Si hay algo nuevo en la interminable historia de Palestina es el claro cambio que se han producido en la opinión pública en el Reino Unido. Recuerdo que vine a estas islas en 1980, cuando el apoyo a la causa palestina estaba confinado al izquierda y, dentro de ella, a una sección y a una corriente ideológica muy particular. El trauma post-Holocausto y el complejo de culpabilidad, los intereses económicos y militares, y la farsa de Israel como la única democracia en Oriente Medio contribuyó todo ello a proporcionar inmunidad al Estado de Israel. Muy pocas personas cambiaron de idea, según parece, ante un Estado que había desposeído a la mitad de la población palestina originaria, demolido la mitad de sus ciudades y pueblos, discriminado a la minoría de esta población originaria que vivía dentro de los límites de sus fronteras por medio de un sistema de apartheid y dividido en enclaves a dos millones y medio de ellos en una dura y opresiva ocupación militar.
Casi 30 años después parece que se han eliminado todos estos filtros y cataratas en los ojos. La magnitud de la limpieza étnica de 1948 es bien conocida, se deja constancia del sufrimiento de los palestinos en los territorios ocupados e incluso el presidente de Estados Unidos lo describe como insoportable e inhumano. De forma similar, se observa diariamente la destrucción y despoblación de la zona del gran Jerusalén y se reprende y condena frecuentemente la naturaleza racista de las políticas respecto a los palestinos en Israel.
Naciones Unidas describe la realidad de hoy, en 2009, como una “catástrofe humana”. Los sectores conscientes y concienciados de la sociedad británica saben muy bien quién causa y quién produce esta catástrofe. Ya no se relaciona con circunstancias ambiguas o con el “conflicto”, sino que es claramente considera el resultado de las políticas israelíes a los largo de los años. Cuando se le preguntó al Arzobispo Desmond Tutu qué reacción había tenido cuando visitó los territorios ocupados, señaló con tristeza que era peor que la de la del apartheid. Sabía de qué hablaba.
Como en el caso de Sudáfrica, estas personas decentes, ya sea individualmente o como miembros de organizaciones, expresan su indignación ante la opresión, colonización, limpieza étnica y hambruna continuas en Palestina. Buscan maneras de demostrar su protesta y algunos incluso esperan convencer a su gobierno de que cambie su vieja política de indiferencia e inacción ante la continua destrucción de Palestina y de los y las palestinas. Muchos de ellos son judíos, ya que muchas de estas atrocidades se han hecho en su nombre de acuerdo con la lógica de la ideología sionista, y unos pocos de ellos son veteranos de luchas civiles anteriores en su país por causas similares a lo largo y ancho de este mundo. Ya no están confinados a un partido político y provienen de todos los ámbitos de la vida.
Por el momento, el gobierno británico no ha cambiado. También fue pasivo cuando el movimiento anti-apartheid en este país le pidió que impusiera sanciones a Sudáfrica. Fueron necesarias varias décadas para que este activismo desde abajo llegara al más alto nivel político. En el caso de Palestina cuesta más tiempo: la culpa por el Holocausto, los relatos históricos y las distorsiones contemporáneas de Israel como una democracia que busca la paz y de los palestinos como los eternos terroristas islámicos bloquearon el flujo del impulso popular. Pero está empezando a encontrar su lugar y su presencia, a pesar de la acusación hecha a toda demanda de este tipo de ser anti-semítica y a pesar de la demonización del Islam y de los árabes. El tercer sector, este vínculo importante entre los civiles y las agencias gubernamentales, nos ha mostrado el camino: un sindicato tras otro, un grupo profesional tras otro han enviado todos ellos recientemente un mensaje claro: ya está bien. Se ha hecho en nombre de la decencia, de la moralidad humana y del compromiso civil básico de no permanecer de brazos cruzados ante las atrocidades del tipo de las que Israel ha cometido y sigue cometiendo contra el pueblo palestino.
En los últimos ocho años la política criminal israelí se intensificó y los activistas palestinos buscaban nuevas maneras de hacerle frente. Las probaron todas, la lucha armada, la guerra de guerrilla, el terrorismo y la diplomacia: no funcionó ninguna. Y, sin embargo, no se rinden y ahora proponen una estrategia no violenta, la del boicot, desinversión y sanciones. Con estos medios quieren persuadir a los gobiernos occidentales de salvar de una catástrofe y de un baño de sangre inminentes no sólo a ellos sino, irónicamente, también a los judíos en Israel. Esta estrategia generó el llamamiento al boicot cultural a Israel. Cualquier ámbito de la existencia palestina expresa esta petición: la sociedad civil bajo la ocupación y los palestinos bajo Israel. La apoyan los refugiados palestinos y la encabezan miembros de las comunidades de los palestinos en el exilio. Llega en el momento preciso y ofrece a individuos y organizaciones en el Reino Unido una manera de expresar su indignación ante las políticas israelíes y, al mismo tiempo, una vía de participación en la presión global al gobierno para que cambie su política de proporcionar inmunidad a la impunidad.
