Cinco años después, un testigo de la destrucción de Faluya, cámara de Al-Jazeera, narra lo que vio
Laith Mushtaq fue uno de los dos únicos cámaras no empotrados que trabajaron durante la “batalla por Faluya'”en abril de 2004 en la que murieron 600 civiles. Cinco años después cuenta los acontecimientos de los que fue testigo y que filmó.
“Lo que ustedes vieron en sus televisiones sólo refleja el 10% de la realidad. Además, si veían estas imágenes en casa podían cambiar de canal. Pero nosotros estábamos en medio. Olíamos, sentíamos, veíamos y tocábamos todo. Podíamos tocar los cuerpos, pero no podíamos cambiar de canal. Nosotros éramos el canal.
Cuando pienso en Faluya, siento su olor. El olor me estaba volviendo loco. En un cuerpo muerto hay una especie de líquido, un líquido amarillo. El olor es verdaderamente insoportable. Se te pega a la nariz. Ya no puedes comer.
Y no te puedes quitar las imágenes de la cabeza porque cada día ves lo mismo: explosión, muerte, explosión, muerte, muerte, muerte.
Después de trabajar te sientas y te das cuenta de que llevas restos de carne humana pegados a los zapatos y sangre en los pantalones. Pero no tienes tiempo de preguntar por qué.
Recuerdo que en abril de 2004 estaba en la oficina de Bagdad y mi jefe dijo: “Tenemos información de que los estadounidenses van a atacar Faluya. Necesitamos un equipo que entre en Faluya inmediatamente, ¿quién puede ir?”. Contesté: “Sí, yo, yo puedo ir. No lo dudé un momento”.
Filmar era un 'deber'
Sabía que el precio que tendría que pagar sería alto. Quizá mi vida. Pero si temo morir, entonces no debería trabajar con una cámara en ningún lugar peligroso. Sé que algún día moriré, mañana, el mes que viene, el año que viene o dentro de diez años. No lo sé.
Pero la cuestión es que quizá muera en la cama o quizá muera haciendo algo bueno.
Faluya era mi deber. Tenía que enseñar la verdad fuera de Iraq. Por verdad entiendo lo que verdaderamente ocurría en las calles. No un mensaje político, simplemente era lo que podía ver con mis propios ojos. Porque algunas personas hablaban de Faluya y decían “no pasa nada” o “la gente está bien” y “todo está estable”.
Sería estupendo si todo hubiera estad estable. Me hubiera encantado que no ocurriera nada. Lo hubiera grabado y mostrado encantado. Pero la realidad era muy diferente.
Un día, creo que el 9 de abril de 2004, alguien dijo desde un altavoz de la principal mezquita de Faluya: “Los estadounidenses abrirán un puerta y las mujeres y niños podrán irse”.
En cuanto acabó, todas las mujeres y niños de Faluya trataron de encontrar un coche para abandonar la ciudad, pero cuando estaban en las calles, las fuerzas estadounidenses abrieron fuego.
Hay una foto que no puedo olvidar: una mujer mayor con tres niños, la vi en la calle y saqué una foto de ella y de los niños. Dijo: “No tenemos a ningún hombre aquí, ¿puede ayudarnos alguien?” Muchos hombres de Faluya trabajaban en Bagdad y cuando se cerró la ciudad no pudieron volver con sus mujeres e hijos. Así que algunos hombres la ayudaron, decidí filmar la escena y luego me senté a fumar.
Diez minutos después, llegó una ambulancia. Corrí detrás de la ambulancia y cuando abrieron la puerta, vi a la misma mujer y a sus hijos, pero estaban destrozados.
Todavía recuerdo que los enfermeros no podían moverla porque estaba en demasiados pedazos, la gente se echaba para atrás cuando lo veía. Entonces un enfermero gritó: “¡Eh, parece tu madre!”. En lenguaje iraquí significa: “Podría ser tu madre, así que trátala como tratarías a tu madre”. Todo el mundo se acercó para ayudar a trasportar los restos ya que necesitaban sacarla rápidamente porque se necesitaba la ambulancia para otras personas.
Estuvimos frente al principal hospital, pero hubiéramos necesitado 12 cámaras para cubrir todo lo que ocurrió aquel día.
Había cinco o seis ambulancias que iba y venía con personas heridas o muertas. Cuando filmaba dentro del hospital, había mucha gente fuera; cuando filmaba fuera, había mucha dentro.
