El 20-N del 36, la República fusiló a José Antonio Primo de Rivera que había optado por la opción golpista se tuvo que enfrentar a sus consecuencias, los demás tuvieron más suerte. El excelente escritor Juan Eduardo Zúñiga contaba que durante el trayecto de su cadáver desde Alicante a Madrid, la Falange buscaba en cada pueblo a un «rojo» que no habían fusilado para ofrecerlo en «sacrificio» del «Ausente».
José Antonio era lector de Técnica del golpe de Estado de Curzio Malaparte el mismo que puso su grano de arena en este ambiente hostil. En su obra atribuía a la capacidad «táctica» de Trotsky una fuerza casi demoníaca, motivo añadido por lo que se diatriba comienza definiendo a Curzio Malaparte como «teórico fascista»3. En su discurso, Trotsky insiste en el texto en que: «El partido revolucionario es la condensación de lo más selecto de la clase progresiva. Sin un partido capaz de orientarse en las circunstancias, de apreciar la marcha y el ritmo de los acontecimientos y de conquistar a tiempo la confianza de las masas, la victoria de la revolución proletaria es imposible. Tal es la relación de los factores objetivos y de los factores subjetivos de la revolución y de la insurrección…» Pero de estas razones, los adversarios suelen tergiversar «la verdad científica», para llevarla al absurdo. «Esto –dice– se llama aún, en lógica, reductio ad absurdum». Furiosamente toma el ejemplo de Malaparte que «consagra un número no despreciable de páginas de su “investigación” sobre la insurrección de octubre». En su libro distingue entre la «estrategia» de Lenin, que permanece unida a las relaciones sociales y políticas de la Rusia de 1917, y «la táctica de Trotsky», que «no está –según los términos de Malaparte– unida por nada a las condiciones generales del país».
Con estas tesis, proclama a los jóvenes socialistas noruegos que «Malaparte obliga a Lenin y a Trotsky en las páginas de su libro a entablar numerosos diálogos en los cuales los interlocutores dan pruebas de tan poca profundidad de espíritu como la naturaleza puso a disposición de Malaparte. A las objeciones de Lenin sobre las premisas sociales y políticas de la insurrección…» El autor de La piel atribuye a Trotsky la siguiente respuesta: «Nuestra estrategia exige demasiadas condiciones favorables, y la insurrección no tiene necesidad de nada: se basta por sí misma». ¿Entendéis bien? «la insurrección no tiene necesidad de nada».
Tal es precisamente, queridos oyentes, el absurdo que debe servirnos para aproximarnos a la verdad». Malaparte «repite con mucha persistencia que en Octubre no fue la estrategia de Lenin, sino la táctica de Trotsky lo que triunfó», y deduce que es la «táctica» de Trotsky la que «amenaza (…) ahora, la tranquilidad de los Estados europeos. Describe a Trotsky como un Lutero del comunismo, y llega a afirmar: «Poned a Poincaré en lugar de Kerenski, y el golpe de Estado bolchevique de octubre de 1917 se hubiera llevado a cabo de igual manera». Trotsky concluye diciendo que le resulta difícil «creer que semejante libro sea traducido a diversos idiomas y acogido seriamente. Sin embargo, llegó a ser un verdadero best-seller, en parte porque se trataba de uno de los primeros estudios sobre un tema que cobraba una enorme importancia, y en parte porque daba pábulo al miedo a la libertad de la derecha.
