martes, agosto 03, 2010

Hemingway en Cuba


“Uno vive en esta isla porque en el/fresco de la mañana se trabaja/mejor y con más comodidad que/en cualquier otro sitio”.
De seguir entre nosotros, este 21 de julio Ernest Miller Hemingway (1899-1961) arribaría a los 111 años de una vida, caracterizada por una dinámica increíble y con pinceladas aventureras que casi rozan la leyenda.
Por su decisión personal él mismo interrumpió violentamente su existencia un domingo, justo 19 días antes de cumplir los 62 años, en 1961. Es así que dejó de existir un dos de julio, en Ketchum, Idaho, y en ese propio mes había nacido, pero en 1899, en Oak Park, Illinois.
Hay quien diga que su amor por la Isla no fue a primera vista y tal criterio obedece probablemente a que su incursión pionera por estos lares ocurrió en abril de 1928 y únicamente por 48 horas, cuando vino abordo del barco Anita, en tránsito hacia Cayo Hueso y contando entonces con solo 28 años.
Después retornaría una y otra vez a partir de 1932, cuando vino de pesquería, pasión que lo devoraría al igual que su afán por las cacerías en África y las corridas de toros en la península ibérica.
Sobre la pesca versó en 1933 la inicial de sus crónicas en torno a la Antilla Mayor, por la cual sintió desde entonces una simpatía que no osó eludir y mucho menos ocultar hasta el final de sus días.
En 1960 estuvo por última vez en Cuba, su residencia oficial por más de dos décadas, y país adonde él siempre regresaba y transcurrió casi la mitad de sus años útiles como escritor, oficio que le valió los Premios Pulitzer (1953) y Nobel de Literatura (1954).
Muchas de sus obras están íntimamente vinculadas a la ínsula. Unas porque fueron escritas en La Habana y otras porque muchos de sus personajes estaban sacados de la realidad cubana.
Tal fue su relación con este terruño, que en la que fuera su Finca Vigía, en San Francisco de Paula, después de su muerte, quedó instaurado un museo muy visitado hoy nacionales y extranjeros.
Desde entonces todo permanece allí, tal cual lo dejó su afamado morador. Esta nación le sirvió de sitio para crear y de escenario a alguno de sus principales textos como "Tener y no tener" 1937), "¿Por quién doblan las campanas?" (1940), "El viejo y el mar" (1952) --por la que más elogios mereció-- e "Islas en el golfo", editada póstumamente.
“Yo siempre tuve buena suerte escribiendo en Cuba”, admitió Hemingway, cuyo conocido periplo habanero lo llevó primero a radicar en el hotel Ambos Mundos, en La Habana Vieja, un buen sitio para escribir, según él, y luego a su Finca Vigía, en las afueras de la capital.
Una vez establecido en la Isla, no dejó de ser un habitual en el restaurante-bar El Floridita, donde sostuvo una estrecha e íntima relación con los cócteles cubanos a base de ron nacional. En su barra de madera dura devoraba la prensa del día y se deleitaba con el Daiquirí que el barman Constante le preparaba.
Ahora, precisamente, en el sitio donde solía ubicarse, lo recuerda perennemente una estatua suya, a tamaño natural y de alto nivel de detalles.
Sus pasos enrumbaron también hacia Cojímar, en cuyo restaurante La Terraza se hizo figura imprescindible y más que popular. Por allá conoció a Anselmo, su Santiago de “El viejo y el mar”, y por supuesto estuvo casi por siempre junto a Gregorio Fuentes, el pilar de su yate El Pilar.
Ese poblado costero, al Este de La Habana, fue mencionado en innumerables ocasiones en la obra del insigne escritor y periodista y allí mismo existe una plaza con un busto que le recuerda.
Todavía hoy no es difícil imaginarlo deambulando por sus avenidas, en unión de ese su inseparable Gregorio.
A pesar de que biografías posteriores no hagan énfasis en el tema, no hay dudas de que el paso de Hemingway por Cuba no fue de ninguna manera efímero, sino más bien inolvidable.

Luz Marina Fornieles

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