Agotados los esfuerzos de la oligarquía neoliberal hondureña para impedir por vías administrativas la consulta popular destinada a promover reformas profundas a la Constitución de Honduras, apelan ahora a un golpe de estado que deponga al presidente Manuel Zelaya.
Desde que el primer mandatario anunció su intención de convocar a un sondeo de opinión sobre la necesidad de elegir a una Asamblea Nacional Constituyente que redacte una Carta Magna acorde a las nuevas realidades del país, comenzó a ser objeto de la iracundia de los poderes económicos, políticos y militares más reaccionarios.
Honduras ha clasificado siempre entre los países más pobres y atrasados de América Central y la región latinoamericana y caribeña en general.
El origen de esta situación está en que salvo breves períodos intermitentes de luz, su historia ha estado ensombrecida por regímenes manejados por latifundistas, empresas transnacionales de capital estadounidense y dictaduras militares al servicio de intereses foráneos.
Excepto por los gobiernos del prócer de la integración centroamericana Francisco Morazán y el de José Santos Guardiola, quien derrotó y fusiló al filibustero estadounidense William Walker, el siglo XIX hondureño fue una sucesión de enfrentamientos entre conservadores y liberales cuyo denominador común era su afición por el poder para disfrute propio.
La primera mitad del veinte fue testigo del arribo de las transnacionales, en particular la United Fruit Company, de funestos recuerdos en la región.
En 1963 se instalaron en la nación centroamericana las dictaduras militares tras el golpe encabezado por el coronel Oswaldo López Arellano contra el presidente Ramón Villeda Morales. Luego del triunfo de la Revolución Sandinista de Nicaragua en 1979, el ejército permitió que Estados Unidos convirtiera en polvo la soberanía nacional al abrirle las puertas a una grosera intervención militar.
Convertida Honduras prácticamente en un portaviones seco, Washington urdió el retorno de los civiles al gobierno para enmascarar mejor la presencia de sus fuerzas armadas y de los grupos contrarrevolucionarios nicaragüenses.
De esa época turbulenta, 1982, data la Constitución que el presidente Zelaya pretende reformar para llevar adelante sus programas de beneficio social. Ha dicho que con la actual Carta Magna es imposible realizar transformaciones profundas para erradicar la miseria y desigualdad en el país, donde siete de cada diez personas viven en condiciones de pobreza y extrema pobreza.
Precisamente con el objetivo de cambiar la dramática situación de las mayorías, el actual gobierno se incorporó a la hoy Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América, ALBA, y desarrolla una serie de proyectos con la colaboración de esta iniciativa integradora para mejorar la calidad de vida de los olvidados y excluidos.
Objetivos estos que despertaron la ira de quienes se consideran dueños del poder, los oligarcas y sus aliados en el Congreso, la Corte Suprema de Justicia y la cúpula del ejército.
Temerosos de que el pueblo se organice y tome en sus manos las riendas de su destino, tratan de impedir una consulta sobre la conveniencia de un referendo que desembocaría en la Asamblea Constituyente.
Zelaya, apoyado por las organizaciones sociales, sindicales, campesinas y estudiantiles, ratificó que la consulta del próximo domingo va y como ejemplo de su determinación encabezó la manifestación que rescató las urnas y las papeletas de la base aérea de Toncontín.
Con el apoyo del Sistema de Integración Centroamericana, de los gobiernos del ALBA, así como de varios países del Latinoamérica, el gobierno hondureño está dispuesto a seguir adelante con su proyecto social.
El curso de los acontecimientos en la hermana nación pondrá a prueba, asimismo, el cacareado apoyo de la Organización de Estados Americanos a la democracia, pues tendrá que definirse si por tal se refiere al respeto de la voluntad de las mayorías, o a la defensa de los privilegios de unos pocos. Quizás sea la oportunidad de que esa agrupación redima alguno de sus múltiples errores y, para variar, se ponga del lado de los pueblos.
Guillermo Alvarado
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