Viajar en una de las guaguas de La Habana, por ejemplo, las que pasan por la Lisa o Alamar, o andar sus calles, depara al buen observador respuestas a muchas de las interrogantes que intrigan a los visitantes. Por ejemplo, el grado de solidaridad alcanzado por el pueblo, que nada ha podido transformar en egoísmo o indiferencia, es patente y constante. Por supuesto que hay excepciones, pero estas se notan, precisamente, en contraste con la regla. Lo mismo ocurre cuando vemos a los cubanos de diferentes razas interrelacionarse sin prejuicio alguno, admirar la belleza, reconocer el mérito, donde esté, y amarse sin que el color de la piel sea un obstáculo.
Una sostenida campaña de prensa desde el exterior pinta a una Cuba dividida en estancos cerrados, donde los negros sufren carencias con las, que en realidad, todos lidiamos por igual. Según estos “voceros” ello se sienten postergados ante una Revolución que no ha hecho nada por sus legítimos derechos. Más que cubanos, juran estos “especialistas”, se les debería llamar afrocubanos. La llegada al poder del primer presidente negro en la historia de los Estados Unidos ha puesto el tema de nuevo sobre el tapete. La pregunta que se intenta formular es si hay o no racismo en Cuba, y si se ha hecho lo suficiente en estos últimos cincuenta años para eliminar sus expresiones. O dicho de otra manera: si el socialismo es capaz de propiciar la plena igualdad entre todos los hombres, o si ese mérito se lo lleva el capitalismo, que ha sido capaz de garantizarlo a unos pocos, entre ellos uno llamado Barack Obama.
Para ser objetivos las preguntas deberían ser reformuladas, al menos incluyendo otras no menos importantes, por ejemplo, cómo y cuándo se instauraron las divisiones y prejuicios raciales en la isla; cuál ha sido, y es, la política de la Revolución, en este campo, y si las medidas adoptadas han sido eficaces, obteniendo resultados palpables.
La Revolución que triunfó en enero de 1959 heredó una larga lista de exclusiones, postergaciones e injusticias, de las cuales el racismo formaba parte. Esta lacra, verdadero cáncer corruptor de las relaciones y sentimientos humanos, no se originó en la sociedad socialista, sino que hunde sus raíces en la sociedad colonial donde tuvo sus apoteosis en la trata y la esclavitud. Según datos históricos, el ritmo de introducción anual de esclavos, hasta 1851, fue de 10 400(1). La intervención norteamericana, lejos de paliar los efectos nefastos de esta política, introdujo otras prácticas racistas, hasta entonces ajenas al país. El general Leonard Word no tuvo empacho en declarar ante un Comité Senatorial que… “muchos de los cubanos actuales son el fruto de matrimonios entre negros y criollos, y que tales matrimonios producen una raza inferior”(2) A nadie debe asombrar que ni los esforzados mambises escaparan a este racismo redoblado. “Al terminar la guerra--dice Esteban Montejo, el protagonista de “Biografía de un cimarrón”-- empezó la discusión de si los negros habían peleado o no… El resultado fue que los negros se quedaron en la calle. Guapos como fieras, y en la calle. Eso era incorrecto, pero fue así.”(3) La República que se instauró en 1902, mantuvo, en lo esencial, la discriminación racial, y aunque en los textos constitucionales se declaraba la igualdad de todos los cubanos, la práctica social y formas refinadas de exclusión evitaban que se llevasen a la práctica tales postulados.
La Revolución y el socialismo en Cuba han tenido que luchar con el pesado fardo de los problemas raciales que el colonialismo introdujo en la isla y que el capitalismo fue incapaz de erradicar. Desde 1959 y hasta la fecha, más que buenos deseos y legislaciones seráficas, lo que he hecho el gobierno revolucionario es transformar las relaciones de producción y las relaciones sociales, que las expresan, para que todos los cubanos sin excepción, independientemente de su origen racial o clasista, tengan acceso a las oportunidades de superación y desarrollo. Es cierto que en Cuba no ha habido políticas raciales específicas, que, dicho sea de paso, en otros países no han garantizado igualdad alguna, pero ha habido políticas de empleo, culturales, deportivas, educacionales, científicas, de protección a los más desvalidos y de justicia social que han permitido que todos los cubanos puedan avanzar, basados en sus méritos personales y su voluntad. Precisamente, cuando el socialismo en Cuba ha tenido momentos de crisis, como en los 90, y se han tenido que postergar programas sociales específicos, o han brotado desigualdades indeseables en áreas como la de los ingresos personales, automáticamente se han producido retrocesos en este campo. Para decirlo en el lenguaje de la calle cubana: por la misma puerta por donde han entrado gérmenes de capitalismo en la isla, ha salido parte de lo mucho avanzado en materia de igualdad de oportunidades, justicia social, fraternidad y hermandad entre los hombres. Y viceversa.
