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lunes, abril 20, 2009
La miseria y la adicción a las drogas aumentan en Afganistán
Un número cada vez mayor de afganos –incluidos niños- tratan de escapar del dolor de la guerra y la pobreza utilizando opio o heroína, que pueden conseguir por tan sólo un dólar al día.
Se teme en amplios niveles que la investigación que Naciones Unidas empezó este mes muestre que al menos una de cada doce personas en Afganistán abusa de la droga, duplicando la cifra hallada en la última investigación realizada hace cuatro años.
Los expertos dicen que la alarmante tendencia no está siendo abordada por el gobierno afgano ni por sus socios internacionales, aunque la mayor parte de los funcionarios reconocen que el azote de la droga amenaza a largo plazo la estabilidad de Afganistán.
Muchos de los adictos, especialmente las mujeres, alimentan en secreto ese hábito dentro de los muros de los recintos familiares afganos de suelos de barro.
Una madre afgana enganchada
Una adicta, una mujer llamada Karima, comparte su hogar con sus padres, que también son adictos y otros familiares en una pobre barriada situada en las laderas de una colina en Kabul. Los consejeros locales contra la droga manifiestan que en la barriada hay miles de adictos.
En una tarde reciente, Karima corre las cortinas de la ventana de la habitación que comparte con sus seis niños. Sus manos tiemblan, saca un viejo sobre de debajo de un tapete de plástico. Dentro hay bolitas de opio, que aplasta dentro del papel de un cigarro vaciado que enciende.
“Cuando fumo esto ya no siento desdicha alguna. Mis nervios se calman. Si no lo hago me vuelvo loca”, dice Karima.
Sus niños, de corta edad, sufren los efectos de estar bañados por el humo del opio y la heroína desde que nacieron. No asisten al colegio.
La mayor es Fahima. A sus doce años, tiene el tamaño de un niño de seis. Tiene grandes ojos marrones y varias calvas en la cabeza debido a la desnutrición.
Fahima es la persona a quien su madre envía fuera de casa a comprar las drogas para alimentar su hábito.
“Mamá no deja de darme la lata para que le consiga hashish y opio para poderse sentir feliz. Si no lo usa, se enfada y nos pega a todos”, dice Fahima.Los crecientes porcentajes de abuso de drogas están en parte motivados por el extendido desempleo y la agitación social en Afganistán bajo los talibanes y durante la guerra comandada por EEUU que empezó en 2001. Otro factor es el flujo de refugiados afganos que han regresado de Irán, muchos de ellos convertidos allí en adictos a la heroína.
Y exacerbándolo todo está la sobreabundancia de opio y heroína en Afganistán, el mayor cultivador de adormidera del mundo.
Los adictos dicen que la heroína es un modo barato de olvidar sus miserables existencias.
Los hombres se reúnen entre drogas y mugre
En Kabul, los hombres se reúnen a diario en lo que era el Centro Cultural Ruso para conseguir su chute de heroína. Al menos 1.500 de ellos se acurrucan entre las sombrías ruinas, vigiladas por policías con equipo antidisturbios.
Utilizan mecheros para calentar la pasta de heroína sobre papel de aluminio. Después lo inhalan mediante delgados tubos de plástico o dentro de un cigarrillo vaciado. El reconocible humo de la heroína rodea a los hombres como una gruesa manta.
Algunos de los adictos yacen sobre el suelo. Hay basura, heces y orina por doquier.
Pero parecen ajenos a todo. Todos están fumando y pidiendo limosna.
La abundancia de drogas incrementa la demanda
Jean-Luc Lemahieu, de Naciones Unidas, lo llama el “efecto Coca-Cola”. La extendida abundancia y permisibilidad de las drogan las hacen tan omnipresentes y disponibles como los refrescos.
“Lo que la gente olvida siempre es que no sólo la demanda crea oferta, sino que la oferta crea demanda”, dijo Lemahieu, el representante en Kabul de la Oficina contra la Droga y el Crimen de Naciones Unidas.
Pero incluso uno o dos dólares al día, que es lo que cuesta un chute de opio o heroína en Afganistán, puede ser fácilmente inalcanzable.
Volviendo al barrio bajo de Kabul, Karima empieza a llorar al recibir una visita de las consejeras para el tratamiento a drogadictos.
Karima dice que cogió a su hija de cinco años, Raisa, y que el pasado mes la llevó al mercado para venderla porque estaba desesperada por encontrar dinero. Pero no pudo hallar un comprador.
Durante meses, los trabajadores de un centro local para el tratamiento a los drogadictos han intentado hacer que Karima y su familia sigan un programa de rehabilitación.
Saida, una consejera centro Nejat (“Rescate”) para el tratamiento contra la droga, está horrorizada.
El sufrimiento de los niños
“¿Cómo puedes ser tan egoísta?”, dice a Karima. “No me digas que habrías utilizado el dinero para alimentar a tu familia. Habrías gastado el dinero en drogas y después habrías ido y vendido a otro de los niños”.
Saida y sus colegas visitan el alojamiento unos días después para encontrarse con una sorpresa aún más desagradable.
Fahima, la hija de doce años, está aspirando una profunda calada del cigarrillo de su madre lleno de heroína, opio y hashish.
La mujer pregunta: “¿Por qué lo haces? ¿Es que te gusta el sabor”
Fahima admite que sí.
Soraya Sarhaddi Nelson
Rawa.org
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