Es desconcertante que, por el momento, este cambio en la opinión pública no haya tenido impacto en la política, pero de nuevo tenemos que recordar los tortuosos caminos que tuvo que recorrer la campaña contra el apartheid [sudafricano] antes de convertirse en política. También merece la pena recordar que dos valientes mujeres de Dublín, que tenían el duro trabajo de cajeras de supermercado, fueron las únicas que se negaron a vender productos sudafricanos. Veintinueve años después, los británicos se unieron a los demás en la imposición de sanciones a Sudáfrica. Así, mientras los gobiernos dudan por razones cínicas, por temor a ser acusados de anti-semitismo o quizá debido a inhibiciones islamofóbicas, los ciudadanos y los activistas hace cuanto está en su mano, simbólica y físicamente, para informar, protestar y denunciar. Tienen una campaña más organizada, la del boicot cultural, o pueden unirse a sus sindicatos en la política coordinada de presión. También puede utilizar su nombre o su prestigio para indicarnos a todos nosotros que las personas decentes de este mundo no pueden apoyar lo que hace y significa Israel. No saben si su acción producirá un cambio inmediato ni si tendrán la suerte de ver el cambio en el lapso de sus vidas. Pero en su propio libro personal de quiénes son y de qué hicieron en sus vidas, y ante el severo ojo de la valoración histórica se les incluirá junto con todos aquellos que no permanecieron indiferentes cuando la inhumanidad bramaba disfrazada de democracia en sus propios países o en cualquier otro lugar.
Por otra parte, los ciudadanos de este país, especialmente los famosos, que continúan difundiendo, con bastante frecuencia por ignorancia o por razones bastante más siniestras, la fábula de Israel como una sociedad culta occidental o como “la única democracia en Oriente Medio” no sólo están equivocados en relación a los hechos. Proporcionan inmunidad a una de las mayores atrocidades de nuestro tiempo. Algunos de ellos nos piden que dejemos la cultura fuera de nuestras acciones políticas. Este enfoque de la cultura y la vida académica israelí como entidades diferentes del ejército, la ocupación y la destrucción es moralmente corrupta y lógicamente caduca. Un día, finalmente, la indignación desde abajo, incluyendo en el propio Israel, producirá una nueva política; la actual administración estadounidense ya está dando las primeras muestras de ello. La historia no vio con buenos ojos a los directores de cine que colaboraron con el senador estadounidense Joseph McCarthy en los años
cincuenta o apoyaron el apartheid. Adoptará una actitud similar con aquellos que ahora callan acerca de Palestina.
Un excelente caso al respecto se reveló el mes pasado en Edimburgo. El director de cine Ken Loach dirigió una campaña contra las relaciones oficiales y financieras que tenía el festival de cine de la ciudad con la embajada israelí. El sentido de esta postura era transmitir el mensaje de que esta embajada no sólo representa a los directores de cine de Israel, sino también a sus generales que habían masacrado al pueblo de Gaza, a sus torturadores que torturaran a los palestinos y las palestinas en las cárceles, a sus jueces que envían sin juicio a la cárcel a 10.000 palestinos (la mitad de los cuales son menores), a sus racistas alcaldes que quieren expulsar a los árabes de sus ciudades, a sus arquitectos que construyen uros para encerrar a las personas e impedirles que acudan a sus campos, escuelas, cines y oficinas, y a sus políticos que crean una y otra vez estrategias para completar la limpieza étnica de Palestina que iniciaron en 1948. Ken Loach consideró que la única manera de boicotear el festival en su conjunto sería situar a sus directores en un sentido y perspectiva moral. Tenía razón, así que lo hizo porque el caso está nítidamente definido y la acción es tan simple y tan pura.
No es sorprendente que se oyeran voces en contra. Ésta es una batalla que está en curso y no se ganará fácilmente. Mientras escribo estas líneas conmemoramos 42 años de ocupación israelí, la más larga y una de las más crueles de los tiempos modernos. Pero el tiempo también ha generado la lucidez necesaria para tomar estas decisiones. Esta es la razón por la que la acción de Ken Loach fue efectiva inmediatamente; la próxima vez ni siquiera será necesaria. Uno de sus críticos trató de señalar el hecho de que hay personas en Israel a las que les gustan las películas de Ken Loach, por lo tanto, lo que él hacía era un tanto ingrato. Puedo asegurar que aquellos de nosotros en Israel que vemos las película de Loach también somos quienes aplaudimos su valentía y, a diferencia de este crítico, no creemos que esto sea un acto similar a pedir la destrucción de Israel sino, más bien, la única manera de salvar a los judíos y a los árabes que viven ahí. Pero, en todo caso, es difícil tomar estas críticas en serio cuando van acompañadas de la descripción de Palestina como una entidad terrorista y de Israel como una democracia como Gran Bretaña. La mayoría de nosotros en el Reino Unido estamos lejos de esta necedad propagandísticas y estamos preparados para el cambio. Ahora estamos esperando a que el gobierno de estas islas haga lo mismo.
Ilan Pappe, historiador israelí exilado en Reino Unido y director del Departamento de Historia de la Universidad de Exeter.
Este artículo se publicó originalmente en pulsemedia.org y se publica con permiso del autor.
Traducido del inglés por Beatriz Morales Bastos
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