El actual colapso del mercado bursátil y la pérdida de cientos de miles de millones de dólares, gestados por los bancos inversores de Wall Street, ilustran las trampas y peligros del capitalismo de libre mercado a que se enfrenta toda la población trabajadora de los Estados Unidos.
La bancarrota inminente de la Seguridad Social: El intento de hace tres años de la Casa Blanca y de destacados congresistas republicanos y demócratas de “privatizar” la Seguridad Social –volcando esencialmente en Wall Street la administración e inversión de miles de millones de dólares de fondos de la Seguridad Social-, con el argumento de que los inversores privados obtendrían mayores ganancias, habría llevado a la bancarrota de toda la financiación de la Seguridad Social. La privatización habría permitido que los bancos de inversiones privadas más importantes apalancaran y especularan incluso con los instrumentos financieros de más alto riesgo, con los desastrosos resultados que estamos presenciando en estos momentos. Aunque los fondos privados de pensiones se han ido a pique, la Seguridad Social sigue en pie. Son las pensiones privadas las que están en bancarrota, no los fondos de la Seguridad social administrados públicamente, contrariamente a las opiniones de expertos y críticos de la Seguridad Social. La actual debacle privada sirve, claramente, para defender el control y la administración públicos de los programas de pensiones.
Todos los fondos privados importantes de pensiones para empleados públicos y privados, incluyendo TIAA CREF, CALPERS y las pensiones de los sindicatos han registrado pérdidas de entre el 23 al 30% desde el mes de enero y han venido mostrando un crecimiento negativo a lo largo de los últimos cinco años. Se ha puesto de manifiesto que vincular los fondos de pensiones con los mercados de valores no ha servido más que para reducir gravemente los niveles de vida de los jubilados, obligando a muchos de ellos a seguir como fuerza laboral hasta los setenta o más años si no quieren hundirse en la pobreza. Las pensiones vinculadas con actividades productivas financiadas públicamente habrían evitado las pérdidas y riesgos implícitos en las inversiones en el mercado bursátil.
Las decisiones estratégicas bipartidistas de convertir EEUU en una economía de “servicios” en oposición a una economía manufacturera diversificada es la causa-raíz del colapso del sistema financiero estadounidense y de la aparición de una recesión a largo plazo. Desde los años sesenta en adelante, la elite política ha venido adoptando una serie de políticas que promovieron las finanzas, las compañías inmobiliarias y de seguros, lo que se conoce como sectores FIRE, que se dedicaron a aumentar los alquileres, desviar subsidios, proporcionar concesiones fiscales y subsidios, destruyendo y desplazando a la industria. La reconversión de una economía FIRE en una economía manufacturera equilibrada y la recuperación del estado del bienestar, esenciales para revertir el colapso de la economía estadounidense, requerirán de una importante convulsión política.
La huida masiva de capital de los sectores productivos a los sectores FIRE fue acompañada de un inmenso crecimiento del capital exterior, haciendo que la economía interna, especialmente volátil y basada en "servicios financieros” de riesgo y consumidores tremendamente endeudados, pasara totalmente a depender de los “servicios”.
La conversión de EEUU de una economía diversificada en una de monocultura “FIRE” aumentó las probabilidades de un colapso general cuando el mercado financiero/inmobiliario se fuera a pique. La recuperación y el crecimiento sostenido sólo pueden producirse con el retorno a una economía diversificada, con la retención del capital huido al extranjero, la inversión a gran escala y largo plazo y los incentivos para los sectores productivos y de servicios sociales.
La búsqueda de la construcción del imperio dirigida por el ejército a expensas de las empresas mixtas y de los acuerdos de comercio recíproco con países con mercados en expansión, fuentes energéticas estratégicas y grandes poblaciones y mercados, crearon enormes déficit presupuestarios y comerciales y alienaron fuentes potenciales de mercados y materias primas estratégicas.
