Blog marxista destinado a la lucha por una nueva sociedad fraterna y solidaria, sin ningún tipo de opresión social o nacional. Integrante del Colectivo Avanzar por la Unidad del Pueblo de Argentina.
domingo, abril 01, 2018
Lev Davidovich
Jean Van Heijenoort realiza una impecable semblanza de León Trotsky luego de su asesinato.
Cuando Engels se extinguió apaciblemente en Londres, cargado de años, patriarca venerado de la socialdemocracia internacional, el siglo que terminaba separó las revoluciones burguesas de las revoluciones proletarias, el jacobinismo del bolchevismo. La transformación del mundo, anunciada por Marx, iba a convertirse en la tarea inmediata y los revolucionarios conocerían vicisitudes sin igual. De hecho, los cráneos de los tres más grandes jefes revolucionarios desde Engels recibieron los golpes de la reacción. El futuro historiador no podrá dejar de ver allí uno de los signos distintivos de nuestra época. Deberá destacar también de dónde venían los golpes. El cráneo de Lenin fue perforado por una bala de la “socialista revolucionaria” Fanny Kaplan(1). El cráneo de Rosa Luxemburgo fue roto a golpes de culata de fusil por la soldadesca del “socialdemócrata” Noske(2). El cráneo de Trotsky fue abierto por el piolet de un mercenario del “bolchevique” Stalin. Nuestra época de crisis, con sus saltos bruscos y su ritmo febril, usa siempre más rápido a los partidos y a los hombres. Aquellos que en la víspera aún representaban la revolución se vuelven instrumentos de la reacción más oscura. Esta lucha entre la cabeza del proceso histórico y su pesada y fatigosa cola toma su forma más dramática en el duelo entre Trotsky y Stalin, precisamente porque ella se desarrollaba sobre la base de un estado obrero ya establecido. Trotsky –llevado al poder por la explosión revolucionaria de las masas, perseguido y abatido cuando se sucedieron las derrotas del proletariado- se convirtió en la encarnación misma de la revolución.
Se sirvió de un físico asombroso. Lo que sorprendía ante todo, era la frente, fenomenalmente alta, vertical y no exagerada por la calvicie. Luego los ojos, azules, profundos, la mirada fuerte y segura de su fuerza. Durante su estadía en Francia, Lev Davidovich debió viajar frecuentemente de incógnito para simplificar los problemas de seguridad. Mientras, afeitaba su barba, aplastaba sus cabellos a los costados, los dividía con una raya al costado. Pero cuando trataba de abandonar la casa y mezclarse en el público, yo estaba siempre asustado: “no, es imposible, el primer transeúnte lo va a reconocer, él no puede cambiar su mirada...” Luego, cuando Lev Davidovich se ponía a hablar, era la boca la que llamaba la atención. Que hablara en ruso o en lenguas extranjeras, los labios se esforzaban por pronunciar claramente las palabras. Le irritaba escuchar a otros hablar confusa y precipitadamente y se imponía siempre asimismo una elocución perfectamente distinta. Era únicamente dirigiéndose en ruso a Natalia Ivanova que su modo de hablar se hacía a veces más apretado y menos articulado, descendiendo hasta el cuchicheo. Cuando se entrevistaba con visitantes en su oficina, las manos, al principio apoyadas sobre el borde de la mesa de trabajo, se agitaban pronto en gestos amplios y cerrados, como para colaborar con los labios a modelar la expresión del pensamiento. La cara rodeada de cabellos, el porte de la cabeza y todo el mantenimiento del cuerpo eran fuertes y soberbios. La talla estaba por encima de la media, el pecho fuerte, la espalda amplia y robusta y las piernas parecían, en comparación, un poco débiles. Sin duda es más fácil para el visitante de un día decir lo que vio en la cara de Trotsky que para alguien que estuvo varios años a su lado, en las circunstancias más diversas. Lo que no he visto jamás en él, es la más ligera expresión de vulgaridad. Tampoco se podía encontrar en él lo que se llama ingenuidad. Pero no faltaba cierta gentileza, viniendo sin duda de la formidable inteligencia que se sentía siempre dispuesta a comprenderlo todo. Lo que se veía comúnmente, era un ardor juvenil, jovialidad para todo emprendimiento y al mismo tiempo habilidad para entusiasmar a los otros a colaborar con la empresa. Cuando se trataba de fustigar a un adversario, esta suerte de alegría se convertía rápidamente en ironía, mordaz y maliciosa, alternando con un gesto de desprecio, y cuando el enemigo era particularmente canalla se tocaba, por un instante, casi con la burla. Pero el ímpetu volvía rápido. “¡Los venceremos!”, amaba repetir entonces con brío. En el aislamiento de la emigración, las circunstancias más dramáticas donde he podido ver a Lev Davidovich fueron altercados con policías o incidentes con adversarios de mala fe. La cara se endurecía mientras los ojos se volvía fulgurantes, como si se hubiera concentrado en ellos esta formidable fuerza de voluntad que sólo se podía medir comúnmente por la obra de toda su vida. Era entonces evidente para todos que nada, nada en el mundo, lo hubiera hecho abandonar su firmeza.
