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sábado, febrero 28, 2009
Desde que los médicos cubanos llegaron al pueblo... Nadie recuerda la última vez que murió un niño
Historias de comunas haitianas donde la gente moría por no saber cómo vivir
Nadie recuerda la última vez que enterraron a un niño en Baie de Henne. Sus pobladores padecen de una extraña amnesia desde que los doctores cubanos llegaron a ese intrincado pueblito y crearon una nueva costumbre: acudir al médico.
En la escuela, los niños se disputan la respuesta. Hoy muestran las uñas cortadas que antes traían largas y sucias.
Y no fue fácil habituar a los haitianos del noroeste de Gonaive, donde solo el pescado y el carbón eran imprescindibles porque les daba el dinero que les disminuía el hambre. Comer era el proyecto del día, el de vida ni siquiera existía.
Pero las cosas cambiaron cuando el doctor Erick y la enfermera Beatriz ocuparon una casa cercana a la iglesia que cada domingo reúne a los pobladores. Luego, el hogar cubano de Baie de Henne fue habitado por el galeno Osvel González Domínguez y la máster en enfermería Rosa Zaldívar Zaldívar, quienes hoy continúan enseñando a vivir.
Hasta la única escuela llegan en las mañanas. Allí preguntan por los buenos y malos hábitos y los niños hablan del agua del pozo que quita la sed, pero da fiebre tifoidea; de no bañarse en los pantanos; de cortarse las uñas; de lavar los alimentos. Todos contestan con facilidad. Para ellos, lo realmente difícil es entregar mensualmente 1 600 gourdes (dinero haitiano). Y aunque el esfuerzo viene de sus progenitores, muchos como Kiki, Magson y Wonsly saben que por ir al colegio duermen hambrientos.
Por eso las montañas de Baie de Henne son cada vez más amarillas. De ellas salen los más de 10 sacos de carbón que le permiten a cada padre, en caso de tener un solo hijo, pagar la escuela ese mes.
Osvel y Rosa intentan, de algún modo, hacer más provechoso ese costo y a través del profesor Jean Elías Nelson, quien además colabora con ellos en el programa Yo sí puedo, "convierten" el colegio en un centro de prevención.
Fuera de él, la labor se repite: "Al inicio las matronas hacían los partos y dejaban el cordón umbilical demasiado largo, por lo cual se infectaba. Les orientamos cortarlo más y ya, cuando no acuden a nosotros, el parto se realiza sin grandes complicaciones infecciosas. Antes dábamos antibióticos, ahora nos preocupamos más por enseñarles. Ya casi ningún niño muere de causas prevenibles, comenta Osvel.
Hablamos con el pastor de la iglesia, reunimos a los ancianos y hemos conformado hasta un círculo de abuelos, reconoce Rosa. "Nosotros aquí no dejamos de brindar asistencia médica, pero sobre todo de prepararlos y dotarlos de conocimientos", añade.
Entre marido y mujer...
El doctor Lázaro Rodríguez es un guajiro que no anda con contemplaciones. Tan resuelto como en sus días de trabajo en el hospitalito rural de El Santo, en el municipio villaclareño de Encrucijada, este médico cubano hizo a un lado el popular refrán "entre marido y mujer, nadie se debe meter" y puso las cosas en orden allá en Drouin, un asentamiento en las márgenes del río Artibonite que da nombre a ese estado haitiano.
"Aquí hay que meterse en los problemas, si no las cosas demoran siglos en tomar su lugar". Después de curar las heridas a una pareja que había discutido violentamente, intervine en la repartición de intereses. Ella dejaba al hijo de pocos días de nacido porque la casa era del esposo y allí el niño estaría más seguro. Cuando le dije que sin la lactancia materna podía morir, cambiaron las cosas. Incluso, la percepción del padre fue otra. Ya pensaba darle cualquier cosa al bebé. ¡Imagínate!, que aquí acostumbran a comer con mucho picante, alerta Lázaro.
"La situación del agua es complicada. Todos se bañan en un canal muy contaminado; ahí contraen los parásitos. Cargarla hasta la casa para hervirla resulta muy trabajoso. He logrado que no la tomen, pero queda mucho por enseñarles."
En iguales o peores realidades se ha visto Iroel Portal Cabrera. "El día que una señora joven me preguntó si era cierto que por tener SIDA le daban dinero, me quedé perplejo. Muchas hasta conciben más hijos porque existen organizaciones no gubernamentales que financian ciertos gastos y entregan comida, cuenta el doctor.
"Por tal de obtener esas ventajas paren o intentan contagiarse". No saben que el SIDA las mata; y las que sí, garantizan los alimentos del día y solo postergan su muerte.
A esa crudeza, Iroel y otros tantos colaboradores dispersos en todo el país han tenido que enfrentarse. Sin embargo, él recuerda especialmente la revuelta del primer día de clínica ambulante (que no es más que recorrer unos cuantos kilómetros y ofrecer consulta debajo de un árbol), allá en su comuna de Verretey.
"Cuando examino al primer paciente y pregunto, me dice que le habían cobrado 50 gourdes porque yo lo atendiera. Algunos pobladores quisieron montar un negocio y pidieron dinero al saber que iría; supuestamente era lo que yo exigía por mis servicios."
Me levanté para irme y la gente armó una manifestación. Devolvieron el dinero y desde entonces, los mismos que pensaban lucrar apoyan mi visita a esa comunidad, refiere Iroel. "Más que un trasfondo económico, el asunto dejaba entrever el poco valor que le daban a la medicina. Veían un lucro, no una necesidad".
Cada día somos más
En la geografía haitiana suceden cientos de historias cubanas. En ella, más de 400 cooperantes de la Salud intentan transformar una realidad que a ratos se torna imposible. Cómo eliminar la desnutrición sin alimentos; cómo impedir la malaria donde pululan enjambres de mosquitos; cómo curar la tuberculosis si muchos viven hacinados y el contagio es inminente¼ No ha sido ni será sencillo, pero muchos hablan ya de un cambio notable.
Los haitianos responden con sonrisa e incredulidad ante cada mejoría y en este país de profundas costumbres religiosas, no son pocos los que alegan que "después de Dios, están los médicos cubanos".
Katia Siberia García Enviada especial
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