A nivel internacional el impacto no fue menor – en el Medio Oriente la noticia fue recibida con dolor y afecto, desde Turquía e Irán hasta la Palestina ocupada. El Mundial del 86 siguió resonando en Inglaterra y Alemania; en Nápoles fue acogida como si Maradona hubiera nacido y se hubiera criado en el territorio. Millones de personas recordaron los malabares que desplegó en partidos de fútbol extraordinarios, en todos los estadios del mundo.
Del lado de la Plaza de Mayo, desde muy temprano la decisión de velar a Diego en la Rosada dejaba ver sus consecuencias: de Fernández-Fernández para abajo, desfilaron los jefes políticos nacionales o municipales de toda laya y bandería política. Fue para ellos una peregrinación fúnebre por su propia absolución, porque Maradona fue largamente exprimido por ellos durante su vida, con variaciones de acuerdo a la situación siempre cambiante de la política argentina e internacional, y porque son los responsables de la mayor miseria social que ha atravesado el país desde la “década infame”, como pasaron a la historia los años 30 del siglo pasado.
Esto se puso enseguida en evidencia cuando, cerca del mediodía, se anunció que ya no se daría paso al ingreso a la Rosada después de las 16. El rechazo de la multitud fue respondido con represión, con palos y gases, en las inmediaciones de la Rosada y también en la 9 de Julio. Ningún régimen político logra ocultar sus limitaciones, incluidas sus lacras, menos ante un acontecimiento luctuoso, en buena parte inesperado, a pesar de los boletines médicos de la última operación del ‘crack’. Las decenas de miles de personas que concurrieron a despedir a Maradona recibieron el trato que el Estado y el régimen político les propinan a diario: la arbitrariedad, la represión, la ‘incomodidad’, incluso la hostilidad, frente a toda manifestación popular que no esté regimentada de antemano.
Los “de arriba” pretendieron hacer de la despedida a Maradona un acto de “unidad nacional”, en medio de una crisis social inmensa. Pero apenas se pusieron de manifiesto las tensiones de un operativo improvisado, esa “unidad” perdió la careta por el camino, y asomaron, sin que nadie lo esperara, los insoportables antagonismos sociales de un país arrasado.
La jornada terminó con una crisis política, y un pase de facturas recíproco entre el gobierno nacional y el de Larreta.
La brutalidad policial, sin embargo, volvió a recibir una sonora respuesta popular horas más tarde : es la que se manifestó en la impresionante “escolta” de miles de personas que, a lo largo de la autopista y durante decenas de kilómetros, despidieron a Maradona hacia el atardecer.
Por cierto, de nuevo, la conmoción trascendió a la Argentina, a medida que Buenos Aires se proyectaba, por las redes sociales y los medios de comunicación, como una gigantesca tribuna del ídolo internacional, Es lo que ocurrió, en un mundo cruzado por una crisis humanitaria y por una crisis social sin precedentes, de Nápoles a Madrid, y de San Pablo a Suecia. Al final, el deporte más popular del mundo no deja de ser el campo de repercusión de las ansiedades populares.
C omité de Redacción de Política Obrera
26/11/2020
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