miércoles, julio 05, 2023

Rusia y la guerra, después del motín mercenario


La Otan no ha podido aprovecharse del motín y prepara una nueva escalada.

 Cada día que pasa se pone en evidencia que Yevgueni Prigozhin, el jefe de las fuerzas mercenarias Wagner, no actuaba solo sino que tenía conexiones con miembros del alto mando militar ruso y otros estamentos del poder. Por lo pronto, comenzó una “purga” de Putin y el primero en caer en desgracia es el general, quien supuestamente sabía del complot y acompañó el alzamiento del jefe del grupo Wagner. Se esperan arrestos de otros jefes militares que participan de la invasión a Ucrania y de algunos de los mercenarios que fueron al exilio en Bielorrusia junto a Prigozhin 
 El general Surovikin, el “general Armagedon” como le dicen sus compañeros de armas, o “el carnicero de Alepo”, como lo bautizaron en Siria, era uno de los jefes de las fuerzas rusas en Ucrania. En las horas posteriores al alzamiento, se produjo su misteriosa desaparición y ahora se conoce su detención. Los rumores que empezaron a trascender y que se fueron afirmando con el correr de los días es que este alto jefe militar estaba detrás del motín. Tanto Prigozhin como Surovikin compartían los mismos enemigos a quienes pretendían desplazar: el ministro de Defensa, Sergei Shoigu, y el comandante de las Fuerzas Armadas, Valery Gerasimov. Ya resultaba obvio que las acusaciones que el jefe mercenario venía lanzando con total desparpajo contra las autoridades máximas de las fuerzas armadas solo se explican por la existencia de un sostén por detrás en la propias entrañas del poder que lo apañaba y alentaba. Este entramado que empieza a salir a luz da cuenta de la amplitud de la conspiración.
 Las fuerzas leales a Putin también supieron que había preparativos anormales en varias unidades militares dentro del país, indicando que el complot era mucho más grande de lo que apareció en el primer momento. Los organismos de seguridad se movieron en las sombras y dejaron que Prigozhin se confiara y continuara con sus planes.
 Prigozhin, según un video que circula por las redes, entró sin ningún problema al cuartel general del Comando Sur del ejército ruso en esa ciudad y se encontró con el viceministro de Defensa de Rusia, Yunus-Bek Yevkurov, y el subjefe de la inteligencia militar rusa, el teniente general Vladimir Alekseyev. Se supone que lo estaban esperando para decirle que depusiera las armas, pero se los ve charlando muy relajados. ¿Eran ellos también parte del complot?
 Lo cierto es que la toma de Rostov sin resistencia y el acuerdo por el cual se negoció el repliegue de las fuerzas mercenarias del territorio ruso y el perdón a Prigozhin sin que fuera detenido, eximiéndolo de cualquier sanción o represalia, habla de la debilidad de Putin y de la severa crisis política de su gobierno. Por mucho menos, otros adversarios y opositores han sido encarcelados o asesinados; para esto Putin apeló a muchos medios, entre ellos el tristemente conocido recurso del envenenamiento. 
 El apoyo militar y civil no es menor. Una medida lo da el hecho de que una veintena de gobernadores no condenaron la asonada. Pero, además, es necesario tener en cuenta que el jefe mercenario era una figura con ascendiente popular. Incluso su capital político subió en el curso de la propia guerra, en parte gracias al propio Putin que elogió el desempeño de las fuerzas mercenarias, en especial con la toma de Bajmut. Importa destacar que Prigozhin, de acuerdo a las crónicas, fue recibido calurosamente por parte de la población. Putin ha terminado siendo víctima de una fuerza paramilitar paralela, al margen de la estructura oficial del ejército, que fue un creación suya que se desarrolló bajo su alero y que deliberadamente le dio aliento como un contrapeso frente a las presiones que pudiera recibir desde otros círculos de poder y de altas esferas del Estado. 
 Por más que la propaganda oficial del Kremlin haya procurado bajar los decibeles del alcance del motín y señalado que Putin ha revalidado su poder, lo cierto es que asistimos a una erosión de la autoridad del líder ruso que se precipitó con el empantanamiento en que ha entrado la guerra, que ya se aproxima a un año y medio de duración, que no estaba en los cálculos del presidente, y que termina de tomar forma más visible y descarnada con el alzamiento del grupo Wagner. 

