lunes, mayo 03, 2010

Entrevista a Noam Chomsky

El centro no puede gobernar, o el pavoroso paralelo entre los EEUU de hoy y los últimos años de la República de Weimar

Nos encontramos con Noam Chomsky, que ha estado dando una serie de conferencias en el Left Forum con el significativo título de “El centro no puede gobernar” y con ocasión de la aparición en los EEUU de su último libro (Hopes&Prospects ), publicado por la editorial Haymarket. En el ensayo analiza, junto a “las esperanzas y las perspectivas”, los peligros y las posibilidades todavía abiertas de nuestro siglo XXI, el hiato creciente entre Norte y Sur, los mitos y las ilusiones del excepcionalismo estadounidense, incluida la presidencia de Obama, los fiascos de las guerras en Irak y Afganistán, el asalto israelí-estadounidense a Gaza, la nueva división internacional del terror nuclear y la naturaleza de los recientes rescates bancarios. “La situación que vivimos en los EEUU de hoy da miedo. El nivel de rabia, frustración y disgusto contra las instituciones ha alcanzado cotas impresionantes, sin que se vea posibilidad de organizar esa rabia de manera constructiva. Los parecidos con la República de Weimar después de 1925 son asombrosos y extremadamente peligrosos”. Con esas graves consideraciones de Chomsky abrimos la entrevista.
¿Qué paralelos económicos y sociales se dan entre la realidad estadounidense actual y el período de la República de Weimar luego de 1925, que despejó el camino a Hitler?
El apoyo de base de la parte de la población alemana que abrazó la subida al poder de Hitler estaba constituida esencialmente por la pequeña burguesía y la gran industria que se sirvió del nazismo como arma política para la destrucción de la clase obrera en Alemania. La coalición de gobierno se formó mucho antes de la Gran Depresión de 1929. Con las elecciones de 1925, la Alemania de Hindenburg –y la coalición gubernamental formada— era sociológicamente y casi demográficamente muy semejante a la que apoyó el ascenso al poder en 1933 de un personaje tan oscuro como Hitler. Pero ya a fines de los años veinte se extendía por Alemania ese malestar original compuesto de desilusiones y de resentimiento contra el sistema parlamentario. Se presta menos atención a un factor de gran importancia, y es que el nazismo, además de la destrucción de comunistas y socialdemócratas, triunfó también en su propósito de destruir a los partidos de poder tradicionales, conservadores y liberales, que se hallaban ya en franco declive durante la República de Weimar de los años veinte. Ésa es la impresionante analogía histórica con lo que ahora mismo está madurando en los EEUU. Los últimos sondeos de la opinión pública muestran que el asentimiento de la población a la forma de ser gobernada por demócratas y republicanos ha descendido al 20%. El odio al Congreso y a la dirección seguida por el gobierno de la nación supera el 85%. Como en el período weimariano de Alemania, la población estadounidense está disgustada por el pasteleo entre los dos grandes partidos para salvaguardar sus propios intereses. La difusa mentalidad que cada vez gana más adeptos entre la clase media estadounidense es la de que los miembros del Congreso deben ser combatidos como “gánsteres” y eliminados. La composición demográfica de quienes abrazan esas ideas está formada por blancos de la América profunda, personas sin una particular identidad y, sobre todo, sin otras perspectivas políticas que las expresables en clave antigubernamental. Esos grupos, como el famoso Tea party y otras franjas nacidas del vacío de dirección política, han sido movilizadas e instrumentalizadas por la extrema derecha, con riesgos muy serios. Las clases industriales estadounidenses se sirven de lo que constituyen inquietudes económicas y sociales legítimas de la pequeña burguesía, a fin de criminalizar a la inmigración, y eso al tiempo que utiliza el excedente de población predominantemente afroamericana que llena las cárceles como un nuevo recurso de mano de obra a ínfimo precio en las cárceles de los estados o en las privatizadas.
¿Por qué utiliza usted el paralelo con la Alemania de Weimar, en particular, para lo que está ocurriendo en los EEUU, y no en otros sitios, como Europa, en donde los principios del neoliberalismo conservador se han visto también ampliamente realizados?
Porque Europa ha conseguido mantener todavía con vida una estructura socialdemócrata. Subrayo también que sólo América Latina, y ya desde hace una década, ha rechazado el modelo ideado en Washington. Aquí, en los EEUU, las consecuencias de los principios del neoliberalismo salvaje están experimentando –insisto en ello— una visible quiebra. El capitalismo ha fracasado, pero el desastre irreparable lo paga esencialmente la mayoría de la población. Aquí, los proyectos granempresariales en colusión con el gobierno han logrado marginar socialmente a comunidades enteras que se hallan ahora en desbandada, con el único propósito de llevar a cabo la financiarización social y económica de los “ejecutivos” de los sistemas bancarios. Al propio tiempo, la clase emprendedora estadounidense utiliza la rabia y el disgusto de la mayoría de la población para fomentar el odio antigubernamental, aun a sabiendas del riesgo que eso trae consigo de un triunfo electoral de la extrema derecha del partido republicano. La situación es preocupante. Porque el daño irreparable provocado por el liberalismo conservador ha provocado el resultado de un déficit público absorbido por China y Japón. Ahora mismo, la mitad del déficit público estadounidense se debe al presupuesto de Defensa. En el contexto global, equivale al total de todos los presupuestos de Defensa del mundo entero. La otra mitad del déficit público ha sido originada por la explosión de los gastos sanitarios dimanantes de las ineficiencias de un sistema de salud absolutamente privatizado.
Pero ahora se acaba de aprobar la reforma sanitaria promovida por Obama...
La reforma sanitaria de Obama aprobada por los demócratas no es un cambio profundo del sistema sanitario estadounidense; la industria privada de la sanidad la vive, al fin y al cabo, como una victoria política. Y en el fondo del escenario, la realidad sigue siendo harto dramática, porque la desocupación sigue avanzando y la recuperación económica no termina de llegar.

Patricia Lombroso
Il Manifesto

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