El 28 de diciembre de 1939, Stalin declaró una tregua en la invasión de Finlandia por el Ejército soviético, después de un mes de lucha en pleno invierno. Las pérdidas soviéticas fueron enormes, tanto en número de bajas como en material bélico. El desastre militar abrió una crisis en la dirección de la URSS de grandes proporciones tras el pacto Molotov-Ribbentrop y las purgas políticas que diezmaron a la oficialidad del Ejército soviético y a los voluntarios internacionalistas que habían combatido en la guerra de España con las fuerzas republicanas. Tras la división de Polonia entre Hitler y Stalin, la derrota en la Guerra de Invierno en Finlandia provocó un duro debate de orientación en la izquierda socialista y comunista en todo el mundo. Esta fue la intervención de León Trotsky.
"Nosotros" previmos la alianza con Hitler -dicen Schatman y Burnham-, pero, ¿cómo íbamos a prever la invasión de Polonia?, ¿o la de Finlandia? No, "nosotros" no podíamos prever estos acontecimientos. Acontecimientos tan improbables e inesperados supondrían, insisten, un verdadero cataclismo para nuestra política. Aparentemente, estos políticos suponían que Stalin necesitaba aliarse con Hitler para comer juntos huevos de Pascua. Previeron la alianza (¿dónde?, ¿cuándo?), pero no previeron el porqué.
Reconocen el derecho del estado obrero a maniobrar entre los dos bandos imperialistas y a aliarse a uno contra el otro. Estas alianzas deben tener como meta la defensa del estado obrero, la adquisición de ventajas económicas, estratégicas y de otro tipo y, si las circunstancias lo permiten, la expansión del estado obrero. El estado obrero degenerado intenta conseguir estos fines por medios burocráticos, y a cada paso entra en conflicto con los intereses del proletariado internacional. Pero, ¿qué tiene de inesperado e imprevisible que Stalin intente sacarle todo el jugo posible a su alianza con Hitler?
Si nuestros desdichados políticos no pudieron prever esto, es porque son incapaces de pensar un asunto hasta sus últimas consecuencias. En el verano de 1939, durante las negociaciones propacto con la delegación anglo-francesa, Stalin pidió el control militar de los estados Bálticos. Como Francia e Inglaterra se lo negaron, rompió las negociaciones. Sólo este hecho pone de manifiesto que una alianza con Hitler garantizaría a Stalin el control de los estados Bálticos. Las personas con instinto político abordaron el asunto precisamente desde este punto de vista, y se preguntaron: ¿cuándo empezará?, ¿utilizará la fuerza?, etc. El curso de los acontecimientos depende, sin embargo, más de Hitler que de Stalin. Como norma general, los acontecimientos concretos no se pueden prever. Pero, en líneas generales, se mantienen en la misma dirección que antes.
Gracias a la degeneración del estado obrero, la URSS ha saltado al campo de la segunda guerra imperialista mucho más débilmente de lo que hubiera podido hacerlo. El pacto de Stalin con Hitler tenía como fin proteger a la URSS de un ataque alemán y, en general, proteger a la URSS de una guerra mayor. Al ocupar Polonia, Hitler necesitaba apoyo por el Este. Obligó a Stalin a invadirla por el Este, lo que proporcionaba a la URSS una garantía suplementaria en su frontera occidental. Pero, en consecuencia, la URSS y Alemania pasaban a tener una frontera común, lo que implicaba un mayor peligro para el país y una mayor dependencia de Hitler para Stalin.
La partición de Polonia tuvo sus secuelas en los países escandinavos. Hitler debió comunicar a su "amigo" Stalin que pensaba ocupar Escandinavia. A Stalin debieron entrarle sudores fríos. Esto implicaba el total dominio alemán sobre el mar Báltico, es decir, constituía una amenaza directa sobre Leningrado. Una Vez más, Stalin tuvo que buscar garantías suplementarias contra su aliado, esta vez en Finlandia. Sin embargo, se tropezó con seria resistencia. El "paseo militar" fracasó. Mientras tanto, Escandinavia empezaba a convertirse en el principal teatro de la guerra. Hitler, que había hecho ya sus preparativos contra Dinamarca y Noruega, instó a Stalin a firmar rápidamente la paz. Stalin tuvo que renunciar a sus planes, es decir, a la sovietización de Finlandia. Estos son los acontecimientos más importantes en Europa noroccidental.
