La recién concluida Cumbre del Grupo de los 20 (G-20) en Londres decidió inyectar más dinero a la economía mundial con el fin de reproducir un sistema social que hoy parece agotado. Pero lo peor es que con esta receta, los presidentes de las naciones económicamente más fuertes se proponen recomponer un capitalismo desarrollado que reproduce los mismos patrones de consumo que han llevado al planeta a una situación de emergencia.
No he visto una sola información que vincule al Medio Ambiente con los proyectos de “salvemos el sistema” que debatieron en la capital británica los dignatarios presentes.
El momento era propicio para pasar una raya y rehabilitar a partir de ahí las enormes insuficiencias que prevalecen en el mundo.
El G-20 dio respuestas conocidas a preguntas nuevas. También durante la depresión de los años 20 los expertos decidieron dar más dinero para salvar el sistema. Entonces funcionó el remedio, pero la crisis de hoy rebasa los marcos financieros de los mercados y las bolsas y se extiende a la tierra misma.
No sé si en broma o en serio, el premio nobel de Economía Joseph Stiglitz dijo a propósito de la cita que los expertos que hoy deciden las finanzas del mundo son economistas de tercera graduados en universidades de primera. Cualquiera que haya sido su intención, demostró con esa frase que el sentido común y hasta el natural instinto de conservación del ser humano no existe en los arquitectos de la actual reforma económica mundial.
El primer ministro británico Gordon Brown habló de que la cumbre propuso poner a circular 5 billones de dólares para rescatar la confianza en los bancos. Cada billón es un millón de millones.
Con menos de la tercera parte de esa cifra, el mundo industrializado podría transferir tecnologías a las naciones emergentes y dar financiamiento a proyectos dirigidos a reconvertir la industria automotriz, responsable de más del 60 por ciento de los gases de efecto invernadero. Pero también serviría para promover la descontaminación de las fuentes de agua potable, multiplicar el reciclaje de los desechos industriales y sanear millones de hectáreas para la agricultura, entre otros muchos proyectos medioambientales.
En 1997 se firmó el Protocolo de Kyoto, el intento más racional de poner orden en el desquiciado consumo por el primer mundo de combustibles fósiles y otras fuentes generadoras de gases de efecto invernadero, causante del conocido Cambio Climático.
Tuvieron que pasar 7 años para que finalmente entrara en vigor, por la reticencia de Estados Unidos, en particular, el principal contaminante. El acuerdo vence en el 2012 y aún no ha generado las acciones que se suponía debería provocar en los gobiernos de las principales potencias contaminantes.
La indiferencia del club del G-20 con los asuntos medioambientales parece propia de un avaro suicida. Mientras el dinero se reproduce y conserva, el entorno es solo paisaje.
Hoy los presidentes de 20 naciones cuyas economía juegan un papel de primer orden en la economía mundial, decidieron que la crisis que afecta a todos solo se resuelve consolidando el sistema que ha generado la extinción de miles de especies de la flora y la fauna y tiene amenazado de muerte al propio hombre.
Salvemos el Planeta y no el Sistema, debió haber sido la máxima de la más reciente reunión del G-20. Otra oportunidad se perdió. Confiemos en que haya tiempo para rectificar.
Pedro M. Otero
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