La Organización Mundial de la Salud (OMS), después de provocar una gran expectativa, declaró que la gripe porcina o AH1N1 tiene carácter de pandemia. La alarma cundió de tal manera que, todos los gobiernos, están haciendo gastos de emergencia y las familias no han dudado en comprar barbijos para evitar contagios. La industria farmacéutica tiene otro año más de multimillonarias ganancias.
Según el diccionario de la Academia de la Lengua, pandemia es una enfermedad epidémica que se extiende a muchos países o que ataca a casi todos los individuos de una localidad o región. En el caso de Bolivia, según los registros de las autoridades, se ha detectado 17 casos de infectados. Según versiones periodísticas, por el frío intenso de esta temporada, han muerto en La Paz, 7 personas. ¿Podemos calificar esto como pandemia? Nadie lo aceptaría. Entonces, ¿por qué nos sometemos a la declaración de la OMS? No parece racional.
A no ser, por supuesto, que haya otras motivaciones. Recordemos lo que pasó el año anterior: se declaró la gripe aviar. En primer lugar, a nadie se le ocurrió reclamar por el nombre que comprometía el comercio de carne de ave. Otra cosa fue cuando se habló de gripe porcina; las protestas de la industria cárnica obligaron a cambiar nombre y usar el anodino AH1N1. Pero el caso principal es que las medidas a tomar para prevenir la gripe porcina, son las mismas que las tradicionales para evitar la influenza: más higiene, menos presencia en concentraciones, más abrigo, menos exposición a cambios de temperatura y los antigripales tradicionales.
Por cierto, en los países enriquecidos, aparecieron antigripales con nombres específicos que no tendrían mercado en nuestras regiones.
No significa que suspendamos las medidas que están tomándose. Pero es importante señalar que se está usando y abusando de las directrices de la OMS para crear un clima de temor permanente sobre enfermedades que se presentan en todas las formas imaginables, con una característica uniforme: es una enfermedad mortal aparecida en un país pobre y frente a la que no hay medicación efectiva.
Si es la constante, la Organización Mundial de la Salud debiera tomar medidas preventivas generales. Por ejemplo: unir sus esfuerzos a los de la FAO, de UNICEF y de UNESCO, organismos relacionados con la Organización de Naciones Unidas (ONU), para emprender una gran campaña de saneamiento mundial. Esto comienza por solucionar el problema del hambre, de la atención a la infancia, del atraso y el analfabetismo.
Pero tal campaña no va a concretarse. La OMS tiene compromisos muy fuertes con la industria farmacéutica que es la directa beneficiaria de estas epidemias que están sucediéndose anualmente. ¿Habrá algún organismo internacional capaz de hacer una investigación seria de esta situación? De pronto, lo más expedito sería una reunión de los gobiernos para intercambiar información, definir las tareas a realizar, no sobre este caso particular sino en relación a la sucesión de enfermedades que están gravitando sobre el mundo empobrecido, y reorientar la labor que cumple la Organización Mundial de la Salud. Habrá que ver si las empresas que se enriquecen con las enfermedades están dispuestas a permitir una acción de tales características.
Antonio Peredo Leigue
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