El 29 de octubre se cumplieron los cien años la Marcha sobre Roma, asalto que instaló (legalmente) a Benito Mussolini en el poder de Italia. El mismo día, fue el aniversario de la creación del partido Falangista de España, fundado por el dictador Primo de Rivera en 1933 para iniciar la destrucción de la Segunda República, una rara experiencia democrática que universalizó el voto y creó miles de escuelas públicas en sus pocos años de existencia.
El 29 de octubre de este año se realizó en Ciudad de México un concierto de rock nazi (también conocido como RAC, Rock Against Communism) titulado “El imperio contraataca”, el que reunió a 300 asistentes convencidos de su raza superior. El instinto tribal tuvo una orgía de promesas de combatir a los seres inferiores que no los dejan ser libres.
Los asistentes fueron motivados por la banda fascista de Madrid “Batallón de Castigo”, formada en los años 90 en una prisión. Sus miembros no fueron condenados por alguna razón política sino por robo y asesinato. Todos parte de una poderosa religión que venera sus propias tripas. Las camisas anunciaban eslóganes orgullosos como “Por mi Klan” (Clan como tribu y Klan, con K, por el Ku Klux Klan). Precisamente, la idea y obsesión de un reemplazo y aniquilación de “la raza bella” ya había sido articulada en libros publicados en los imperios anglosajones a finales del siglo XIX, todos madurados en la larga experiencia esclavista y en las frustraciones de la derrota en la Guerra Civil, mucho antes de que Hitler se inspirase en estos “patriotas amantes de la libertad”.
El universo digital dio a fascistas y neonazis la protección del anonimato, el que, con los años de práctica, maduró el odio y unas pocas ideas básicas, como la “lucha contra el comunismo” y “contra la ideología de género”. Poco a poco, esta catarsis llevó al rescate y reforzamiento de una ideología que se había propagado un siglo antes con la novedad de la radio. De un estancamiento frustrante, pasaron a una salida gradual del closet, sobre todo a través de opciones políticas de extrema derecha sin la parafernalia nazi.
Luego de que la Unión Soviética derrotase a Hitler (con ayuda de su aliado, Washington), los conservadores en Estados Unidos prohibieron la entrada de rojos al país. El Partido Comunista estadounidense estaba lleno de negros y el FBI perseguía a los homosexuales por su condición de futuros comunistas. En 1954 prohibieron ese partido. No les importó contratar mil nazis alemanes para la NASA y dejar entrar otros nueve mil “refugiados”. Incluso hoy los trámites de inmigración y de nacionalización preguntan si el aplicante ha pertenecido alguna vez a un partido comunista (los suegros de Donald Trump se saltearon esa pregunta) y ni una palabra sobre pertenecer a algún grupo fascista o neonazi.
En México, los nazis no tuvieron el éxito abrumador que tuvieron en Estados Unidos antes de la guerra. Su membrecía apenas rondaba los 150 entusiastas. La relación del gobierno de Lázaro Cárdenas con Hitler fue puramente estratégica (la sustitución de Estados Unidos como cliente por unos años hizo posible la nacionalización del petróleo mexicano). Más intensa e ideológica fue la relación de Hitler con Washington y, sobre todo, con los grandes hombres de negocios de ese país.
Pero los fascistas y neonazis que hoy penetran América latina están mejor organizados y son más peligrosos, incluso más peligrosos que los nazis que escaparon a América del Sur o los que envió la CIA para “luchar contra el comunismo”, apoyando dictaduras que protegían los intereses de las transnacionales.
Ahora, ente el 28 y 29 de noviembre, decenas de políticos de la extrema derecha internacional se reunirán en Ciudad de México en un evento organizado por el Movimiento Viva México y la Conservative Political Action Conference (CPAC, Conferencia Política de Acción Conservadora) en una internacional fascista. Luego de décadas, la CPAC ha decidido salir de Estados Unidos y celebrar eventos propagandísticos en Brasil y México.
