Destrucción de Ucrania
En lugar de una tregua, lo que ocurrió enseguida fue una campaña de bombardeos con misiles, de parte de Rusia, contra la infraestructura enérgetica, vial y civil de Ucrania. Luego de evacuar Kherson hacia el lado este del río Dnieper, la ciudad capital de la región fue bombardeada sistemáticamente, al punto de bloquear su ocupación por las tropas de Ucrania. Entre los objetivos de guerra se encuentra la capital, Kiev, atacada por medio de drones comprados a Irán. Bien entendida, esta ofensiva contra toda la infraestructura de Ucrania aparenta dejar de lado la llamada “operación especial”, en referencia a la ocupación de los llamados territorios pro-rusos, o incluso la ocupación de toda la franja costera del mar Negro (Odessa), para apuntar a un rendición incondicional de Kiev. La respuesta de la OTAN no se hizo esperar: hubo un gran incremento de la provisión de misiles antiaéreos, así como de otros con mayor alcance que los existentes. Kiev lanzó enseguida ataques adentro del territorio de Rusia, a doscientos klómetros de la misma Moscú. El afán de Zelensky de llevar a la OTAN a atacar a Rusia quedó de manifiesto cuando produjo el falso positivo de un ataque a Polonia, que pretendió adjudicar a Putin. Putin, sin embargo, no está en condiciones de someter a Ucrania del mismo modo que Estados Unidos sometió a Alemania y a Japón hacia el final de la Segunda Guerra –en un caso mediante la destrucción completa de la ciudad de Dresde, y en el otro por medio de la liquidación atómica de Hiroshima y Nagasaki. El propósito de destruir el conjunto de la infraestructura de Ucrania, incluidos objetivos civiles y centros de salud, demuestra el carácter reaccionario de la invasión iniciada en febrero pasado.
El desarrollo último que ha tenido la guerra indicaría que el propósito de Putin no sería más, como apuntó al principio, el retorno hacia la situación previa a la invasión, consolidada por medio de la anexión de los llamados territorios pro-rusos. De un lado, Putin caracteriza que el objetivo de la OTAN es la desintegración nacional de Rusia, empezando por un cambio de régimen en el país. En esto reside, precisamente, el carácter mundial de la guerra en desarrollo. Putin, en consecuencia, otorga también a la invasión de Ucrania, no un propósito regional, sino internacional. Putin va, en espejo con la OTAN, por un cambio de régimen en Ucrania, que se extendería eventualmente a otros territorios en disputa.
Economía de guerra... nuclear
El choque entre los objetivo de la OTAN, de un lado, y de Putin, del otro, plantea la cuestión de una guerra nuclear. El gobierno de Estados Unidos acaba de aprobar una resolución estratégica, la Revisión de la Postura Nuclear (NPR en inglés), que abandona la disuasión nuclear por la posibilidad de un ataque preventivo contra los centros de comando del enemigo, para privarlo de la capacidad de contraatacar. Una fuerte corriente del ‘establishment’ norteamericano impulsa la estrategia de neutralización del enemigo mediante un ataque nuclear preventivo planificado. Estados Unidos ha anunciado el envío de misiles Patriot, para interceptar los del enemigo, aunque también para disparar trayectorias largas (“El más sofisticado sistema que EEUU haya provisto a Ucrania desde el comienzo de la guerra” – The Wall Street Journal). Boeing ha propuesto proveer bombas de precisión con un alcance de 160 kilómetros –a territorio ruso (Infobae). El presupuesto norteamericano prevé, por primera vez, el envío de ayuda directa a Taiwán por 10 mil millones de dólares.
La prolongación y la intensificación de la guerra en Ucrania ha desatado otros desarrollos significativos. Los Estados de la OTAN alegan que se han quedado sin stock de armamentos como consecuencia de la provisión de misiles, tanques, baterías antiaéreas e incluso municiones a Ucrania. Tres o cuatro compañias norteamericanas tienen el monopolio de la producción de armamentos y de la venta a otros Estados. El gobierno de Biden ha aumentado fuertemente el presupuesto militar, a casi 900 mil millones de dólares, un 4% del PBI. Este gasto es considerado insuficiente, debido a la necesidad de encarar otros desafíos militares, en especial contra China. Lockheed Martin, Raytheon Technologies y otras plantean, en este cuadro, la necesidad de contratos públicos de largo plazo, que justifiquen la ampliación de su capacidad instalada e inversiones en nuevas tecnologías.
El pasaje de gastos puntuales en armamentos a costosos contratos de largo plazo constituye el principio de una economía de guerra. Los países de la Unión Europea reclaman el acceso al arsenal norteamericano, incluida la provisión de componentes e insumos para una fabricación propia de armas.