Las pequeñas naciones en la guerra imperialista
En una guerra mundial, enfocar el tema del destino de las naciones pequeñas en términos de "independencia nacional", "neutralidad" es mantenerse dentro de la mitología imperialista. La lucha implica el dominio del mundo. La supervivencia de la URSS también está involucrada. Este problema, de momento oscurecido, puede saltar a primer plano en cualquier momento. Los países pequeños o de segunda fila son ahora mismo peones en manos de las grandes, potencias. No les queda más libertad, y esto hasta cierto punto, que la de elegir entre dos amos.
En el momento actual luchan dos gobiernos en Noruega; el nazi, protegido por las tropas alemanas, en el Sur, y el socialdemócrata, con su rey a la cabeza, en el Norte. ¿Deberían apoyar los obreros noruegos al bando demócrata contra el fascista? Siguiendo la analogía con España, puede parecer que sí. Pero esto sería un tremendo desatino. En España se trataba de una guerra civil aislada; la intervención de las potencias imperialistas extranjeras, aunque importante, era de carácter secundario. En Noruega se trata del choque frontal de los dos bandos imperialistas, en cuyas manos los dos gobiernos noruegos no son más que marionetas. Y nosotros no apoyamos ni a los alemanes ni a los aliados. Por tanto, no hay ninguna razón para que los apoyemos temporalmente en Noruega.
Debemos aplicar el mismo enfoque a Finlandia. Desde el punto de vista del proletariado internacional, la resistencia finlandesa no es un acto de defensa de la independencia nacional, como tampoco lo es la noruega. Esto lo demostró claramente el gobierno finlandés cuando prefirió cesar toda resistencia a ver convertida Finlandia en una base militar de Francia, Inglaterra y EE.UU. La independencia de Finlandia o Noruega, la defensa de la democracia, etc., aunque sean cuestiones importantes por sí mismas, están ahora supeditadas a la lucha de las fuerzas más poderosas del mundo. Debemos discutir estos factores secundarios, pero debemos construir nuestra política en base a los principales.
Las tesis programáticas de la IV Internacional, para caso de guerra, respondieron ampliamente a estas preguntas hace ya seis años. Las tesis mantenían: La idea de la defensa nacional, especialmente si va unida a la idea de la defensa de la democracia, no debe utilizarse nunca más para embaucar a los trabajadores de países pequeños y neutrales (Suiza, Bélgica, los países escandinavos...). Más aún: "Sólo un pequeñoburgués con la cabeza cuadrada (como Robert Grimm), de una aldea suiza olvidada de Dios, puede creer que la guerra mundial es un medio para defender la independencia de Suiza." Otro pequeñoburgués igual de estúpido imaginó que la guerra mundial era un medio para defender la independencia de Finlandia, que es posible establecer la estrategia proletaria sobre un episodio táctico, como es la invasión de Finlandia por el Ejército Rojo.
Georgia y Finlandia
Igual que en una huelga contra un gran capitalista, los obreros pueden cargarse de paso negocios pequeñoburgueses muy respetables, un estado obrero -aunque esté completamente sano y sea totalmente revolucionario- puede, en su lucha contra el imperialismo, o al buscar garantías contra él, verse obligado a violar la independencia de algún país pequeño. Los filisteos demócratas pueden llorar por la rudeza de la lucha de clases o de la guerra mundial, pero no los proletarios revolucionarios.
En 1921 la URSS sovietizó a la fuerza Georgia, porque era un paso abierto para el imperialismo en el Cáucaso. Se podrían haber hecho muchas objeciones a esa sovietización desde el punto de vista del principio de autodeterminación. Desde el punto de vista de la expansión de la revolución socialista, la intervención militar en un país de campesinos era un acto más que dudoso. Pero la sovietización forzosa se justificaba desde el punto de vista de la defensa de un estado obrero rodeado de enemigos; la salvaguarda de la revolución socialista está por encima de los principios democráticos formales.
