A partir del 2001, el “septennat” (septenio) presidencial introducido por De Gaulle en 1958, con elección directa a partir de 1962, pasó a ser un quinquenato y las elecciones legislativas, que siempre fueron quinquenales, se realizan inmediatamente después de las presidenciales, a fin de eliminar el peligro de la cohabitación y fortalecer todavía más el poder bonapartista sin control del presidente. Se supone en efecto, y así fue durante 20 años, que el presidente recientemente electo va a disponer de una amplia mayoría en la Asamblea Nacional (AN, Cámara de Diputados) y será el ordenador y el patrón de la discusión y la sanción de las leyes y del nombramiento del gobierno, responsable ante la Asamblea.
Macron llevó este sistema a su paroxismo en su primer quinquenato y mereció el apodo de Júpiter, decidía todo solo y transmitía las órdenes a sus subordinados, ministros y diputados. Los proyectos de ley elaborados por el Poder Ejecutivo se aprobaban a libro cerrado. Condenó a los partidos gubernamentales de derecha y de izquierda y creó una caricatura de partido, con la adhesión al presidente como todo programa. Es la condición del funcionamiento del régimen bonapartista que se impuso en la burguesía imperialista francesa en retroceso: ausencia de deliberación política, sostenimiento de un poder semiabsoluto por encima de fracciones, discusiones, estrategias.
El terremoto de junio
Aun en estas condiciones, el quinquenato de Macron fue un fiasco, con el movimiento de los chalecos amarillos, el Covid, las derrotas militares. Macron salvó lo esencial porque impuso algunas de sus reformas antiobreras, pero no la de la jubilación, y aseguró su reelección. Los resultados electorales presidenciales no fueron un éxito: se impuso en la segunda vuelta por 58% a 42% contra Marine Le Pen (semifascista), con el apoyo de los votos de la izquierda.
Macron se mostró omnipotente, como es todo su saber político, y prácticamente no hizo campaña electoral para las legislativas. Contra las previsiones, se produjo un verdadero terremoto y no una simple y pasajera tormenta.
La cámara está integrada por 577 diputados, electos por circunscripción y voto uninominal, a dos vueltas. El complejo sistema electoral está confeccionado para favorecer la mayoría absoluta del primer partido, el presidencial, y diluir al máximo la representación proporcional de los votantes. Esta vez el sistema no funcionó. Los partidos del gobierno no obtuvieron la mayoría absoluta y se tuvieron que conformar con 245 escaños (38,6% de los votos); la izquierda agrupada (Nupes) obtuvo cerca de 140 (31,6 %); Renovación Nacional (RN) de Le Pen, 89 (17,3%), y el Partido Republicano, 61 (7%). (Las cifras no son definitivas ni suman 577 porque hay electos que todavía no declararon su pertenencia a uno de los agrupamientos.)
Los hechos salientes, y que merecerían un análisis detallado por su importancia y consecuencias, fueron la enorme abstención de 54% de votantes (66 % en la franja de 18 a 34 años), la pobre elección del macronismo, la ausencia de campaña y la derrota de sus diputados líderes y de tres ministros, la buena elección de la izquierda pero menor de lo esperado, entre otros elementos por la abstención juvenil, y la muy buena elección de RN, que le da una fuerza política inédita.
La negativa del macronismo a votar por la izquierda en los duelos Nupes-RN de la segunda vuelta explican en parte los resultados menores de la “izquierda unida” y son también una novedad política que marca la crisis del macronismo y su deslizamiento hacia la izquierda.
Sin voz ni programa
Francia de hecho no tiene ahora gobierno y el presidente guardó un silencio vergonzoso durante 48 horas y habló luego sobre todo para que no lo olviden.
La primera ministra nombrada, Elisabeth Borne, no tiene ninguna envergadura política y no le fue muy bien en las elecciones. Es incapaz de dirigir su representación parlamentaria y afrontar a la oposición. No interviene prácticamente en la crisis. Hay tres ministros que deben renunciar por haber perdido la elección y otros tres acusados de violencia sexual.
Es un espectáculo lamentable que pone de relieve un hecho de la máxima importancia. La burguesía francesa no dispone en este período de ninguna alternativa política que pueda tomar a su cargo la ejecución del programa de rigor económico y de retroceso social, impuesto por el capitalismo en este período.
Es así particularmente en Francia, cuya burguesía le debe mucho de su tren de vida a su pasado colonial, su militarismo y su régimen político que se apoya notoriamente en la policía y la represión antiobrera, de la juventud, de la población musulmana, y en la extensión de los barrios pobres y de la miseria, sin contar con la necesidad de la destrucción de hospitales, escuelas y colegios.
Es así que se puede notar que el ataque de Macron contra la jubilación, para pasar a los 65 años, fue la columna vertebral de su programa, además de las reducciones de las prestaciones sociales, pero se esfumó de su intervención del miércoles, para insistir en cambio en las “ayudas” miserables que piensa otorgar para compensar la inflación y la caída sistemática del nivel de vida de la población trabajadora. Macron tiene como marca de fábrica el bonapartismo de la represión y la catástrofe social y se muestra impotente, a diferencia del 2017, para indicar la fórmula política que piensa aplicar.
En estos días se dedicó a entrevistar a los dirigentes políticos, sin ninguna proposición para recomponer una mayoría parlamentaria y un mecanismo político para avanzar con los planes y necesidades de la burguesía y el capitalismo. Se limita a indicar que tiene que ser “novedoso‚ y que tiene que cambiar la “forma de gobernar”, ya sea a través de una coalición o de acuerdos con los bloques parlamentarios materia por materia. Una parte del macronismo afirma que RN de Le Pen puede ser también un socio aceptable para esta aventura. La desesperación por ser el eje de la conservación el poder parece ser la única consejera.
Macron les dio un plazo de 48 horas a los agrupamientos partidarios para que definan si aceptan o no su oferta. La dificultad, sin embargo, es mayor. El bonaparte en descomposición quiere que los demás acepten su política sin participar en el poder, que tiene que seguir siendo personal y no compartido y deliberativo. Es lo que le hace notar su socio partidario burgués más importante, François Bayrou, que afirma que no habrá nuevos socios sin una una nueva forma de gobernar, sin compartir el menú completo del gobierno y no las migajas.
El diario burgués Le Figaro insiste en “una nueva necesidad institucional a definir”, pero Macron no quiere moverse de lo que sabe hacer o cree saber hacer. Por lo tanto, hay comentaristas que ya adelantan que habrá una disolución de la Asamblea Nacional dentro de 2 o 3 meses de idas y vueltas, de tensiones y desaguisados.
Jean-Luc Mélenchon, el principal dirigente de la izquierda, se sitúa completamente en la oposición parlamentaria y su objetivo inmediato es voltear al gobierno de Elisabeth Borne con una moción de censura, cuando se presente ante la nueva AN a comienzos de julio. Las organizaciones del movimiento obrero se mantienen en silencio.
Estamos ante una crisis aguda y las posibles salidas burguesas serán terribles, incluso con la participación y/o el apoyo tácito de RN. La reacción popular ante estas maniobras puede revertir claramente la situación.
Roberto Gramar
Corresponsal desde París
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