Tras la caída del muro de Berlín, muchos intelectuales y académicos apologistas del capitalismo, dictaminaron el fracaso de los socialismos reales y con ello, el fin de una Era, el fin del comunismo, el fin de la historia; y la verdad es que si han dejado algún "fin" suelto, debe ser pura casualidad.
Desde ese punto de vista, el fracaso de la experiencia de la URSS significaría el fracaso eterno de todo sistema que no sea capitalista. Tanto económica como ideológicamente, se tradujo como una victoria definitiva del capitalismo; el cual que se ve a sí mismo como una realidad dada, inevitable, inalterable y eterna. Como si siempre hubiera estado aquí y siempre habría de estarlo.
Esta naturalización del sistema capitalista implica que seamos muy pocos los que nos detengamos a pensar que tal le va a este sistema en sus más de trescientos años de vida; porque, es bueno recordarlo, no siempre hubo capitalismo.
Trescientos años es mucho tiempo. Creemos que, para evaluar el funcionamiento de un sistema, alcanza y sobra.
Y lo primero que encontramos al hacer una evaluación, es que en más de trescientos años, el capitalismo no pudo solucionar los problemas de la pobreza, la desigualdad, las guerras y el hambre.
Por el contrario, contribuyó con sus constantes crisis a que la mayoría de la población mundial, viva miserablemente. En realidad, estos problemas son estructurales del propio capitalismo, por lo cual el problema termina siendo el sistema mismo.
Pero tampoco es tan fácil deshacernos de él de un día para el otro. Implica un proceso que requiere la voluntad de liberación de los pueblos. Y tampoco hay una receta de cuál sería la mejor manera de llegar a un socialismo.
Debemos pensar por ejemplo, qué condiciones exepcionales permitieron que los países nórdicos hayan desarrollado un capitalismo más justo; pero también, cómo un país pobre y aislado como Cuba ha resuelto problemas que las grandes potencias capitalistas no han podido resolver, como la salud de la población, la desnutrición, y el analfabetismo.
Estas experiencias tan disímiles deben sugerirnos hacia donde queremos llevar nuestro rumbo como sociedad. Para nuestra América Latina, es probable que nos sirva más el ejemplo de Cuba que otros foráneos. La importación de modelos desarrollados no ha sido buena, pero el ejemplo de Cuba tampoco es suficiente por sus tantas particularidades.
Venezuela, Bolivia, Ecuador y Paraguay, nos dan esperanza y nos sugieren seguir pensando y luchando por la dignidad de nuestros pueblos. No sabemos certeramente en qué terminará cada una, pero estamos seguros que aprenderemos de la riqueza de estas experiencias populares, que intentan construir mejores sociedades.
En este sentido, el capitalismo sólo ha sido un impedimento. Su propia lógica, que es la lógica de la ganancia, de la competencia y de la propiedad privada, es una lógica carente de racionalidad.
Esa falta de racionalidad, es la que lleva por ejemplo a contaminar la naturaleza de manera preocupante, condenando ambientes y ecosistemas, extinguiendo especies, condenando al peligro la supervivencia del planeta tierra, por no afrontar los costos de cuidarlo como necesitamos.
Por eso es hora de hablar de fracasos. Fracasó el capitalismo productivo en sus diversas variantes, y fracasó el capitalismo financiero. Fracasó en todas sus formas, y aunque siempre se revoluciona y reestructura, sigue y seguirá fracasando.
Sin embargo, no se escuchan demasiadas voces que promulguen los fracasos del capitalismo.
Así, pretendemos pensar la crisis financiera actual como una de las tantas crisis inherentes al sistema, tal como demostrara Marx.
No es la primera ni será la última, porque cíclicamente, el capitalismo tiene períodos de expansión para someternos luego a fuertes contracciones. Es un sistema que no resuelve los grandes problemas de la humanidad.
Entonces, debemos multiplicar nuestras voces para decirlo: el capitalismo ha fracasado.
Adrian Pietryszyn*
* Lic. Ciencia Política (UBA)
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