El film con que Steven Spielberg invertiría totalmente los roles del terror a lo diferente.
Desde Viaje a la Luna (1902) de George Melies hasta películas más actuales como La llegada (2016), el cine ha tomado la temática los extraterrestres como una forma proyectar los miedos, angustias y las miserias más humanas a lo largo de la historia.
Miserias que incluso han sabido referenciar la percusión política en tiempos de guerra fría como así las incursiones bélicas del imperialismo y la idea de la existencia de un enemigo interno que altere el orden social establecido a través de la figura del invasor infiltrado, este reflejo de la paranoia anti comunista de la doctrina de Truman y la histeria de los años del senador McCarthy y su caza de brujas en el mundo del espectáculo hollywoodense en los ’50.
Pero a principio de los años ’80, en pleno jolgorio de la “revolución conservadora” de la era Reagan, una película lo cambiaría todo.
ET, El Extraterrestre invertiría totalmente los roles del terror a lo diferente con una aventura contracultural en formato de cuento de hadas en la que, a través de la niñez, Steven Spielberg cuestionaría el mundo alienante de los adultos, el vacío existencial generado por los lazos familiares rotos y los padres abandónicos, el individualismo reinante en la sociedad norteamericana donde la amistad y el amor sin prejuicios, más que una debilidad, serán una fortaleza ante las propias instituciones gubernamentales.
“Teléfono, mi casa”
Filmada a fines de 1981 y estrenada mundialmente el 11 de junio de 1982 (y en la Argentina en la navidad del mismo año) ET El extraterrestre se convirtió rápidamente en un boom mundial de taquilla que recién seria superada por Jurassic Park en 1993 y en un punto de inflexión en la carrera de Spielberg como director y productor.
Desde los años 70, su meteórica carrera de director venia en ascenso con su crítica a la cultura consumista del capitalismo en Tiburón (1975), su obsesión por el tema Ovni a través de Encuentros Cercanos del Tercer Tipo (1977), la fallida comedia paranoica bélica 1941 (1979) y su pochoclera Indiana Jones: en busca del Arca Perdida (1981).
Pero como ocurre a veces con las grandes producciones, la génesis de “ET” estuvo atravesada por cambio de guiones y contratiempos e ideas contrapuestas al proyecto original, la cual en un principio iba a ser una secuela más terrorífica de la película alienígena de 1977 llamada Cielos Nocturnos.
No obstante, buscando explotar la mirada de la niñez al mundo de los adulto (un recurso que será patente en la carrera de Spielberg) Cielos Nocturnos será finalmente modificada por la guionista Melissa Mathison para transformarse en la historia de un niño marginado de los suburbios de California que busca llenar su vacío afectivo a través de su amistad con un extraterrestre, idea que hace referencia a los sufrimientos vividos por el director de niño al tener que inventar un amigo imaginario frente al divorcio de sus progenitores.
De ahí en más, la historia se centrará en Elliot, un niño solitario de 10 años que sufre el abandono de su padre y cuya familia intentara compensar esa angustia a través del consumismo chatarra (en una clara alegoría del paradigma de la clase media norteamericana de los 80´s) y ET, un extraterrestre también abandonado en la Tierra por accidente y cuyo aspecto grotesco contrasta con su bondad e inocencia, concepto contrapuesto a películas como La Guerra de los Mundos (1953) y series como Los Invasores (1967), todas estas herederas de la paranoia anti comunista del senador McCarthy y la doctrina de seguridad nacional.
De ahí en más ET y Elliot desarrollarán una relación simbiótica en la cual compartirán sin tapujos sus sensaciones corporales y sentimientos frente a la frialdad, el consumo y la violencia sádica de la sociedad capitalista como se refleja en la secuencia de la disección de ranas en el colegio o en la célebre escena de las bicicletas voladoras frente al retén armado de los oficiales del FBI.
Como en Encuentros Cercanos del Tercer Tipo, las instituciones gubernamentales del Estado serán las que cumplan el rol de “villano”, las cuales buscarán apoderarse de la criatura extraterrestre para su disección y no al revés como ocurría en las clásicas películas de aducciones.
La figura de la policía es incluso ridiculizada en las persecuciones entre los patrulleros y el grupo de amigos de Elliot en bicicletas BMX, un recurso ya explotado en películas de comedia de los 70´s como Dos Picaros con Suerte (1977) o de drama como Convoy (1978), la cual mostraba a la policía como una institución abusadora.
Todo esto, acompañado de esas valquirias de composiciones neoromanticas de John Williams que hacen de esta historia mínima de barrio una odisea épica.
