Por primera vez me refiero públicamente a estos encuentros, en el contexto del establecimiento de relaciones diplomáticas entre Nicaragua y el gigante asiático en 2021.
Este viaje tenía algún parecido al que apenas unos meses después del triunfo de la Revolución Sandinista había realizado, en mi calidad de director de Relaciones Internacionales, junto con una delegación del FSLN encabezada por dos miembros de la Dirección Nacional, con destino a Moscú. Entonces fue el primer encuentro político -también secreto- del sandinismo en el poder con la dirección soviética.
La misión a China me fue encomendaba por la dirección sandinista, en el contexto de la abierta confrontación y hostilidad con la Administración Reagan, empecinada en destruir la revolución nicaragüense. Se realizaba pues, en el marco más amplio del conflicto este-oeste que entonces tenía poco de “Guerra Fría”, por lo menos en Afganistán y Nicaragua. La tarea requería, como poco, ser manejada con prudencia y discreción. Al emprender el viaje había sido autorizado a decidir en el terreno sobre la apertura oficial o no de las relaciones partidarias y de Gobierno.
Menciono aquí lo que en aquellos momentos fueron las principales consideraciones que motivaban la búsqueda del establecimiento de dichas relaciones.
En primer lugar, en Nicaragua estábamos conscientes de la voluntad públicamente expresada por Reagan de imponerse por la fuerza en Centroamérica. Para él, era un asunto de prestigio imperial. Reagan había sostenido incluso en cámaras conjuntas del Congreso que ello era indispensable para que Estados Unidos pudiera sostener sus alianzas en el mundo.
A su vez, estábamos conscientes que China había iniciado desde 1979, bajo la dirección de Deng Xiaoping, un profundo proceso de reforma y apertura. También sabíamos que desde la visita de Deng a Washington la mirada de China en occidente priorizaba a los Estados Unidos. Buscaba ahí alianzas, tecnología, inversiones, mercado, etc. Los principales dirigentes chinos habían sido recibidos por Carter y Reagan. De manera que no podíamos más que especular sobre el eventual interés de China con la naciente revolución nicaragüense, confrontados abiertamente con su principal y deseado aliado.
Los que nos dedicábamos al trabajo internacional sabíamos que para la revolución era vital ampliar al máximo el apoyo, simpatía y respaldo de la comunidad internacional. Ello nos permitía sostener una correlación de fuerzas externas que impidieran a Reagan justificar sus propósitos y específicamente una intervención directa de las tropas gringas en Nicaragua -lo que ocurriría después en Panamá en diciembre de 1989. En este sentido, las relaciones con China -que se comportaba con un amigo de nuestro enemigo- implicaban intereses diversos.
Sabíamos que Nicaragua no representaba ningún interés económico o comercial para el país asiático. El único interés que China podría tener con nosotros estaba vinculado con el enorme prestigio que la revolución sandinista tenía en América Latina y otras partes del mundo. A su vez, estas relaciones podrían ir ampliando espacios en el hemisferio, a la vez que le ayudaban a limpiarse la cara por algunas acciones u omisiones en la región, como su silencio con el Golpe de Estado a Salvador Allende y sus posteriores buenas relaciones con Pinochet en Chile.
Por nuestra parte, no nos hacíamos ilusiones de que este gigante fuese a darnos un significativo respaldo material o bélico para sostener la resistencia contra Reagan. Pero sí esperábamos contar con su apoyo político internacional. China había ocupado su lugar como miembro permanente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y había proclamado su respaldo a los movimientos de liberación nacional como un principio de su política internacional.
En la dirección sandinista había consenso sobre la conveniencia de establecer las relaciones diplomáticas con China. Sin embargo, había criterios y opiniones matizadas sobre establecer relaciones partidarias. No había diferencias ideológicas al respecto. Se trataba más bien de sensibilidades políticas que imponían cierta cautela. La Unión Soviética y el campo socialista -y Cuba desde luego- era nuestro principal aliado en aquella confrontación con Estados Unidos y conocíamos lo distante y frías, para decir lo menos, que eran las relaciones entre Moscú y Pekín. Es más, en aquel juego de apertura entre Washington y Pekín no se ocultaba aquello que sí tenían en común: la URSS como su enemigo o adversario. Por lo tanto, nuestros pasos hacia China no podían obviar esas circunstancias.
A su vez, había también que tomar en cuenta que para importantes cuadros y dirigentes sandinistas también era sensible el estado de las relaciones de China con Vietnam. No se ignoraba que mientras a inicios de 1979 los sandinistas combatían en su fase final a la dictadura somocista, el heroico pueblo de Vietnam lo hacía contra casi 300 mil soldados chinos que habían invadido su país por tres puntos de su frontera. Vietnam, su gente y su lucha contra las ocupaciones chinas, los colonizadores franceses y el imperialismo gringo estaban demasiado presente en nuestra memoria. Aquí comenzaba para mí la reserva principal para la apertura de las relaciones partidarias.
Una vez en China, sus dirigentes manifestaron de manera unánime su admiración por la lucha del Frente Sandinista y el pueblo de Nicaragua, recibiéndonos con afecto. Reiteraron el respeto a la soberanía, la autodeterminación y la no injerencia en los asuntos internos como principios. También nos explicaron su proceso de reformas y expresaron sus deseos de la apertura de relaciones de partido y Gobierno, pero no ofrecieron cooperación material que pudiese crear falsas expectativas.
Todo fue impecable salvo el asunto de Vietnam. Las autoridades chinas se mostraban muy hostiles con lo que ellos consideraban era una actitud expansionista de la dirección vietnamita que había intervenido en Kampuchea y que entendían constituía una amenaza a la paz en la región.
Por nuestra parte, con franqueza señalamos que no entendíamos los actos de guerra de su gran nación contra el pueblo vietnamita. Expresamos que para nosotros era una situación muy dolorosa y que no podíamos ni queríamos ocultar que nuestros sentimientos estaban con Vietnam.
Finalmente, luego de evaluar la situación con el viceministro Javier Chamorro Mora, decidimos expresar la disposición del gobierno de Nicaragua para la apertura de las relaciones diplomáticas entre ambos Estados, y que informaríamos a la dirección del FSLN de todas las consideraciones políticas que ellos habían expresado. En esa ocasión no se abrieron formalmente las relaciones, como era su expectativa, pero sí terminarían de concretarse a finales de 1985.
Hoy la situación ha cambiado muchísimo. China progresa cada día más en la línea inicialmente trazada por Deng Xiaoping, mientras en Nicaragua la Revolución es cosa del pasado y seguimos siendo el mismo segundo país más pobre de América Latina. El Frente Sandinista de aquella revolución no existe más. De aquel prestigio y admiración con que se miraba a Nicaragua en la escena internacional hoy no queda nada, más que la vergüenza de haber convertido al sandinismo en su contrario: el orteguismo. El culto a la pareja presidencial es peor y más vergonzoso que aquel que Fidel en su momento criticara con dureza de Mao. Hoy no existen ni dirección ni organismos colectivos. No hay democracia interna ni nada que consultar y muchísimo menos discrepar. Solo obedecer como mandos militares sin razón y sin principios. Tampoco hay hoy un horizonte de agresiones imperialistas armadas contra Nicaragua. Eso sí, viendo a Daniel, los chinos quizá recuerdan a Pinochet.
Julio López Campos | 18/12/2021
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