En la vida cotidiana, esta voluntad estaba volcada a un trabajo estrictamente organizado. Todo lo que lo molestaba sin razón le irritaba extremadamente, detestaba las conversaciones sin objetivo, las visitas no anunciadas, los contratiempos, los retrasos en las citas. Todo esto sin pedantería, por supuesto. Si una cuestión importante se presentaba, no dudaba un instante en trastocar todos sus planes, pero era necesario que ésta valiera la pena. Al menor interés por el movimiento, usaba su tiempo y sus fuerzas sin límite, pero se mostraba igualmente de avaro cuando amenazaban ser desperdiciadas por la indiferencia, la ligereza o la mala organización de los otros. Economizaba la menor parcela de tiempo, la materia más preciosa de la cual la vida está hecha. Toda su vida personal estaba fuertemente organizada por esta cualidad que en inglés se llama singleness of purpose. Establecía una jerarquía de las tareas y lo que emprendía lo llevaba hasta el final. Normalmente no trabajaba menos de doce horas por día, a veces mucho más, cuando era necesario. Permanecía el menor tiempo posible en la mesa y después de haber compartido su comida durante varios años, yo no recuerdo haberlo visto jamás prestar alguna atención especial a lo que comía o bebía. “Comer, vestirse, todas estas miserables pequeñas cosas que es necesario repetir cada día...” me decía una vez. Su única distracción, sólo podía encontrarla en una gran actividad física. La simple caminata casi no lo calmaba.
Caminaba viva, silenciosamente y se le veía que su espíritu trabajaba siempre; de cuando en cuando hacía una pregunta: “¿Cuándo respondió usted a esta carta?” “Podría usted encontrarme esta cita...?” Su reposo sólo podía ser un ejercicio violento. En Turquía, este fue la caza y sobre todo la pesca, la pesca en el mar, complicada, animada, donde el cuerpo debe gastarse sin límite. Cuando la pesca había sido buena, es decir fatigosa, volvía al trabajo con un ardor redoblado. En México, donde la pesca era imposible, inventó la recolección de los cactus, de un peso enorme, bajo un sol de fuego.
La seguridad tenía naturalmente sus obligaciones. Durante los once años y medio de su tercera emigración, solamente durante algunos meses, en ciertos momentos de su estadía en Francia y en Noruega, Lev Davidovich pudo pasearse libremente, es decir sin vigilancia, en el campo, alrededor de su morada. Comúnmente, cada una de sus salidas era una pequeña operación militar. Era necesario de antemano establecer todas las disposiciones, fijar cuidadosamente el itinerario. “Ustedes me tratan como un objeto”, decía a veces, disimulando bajo una sonrisa lo que podía tener de impaciencia en esta observación.
Reclamaba el mismo espíritu de método que él observaba en su trabajo a los camaradas que lo ayudaban. Más estaban próximos a él y más les pedía, menos se molestaba en formalidades. Quería la precisión para todo, una carta sin fecha, un documento sin firma le irritaban siempre, como en general todo abandono, toda negligencia, todo descuido. Hacer bien lo que se hacía y hacerlo bien hasta el final. Y para esta regla, no hacía distinción entre las pequeñas necesidades cotidianas y el trabajo intelectual: llevar sus pensamientos hasta el final, esa es una expresión que se encuentra a menudo bajo su pluma. Se mostraba siempre muy atento por la salud de aquellos que lo rodeaban. La salud, es un capital revolucionario que no es necesario gastar. Le disgustaba ver a alguien leer con una mala iluminación. Es necesario arriesgar sin dudar su vida por la revolución, pero ¿porqué estropear sus ojos cuando se puede leer confortablemente, racionalmente?