Se suele especular mucho acerca de las diferencias raciales en Cuba, especialmente por aquellos que intentan usarlas y fomentarlas como herramientas de guerra política y cultural destinadas a deslegitimar las políticas de la Revolución y a dividir a los cubanos. Lo cierto es que los resultados del censo del 2002 y los estudios científicos realizados arrojan resultados descorazonadores para estos incendiarios. Veamos algunos:
- A nivel nacional, el 65,2% de la población es blanca, pero el mestizaje creció en 4 puntos, desde el censo anterior.
- Un reciente estudio del Instituto Cubano de Antropología que abarcó a 2 784 individuos en la ciudad de La Habana, arrojó que 1 690 de ellos, el 60,7%, vivían en familias racialmente homogéneas, mientras que 1 094, el 39,2%, vivían en familias mixtas.
- No hay diferencia sustancial entre las tasas de escolaridad y los niveles presentes en las diferentes razas.
- De 18 sectores principales de la economía y la vida social analizados, hay una sobrerrepresentación de la población blanca en apenas el 12% de los mismos, lo cual significa que en el 88% restante es equilibrada la presencia de blancos y negros.
- De 100 entrevistados en La Habana sobre población y riesgos de pobreza, apenas uno incluyó el problema racial.
- En el caso de los matrimonios, según un estudio del 2004 del Instituto de Antropología, las diferencias raciales no influyen de manera significativa y existe muy baja percepción de que esto sea un problema a la hora de escoger pareja.
Entre los problemas insuficientemente resueltos están que los por cientos más bajos de personas de la raza negra se encuentran, precisamente, en sectores de la economía emergente, como el turismo, y que es evidente el bajo acceso de ellos a las remesas familiares que se envían desde el exterior, debido a la composición étnica de la emigración cubana.
¿Significan estos datos que en Cuba no hay racistas, y que no perviven desigualdades y problemas que afectan más a los cubanos de una raza que de otra? Por supuesto que no. Cuando la historia conocida ha puesto en distintos niveles de partida a personas de diferentes razas, nadie puede pretender que en medio siglo se eliminen todas las diferencias, todas las injusticias y todos los prejuicios relacionados con este problema. Pero que la Revolución y el socialismo han hecho por todos los cubanos, especialmente por los más humildes, por los tradicionalmente desfavorecidos, y entre ellos los negros y mestizos, más que ningún gobierno y sistema anterior, es una verdad comprobable y evidente, como también lo es que queda un largo trecho por andar.
Para el investigador Pablo Rodríguez, del Instituto Cubano de Antropología, “…para nuestras condiciones concretas, no es un movimiento negro que contribuya a especificar la negritud, y por extensión a especificar otros grupos, lo que se dibuja como solución al problema… La cuestión radica en mantener una cruzada de negros y blancos contra el racismo en el campo de la acción y de la investigación, de modo que sus lastres y efectos reductores de la condición humana sean proscritos de nuestra sociedad”.(4)
En esta coyuntura, mal que le pese a los incendiarios y “especialistas” que intentan desunir lo que la historia de Cuba unió para siempre, desde los días heroicos de la manigua redentora, resuenan con especial fuerza y vigencia aquellas palabras de Juan Gualberto Gómez, cuando dijo “no pedir nada como negros, todo pedirlo como cubanos”.
No se trata de promover a un puñado de afortunados, sino a todo un pueblo, ese mismo que no se reconoce ni actúa como si fuese diferente, ni inferior a nadie. Ese que se observa en las calles o en las guaguas de la isla, el que lleva en la piel, con orgullo, el color cubano.
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1 Juan Pérez de la Riva: “El monto de la inmigración forzada en el Siglo XIX” La Habana, Editorial Ciencias Sociales, 1997. P, 5
2 Citado por Jason M. Yaremko: “Us Protestant Missions in Cuba” University Press of Florida, 2000. P.37
3 Miguel Barnet “Biografía de un cimarrón”. Editorial Gente Nueva, La Habana, 1967. P. 156
4 Pablo Rodríguez Ruíz: “Tiempo, espacios y contextos del debate racial actual en Cuba”
Elíades Acosta Matos
Progreso Semanal
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