La huella imperecedera de un revolucionario comunista, de un gigante intelectual
El 1º de febrero de 2008, el Salón de Honor del ex Congreso Nacional se hacía estrecho para contener a la multitud de compañeros y amigos de Volodia Teitelboim que iban a testimoniar el reconocimiento debido a su larga vida de intelectual combatiente. Personalidades de todo el espectro político nacional se hacían presentes para entregar sus condolencias al Partido y a las Juventudes Comunistas de Chile, a la familia del escritor y dirigente político.
El masivo funeral en el Cementerio General de Santiago, concurrido por miles de personas y con la presencia de representantes diplomáticos, sociales, políticos, sindicales y del mundo cultural, ponía en evidencia la trascendencia de la vida del que fuera diputado y senador, secretario general de su partido, periodista y escritor galardonado con el Premio Nacional de Literatura, entre otras distinciones otorgadas en innumerables países y universidades.
Siempre se habló de él como de un “tipo” especial de escritor y un ejemplar igualmente especial de político. Síntesis que podría expresarse llamándolo “político culto” a la vez que “escritor comprometido”.
Dirigente precoz en la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile, antologador audaz en su temprana juventud, ensayista incansable, novelista de trascendencia, memorialista infatigable. Periodista, director y creador de medios, lo vieron El Siglo y más tarde Araucaria, audaz creación del exilio que cobijó a los mejores y más lúcidos exponentes de la intelectualidad latinoamericana y del Caribe. Inconfundibles fueron su voz y sus mensajes desde el programa “Escucha Chile”, de Radio Moscú, intervenciones esperadas y escuchadas en la estricta clandestinidad que imponía la dictadura en esos años del Terror.
Si bien fue larga su vida, sorprende la abundancia de su obra y el haberlo sabido inclinado en sus escritos hasta los últimos días de su vida.
Riguroso aunque no exento de “preocupación preferente” por los suyos, los jóvenes, los trabajadores, los luchadores de todo el mundo, Volodia Teitelboim nos legó un extenso mural de las ideas y los personajes, los hechos señeros de su tiempo.
“Memorioso” hasta el extremo de parecernos a veces un coleccionista de minucias, algo así como un miniaturista que no despreció ningún dato que le permitiera mejor conocer la realidad y transmitirla en la verdad de sus honduras, sorprendía por su “perfecta” actualización, impensable para muchos en su condición de longevo caballero de las letras, político escuchado y analista premunido de los saberes y modestias que exiges tales oficios consumados.
Político sereno y culto, testigo y protagonista de casi un siglo de la historia de su país y del mundo, no se eximió de los mayores riesgos y, así, protagonizó un ingreso clandestino en plena dictadura, desafiando las ásperas condiciones y los riesgos que le imponían tanto los aparatos de estricta vigilancia establecidos en la llamada “guerra interna” –título, por lo demás, de su última novela- como la especial mirada que sobre él y sus actividades mantenían los aparatos de la represión.
Fue autor, junto y casi en paralelo a la saga de su vida, la del “muchacho del siglo XX”, de las biografías vitales y literarias de Pablo Neruda, Gabriela Mistral, Vicente Huidobro y Jorge Luis Borges, para rematar con un deslumbrante estudio sobre Juan Rulfo y su obra.
Conoció el mundo y sus circunstancias, dialogó en estrecha amistad y camaradería con muchos “grandes” de este mundo, pero jamás perdió su contacto esencial con la gente de su pueblo, con sus compañeras y compañeros de partido, con los que cultivó desde siempre la sencilla hermandad de los ideales compartidos. Especial fue su solicitud hacia los jóvenes, los que en sus últimos años le prodigaron un afecto al que fue particularmente sensible.
Político culto y experimentado, era capaz de síntesis deslumbrantes para cortar los nudos gordianos, estableciendo una verdad que terminaba por imponerse con la lógica de lo evidente y natural. Así, llamaba en sus años postreros a “romper los candados de la dictadura”, aludiendo de esa forma movilizadora y llena de pasión a la necesidad de sobrepasar la institucionalidad pinochetista y saber determinar el lugar y momento de los golpes decisivos para el avance de las posiciones del pueblo y de la democracia.
Lo vimos por última vez en la Plaza de las Letras de la Fiesta de los Abrazos 2008. Se conserva el registro de sus palabras, la firmeza de su voz, la claridad con que sabía convidar sus convicciones, la esperanza que encontraba como alimento vital en las luchas en desarrollo en nuestro continente, así como la arrolladora lógica con que desnudaba las mentiras y tergiversaciones de las fuerzas de la antidemocracia, de los negadores de la justicia social y de los cambios profundos que su mensaje seguirá haciendo madurar en la conciencia de millones de chilenas y chilenos.
Mezquinas parecerán estas líneas ante la magnitud de su obra y la dignidad de su vida. Este primer año sin el Compañero Volodia no es, sin embargo de la evidencia física, más que un espejismo. En las luchas que enfrenta hoy nuestro pueblo, su mensaje de humanismo revolucionario adquiere una vigencia cada vez mayor y por eso podemos asegurar que sigue caminando con nosotros.
Estas simple palabras no son sino una nueva convocatoria a encontrarnos con él.
Fernando Quilodrán
El Siglo
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