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jueves, agosto 27, 2020
¿EE.UU. bajo amenaza de default?
El precio del oro, a nivel récord.
En el último período, ha aumentado progresivamente la preocupación por la estabilidad del dólar estadounidense. El gigantesco rescate en medio del actual colapso económico ha echado más leña al fuego de la deuda que se acerca a los niveles récord. Ya antes del estallido de la pandemia, el endeudamiento superaba el 100 % del PBI. El cálculo ahora es que se iría al 130%.
La agencia de calificación Fitch ha puesto en tela de juicio la solvencia crediticia norteamericana. Aunque mantiene su calificación AAA, la más alta, la agencia ha empezado a abrir el paraguas pasando de «estable» a «negativa » la evolución que se viene registrando en las finanzas del país.
El salvataje multimillonario de corporaciones y bancos, en el marco de la depresión mundial que enfrentamos, ha terminado agravando el agujero fiscal. EE.UU. viene arrastrando déficits gemelos: tanto en sus cuentas fiscales como en la balanza comercial, mucho más elevados comparativamente, incluso, que países vulnerables de la periferia. Esto ha podido ser contrarrestado por el hecho de tratarse de la primera potencia capitalista y por tener el privilegio de que el dólar es la principal moneda reconocida como medio de pago internacional y reserva de valor. Un déficit de estas dimensiones viene siendo financiado a través de endeudamiento, por un lado, y una emisión sin precedentes, por el otro. Ambos recursos, que se retroalimentan entre sí, no pueden, sin embargo, sostenerse indefinidamente, son una verdadera bomba de tiempo.
Derrumbe del dólar
La enorme emisión ha terminado por provocar una desvalorización del dólar por referencia a otras monedas, como el euro o el yen. Es cierto que los grandes bloques y potencias capitalistas también han apelado a la emisión pero ninguna lo ha hecho en la amplitud de la norteamericana. Esta expansión monetaria es la que está en la base en el aumento del oro que ha llegado a su precio más alto de su historia, orillando los 2.000 dólares., superando el pico que alcanzó en la crisis financiera de 2008. El oro está operando como un refugio de valor, cuestión que ocurre y es característica en las grandes crisis capitalistas a largo de la historia. En este caso, no es la excepción.
El Financial Times escribió que la caída del 5 por ciento de la moneda estadounidense durante el mes de julio «podría parecer modesta pero en el relativamente estable mercado de divisas eso cuenta como algo dramático». Añadió que un movimiento tan brusco «inevitablemente plantea cuestiones que van al corazón del sistema financiero mundial y el papel único que desempeña la moneda de los EE.UU.».
La depreciación del dólar fomenta el abandono de la divisa estadounidense y es un factor que socava las fuentes de financiamiento del Estado norteamericano. Ya antes del coronavirus una serie de bancos centrales venía desprendiéndose de sus reservas en títulos del tesoro estadounidense y sustituyéndolas por metales preciosos. Esta tendencia se ha acentuado en los últimos meses y empieza a extenderse a inversores privados, incluidos fondos institucionales, que buscan no estar tan expuestos en sus carteras al dólar. Con más razón, cuando los bonos del tesoro norteamericano están dando rendimientos negativos.
Este hecho trae como consecuencia que, cada vez más, el sostenimiento de la deuda norteamericana dependa de la Reserva Federal (FED), quien viene adquiriendo una proporción mayor de títulos del tesoro. Los activos financieros en poder de la FED ascienden en la actualidad a 7 billones de dólares cuando apenas representaban 1 billón en la crisis de 2008.
Uno de los grandes acreedores del gobierno de EE.UU., precisamente, es su propio Banco Central (la Reserva Federal), que tiene U$S 4,32 billones de deuda federal (ni más ni menos que 16,3% del total). Algo muy importante es que entre marzo y mayo la FED incrementó sus tenencias casi un 60%, sumando es 1,6 billones adicionales, con motivo del plan de estímulo monetario puesto en marcha.
Por otra parte, los fondos de seguridad social y fondos de pensión de empleados del gobierno tienen en su poder casi U$S 6 billones (22,4%) de la deuda del Tesoro de Estados Unidos. Aquí, los tenedores de la deuda de manera indirecta son los propios trabajadores y ciudadanos estadounidenses: los futuros jubilados.
Los acreedores extranjeros (en eso incluimos gobiernos, fondos institucionales e inversores privados) han ido perdiendo peso aunque todavía son tenedores de un cuarto de los bonos el tesoro. Guardando todas las distancias, estamos frente a un suerte de «kirchnerismo» en clave yanqui en la que el endeudamiento externo es sustituido por el endeudamiento interno y en la que las víctimas se repiten, como ocurrió en Argentina: el Banco Central y sistemas de pensión. Si nos atenemos a la experiencia recorrida en nuestro país, ya sabemos los resultados: un vaciamiento y quebranto de ambos.
