Estados Unidos parece encaminarse a la nacionalización de buena parte del sistema bancario. Pero Obama prefiere no oír hablar del tema, y parece que su equipo tiene prohibido pronunciar las sílabas malditas: na-cio-na-li-za-ción.
Sin embargo, en materia de bancos es posible que ese sea el único camino, porque hasta el momento nada parece estar funcionando. Ayer los mercados se desplomaron por el temor de que nada de lo que planea hacer Obama dará resultado: es probable que su paquete de estímulo fiscal (de 787 mil millones de dólares) no sea suficiente para darle a la economía estadunidense los electrochoques que necesita.
Lo cierto es que el crédito sigue sin fluir: es claro que el primer paquete de rescate bancario no tuvo el resultado esperado. Era de esperarse porque la ayuda no llevaba condiciones: los banqueros podían hacer lo que quisieran con esos recursos. Y como en plena crisis las operaciones de crédito son arriesgadas, no es sorprendente que los dichosos banqueros se hayan dedicado a todo menos a prestar.
Pero la explicación más importante es que los estados financieros de los bancos están contaminados hasta la médula por activos tóxicos. El significado es portentoso: hoy los principales bancos estadunidenses están en la insolvencia. Estimaciones confiables indican que las pérdidas del sector bancario alcanzan 1.8 billones de dólares. Si esos números son correctos, la espina dorsal del sistema bancario estadunidense está fracturada. Para restaurar este cuadro clínico se requieren cantidades astronómicas de capital debido al fuerte apalancamiento de estas actividades.
El 9 de febrero el secretario del Tesoro presentó su plan para rescatar a los bancos y poner nuevamente en marcha a la economía. El punto importante es que Geithner sigue el mismo camino de su predecesor Paulson al proponer un plan muy amistoso para el sector bancario, con una pesada carga para el fisco.
Geithner propuso la creación de entidades público-privadas encargadas de promover la compra de los activos tóxicos (cartera vencida y sus derivados) en poder de los bancos para sacarlos de las hojas de balance. Pero hay varios problemas con este plan. Para comenzar, no se sabe quién va a comprar esos activos porque el plan también promete reducir los pagos de las hipotecas. Es decir, el valor de activos respaldados por la hipotecas de segunda categoría bajaría todavía más.
Por supuesto, la raíz del problema es que el precio real de esos activos tóxicos está por el piso. Venderlos a ese importe implicaría que muchos de los grandes bancos tendrían capital social negativo y desaparecerían. Los bancos, evidentemente, no están de acuerdo con vender estos activos a un precio de mercado tan castigado. Pero comprarlos a precios nominales sería un regalo desmedido a los bancos y un escándalo político. Geithner prefirió quedarse donde dejó las cosas Bush. El mercado bursátil no se dejó impresionar y al día siguiente se derrumbó.
Pero el plan Geithner sí deja ver que la nacionalización no es la prioridad de Obama. Ese podría ser su error histórico porque hoy parece que sólo una nacionalización podría romper el nudo gordiano de los activos tóxicos, limpiar la contabilidad de esos establecimientos y reanudar la actividad bancaria convencional (tanto en la captación como en el otorgamiento de préstamos).
Obama podría incluso ofrecer una nacionalización temporal. Dentro de unos años, cuando ya se tenga un nuevo sistema regulatorio, los bancos serían reprivatizados. Y se podría recurrir a esquemas redistributivos muy interesantes para recolocar a los bancos en el sector privado. Uno consistiría en distribuir el valor de las acciones de estos bancos entre los causantes: después de todo, es con su dinero que se pudieron recapitalizar y sanear esos establecimientos.
Pero Obama se opone diciendo que el costo de una nacionalización sería muy elevado. Eso es discutible. De hecho, si a costos vamos, hay que notar que de septiembre a enero la Reserva Federal aumentó su hoja de balance en 1.2 billones de dólares y ahora se niega a revelar los nombres de las instituciones beneficiarias. Es claro que el costo del rescate ya supera lo autorizado por el Congreso y la transparencia es nula. Varios circuitos de la economía estadunidense han recibido una fuerte inyección de liquidez en estos meses. En algún momento, todo esto va a revertirse, con presiones inflacionarias difíciles de controlar. Obama podría lamentarse de no haber nacionalizado los bancos cuando podía.
¿Por qué sabe tan amarga la píldora de la nacionalización de los bancos en Estados Unidos? Marx diría que en Estados Unidos solamente ha imperado el modo de producción capitalista. Ni esclavismo (la economía sureña no cae en esta categoría) ni feudalismo: sólo el mundo del capital. Eso conduce a una visión ahistórica del mundo. Sólo existe el capital, eterno y natural. ¿Nacionalizar? Uy, no, ¡qué horror!
Alejandro Nadal
La Jornada
http://www.jornada.unam.mx/2009/02/18/index.php?section=opinion&article=025a1eco
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