domingo, junio 28, 2009

La muerte de otra víctima

Michael Jackson había llegado a creerse un Dios intocable

Lo malo fueron esas comprensibles, aunque paranoicas, ansias por mantenerse per secula seculorum en una eterna juventud blanca.
Sí; no exagero, ni miento. Michael Jackson, llamado equívocamente Rey del Pop en toda Falsimedia (lo que se entiende por pop en USA, tiene matices diferentes en España), cuando no era en realidad sino un excelente representante de aquel remozado rythm and blues, que se gestó a comienzos de la década del 80 en el pasado siglo, ha caído fulminado por un corazón roto, que dirían mis amigos del dúo cubano Buena Fe (lo más fresco de la música cantada en español en el siglo XXI). Sin embargo, el muerto ya había sido víctima de su propia inocencia, al haberse creído un Dios intocable, al que la Parca no derrotaría jamás.
Esa convicción interna de su propia inmortalidad, le llevó a jugar con su organismo como quien se divierte con la plastilina; desde querer renunciar a la negritud externa, pasando por decenas de operaciones de cirugía estética, que le dejaron con la apariencia de un zombie con la cara de Eduardo Manostijeras, para llegar al ludibrio esquizofrénico cuando se rodeaba de niños a los que succionar su insultante frescura, o sodomizarles, que viene a ser algo parecido, en su irrefrenable locura de mantenerse incólume ante el paso inexorable del tiempo.
Las grandes virtudes que promueve american way of life (egoísmo, avidez por el dinero, lujuria barata, consumismo enfebrecido, soberbia e incultura), hicieron de él una de las personas más ricas del mundo, pero uno de los muertos vivientes más dolorosos que se han contemplado, en la historia de lo que los anglosajones definen como pop music, cuyo sentido peyorativo me niego a aceptar en el presente caso. Si en algo se distinguió el menor de los Jackson, fue por demostrar con sus discos y clips muchas de las grandes virtudes artísticas de la comunidad negra; pasión, sentido del tempo, de la danza, afinación y personalidad.
Lo malo fueron esas comprensibles, aunque paranoicas, ansias por mantenerse per secula seculorum en una eterna juventud blanca. Su maltrecho vehículo espiritual, condujo al chaval por la senda mortal de los inquebrantables mitos de la cultura americana. La misma en la que se estrellaron, también víctimas del éxito, personalidades como Elvis Presley, que en sus últimos años se remedaba a sí mismo, hasta convertirse en una dramática imitación de un mal payaso en Las Vegas, o como la inocente Norma Jean, léase Marilyn Monroe, a la que quitaron de medio el éxito absoluto, su candidez extrema, los medicamentos, o las astutas gentes del entorno del asesinado John Kennedy, cuando ya era notorio que la diva y el mandatario, vivieron un romance digno del más indigno programa de las TV del llamado primer mundo.
Morir fulminado a los 50 años de edad, aunque aparentando 40, siendo de raza negra, pero con el aspecto de un Obama pálido, y dejar por los suelos una ristra de medicamentos a lo largo de las siete habitaciones, y de los trece cuartos de baño que había en su última morada en vida, son señales inequívoca de la quebradiza psique del rico Michael.
Descansa ya en paz, muchacho. Tu muerte, al menos, rinde tributo a lo que fue tu existencia: todo un Thriller. Inequívocamente americano.

Carlos Tena
Kaosenlared

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