Licuación de la deuda… y los salarios
Lo cierto es que EE.UU. está sentado en un tembladeral. Empiezan a surgir voces de advertencia en las filas de la burguesía de la necesidad de cerrar la canilla. Pero el ajuste que pregonan está dirigido hacia la asistencia social y a la necesidad de realizar reformas estructurales. Un blanco fundamental es el sistema jubilatorio, planteando que el mismo no es sustentable. Por lo pronto, se ha empezado por cancelar a partir del mes de agosto el suplemento que se otorga a quienes perdieron su trabajo y están sin ingresos a los cuales se les recortó el 66 % de los 600 dólares del beneficio semanal que venían recibiendo. Una vara muy distinta es la que impera para el salvataje de las empresas que pugnan por su sobrevivencia. Pero, de todos modos, asistimos a una depresión de una envergadura solo comparable con la crisis del ’30 y no hay subsidios que sean suficientes para evitar una ola de quiebras. Tomado de conjunto, estamos frente a un rescate inviable pero eso no es un impedimento para que se siga apelando a este expediente. En este marco, el rojo fiscal va a tender a ampliarse y su financiamiento va a obligar a un mayor endeudamiento y a ofrecer tasas de interés más elevadas para sostener esa rueda y neutralizar la desconfianza que generan los crecientes desequilibrios de las finanzas estatales. La tasa de interés va a tener que compensar la creciente depreciación del dólar y las tendencias inflacionarias que se irán abriendo paso como consecuencia de ese hecho. Ni que hablar que un aumento de las tasas de interés conspira con una perspectiva de reactivación de la economía y pone en jaque la existencia y continuidad de muchas empresas en serios aprietos financieros y que están altamente endeudadas
Estamos frente a una bola de nieve por lo que algunos analistas señalan que «la deuda del gobierno de EE.UU. es simplemente impagable» y advierten que el remedio será una gigantesca licuación: «el Tesoro va a pagar esos dólares pero valdrán menos… Esto no es muy distinto a no pagar la deuda: es pagarla con un billete que tendrá menos poder adquisitivo. Eso es lo que está haciendo EE.UU. hoy: está monetizando su deuda» (ámbito Financiero, 24-8).
En definitiva: quienes van a terminar pagando la deuda son en primer lugar los propios estadounidenses a través de una licuación del valor del dólar y un aumento de los precios y, por lo tanto, una reducción del poder adquisitivo de sus salarios que son pagados en esa moneda. Vamos a una confiscación de grandes proporciones pues a la pérdida de millones de empleos y recortes de los salarios nominales que ya están en marcha se une el despojo y licuación de ahorros, salarios y jubilaciones.
Pero la cuestión va más lejos pues un abandono masivo del dólar privaría al mundo de su principal medio de pago y reserva internacional. No hay ninguna divisa que podría, en la actualidad, sustituir al dólar en esa función y, por otra parte, todas las monedas vienen sufriendo también una pérdida de valor respecto al oro. La consecuencia de este derrumbe sería un descalabro de las relaciones comerciales y una fractura del sistema financiero internacional. La depresión actual plantea esta perspectiva y amenaza con completar el ciclo iniciado en el año 1971 con la inconvertibilidad del dólar dispuesta por Nixon. La bancarrota capitalista hace su trabajo implacable de topo y nos recuerda que es imposible sustraerse indefinidamente a la ley del valor. «… lo que atrae a los inversores al oro no es la fe en el oro en sí mismo, es mucho más la falta de fe en otras cosas —bancos centrales, gobiernos y, en particular, la falta de fe en la disponibilidad de rendimientos reales en otros lugares. El oro es lo contrario de eso…» sentenció el Financial Times.
En respuesta a la depresión mundial y sus consecuencias sobre el sistema monetario y financiero, el imperialismo yanqui viene intensificando los ataques contra los trabajadores en su país, lo cual echa más leña al fuego a un escenario ya caldeado por la imponente rebelión popular que sacude al país y que ha puesto en jaque al gobierno de Trump y al conjunto del sistema político norteamericano. Al mismo tiempo, EE.UU. adopta medidas cada vez más agresivas a nivel internacional, incluida la guerra, mientras trata de mantener su dominio mundial. Recientemente ha dado un paso más: EE.UU. se apresta a eliminar a las empresas chinas de las bolsas de valores. La guerra comercial, monetaria y tecnológica se le une a las represalias directas a empresas como ya le ocurrió a Huawei. La nueva ofensiva empalma con una decisión tomada por el principal fondo de jubilación del gobierno federal de los EE.UU. de desechar los planes de trasladar algunas de sus inversiones a empresas chinas.
Pablo Heller
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