El resto del equipo de Al Jazeera y yo nos sentíamos paralizados. Era demasiado para nosotros. Estábamos sólo dos cámaras y dos reporteros, no era suficiente.
Los periodistas, los directores en Doha y Bagdad,la gente de Faluya, todos ellos no dejaban de llamarnos para que filmáramos lo que ocurría y las ambulancias no dejaban de ir y venir.
Oí a personas que gritaban dentro del hospital porque no quedaban medicamentos. Tuvieron que cortar piernas sin nada en absoluto.
En un momento dado, ya no pude moverme. Me senté en la calle y empecé a fumar. No podía moverme. Veía lo que ocurría a mi alrededor, pero no podía moverme. Khallas [bastante]. No me quedaban fuerzas.
Calles abarrotadas de cadáveres
Pero entonces uno se acuerda de los héroes de Faluya de los que nadie habla, como este anciano. Tenía una furgoneta pick-up y cada día conducía por las calles y escuchaba a quien le decía que había un cadáver en esta o aquella calle, pero no se podía acercar nadie porque había un francotirador. Entonces él iba allí, paraba el coche y se arrastraba hasta donde estaba el cuerpo y lo llevaba a rastras hasta su furgoneta. En un día trajo cinco cadáveres.
Algunos habían muerto hacía más de una semana, pero nadie se había atrevido a llevárselos. A algunos habían empezado a comérselos los perros.
Cuando estaba dentro de Faluya, yo sabía que cada uno de los movimientos de cámara que hacía no eran para mí, sino para la gente que estaba dentro. Y para la gente que estaba fuera porque tenían que saber lo que había ocurrido. Es como un SOS.
Los estadounidenses decían que nuestras imágenes provocaban odio hacia ellos. Pero lo que yo hice sólo fue mostrar lo que su ejército hizo sobre el terreno. Yo no los odio. No quiero venganza, sólo me gustaría que se hubieran dado cuenta de lo que estaban haciendo. A veces me gustaría que mi mente fuera como un ordenador que se puede reformatear. O que se pudiera ir al hospital y te pudieran sacar partes de tu memoria.
En Faluya hubo momentos en que al manejar mi cámara al lado de un cadáver sentía que yo ya no tenía corazón debido a la dosis de guerra que había visto. Era como una sobredosis. No sólo para mí, sino también para mi familia en Bagdad. El mes que pasé en Faluya, mi madre veía la tele todo el rato porque sabía que su hijo estaba allí y sabía que esas eran las imágenes que había grabado su hijo. A veces no podíamos hablar en dos días.
Un día oyó en las noticias que los estadounidenses tratarían de llegar al centro de la ciudad. No pudo soportarlo más, fue a la oficina de Al Jazeera en Bagdad y gritó: “¡Devolvedme a mi hijo!”. Me sentí abochornado, pero mi madre, en fin, es una madre.
Más o menos en esos días, recibimos una llamada del director general de Al Jazeera. Quería hablar con cada uno de los miembros del equipo, con el chofer, conmigo, con cada uno. Dijo: “Muchas gracias, valoramos enormemente lo que están haciendo”. Entonces añadió: “Si quieren abandonar Faluya, enviaremos a alguien para que trate de sacarlos de ahí”. Todos nos negamos. Todos queríamos quedarnos. ¿Por qué íbamos a ser mejores que las mujeres y los niños de Faluya? Nadie les había llamado para preguntarles si querían salir”.
En una declaración escrita entregada a Al Jazeera, el teniente coronel Curtis L Hill, director de relaciones públicas de la fuerza multi-nacional en el oeste de Iraq, negó que las fuerzas estadounidenses dispararan contra “civiles desarmados”: “Las fuerzas de la coalición estaban ahí para capturar a los terroristas responsables de la muerte de cuatro contratistas estadounidenses. No habrían disparado contra civiles desarmados que trataran de abandonar la ciudad”, afirmó.
Cuando se le preguntó específicamente si se había decretado un alto el fuego el 9 de abril, dijo que las tropas habían “parado antes, aunque creo que fue el 11 de abril”.
Entrevista realizada por Stephanie Doetzer
Laith Mushtaq
Al Jazeera
Laith Mushtaq es originario de Bagdad y empezó a trabajar en el canal árabe de Al Jazeera en 2003. Ahora vive en Doha.
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