El mundo imperialista ha utilizado durante mucho tiempo la violencia hecha a Georgia como arenga para movilizar a la opinión pública mundial contra la URSS. También en este caso, la socialdemocracia ha estado a la cabeza del imperialismo democrático. A la cola iban los pequeñoburgueses del desdichado "tercer campo".
Sin embargo, existe una profunda diferencia entre las dos intervenciones; la URSS de hoy está lejos de ser la de 1921. Las tesis de 1934 de la IV Internacional declaran: "El crecimiento monstruoso de la burocracia soviética y las pésimas condiciones de vida de los trabajadores han reducido extraordinariamente el atractivo de la URSS para la clase obrera del mundo." La guerra entre Finlandia y la URSS revela clara y gráficamente cómo, a tiro de fusil de Leningrado, la cuna de la Revolución de Octubre, la URSS es incapaz de ejercer ninguna fuerza atractiva. De esto no debemos deducir que la URSS deba ser invadida por los imperialistas, sino arrancada de las manos de la burocracia.
"¿Dónde está la guerra civil?"
"Pero, ¿dónde está la guerra civil que nos había prometido?", me preguntan los líderes de la antigua oposición, hoy líderes del "tercer campo". Yo no prometí nada. Sólo analicé una de las variantes posibles en el desarrollo posterior de la guerra entre Finlandia y la URSS. La ocupación de bases aisladas era tan probable como la total invasión del país. La ocupación, de las bases ha supuesto el mantenimiento del régimen burgués en el resto del territorio. La ocupación total suponía una revolución social, imposible sin la colaboración de los trabajadores y los campesinos más pobres en una guerra civil. Las negociaciones diplomáticas iniciales entre Helsinki y Moscú hacían suponer que la cuestión iba a resolverse como en el caso de los otros estados bálticos. La resistencia finlandesa obligó al Kremlin a lograr sus fines a través de medidas militares, Stalin sólo podría justificar la guerra ante las masas mediante la sovietización de Finlandia. El nombramiento del gobierno de Kuusinen indicó que el destino de Finlandia no era el de los países bálticos, sino el de Polonia, donde -digan lo que quieran los columnistas aficionados del "tercer campo"- Stalin se vio obligado a provocar la guerra civil y a modificar las relaciones de propiedad.
He especificado varias veces que, si la guerra de Finlandia no se sumergía en la guerra general y si Stalin no se veía obligado a retirarse por un ataque exterior, tendría que sovietizar Finlandia. Esta tarea era mucho más difícil que la sovietizaci6n de Polonia del Este. Más difícil desde el punto de vista militar, puesto que Finlandia estaba mejor preparada. Más difícil desde el punto de vista nacional, pues Finlandia posee una larga tradición de lucha por la independencia nacional contra Rusia, mientras que los ucranianos o los bielorrusos lucharon contra Polonia. Más difícil desde el punto de vista social, pues la burguesía ha resuelto a su manera el problema precapitalista agrario, mediante la creación de una pequeña burguesía campesina. Sólo la victoria militar de Stalin sobre Finlandia hubiera hecho posible la ruptura de las relaciones de propiedad, con mayor o menor apoyo de los trabajadores y campesinos pobres.
¿Por qué Stalin no llevó a término este plan? Porque empezó una colosal movilización de la opinión pública burguesa contra la URSS. Porque Francia e Inglaterra se tomaron en serio la intervención militar. Y, por último -aunque no de menor importancia-, porque Hitler no podía esperar más. La aparición de las tropas francesas e inglesas hubieran dado al traste con los planes de Hitler para Escandinavia, basados en la conspiración y la sorpresa. Cogido entre dos fuegos -por un lado, los aliados, por el otro, Hitler- Stalin hubo de renunciar a la sovietización de Finlandia, limitándose a ocupar algunas bases estratégicas aisladas.