En las entrevistas con Lev Davidovich, lo que sorprendía sobr etodo a los visitantes, era su capacidad de ubicarse en una nueva situación, desconocida por él hasta el momento. Sabía integrarla en su perspectiva general, pero por otro lado, podía siempre dar consejos concretos, inmediatos. Durante su tercera inmigración, tuvo a menudo la ocasión de entrevistarse con visitantes de países que no conocía directamente. Estos podían ser países de los Balcanes o de América Latina, no siempre sabía la lengua, no seguía su prensa y nunca se había interesado particularmente en sus problemas específicos. Primero dejaba hablar a su interlocutor, inscribiendo de tanto en tanto algunas breves anotaciones sobre una pequeña hoja de papel frente a él, pidiendo algunas veces precisiones: “¿Cuántos miembros en este partido?” “¿Este hombre político no es un abogado?” Luego hablaba. La masa de informaciones que se había aportado se organizaba entonces. Se distinguía luego los movimientos de las diferentes clases y de las diferentes capas al interior de estas clases, enseguida, ligado a estos movimientos, se revelaba el mapa de los partidos, grupos y organizaciones, luego el lugar y la acción de los diversos personajes políticos, hasta su profesión y sus rasgos personales, inscribiéndose lógicamente en el conjunto. El naturalista francés Cuvier era capaz, con sólo un hueso, de reconstituir todo un animal(3). Con su enorme conocimiento de las realidades sociales y políticas, Trotsky podía librarse a un trabajo análogo. Su interlocutor permanecía siempre maravillado de ver cuán profundamente había sabido penetrar en la realidad del problema particular y abandonaba la oficina de Trotsky, conociendo ahora un poco mejor su propio país.
A cada instante se sentía en Trotsky una inmensa experiencia, no únicamente inscripta en la memoria, sino organizada, profunda y largamente meditada. Se percibía también que la organización de esta experiencia era hecha alrededor de principios que ella había vuelto inquebrantables. Si Lev Davidovich detestaba la rutina, si estaba siempre dispuesto a abrir paso a nuevas tendencias, el menor intento de innovación en el terreno de los principios le hacía prestar atención. “Recortar la barba de Marx”, tal era su expresión para todas estas tentativas de poner el marxismo a la moda del momento, y tenía para ellas un desprecio no disimulado.
El estilo de Trotsky era objeto de una admiración universal. Sin duda es el que mejor se puede comparar con el de Marx. Sin embargo, la frase de Trotsky es menos amplia que la de Marx, en el que se siente, sobre todo en las obras de su juventud, la riqueza de los recursos universitarios. El estilo de Trotsky alcanza sus efectos con la ayuda de medios extremadamente simples. Su vocabulario, especialmente en los escritos propiamente políticos, permanece bastante limitado. La frase es corta, con subordinadas poco numerosas. Lo que hace su fuerza, es que está sólidamente articulada, la mayoría de las veces con oposiciones fuertemente marcadas, pero siempre bien balanceadas. Esta sobriedad de medios da al estilo una gran frescura y, se podría decir, juventud: Trotsky, en sus escritos, es mucho más joven que Marx. Trotsky sabía sacar provecho de la sintaxis rusa que, gracias a las declinaciones, permite cambiar el orden de las palabras al interior de la frase, dando así a la expresión del pensamiento un relieve y una fuerza difíciles de alcanzar con medios tan reducidos en las lenguas occidentales modernas. Difíciles de traducir también. Lev Davidovich exigía una fidelidad matemática de sus traductores y se levantaba al mismo tiempo contra las reglas gramaticales que no permitían, en la lengua extranjera, una expresión de su pensamiento tan directo y tan conciso. Comparado con el de Lenin, el estilo de Trotsky le lleva ventaja, y de lejos, por su claridad y su elegancia, sin perder nada de su potencia. La frase de Lenin a menudo se obstruye, se sobrecarga, se desorganiza. El pensamiento, parece, abruma a veces la expresión. Trotsky dijo una vez que en Lenin se podía descubrir al mujik ruso, pero elevado a un grado genial. Aunque el padre de Lenin fue funcionario provincial y el de Trotsky arrendatario, es Trotsky quien es el ciudadano frente a Lenin, seguramente a causa de su raza. Se lo puede notar inmediatamente en la diferencia de los estilos, sin buscar aquí librar esta oposición en los otros aspectos de estas dos gigantes personalidades.