A este evento asistirán, entre otros, el chileno hijo de nazi, pinochetista convencido y empresario José Antonio Kast; el Boris Johnson argentino, Javier Milei; el hijo del presidente brasileño Eduardo Bolsonaro; el estratega de Donald Trump e instigador del asalto al Capitolio, Steve Bannon; el nieto del dictador Rafael Trujillo y hombre de negocios estadounidense, Ramfis Domínguez-Trujillo; la hija del genocida guatemalteco Efraín Ríos Montt y congresista por su país, Zuri Ríos; y unas decenas de otros oradores distinguidos. Todos caucásicos y con preferencia por los ojos azules, con la única excepción del indo-estadounidense Shiva Ayyadurai, el cual se presenta como “El inventor del email”, a pesar de que el email ya se había desarrollado en mientras él era un niño en India. Pero bueno, sabemos que la realidad para esta gente no cuenta sino lo que ellos creen y dice que es.
El primer orador será el ultraconservador católico Lech Walesa, según el cual “las minorías sexuales oprimen a los heterosexuales”. En muchos de ellos, desde Trump hasta Milei, el lenguaje corporal es más importante que sus ideas. Sus furiosos discursos son similares a los de Hitler y Mussolini. Entonces y ahora, expresan la frustración de una clase que ya sabe que no es un imperio o que no manda sobre la peonada, pero no sabe a quién culpar sino a los de abajo que no se pueden defender ni siquiera con un voto, como es el caso de los inmigrantes.
Pese al tan mentado patriotismo, en América Latina las ideologías de derecha han sido importadas e impuestas desde arriba y desde afuera. Las culturas de los pueblos nativos siempre fueron más afines a lo que en Occidente se llamó “izquierda”. Una de las invitadas al CPAC, la mexicana y congresista de Texas, Mayra Flores, asegura que “los mexicanos somos conservadores”. Se refiere al dogma anglosajón de “la empresa privada” y las corporaciones. Las comunidades indígenas de México, como las de todas las Américas, debieron sufrir el despojo a través de la imposición de la privatización de sus tierras y de sus vidas, desde el México de Porfirio Díaz hasta la ola neoliberal cien años después. Esta milenaria tradición, demonizada como socialista, no cuenta como conservadora.
“Estaremos aquí, defendiendo la libertad de América”, dice una frase promocional del evento. ¿Cuál libertad? La libertad de las elites, apoyadas por una parte de los de abajo gracias a los combos políticos que incluyen un poco de religión y de “valores tradicionales”, como la familia, el machismo y el odio a los otros de más abajo. Es la misma lucha por la libertad de los esclavistas del siglo XIX quienes repetían que expandían la esclavitud para “luchar por la civilización” y “la libertad”. Una de las ponencias (titulada “¿Cómo salvar la libertad religiosa?”) es un clásico de la derecha. Asume que la libertad religiosa se ejerce cuando se mete su sagrada religión en un gobierno y se combate el mal del secularismo. No sin ironía, el secularismo, la laicidad de los Estados, fueron inventados para proteger las libertades religiosas, incluido el derecho a no tener religión.
El American Conservative Union (ACU) y el CPAC nacieron y tomaron el control del Partido Republicano a partir de los años 60 y 70, como reacción a las derrotas ante el Movimiento por los derechos civiles de Martin Luther King y otros. Este movimiento de “El imperio contraataca” también es una reacción, no sólo a la ola de derrotas en América latina sino, sobre todo, ante la conciencia de que este orden es insostenible y tarde o temprano tendremos una generación que pondrá en peligro los privilegios de los de arriba.
Si nos pudiéramos parar en 1922 y nos preguntáramos “¿Es el fascismo el futuro?” no sabríamos qué responder. En 1940 habríamos respondido que sí y que no cinco años después.
Una vez que el fascismo logre extender su poder hasta donde alcanza su deseo dejarán un tendal de destrucción y muerte. Luego escaparán como ratas, una vez más, de vuelta al anonimato y a la auto victimización.
Jorge Majfud | 19/11/2022
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