Mil billones de gastos militares en pos de guerras coloniales prolongadas y de altísimo coste (infinito), desviaron los fondos de su aplicación en avances tecnológicos y manufacturas caras y de gran calidad, que habrían abaratado costes y aumentado la competición mercantil. Igual importancia tuvo que, al sustituir la expansión interior dirigida por el mercado por la conquista exterior dirigida por el ejército, todo el eje del poder económico se trasladara del capital industrial al capital financiero. Así, el capital financiero necesario para financiar el déficit presupuestario del gobierno, originado por los gastos militares, fue cada vez adquiriendo más peso: Wall Street sustituyó la correa de acero como eje de poder en Washington.
El ascendiente del militarismo y del capital financiero facilitaron que incrementara su influencia una configuración virulenta del poder que promovía específicamente los intereses hegemónicos regionales de un estado militarista-colonial que hasta entonces había sido un lobby político marginal: la configuración del poder sionista a favor de Israel (ZPC, por sus siglas en inglés).
Los constructores del imperio dirigido por el ejército vieron en la ZPC un aliado estratégico en su búsqueda de conquistas globales, la ZPC vio una puerta abierta hacia los altos despachos y múltiples oportunidades para promover la agenda expansionista de Israel a través de su influencia en los comités del Congreso, en las campañas electorales y en los nombramiento directos para la Casa Blanca. El incremento de influencia de la ZPC en los escalones más altos del poder vino instigado por el aumento de apoyo financiero que recibieron de miembros situados en posiciones estratégicas en las instituciones financieras más lucrativas. La ZPC fue un beneficiario económico de la burbuja especulativa: fue la infusión masiva de aportaciones financieras lo que permitió que la ZPC ampliara inmensamente el número de funcionarios con dedicación completa, de traficantes de influencias y de contribuyentes a las elecciones que magnificaron su poder, especialmente a la hora de promover las guerras estadounidenses en Oriente Medio, en escorados acuerdos de libre comercio (a favor de Israel) y en el incuestionable apoyo a la agresión israelí contra Líbano, Siria y Palestina. La recuperación económica va a depender de que se ponga fin al presupuesto dedicado al imperialismo militar. Eso no va a suceder a menos que se produzca el reemplazo sistemático de la elite política alimentada a partir de la metafísica del poder global basado en el ejército.
Ninguna recuperación económica es posible ahora o en un previsible futuro mientras el Congreso estadounidense y sus ejecutivos proporcionen rescates financieros por valor de mil billones de dólares a los insolventes especuladores de Wall Street, financien presupuestos de 700.000 millones de dólares para los gastos de una guerra siempre en expansión y los broker del poder sionista sigan dictando las políticas estadounidenses en Oriente Medio.
Las lecciones del pasado nos dicen mucho sobre qué caminos debemos y no debemos tomar.
La Seguridad Social existe aún precisamente porque el pueblo estadounidense se rebeló y desertó de la propuesta de traspasarla a Wall Street y quiso que siguiera siendo un programa dirigido públicamente. El sistema financiero se colapsó porque la economía estadounidense está “especializada” en una única cosecha: la financiera, a expensas de una economía productiva diversificada. El sistema político está totalmente desacreditado porque está dirigido por una elite política fracasada que representa y actúa desvergonzadamente en nombre de unos pocos miles de oligarcas financieros, un par de cientos de oligarcas militaristas y unas cuantas docenas de celosas organizaciones sionistas.
La “elite en el poder” sólo es tan poderosa como parece porque puede manipular, intimidar y engañar a más de 300 millones de ciudadanos estadounidenses haciéndoles pensar que son indispensables para sus vidas. El abrumador rechazo popular a la privatización de la Seguridad Social y al rescate financiero de Wall Street sugiere que la oligarquía reinante no es invencible.
James Petras
Global Research
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Enlace con texto original: http://www.globalresearch.ca/index.php?context=va&aid=10446
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