Esta teoría hizo creer a la derecha que el «fantasma» de Trotsky pudiera estar detrás de todo lo que se movía, y así sucedió en Francia, y luego aquí donde en la prensa del 25 de octubre de 1934 aparecieron las siguientes líneas. «Según se dice a conocimiento de las autoridades ha llegado el rumor de que Trotsky, el principal impulsor con Lenin de la revolución soviética, se halla en España desde hace tiempo y su presencia en tierras españolas tenía por objeto dirigir a los elementos marxistas que habían de intervenir en el movimiento revolucionario que se preparaba para en breve. Según parece la presencia de Trotsky ha sido señalada en diversos puntos de España, principalmente en Asturias ». En realidad, se trataba de una confusión –puede que incluso intencionada– del líder de Octubre con un corresponsal de prensa francés, llamado Bernet, dado el parecido físico que les unía. Trotsky nada tenía que ver con el movimiento insurreccional asturiano, en el que los trotskistas tuvieron una participación muy menor, aunque sí tomaron parte activa en la Alianza Obrera.
José Antonio Primo de Rivera, líder de la Falange, que quería ser la «vanguardia» contrarrevolucionaria, dejó constancia de este temor, y escribió una carta a Franco arguyendo dicha presencia para instar al general para que se adelantara a la revolución con un golpe de Estado, que llegó, aunque el señuelo fue una «conspiración comunista». En ella se hace, el líder fascista se hace eco de la «información» aparecida en la prensa derechista, y en la que se rumoreaba la presencia de Trotsky en España.
La misiva, fechada el 24 de septiembre de 1934, ofrece, además, una muestra de la concepción «conspirativa», policíaca y «nacional» de la historia, la extrema «conciencia» contrarrevolucionaria y de clase de su autor, que aboga claramente por una acción militar «preventiva» como la que protagonizó su admirado «patrón» Mussolini en 1922, que desarmó la pusilanimidad socialista y cortó el auge del Partido Comunista en Italia. En su contenido no hay desperdicio: «(…) Ya conoce lo que se prepara: no un alzamiento tumultuario, callejero, de esos que la Guardia Civil holgadamente reprimía, sino un golpe de técnica perfecta, con arreglo a la escuela de Trotsky y quién sabe si dirigido por Trotsky mismo (hay no pocos motivos para suponerle en España). Los alijos de armas han proporcionado dos cosas: de un lado, la evidencia de que existen verdaderos arsenales; de otro, la realidad de una cosecha de armas risible. Es decir, que los arsenales siguen existiendo y compuestos de armas magníficas, muchas de ellas de tipo más perfecto que las del Ejército regular. Y en manos expertas que, probablemente, van a obedecer a un mando peritisimo.
Todo ello dibujado sobre un fondo de indisciplina social desbocada (ya conoce usted el desenfreno literario de los periódicos obreros), de propaganda comunista en los cuarteles y aun entre la Guardia Civil, y de completa dimisión, por parte del Estado, de todo serio y profundo sentido de autoridad. (No puede confundirse con la autoridad esa frívola verborrea del Ministerio de la Gobernación y sus tímidos medios policíacos, nunca llevados hasta el final.) Parece que el Gobierno tiene el propósito de no sacar el Ejército a la calle si surge la rebelión. Cuenta, pues, sólo con la Guardia Civil y con la Guardia de Asalto (…). Y, seguro de que cumplía con mi deber, fui a ofrecer al ministro de la Gobernación nuestros cuadros de muchachos por si, llegado el trance, quería dotarlos de fusiles (bajo palabra, naturalmente, de inmediata devolución) y emplearlos como fuerzas auxiliares (…). Una victoria socialista, ¿puede considerarse como mera peripecia de política interior? Sólo una mirada superficial apreciaría la cuestión así. Una victoria socialista tiene el valor de invasión extranjera, no sólo porque las esencias del socialismo, de arriba abajo, contradicen el espíritu permanente de España; no sólo porque la idea de Patria, en régimen socialista, se menosprecia, sino porque, de modo concreto, el socialismo recibe sus instrucciones de una Internacional. Toda nación ganada por el socialismo desciende a la condición de colonia o protectorado”
De todo lo cual se deduce que el “Ausente” tenía muy claro que había que hacer como su modelo, el de Hitler en la nueva Alemania.
Pepe Gutiérrez-Álvarez
No hay comentarios.:
Publicar un comentario