Barbado y enjuto, de voz estentórea y verba flamígera, era un estudioso voraz que sintió el llamado del pensamiento marxista como un destino. Una de sus pasiones, el estudio de idiomas, que le facilitaría el acceso a la más alzada bibliografía en al menos siete lenguas occidentales, le granjeó una beca en 1964 para ir a perfeccionarse a París. Ya graduado, con apenas 22 años y cierta experiencia en investigación, se abocó al estudio de economía con François Perroux, donde se aburrió como un hongo. Pero era París, y allí estaban los debates candentes sobre teoría económica marxista desarrollados, entre otros, por quien sería uno de sus mentores: Charles Bettelheim, quien en esos años había roto con el PC francés y, adscripto al maoísmo, desplegará profusas investigaciones sobre planificación socialista en China. Bajo esa inpiración, Ciafardini marchó a Varsovia, becado por el gobierno polaco, a estudiar con Michal Kalecki, que había formulado su teoría del ciclo económico luego desarrollada por Keynes, y con Oskar Lange, que había conducido la planificación socialista y anticipado lo que después se conoció como Tercera Vía. Discípulo aventajado, se acabó doctorando en la Ecole Centrale de Planification et de Stadistique con una tesis sobre agricultura latinoamericana. Era, nuevamente, París. Pero era la París convulsionada del ‘68.
El Mayo francés no sería la última insurrección popular a la que asistirá; meses después, según narra su biógrafo Matías Rubio, invitado a participar en Bulgaria del Festival Mundial de la Juventud se trasladó a Praga donde fue testigo de la primaveral invasión soviética. “Durante aquellas agitadas jornadas Horacio ofició de traductor a sus compañeros de viaje: leía en voz alta los volantes que circulaban, contaba qué decían los comunicados radiales y resumía los contenidos de las conversaciones que se producían en la calle entre los checoeslovacos y los soldados rusos. En aquellos viajes había aprendido diversos idiomas en muy poco tiempo sobre la base de estudiar en profundidad las lenguas madres, como el latín, el griego y el germánico, lo que le permitía desenvolverse sin inconvenientes tanto para los quehaceres cotidianos como para las discusiones políticas o académicas”. Su destino estaba marcado. Munido de ese bagaje conceptual y habiendo asistido a experiencias insurgentes que cuestionaban los modos tradicionales en que los socialismos reales se habían desarrollado, a su regreso al país en 1970 se integró a una de las versiones maoístas locales, el recientemente fundado Partido Comunista Revolucionario.
Vedado el acceso a la cátedra por la dictadura de Lanusse, en Rosario creó con Carlos Cristiá, a quien había conocido en Francia, el Centro de Trabajadores Intelectuales, que actualizó y renovó el debate de época a través de publicaciones en las que se discutían las teorías del momento. La dependencia, el imperialismo, el desarrollo desigual, las teorías monetarias, el neokeynsianismo -que por entonces tenía en Oscar Braun a su mayor exponente en el país- encontraban en Ciafardini un riguroso polemista. Algunos de esos trabajos vieron la luz en la editorial Tiempo Contemporáneo, de tendencia maoísta, dirigida por Ricardo Piglia, en la que publicó varias traducciones de clásicos del pensamiento económico -Böhm von Bawerk, Rudolf Hilferding, Suzanne Bruhoff.
Su pasión era el estudio, la producción teórica y la formación de cuadros. Incansable, podía estar durante horas sin siquiera parar a almorzar desplegando lecturas críticas en grupos con los que se discutían desde la teoría clásica -Smith, Ricardo y Marx, a los que tradujo y publicó en el Centro Editor de América Latina-, hasta autores como Piero Sraffa, Maurice Godelier, Ernest Mandel, Arghiri Emmanuel o Maurice Dobb. Osvaldo Barsky, uno de los participantes, definía esos cursos como un “verdadero posgrado en teoría económica”. Luego de esa experiencia se multiplicó en la cátedra en diversas universidades, y produjo junto a Cristiá una investigación de campo sobre la economía de Casilda y varias sobre cuestiones agrarias de La Pampa y en particular sobre la reforma de Lázaro Cárdenas en México.
Profesor viajero, recaló en la Universidad del Sur de Bahía Blanca, en un momento en que la carrera de economía era considerada una de las más importates de América Latina y constituía una referencia mundial de avanzada. Nombres como los de José Carlos Chiaramonte, Miguel Teubal, Oscar Braun o Juan Carlos Garavaglia conformaron un campo académico de excelencia en una época signada por el fervor militante que pronto les acarrearía, en una ciudad asediada por fuerzas militares y conservadoras, el estigma de “infiltración marxista”.