 Nada será como antes

 Ya nada será como antes. Entramos en una cuenta regresiva que ha puesto en jaque el corazón del poder del Kremlin. 
 El malestar en Rusia se va expandiendo en forma proporcional a su fracaso en la guerra. Esto ha roto la imagen de superioridad de la fuerza militar rusa. El atrevimiento de Prigozhin de levantarse en armas contra Moscú ha sido, a su turno, un golpe demoledor a la infalibilidad y liderazgo de Putin, que venía ejerciendo el poder con mano de hierro. Los acontecimientos del último año y medio han expuesto la vulnerabilidad del régimen. En este contexto, ha empezado a surgir el interrogante, del cual se han hecho eco los medios internacionales, sobre la capacidad de Putin de mantener el poder y resistir las tensiones de un conflicto cada vez más cruento y que todo indica que se extenderá en el tiempo. Esta perspectiva, por cierto nada alentadora en el estado de ánimo de la población, va unida a las crecientes bajas en el campo de batalla. A esto habría que agregar el costo de la guerra, no solo de los gastos que vienen creciendo en forma sideral para bancar la maquinaria bélica sino de todo el aparato productivo, acorralado por las sanciones económicas. La economía está soportando la escasez de insumos importados imprescindibles para la producción local al mismo tiempo que una merma de sus ingresos por exportaciones, en especial de gas y petróleo. Estas restricciones afectan seriamente los ingresos fiscales y han provocado un retroceso del PBI, han reducido la competitividad y eficiencia del tejido económico y han obligado a Rusia a incrementar su dependencia respecto a China, que no se priva de sacar una tajada leonina en sus vínculos con Moscú aprovechando el nuevo escenario creado por la guerra. El impacto de la guerra afecta a todas las clases sociales, no escapa nadie y por supuesto tampoco a la burguesía rusa, que ve con recelo y preocupación cómo el conflicto bélico está minando y poniendo en juego la continuidad y expansión de sus negocios. Habrá que ver cuáles son los vasos comunicantes que unen el motín con el poder económico, pero no olvidemos que Prigozhin es un multimillonario que forma parte de la nueva oligarquía rusa. 
 En lo inmediato, es necesario seguir de cerca cuál es el destino que tendrán las fuerzas mercenarias. La intención del Kremlin es asimilarlas al Ejército regular pero ya los analistas advierten que es una empresa de difícil cumplimiento. El ejército mercenario tiene su independencia y actúa en diferentes países, en los cuales hay establecidos compromisos, entre ellos Siria, Libia, República Centroafricana, Malí, Sudán, e incluso en la Venezuela chavista. Habrá que ver cómo se reconfiguran estos vínculos y cuál es la predisposición del jefe del grupo Wagner de respetar lo pactado con el Kremlin. 

 La reacción de Occidente

 Los medios de prensa coinciden en que las potencias de la Otan conocían con anticipación los movimientos del grupo Wagner y el alzamiento que preparaba el jefe mercenario. La esperanza de Washington y la Unión Europea era aprovecharse del motín para lograr un vuelco favorable en la contraofensiva que hasta ahora tiene magros resultados. Esta expectativa no se ha cumplido. 
 A pesar de la caótica situación en Rusia, el ejército ucraniano solo avanzó 17 kilómetros cuadrados (6,6 millas cuadradas) en comparación con la semana anterior. La cacareada contraofensiva ucraniana solo ha “liberado” 130 kilómetros cuadrados de territorio en tres semanas, al precio de una enorme sangría. El cálculo es que vienen muriendo 1.000 soldados ucranianos por día. 
 Para compensar las bajas masivas en el frente, y en un intento desesperado por mitigar el problema cada vez mayor de la falta de mano de obra, el gobierno de Zelensky está llevando a cabo una nueva oleada de movilizaciones en al menos tres provincias. Según Volodymyr Arap, jefe de las oficinas de reclutamiento de la región de Kharkiv, el ejército reclutará durante todo el mes de julio a hombres de 18 a 60 años, independientemente de su experiencia militar o de su deseo de luchar en la guerra (SWS, 29/6). 
 Teniendo en cuenta este panorama, lo más probable es que ante la falta de avances serios en la contraofensiva se apueste a un nuevo salto en la escalada bélica. Esto es lo que se debatirá en la cumbre de la Otan en Vilna, que tendrá lugar en dos semanas. Uno de los puntos centrales es la entrega de los caza bombarderos, que en caso de confirmarse implicaría un agravamiento de la guerra y el riesgo de una conflagración más generalizada, con un involucramiento mayor de las potencias occidentales. 

 Comentario final

 Vamos a una intensificación de las hostilidades. Ninguno de los bandos ha quedado indemne y todo parece indicar que ese panorama se va a acentuar cuando no hay un final del conflicto a la vista. En el caso específico de Rusia, el desenlace del motín augura nuevas sacudidas. Lejos de cerrarse la crisis política del régimen, marchamos a su profundización. En términos inmediatos, quien está en mejores condiciones de usufructuar la situación es un ala de la propia burocracia, nacionalista de derecha, que revista en el aparato de seguridad. De todos modos, cualquiera sea la transición que se abra será cruenta y convulsiva y está llamada a pasar por sucesivas crisis. El desafío fundamental en Rusia es cómo se estructura una fuerza revolucionaria que ayude a que la clase obrera irrumpa como un factor independiente en la crisis política y abrir paso a una alternativa de los trabajadores. A la lucha fratricida que promueven los regímenes reaccionarios de ambos bandos es necesario oponerle la lucha estratégica por gobiernos de trabajadores y el socialismo. 

 Pablo Heller

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