Este cuento de hadas moderno de suburbios oscuros, juguetes rotos y comida chatarra recogerá además elementos de la literatura clásica y el cine como el resentimiento por los adultos en Peter Pan (1902), el compañerismo desde la vulnerabilidad de El Mago de Oz (1939) e incluso la incomprensión y la marginalidad hacia la niñez y la adolescencia de Los 400 Golpes (1959).
Sin duda alguna, el legado de ET a la cultura populares inmensa. Desde la saga de Creeters, el plagio de Mi Amigo Mac o incluso la actual Stranger Things, el concepto de un ser extraño a los humanos como proyección de la humanidad será explotado hasta hartazgo. Algo que ni el cine argentino le será ajeno con el film Los Extraterrestres (1983), una grotesca adaptación protagonizada por Olmedo y Porcel junto a un dudoso muñeco alienígena de nombre “Monguito”.
De inmediato, el subgénero de extraterrestres daría tela para cortar en guiones que, emulando la imagen negativa hacia los aliens desarrollada en los ’50, darían vida a producciones de culto con un trasfondo político más profundo como V Invasión Extraterrestre (1983), serie que relataba la lucha de los seres humanos contra unos alienígenas dispuestos a instaurar un régimen de corte fascista y que por momentos hace referencias a los secuestros y desapariciones de las dictaduras militares de Latinoamérica.
Por el lado del cine, en 1988 se estrenaría They Live, un film de humor negro dirigido por John Carpenter y cuya trama se centrará en un obrero desocupado que, a través de unas gafas negras, descubrirá como una raza de extraterrestres intenta dominar como esclavos a los seres humanos a través de mensajes subliminales relacionados con el consumo, la sumisión ante el poder y la adoración del dinero
Incluso años más tarde, la serie Alf (1986) retomaría la crítica hacia el estereotipo de la familia promedio norteamericana de los ’80, donde el propio extraterrestre aparece como una especie de personaje que permanentemente incomoda a través de la culpa a una familia de ex hippies de los ’60 aggiornada a los valores conservadores de la década de 1980.
Pero sería recién en 2016 cuando, nostalgia por los ’80 mediante, el espíritu de ET, El Extraterrestre volvería a renacer con la serie Stranger Things y sus pandillas de jóvenes luchando contra conspiraciones gubernamentales y ponderando la amistad y el amor más allá de los prejuicios.
Nada de lo humano me es ajeno
Varios análisis acuerdan que ET, El Extraterrestre es un filme que reflexiona sobre la amistad, el amor y el proceso de maduración frente a la falta de afecto y contención desde la mirada de un niño.
Pero sin dudas, lo más relevante del film es la representación de lxs niñxs superando la insensibilidad de los adultos como así el abandono y la falta de empatía de estos en una sociedad sacudida por una maquinaria de consumo chatarra, donde la irrupción de lo fantástico será la resolución de estas contradicciones y el renacimiento de estas infancias rotas en contraposición a la vida alienante capitalista.
Todo un oxímoron frente a la sobreexposición sufrida por la actriz Drew Barrymore, de entonces seis años de edad, posterior al film como parte de la industria del entretenimiento. Algo que le costaría una infancia tan rota o más que la del personaje de Elliot, con adicciones a edades prematuras e incluso un intento de suicidio a sus 14 años, repitiendo así el derrotero de niñas y niños que prematuramente fueron explotados por la industria del entretenimiento como Gary Coleman, Macalauy Culkin o Amanda Baynes.
Pero hoy la niñez lejos está de tener aquel final feliz del film. Los abusos, el hambre, la falta de contención económica, afectiva y de educación sexual como así la estigmatización y criminalización son las historias que recorren las infancias del mundo y nuestro país y que, más que un cuento de hadas, se asemejan a las páginas de un cuento de terror urbano de Mariana Enríquez.
Infancias y adolescencias a las que el mundo de hoy las expone ante la violencia estatal del gatillo fácil, el trabajo infantil, la destrucción de la educación pública e incluso la negación de derechos primerísimos como la de elegir y hacer respetar su identidad, sus lenguajes y códigos.
A cuarenta años de su estreno, los que ayer lloramos en el cine con esa historia de amor, respeto y empatía hoy nos toca, desde la adultez, la tarea de luchar por un mundo sin violencia y opresión, un mundo donde lo fantástico sea algo cotidiano y en definitiva, un mundo donde nada de lo humano nos sea ajeno.
Agustín Carucha
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