Guerra en todos los continentes
Este cambio potencialmente cualitativo en el campo del armamentismo viene acompañado de una reconfiguración de la política internacional, que se caracteriza por una guerra económica y diplomática por el control de las cadenas de producción, incluso para armamentos. El destino del gobierno de los Fernández, en Argentina, por ejemplo, ha sido atado a la exclusión de Huawei de las licitaciones por la tecnología 5G (Fernández acaba de anunciar el abandono de la compra de aviones de combate FC-1/JF-17 a China por alrededor de 700 millones de dólares). Las relaciones entre el mexicano López Obrador y Biden se han deteriorado como consecuencia de la presión norteamericana para que México acompañe las sanciones contra empresas de China. La guerra de Estados Unidos contra la producción de semiconductores por parte de China ha alcanzado nivel militar.
La guerra preparada sistemáticamente por parte de la OTAN contra Rusia en Ucrania, se libra en este contexto mundial y es parte de una reconfiguración internacional que sólo puede alcanzarse por medio de una guerra mundial. Esta realidad determina el desarrollo de las hostillidades en Ucrania y los objetivos de guerra de la OTAN, de un lado, y Rusia, del otro. La guerra ha convertido a Rusia en un foco de referencia en cuanto a la formación de bloques económicos, que se convertirán en otros tantos campos en disputa. Se han firmado acuerdos comerciales entre China, Rusia, India, Arabia Saudita, entre muchos otros, que obvian al dólar y apuntan a una guerra por destruir su monopolio internacional. La OTAN, por su lado, procura, por esos mismos medios, alcanzar una posición predominante en Asia Central.
Desequilibrio mundial
Con una economía internacional altamente apalancada, donde el endeudamiento alcanza al 400% del PBI mundial, el estallido de una crisis financiera se encuentra a la vuelta de la esquina, como lo ha probado Gran Bretaña. El Banco de Basilea acaba de alertar acerca de deudas ocultas, en los libros y en las estadísticas, del orden de los 100 billones de dólares, en operaciones especulativas con monedas en el comercio exterior. En el otro campo, China no ha salido de la crisis inmobiliaria y enfrenta, en todo momento, una fuga de capitales. La inmunidad de rebaño que ha establecido frente a la pandemia, conducirá a millones de muertes y a la quiebra económica. Este enorme desequilibrio mundial hace inevitables las bancarrotas, los defaults masivos y un reforzamiento de la tendencia a la reacción y la guerra. Putin sostiene, a su costo y el de Rusia, que podría aprovechar esta crisis para imponer su planteo en Ucrania e incidir en la reconfiguración internacional.
El escenario de la guerra, en la actualidad, va más allá de Ucrania. Es el caso de Erdogan, el presidente turco, que busca la anexión del sector kurdo de Irak y Siria, y convertirse en una potencia en el Mediterráneo oriental. Cabalga entre la OTAN y Moscú con un proyecto para abastecer de gas a Europa, a partir de Azerbaidján, en competencia con el gas licuado que busca monopolizar Estados Unidos. Todas las guerras pre-existentes, como la de Israel contra los palestinos, alcanzan mayores dimensiones en el cuadro de una guerra mundial que se expande. En cuanto a América Latina, ha comenzado una ola de golpismo fuertemente relacionada con la disputa entre Estados Unidos y China por inversiones en minerales y en infraestructura.
La lucha contra la guerra
En esta situación, las consignas pacifistas no abundan; los mismos pacifistas apoyan a la OTAN, a la que reconsideran como un baluarte de la democracia. “Paremos la guerra” puede convertirse en una consigna movilizadora en la medida en que esté dirigida contra los gobiernos de la OTAN, de un lado, y contra Putin, del otro. Un ‘entendimiento’ entre unos y el otro, bajo la presión de circunstancias extraordinarias, que por ahora no son visibles, paralizaría el movimiento de masas contra la guerra, que tampoco termina de arrancar. La hipocresía de los gobiernos acaba de ser demostrada por Ángela Merkel, que, si no ha vuelto a mentir, acaba de declarar que apoyó la construcción de un gasoducto ruso a Alemania con la sola intención de ganar tiempo frente a Putin, y permitir el armamento de Ucrania por parte de la OTAN.
La cuestión de la guerra se presenta para las masas, como ocurre en Estados Unidos y Gran Bretaña especialmente, como un ataque sin precedentes a sus condiciones laborales y de vida. Los ferroviarios y el conjunto del personal de Salud encabezan huelgas sin precedentes en las últimas décadas. No pasará mucho tiempo para que estas luchas alimenten el combate contra la guerra –la causa decisiva del brusco empobrecimiento de los trabajadores. “Paremos la guerra” contra cada uno y todos los gobiernos promotores de la guerra, dejará planteado la cuestión clásica de todas las guerras imperialistas: el enemigo está en nuestro propio país.
Jorge Altamira
20/12/2022
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