Con una escasa mayoría de 65 parlamentarios sobre 128, el parlamento libanés ha votado recientemente la (re)designación de Saad Hariri para ocupar el cargo de primer ministro. La noticia ha causado una importante repercusión política, pues se trata de un elemento que fue destituido del mismo cargo como fruto del emblemático argentinazo libanés que tuviera lugar a fines del pasado año.
Se llega a este escenario luego de las inmensas convulsiones políticas, sociales y económicas que caracterizaron toda la etapa posterior a su dimisión, y cuyo cenit ha sido indudablemente la explosión en el puerto de Beirut, un crimen de clase que dejó a más de 6.500 personas heridas, 300.000 sin hogar y cientos de fallecidos, lo que pavimentó el camino para que, enormes movilizaciones mediante, se consume la caída de su heredero, el represor Hassan Diab.
Las masas libanesas, entretanto, ven suceder una profundización de la miseria social que ha arrastrado a más de la mitad de ellas bajo los umbrales de la pobreza. La fuerte tendencia alcista de los precios de los artículos básicos y el avance de una devaluación que ha trepado a un 80 por ciento forman parte de una dinámica expoliadora más general que se desarrolla en un cuadro donde se combina explosivamente el congelamiento de los salarios con una tasa de desempleo que oscila entre el 30 y el 60 por ciento.
Rosca política
La rebelión libanesa de 2019 dirigió su ira contra los bancos y el corrupto régimen de reparto del poder entre los distintos grupos confesionales (sunitas, chiítas, cristianos).
El acuerdo parlamentario que ungió a Hariri -suní- sigue el libreto de esa rosca política. Votaron por él las fuerzas sunitas (respaldadas a nivel regional por Arabia Saudita) y chiítas (de buenos vínculos con Irán), aunque esta vez no lo apoyó el arco cristiano. El hecho de que el régimen deba recurrir otra vez a una figura desacreditada ante las masas muestra la poca capacidad de recambio del mismo.
Hariri pretende formar un gabinete de 20 personas cuyos integrantes sean tecnócratas nombrados por los principales partidos del régimen y que, a su vez, estos elementos mantengan cierta “independencia” con respecto a sus tendencias políticas, puesto que se trataría de un gobierno de “competencias no partidistas”. De todas maneras, las contradicciones no tardaron en emerger. El principio de rotación de carteras entre los ministros de las diversas religiones viene siendo motivo de choques permanentes por obtener posiciones en el gobierno. Movimiento Patriótico Libre, el partido fundado por el presidente Michel Anoun (cristiano), se encuentra pugnando por la colocación de su líder Gebran Bassil en el esquema gubernamental a erigirse, así como por ubicar a sus partidarios en carteras como Defensa, Interior o Relaciones Exteriores. Por otro lado, Hezbollah busca aferrarse al ministerio de salud, lugar que también es reclamado por el líder del Partido Socialista Progresista, Walid Joumblatt.
Uno de los obstáculos más pronunciados para conformar el gabinete tuvo lugar a la hora de elegir el puesto de ministro de Finanzas, que tras la resistencia de determinados grupos terminó en manos de un musulmán chiíta afín a Hezbollah y Amal (Prensa Latina, 29/10).
Imperialismo
Como sucediera tras el estallido del puerto beirutí, el imperialismo francés y el norteamericano aparecen metiendo la cola en la transición abierta en el Líbano. La Unión Europea (UE) ha planteado la necesidad de formar un gobierno “creíble” so pretexto de aplicar “reformas económicas y políticas” (léase más ajuste) para superar el impasse en el que se encuentra sumido el país.
La UE, que es acreedora del país levantino, ha dicho que considera una prioridad que el gobierno libanés logre un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI). Se trata de la orientación que pregona el francés Macron, quien procura una transición tutelada por el imperialismo galo a fin de que el FMI desembolse unos 10.000 millones de dólares para intentar paliar la crisis. Líbano está sumergido en medio de una agudísima crisis financiera, su deuda con respecto al PBI (170 por ciento) ha adquirido una de las proporciones más altas del mundo y su economía dependiente de las importaciones ya no puede pagar los alimentos, que provienen del exterior (Foreign Policy, 22/10).
El cuadro de bancarrota económica ha llevado al gobierno libanés a emprender negociaciones –mediadas por el imperialismo yanqui- con Israel para delimitar su disputada frontera marítima en aras de avanzar en la explotación de hidrocarburos. Líbano viene de reclamar una zona sureña adicional de 1.430 kilómetros, en la cual el Estado sionista habría acordado llevar adelante la exploración del yacimiento gasífero de Karish. Las negociaciones entre ambos países, cabe destacar, se desenvuelven en el marco de un nuevo endurecimiento de las sanciones yanquis contra el Líbano. El gobierno del país levantino buscaría, de este modo, obtener divisas que le ayuden a pagar su cuantiosa deuda externa.
Lucha de clases
A raíz de los comentarios de unos pocos manifestantes, algunos analistas han tratado de presentar el escenario político configurado tras la vuelta –y permanencia- de Hariri como la expresión de un retroceso del movimiento de lucha libanés.
Lo cierto es que el proceso iniciado en octubre del pasado año no se ha cerrado. En este 2020 acontecieron jornadas de combate muy valiosas, que van desde la quema de bancos en Beirut y Trípoli hasta la rebelión popular que volteó al gobierno de Diab, lo que da cuenta de la continuidad de las posibilidades revolucionarias de la situación.
La labor que tienen los luchadores libaneses es retomar una gran e independiente acción de masas que voltee a todo el régimen político y ponga en pie un gobierno de trabajadores.
Nazareno Kotzev
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