Los partidarios del "tercer campo" (el campo de los pequeñoburgueses despavoridos) se hacen ahora la siguiente composición de lugar; Trotsky dedujo la guerra civil en Finlandia de la naturaleza de clase de la URSS; puesto que no hubo guerra civil, la URSS no es un estado obrero. En realidad, no había necesidad de deducir lógicamente la guerra de la definición sociológica de la URSS; bastaba con basarse en la experiencia polaca. El cambio en las relaciones de propiedad que se produjo allí sólo podía haber sido llevado a cabo por el estado nacido de la Revolución de Octubre. Este cambio le fue impuesto al Kremlin por la necesidad de luchar por la supervivencia en determinadas condiciones. No cabe duda de que, bajo las mismas condiciones, se habría visto obligado a repetirlo en Finlandia. Esto es todo lo que dije. Pero las condiciones cambiaron en el curso de la lucha. La guerra, como la revolución, da a veces saltos bruscos. Tras el cese de las operaciones del Ejército Rojo, ya no se puede hablar, naturalmente, del estallido de la guerra civil en Finlandia.
Todo pronóstico histórico es condicional. No se puede utilizar como dato. Un pronóstico no hace más que delinear los principales rasgos del desarrollo posterior. Pero a lo largo de estos rasgos operan diferentes fuerzas y tendencias, que pueden empezar a predominar en un momento o en otro. Los que quieran pronósticos de hechos concretos, deben consultar con el astrólogo. El pronóstico marxista no es más que una orientación. Frecuentemente, he condicionado mi pronóstico a una o más variantes posibles. Agarrarse ahora como a un clavo ardiendo al hecho histórico de décima categoría de que el destino temporal de Finlandia se parezca más al de Latvia, Lituania y Estonia que al de Polonia, sólo se le ocurriría a un académico estéril... o a los líderes del "tercer campo".
La defensa de la Unión Soviética
Naturalmente, la invasión de Finlandia por Stalin no fue sólo un acto en defensa de la URSS. La política de la Unión Soviética es dirigida por la burocracia bonapartista. Esta burocracia se preocupa, por encima de todo, por su poder, su prestigio y sus conquistas. Se defiende a sí misma mucho mejor de lo que defiende a la URSS. Se defiende a sí misma a costa de la URSS y del proletariado mundial. Se ha puesto de manifiesto a lo largo del desarrollo del conflicto entre Finlandia y la URSS. Por tanto, no podemos, ni directa ni indirectamente, responsabilizarnos de la invasión de Finlandia, que no representa más que un eslabón más en la cadena de la política de la burocracia bonapartista.
Una cosa es solidarizarse con Stalin, defender su política, asumir la responsabilidad de ella -como hace la triplemente infame Comintern- y otra muy distinta explicar al proletariado internacional que, por muchos crímenes que pueda cometer Stalin, no podemos permitir que el imperialismo invada la Unión Soviética, restablezca el capitalismo y convierta al país de la Revolución de Octubre en una colonia. Esta explicación es la base de nuestra defensa de la URSS.
Los derrotistas coyunturales, es decir, los derrotistas aventureros, tratan de tranquilizar su conciencia diciendo que, si los Aliados intervienen en la URSS, abandonarían su derrotismo y se convertirían en defensistas. Pero esto es sólo una evasiva. En general, es difícil establecer la propia política a toque de despertador, y más en tiempo de guerra. En los días críticos de la guerra entre Finlandia y la URSS el cuartel general de los aliados llegó a la conclusión de que la única manera seria y rápida de ayudar a Finlandia era bombardear desde el aire el ferrocarril de Murmansk. Desde el punto de vista estratégico, esta decisión era correcta. La intervención o no intervención de las fuerzas aéreas aliadas estuvo pendiente de un hilo. Al parecer, del mismo hilo pendía la posición de principio del "tercer campo". Nosotros, desde el primer momento, establecimos la necesidad de adoptar una postura respecto a la guerra según la naturaleza de clase de los bandos en discordia. Esto es mucho más fiable.
