Las declaraciones de Richard Cheney, exvicepresidente de Estados Unidos, defendiendo la tortura como método de interrogatorio para obtener información, trajo a mi mente el 14 de junio de 1975, cuando visité Auschwitz, en Polonia.
Ese día se conmemoraba el aniversario 35 de la llegada del primer transporte de víctimas polacas al terrorífico campo de concentración, el mayor de los mil creados por los fascistas durante la Segunda Guerra Mundial. El nombre de Auschwitz provocaba el pánico entre los pobladores de los países ocupados por los hitlerianos.
Allí se practicaban los más crueles métodos de tortura sin tomar en cuentala nacionalidad, filiación política, origen, religión, sexo o edad. Más de cuatro millones de personas murieron en el campo. Terrible fue el destino de las embarazadas, doloroso el de los niños.
Todavía estremece lo que se ve en sus locales, la ropa de los menores con huellas de balas y sangre porque fueron asesinados; las prótesis, las telas confeccionadas con los cabellos, y carteras y zapatos hechos con las pieles de los prisioneros que la esposa del jefe del campo escogía.
La sala de torturas guarda los instrumentos utilizados, y los laboratorios acumulan las pruebas a que eran sometidos hombres y mujeres para realizar experimentos de genética, y ensayos con nuevos medicamentos, pues servían como cobayos.
Se sentía aún el olor a carne quemada que yo creí era la impresión por tanto horror visto, hasta que el guía explicó que, a pesar del tiempo transcurrido, podía apreciarse ese hedor impregnado en las paredes de los crematorios donde incineraban las víctimas.
Cheney es un férreo defensor de la tortura contra supuestos enemigos de Estados Unidos, e igualmente otros ex funcionarios de la administración de George W. Bush, los cuales argumentan que quienes aplicaban esos procedimientos criminales no deben ser investigados, y mucho menos sancionados, porque bajo ese gobierno dichas acciones, incluso el ahogamiento simulado, eran consideradas legales.
Leyendo ahora esas declaraciones, me volvió a la mente Auschwitz y pensé: ¿Qué diferencia hay entre los métodos aplicados a los presuntos terroristas confinados en la ocupada ilegalmente Base de Guantánamo, en la prisión afgana de Bragam, en la de Abu Ghraib, y en tantos centros de detención secretos que el Imperio creó en varios lugares del planeta?
¿Qué diferencia de aquellos hitlerianos a los actuales fascistas?
Ante el recuerdo de aquel pasado horrendo, y las realidades de hoy de esas cárceles establecidas por la CIA para torturar cruelmente a personas, a la mayoría de las cuales no les han podido probar las acusaciones, el crimen mueve a hondas reflexiones: Todavía es fecundo el vientre que parió el horror de Auschwitz.
Adelina Vázquez Noriega (AIN, especial para ARGENPRESS.info)
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