Sus clases sobre El Capital, que dictaba traduciendo en directo del alemán (la edición de Karl Korsch, cuyo ejemplar tengo en mi poder, arañado por infinitos subrayados y glosas marginales) fueron centrales en la formación de una generación militante. En esos años publicó en la emblemática colección Cuadernos de Pasado y Presente dirigida por José Aricó sus traducciones de los cursos de Rosa Luxemburgo, en las que los motivos americanos aparecen por primera vez como problema para el pensamiento económico marxista del siglo XX; la Teoría del proceso de Transición de Bujarin, que problematizaba el tránsito al socialismo, y el legendario volumen sobre Los modos de producción en América Latina, en el que participó el joven Ernesto Laclau. Cifrado en un tema que definía el carácter de la revolución -si era socialista o de transición por etapas intermedias, a la manera china-, Ciafardini criticaba el llamado “capitalismo comercial” con que se caracterizaba a las formaciones sociales de la colonia.
Mientras se prodigaba en sus clases y publicaba trabajos teóricos, también abundaba en cuestiones de la economía argentina; radicado en Buenos Aires, volvía periódicamente a Bahía, donde daba clases que incluían largas caminatas por el Parque de Mayo. Pero el clima de tensión tras el retorno y muerte de Perón derivó en su cesanteo de la UBA por la intervención Ottalagano y en la UNS por la del rumano Remus Tetu, mentor de la Triple A. Su prédica textual se acentuó por entonces en torno de cuestiones político-partidarias: con el seudónimo de Hugo Páez, fundamentó la reconsideración de la burguesía nacional, el gobierno de Isabel Perón y la posición antigolpista del PCR en la revista Los Libros, dirigidas por Beatriz Sarlo y Carlos Altamirano, mientras por otro lado empezaba a desarrollar algunos temas de teoría económica que serán sus aportes más significativos, como El valor en la concurrencia. Refugiado en el Consejo Federal de Inversiones como investigador, el 21 de julio del ‘76 fue detenido por una patota de la Policía Federal que destrozó su casa, se apropió de sus papeles y libros, “e incluso, como recordó su mujer, los peritos debieron contratar traductores del alemán, el ruso y el polaco para poder desentrañar la naturaleza de muchos de los papeles encontrados en el departamento de la calle Rincón”. La Nueva Provincia de Bahía Blanca lo había incluído en la nómina de “delincuentes ideológicos”, una lista con la cual el general Acdel Vilas, que había desatado el infierno del Operativo Independencia en Tucumán, procediera a la captura de tres decenas de profesores que fueron puestos a disposición del Poder Ejecutivo Nacional (PEN).
Ciafardini pasó dos meses en la cárcel de Bahía Blanca, cuatro años y ocho meses en Rawson y un año y cinco meses en La Plata. En la gélida prision patagónica se ganó el mote de “el Asceta”. Practicaba yoga y se negaba a recibir dinero de sus familiares para alimentos; sólo comía solo la magra ración del penal. Pese al reclamo internacional por su liberación -Jorge Luis Borges, Graham Greene, Charles Bettelheim y Joan Robinson, entre otros, pidieron por él- rechazó la opción para salir del país, (“ceder era perder lo fundamental”, decía) y afrontó el encarcelamiento oponiéndole el rigor del estudio y la transmisión de saber. Dictó cursos de idiomas y de economía política, particularmente de El Capital, que se sabía de memoria, a sus compañeros de pabellón. “A determinada hora pactada los reclusos tiraban la cadena del inodoro desagotando la cañería que unía cada una de las celdas y, una vez habilitada esta vía de comunicación, el economista rosarino disertaba a viva voz”. En el ‘78 se prohibieron los libros, con la excepción de la Biblia: aunque solo alcanzó a esbozar algunos apuntes, concibió un estudio sobre las teorías económicas bíblicas.
Con la salud deteriorada, en octubre de 1982 Ciafardini salió bajo el régimen de libertad vigilada, condición que duraría hasta agosto de 1983, en vísperas del retorno democrático. Sin embargo, las penurias no cejaban. Acompañó la lucha de Madres de Plaza de Mayo, pero su batalla personal se centró en la devolución de sus cátedras en la UBA, que le fue negada por el rector alfonsinista, Francisco Delich, antiguo marxista colaborador de Pasado y Presente, por considerar sus textos “faltos de estilo”. El día en que, finalmente, por la lucha estudiantil recuperó uno de sus cargos, se cayó muerto camino a la universidad. Estaba por cumplir 42 años.
Guillermo David
18 de febrero de 2024
Página/12
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