Aquellos trabajadores que desempeñan tareas en Argentina y tienen entre 18 y 24 años son, según estadísticas recientes de la consultora Adecco, los más empobrecidos entre sus pares de la misma franja etaria en América Latina. Perciben en promedio salarios que, calculados en su valor en dólares, se hunden entre los más bajos de la región.
Por ejemplo, si se compara con Chile, un joven profesional argentino percibe en promedio un tercio de lo que gana alguien en el país trasandino, la mitad frente a lo que gana un trabajador peruano y un 35% menos de lo que ganan los de México y Brasil. Mientras el Indec señala que la canasta básica familiar, que actúa como línea fluctuante entre la población que está sumergida en la pobreza y la que no, se ubicó en $73.918 en el mes de noviembre, el 96% de los jóvenes están cómodamente por debajo de este umbral percibiendo salarios menores a $50.000.
Con respecto a los rubros de mayor presencia juvenil, se destacan los empleos administrativos y de oficina (23,5%), le siguen luego los comerciales, de ventas o marketing (20,3%), pasando después a la industria (14,1%). En general, claro, son quienes perciben los peores puestos de cada área, por eso un 81% de los entrevistados indicó su deseo de conseguir otro empleo.
Pero esto, claro, entre aquellos jóvenes que pudieron insertarse en el mercado laboral. El informe señala, sin embargo, que un 26% (más de un cuarto) de los trabajadores con menos de 24 años está actualmente desempleado; lo que duplica al índice general de desocupación nacional. Otra de las cuestiones que destacan quienes elaboraron el escrito es cómo los patrones ponen como condición inamovible para contratar empleados de esta edad que tengan experiencia laboral, pero por lo que a su vez ninguno ofrece la posibilidad de ese primer puesto de trabajo.
Frente a esta situación se hace evidente la completa desidia de los gobiernos ante la exclusión de la juventud del mercado laboral, o su condena al trabajo precario y mal remunerado. Tanto es así que los propios entrevistados dijeron, en un 52% de los casos, no conocer programas gubernamentales de empleo jóven; mientras que el ¡40%! afirmó taxativamente que no existen.
Ahora bien, sí existieron (o existen) “programas” de empleo jóven de los gobiernos. Lo importante, en tal caso, es dilucidar cuál es su contenido. Quizás el caso más emblemático del último tiempo sea el Te Sumo, lanzado entre bombos y platillos por el gobierno de los Fernández de cara a las Paso en julio. Con él, desde la Rosada le ofrecieron un jugoso esquema de prebendas a las patronales que ofrecieran unos insignificantes 50.000 puestos de trabajo precario a los aspirantes (26% de desocupación en la juventud), y que ganarían, con la mejor de sus suertes, $43.000 luego de seis meses “de prueba” sin garantía de continuidad. Algo similar a la “Expo Empleo Jóven” patrocinada por Macri en la Rural en 2017, donde acudieron casi 200 mil personas en búsqueda de trabajo para aplicar a poco más de 10 mil puestos de trabajo precarizado.
Quienes nos gobiernan y nos gobernaron a ambos lados de la grieta son enteramente responsables por el sometimiento de la juventud a la ausencia de cualquier perspectiva de desarrollo. Como hemos titulado desde estas páginas hace algunos meses, hay toda una generación de trabajadores condenada a la precarización laboral y el desempleo; y esto no hace más que ir en franco ascenso.
En los días que corren acudimos al intento del gobierno, con el respaldo de la oposición patronal, de lograr un nuevo acuerdo por el repago de la deuda externa con el FMI, que impone como condición el avance de una agenda de reformas antiobreras y de ajuste. La aplicación de la reforma laboral flexibilizadora en danza tiene como objetivo formalizar el cuadro de precarización laboral que afecta particularmente a la juventud. En el mismo sentido se inscriben otros tópicos, como el de una reforma educativa (que hace mella, por ejemplo, con las “prácticas profesionalizantes” de Larreta) que ponga a los pibes en edad escolar a trabajar gratis en las empresas; bajo el pretexto de la “formación profesional” y la “experiencia laboral”. Ni hablar ya entonces que la devaluación reclamada por el organismo vendría a acelerar el proceso de desvalorización salarial, hundiendo todavía más a la Argentina en la estadística que presenta este artículo.
Es imperioso cortar el sometimiento de la juventud a una vida de miseria partiendo desde la base de rechazar el pacto con el Fondo Monetario y sus reformas flexibilizadoras, elevando el salario mínimo al coste de la canasta básica, creando empleo genuino y dando el pase de todos los trabajadores a planta permanente. Un programa en las antípodas de este régimen de hambre y de saqueo que le niega un mañana a los pibes.
Manuel Taba
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