No rindamos al enemigo posiciones ya conquistadas
La política de derrotismo no es un castigo a tal o cual gobierno por los crímenes que ha cometido, sino una conclusi6n derivada de las relaciones de clase. Los marxistas no guían una guerra basándose en consideraciones morales o sentimentales, sino en su concepción social de un régimen y de sus relaciones con los otros. Apoyamos a Abisinia no porque el Negus fuera "moral" o políticamente superior a Mussolini, sino porque la defensa de un país atrasado contra la opresión colonial es un duro ataque al imperialismo, que es el principal enemigo de la clase trabajadora de todo el mundo. Defendemos a la URSS, independientemente de la política del Negus de Moscú, por dos razones. En primer lugar, porque la derrota de la URSS proveería al imperialismo de nuevos y colosales recursos, y prolongaría durante muchos años la agonía de la sociedad capitalista. Y, en segundo, porque las bases sociales de la URSS, una vez limpias del parásito burocrático, son capaces de asegurar un progreso económico y cultural ilimitado, mientras que la estructura capitalista sólo puede decaer cada vez más.
Lo que deja más claro el carácter de nuestros ruidosos críticos es que, mientras Stalin destruía el partido bolchevique, mientras estrangulaba la revolución proletaria en España, mientras traicionaba a la revolución mundial en nombre de los "Frentes Populares" y la "seguridad colectiva", siguieron considerando a la URSS un estado obrero. ¡En todas esas condiciones, consideraron necesario seguir defendiendo a la URSS! Pero en cuanto Stalin invade la "democrática" Finlandia, en cuanto la opinión pública burguesa de las democracias imperialistas -que había encubierto los crímenes de Stalin contra los comunistas, los obreros y los campesinos- pone el grito en el cielo, nuestros "innovadores" declaran inmediatamente: " ¡Esto es intolerable! " E, igual que Roosevelt, declaran el embargo moral contra la URSS.
El razonamiento de Burnham, el médico-brujo con educación universitaria, según el cual defender a la URSS implica defender a Hitler, es un ejemplo típico de estupidez pequeñoburguesa, que intenta forzar realidades contradictorias en el entramado de un silogismo bidimensional. ¿Cuándo defendieron a la República soviética en la paz de Brest-Litovsk, apoyaban los trabajadores a los Hohenzollern? ¿Sí o no? Las tesis programáticas de la IV Internacional sobre la guerra, establecen categóricamente que los acuerdos entre un estado soviético y tal o cual país capitalista no comprometen para nada al partido revolucionario de ese estado. Los intereses de la revolución mundial están por encima de cualquier combinación diplomática aislada, por muy justificable que sea. Defendiendo la URSS luchamos más seriamente contra Stalin y contra Hitler de lo que lo hacen Burnham y compañía.
Es verdad que Schatman y Burnham no están solos. Leon Jouhaux, el famoso agente del capitalismo francés, también estaba indignado de que "los trotskystas apoyasen a la URSS". Pero nuestra actitud hacia la URSS es la misma que hacia la CGT (Confederación General del Trabajo); la defendemos contra la burguesía a pesar de estar dirigida por bribones como Leon Jouhaux, que decepcionan y traicionan a los trabajadores a cada paso. Los mencheviques rusos dicen que la IV Internacional está en un callejón sin salida, porque considera todavía a la URSS como un estado obrero. Estos mismos caballeros son miembros de la II Internacional, que cuenta entre sus filas a traidores tan eminentes como el típicamente burgués mayor Huysmans y Leon Blum que, en junio de 1936, traicionaron una situación revolucionaria especialmente favorable, y, por tanto, hicieron posible esta guerra. Los mencheviques reconocen que los partidos de la II Internacional son "partidos obreros", pero consideran que la URSS no es un estado obrero porque a su cabeza hay una burocracia de traidores. Esto llega al cinismo y al descaro. Stalin, Molotov y los demás, como capa social, no son mejores ni peores que los Blums, Jonhaux, Citrines, Thomases, etc. La única diferencia es que Stalin y compañía explotan y arruinan las bases económicas viables del desarrollo socialista, y los Blums se aferran a las podridas bases de la sociedad capitalista.
El estado obrero debe tomarse tal y como emerge del implacable laboratorio de la historia, y no como lo imaginó un profesor "socialista", mientras se hurgaba reflexivamente la nariz. El deber de todo revolucionario es defender cada conquista de la clase trabajadora, por mucho que la hayan deformado las fuerzas hostiles. Los que no son capaces de defender las posiciones ya conquistadas, nunca conquistarán ninguna más.
León Trotsky
Este artículo apareció por primera vez en la revista Fourth International, en junio de 1940
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