Cuando Trotsky fue deportado a Turquía, el pasaporte que le remitieron las autoridades soviéticas indicaba como profesión: escritor. Y en efecto, fue un gran, un muy grande escritor. Si la inscripción del burócrata hace sonreír, es que Trotsky ¡fue mucho más que un escritor! Escribía con facilidad, pudiendo dictar durante varias horas sin interrupción. Pero releía y corregía enseguida cuidadosamente el manuscrito. Para algunos de sus grandes escritos, como la Historia de la revolución, hay detrás del texto definitivo dos manuscritos sucesivos, pero, en la mayoría de los casos, uno solo. Su enorme producción literaria, donde se encuentran los libros, los folletos, innumerables artículos, cartas, precoces declaraciones a la prensa, notas de todos los géneros es, seguramente, desigual. Algunas partes están más trabajadas que otras, pero ninguna frase es descuidada. En esta formidable acumulación de escritos, tomen cinco líneas al azar y reconocerán siempre allí al Trotsky inimitable.
El volumen también es impresionante y eso sólo atestiguaría una voluntad y una capacidad de trabajo poco comunes. Se recopiló de Lenin treinta tomos de Obras Completas, mas treinta y cinco volúmenes de correspondencia y notas diversas. Trotsky vivió siete años más que Lenin, pero sus escritos, desde sus grandes libros hasta las breves notas personales, ocuparán seguramente un volumen triple. En los once años y medio de su tercera emigración acumuló una obra que ocuparía honorablemente una vida entera. Se puede decir que la pluma no abandonó jamás su mano ¡y qué mano!
Trotsky se entregó enteramente en sus libros. El contacto personal del hombre no modificaba sino precisaba y profundizaba el retrato que había dado la lectura de sus escritos: pasión y razón, inteligencia y voluntad, llevadas una y otra a un grado extremo, pero al mismo tiempo fundándose una en la otra. En todo lo que hacía Lev Davidovich, se sentía que ponía todo su ser. Repetía frecuentemente las palabras de Hegel: nada grande se hace en este mundo sin pasión, y sólo tenía desprecio para los filisteos que se levantaban contra el “fanatismo” de los revolucionarios. Pero la inteligencia estaba siempre allí, en equilibrio maravilloso con el ímpetu. No se podía además soñar con descubrir una oposición: la voluntad era invencible, porque la razón veía muy lejos. Sería necesario aún citar a Hegel: Der Wille ist eine besondre Weise des Denkens(4).
Jean Van Heijenoort
Notas:
*Traducción al español realizada por el CEIP León Trotsky de Argentina de la versión publicada en Cahiers Léon Trotsky N° 12, Institut Léon Trotsky de Francia, diciembre de 1982. Allí se aclara que este texto en francés, es su versión original, aunque fue publicado por primera vez en inglés, en la revista Fourth International de agosto de 1941.
1. Dora, a veces llamada Fanny Kaplan, alcanzó a la cabeza Lenin con una bala mientras que éste salía de una reunión en una fábrica el 30 de agosto de 1918. Es posible que la herida recibida en esta ocasión haya sido el origen directo de la muerte prematura de Lenin.
2. Detenida por los soldados de los “Cuerpos-Francos” a las órdenes del ministro socialista de la guerra, Gustav Noske (1868-1946), Rosa Luxemburgo (1870-1919), quien dirigió el partido socialdemócrata de Polonia, inspiró a la “izquierda” alemana, fundó el grupo Spartacus y luego el Partido Comunista, fue asesinada a golpes de fusil y su cadáver tirado en un canal donde sólo se lo descubrió meses más tarde.
3. Se trata de Georges Cuvier (1769-1832).
4. “La voluntad es una forma particular del pensamiento”.
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