Google no es un buscador. Su negocio no es la búsqueda, ni tan siquiera la publicidad tal y como está definida hoy, por mucho dinero que le esté dando a ganar. Lo que Google está haciendo es construir el ordenador más grande del planeta, interconectando diferentes elementos en una entidad única. Parte de esos elementos están bajo su control en forma de enormes, ingentes servidores de datos diseñados para almacenar de forma segura y eficiente cantidades de información difíciles de imaginar. Otra parte está en nuestras mesas, en nuestras empresas y colegios: son nuestros ordenadores personales. El objetivo final de Google es tejer estos dos tipos de máquinas de tal manera que no esté claro, ni importe mucho, dónde está la información físicamente, si en la máquina en nuestras manos o en los servidores remotos. En su diseño, todos los ordenadores del mundo, los suyos y los nuestros, formarán una unidad capaz de realizar cualquier tarea que queramos encomendarle con precisión, velocidad y eficacia: el Googleputer. O mejor dicho, la GoogleNet, puesto que la Red de redes es la infraestructura básica que permite unificar todo este tipo de computadoras dispersas en una única entidad.
Esa entidad, ese macroordenador planetario, necesita un sistema operativo. La actual batalla entre Microsoft y Google es la disputa por el control de ese sistema operativo: por el alma de la futura red.
Microsoft quiere que la Internet de futuro sea como la de hoy: una red tonta de ordenadores listos, con la inteligencia, la capacidad de cálculo y la memoria repartida en los extremos: los ordenadores personales, que ellos controlan. Google quiere lo contrario: concentrar la inteligencia y la capacidad en unos pocos grandes ordenadores centrales, de modo que cualquier máquina, por reducida que sea su capacidad (móviles, PDAs, PC tontos), pueda llevar a cabo prácticamente las mismas funciones que cualquier otra, ya que quien trabaja en realidad es un gran ordenador que está bajo control del buscador. Microsoft quiere una red centrífuga; Google la quiere centrípeta. Y de momento Google gana: ahora mismo vamos camino de la GoogleNet.
La última batalla comenzó cuando Microsoft, forzado por el avance de Firefox, anunció la próxima versión de su navegador todavía mayoritario: Internet Explorer 8 (IE8). Para satisfacer a sus usuarios, Microsoft incluirá en IE8 una opción de navegación camuflada que no deja huellas en el ordenador de las páginas visitadas; casualmente (¡ja!) esta característica también inactiva el sistema publicitario que está dando tanto dinero a Google. Era un disparo de advertencia y Google así se lo tomó, respondiendo con la guerra total.
Porque eso, y no otra cosa, es Google Chrome: una declaración de guerra total. Tú amenazas mi yugular, yo amenazo la tuya: si Microsoft bloquea el sistema que proporciona los ingresos a Google, estos atacan la esencia del negocio de Microsoft, que es su control del sistema operativo de los PC. Google Chrome es la primera versión del sistema operativo del Googleputer o de GoogleNet, como queramos llamarlo. Su función es reemplazar al sistema operativo del PC, hacerlo innecesario y superfluo al permitir que un ordenador cualquiera dotado de apenas un puñado de funciones básicas y de reducida potencia pueda funcionar en la práctica como un PC completo, siempre que tenga conexión a Internet. Si funciona, la idea hace irrelevante a Windows, y por tanto a IE y los programas que forman parte de Office. Para Microsoft la amenaza es tan letal que, cuando hace 10 años Netscape coqueteó con la idea, Microsoft no dudó en violar la ley para eliminar el peligro.
Pero Google no es Netscape. Su capacidad económica está órdenes de magnitud por encima de la del fabricante de navegadores. Su estrategia ha sido paciente, sin amenazar antes de tiempo, sin provocar y fortaleciéndose antes de atacar, sólo en legítima defensa. La batalla que se avecina será de proporciones épicas. Microsoft es un pésimo enemigo, pero, a pesar de su potencia, comete errores, y tras su asesinato de Netscape está muy vigilado por los únicos poderes que de verdad tienen la capacidad de retener sus ambiciones: el Gobierno de EEUU y la Unión Europea. Google es rápido y ágil, tiene una enorme base financiera, cuenta con la simpatía de los internautas (por el momento) y, aunque también comete errores, suele ser veloz en corregirlos; no por ello es menos despiadado o eficaz. Es una lucha de colosos, y como dice el viejo proverbio africano: cuando los elefantes pelean la que muere es la hierba.
¿Quién nos conviene a los internautas que gane esta pelea? Microsoft es una empresa convicta por abuso de posición dominante y antipática, pero quiere que los internautas conservemos nuestros datos y la potencia de cálculo bajo nuestro control, en máquinas personales. Google se comporta con mucha menor arrogancia, rectifica y aprende de los errores y está comprometida con proporcionar a los usuarios servicios gratuitos (que después cobra a terceros), pero pretende hacerse con el control de una parte sustancial de nuestros datos y recursos informáticos, concentrándolos de tal manera que siempre existirá la tentación (con la posibilidad) de abusar de ellos o de ese control. Lo que realmente nos conviene es que ninguno de los dos consiga una victoria total; que los ordenadores personales sigan siendo inteligentes y capaces, a la vez que se haga posible el almacenamiento remoto de información y el uso de recursos externos de modo transparente. De tal modo que ni Microsoft ni Google consigan la supremacía absoluta; de modo que proyectos como Firefox y el software libre en general tengan espacio, y nosotros tengamos alternativas. Si uno de los dos vence decisivamente, todos perderemos.
José Cervera
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