneficio de la Revolución ha sido poder hablar, pero solo eso. ¿Para qué hablar si no hay ni turistas ni empleo?”, se pregunta Battikh Abderazak, originario de Monastir y propietario de una tienda de artesanía familiar. Este artesano y comerciante asegura que varios de sus amigos tuvieron que cerrar sus negocios. “Lo que el pueblo necesita es un buen líder”, añade con expresión de desprecio mientras sus manos dibujan el gesto de quien sujeta con fuerza unas riendas.
La diferencia de opiniones sobre la Revolución refleja que buena parte de la población no se identifica aún con el proceso de reforma político tunecino, una debilidad que podría costar caro al movimiento de indignación actual, que todavía no ha conseguido alcanzar e integrar a todas las capas de la sociedad. Esta idea es defendida por activistas como la reconocida bloguera y escritora Lina Ben Mhenn . “Si no conseguimos atraer a todas las clases sociales, corremos el riesgo de que las manifestaciones no se traduzcan en una conquista sino en miedo y en desgaste”, afirma Ben Mhenn.
Libertad de expresión en peligro
Las muestras artísticas estuvieron en primera fila durante el soplo de aire fresco inicial que la Revolución trajo a Túnez. Sin embargo, las voces de contestación política, así como los movimientos de oposición -liderados principalmente por el sindicato de la Unión General Tunecina del Trabajo (UGTT), uno de los más movilizados de todo el Magreb y pieza clave de las manifestaciones de 2011, junto con la débil coalición de partidos políticos de izquierda- se toparon rápidamente con viejos obstáculos.
De esta forma, la libertad de expresión pasó a ser para muchos activistas casi como un espejismo que se repite y se convierte en un estímulo para continuar hacia adelante. Muchos de los cientos de personas detenidas durante estos últimos días se encuentran privados de libertad por haber desafiado las ideas del actual gobierno, y sus prácticas heredadas de los anteriores regímenes autoritarios. Otros permanecen arrestados por haber llamado a la movilización, como sucede con algunos de los líderes y fundadores del movimiento Fech Nestannew?
La activista Ben Mhenn repite con ironía el principal eslogan de las manifestaciones de 2011 (“Empleo, libertad y dignidad”) para afirmar con rotundidad que ninguno de esos objetivos ha sido alcanzado. “Tuvimos un año o dos de libertad de expresión, pero eso no perduró. En los medios occidentales no se habla mucho, pero cada día hay ataques a la dignidad humana, detenciones de blogueros, periodistas, raperos… Además de la violencia policial arbitraria”, declara esta mujer de 34 años, conocida por investigar los casos de violencia policial y la represión por parte de formaciones políticas islamistas. Ben Mhenn vive el miedo a la represión en sus propias carnes. “Casi cada día me contactan personas que han sido abusadas por las fuerzas de seguridad”, añade mientras explica que se encuentra amenazada de muerte por grupos terroristas. Cuenta con protección policial por orden del Ministerio del Interior, aunque los mismos agentes que la protegen ya la llevaron a la boca del lobo en varias ocasiones. En 2014, su propio guardaespaldas la entregó a una comisaría de policía en la que una veintena de agentes le propinó una paliza. “Al denunciar, la acusación se volvió contra mí, dijeron que fui yo quién agredió a los agentes”, cuenta Ben Mhenn. Después de tres años de proceso judicial, a principios de este mes de enero fue declarada inocente. “Quieren intimidarme y callarme, pero no lo están consiguiendo”.
A pesar de los hilos sueltos y las incógnitas sobre la Revolución, la indignación recorre de nuevo las calles de Túnez con la esperanza, en esta ocasión, de bloquear las medidas de austeridad del gobierno y lograr unas condiciones de vida dignas. La población tunecina, que en 2011 se convirtió en un ejemplo de éxito revolucionario, no baja la guardia ni cesa en demostrar su capacidad de movilización.
Luna Gámez y Semmada Arrais
La Marea
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