jueves, julio 07, 2011

Sobre la fundación del Partido Comunista Chino (1)


Según una información general, el gobierno chino ha apostado por una superproducción cinematográfica, La fundación de un partido, para dar a conocer la creación del Partido Comunista Chino (PCCH). También se cuenta que. Para garantizar su éxito de público, el gobierno ha hecho una enorme inversión, y ha planificado que la película no coincida con otras películas comerciales, sobre todo norteamericanas del tipo cine-basura como Transformer 3. Nes es un pretexto tan arbitrario como cualquier otro para dar unas cuentas vueltas más a este importantísimo capítulo histórico. Sobre todo considerando que La fundación de un partido no será en nada, una producción preocupada por la verdad histórica ni nada que se le parezca. La historia del PCCH es, desde hace muchísimo tiempo, patrimonio de su equipo rector que la convirtió en una mera “razón de Estado” que les permitió exaltar y rechazar lo que les iba bien o mal.
El grado de manipulación ha sido tan descarado que el montaje de la película ha acabado en manos del lo que queda de aquel Partido, y se ha llegado al extremo reaccionario de que el nieto de Mao, actuando como un mandarín de los buenos tiempos, ha llegado a “vaciar” la película del papel de Tang Wei, actriz protagonista de la estupenda película de Ang Lee, Deseo, peligro…Habría que añadir que la película ha sido patrocinada por la General Motors.
Sin embargo, esta tétrica oficialidad burocrática no nos debe hacer olvidar que los tiempos de dicha formación fueron extraordinariamente creadores. Significaba la “desviación” de la revolución social hacia las colonias, con un “gigante dormido” como china en el primer eslabón. Fueron tiempos que Mao describió con los siguientes trazos:
En esos meses densos, en esos años plenos de energía éramos estudiantes llenos de juventud, gallardos, de talento floreciente.
Exaltaba nuestro ánimo
el espíritu puro del letrado.
Justos y enhiestos, audaces y sinceros, mirando a nuestra tierra introducíamos loa y condensación en nuestra pluma:
los poderosos no eran más que ceniza.
En la construcción del Partido Comunista Chino confluyeron dos grandes factores, primero fue la propia radicalización de sectores cada vez más amplios del pueblo chino que ya habían protagonizado una revolución en 1911, y segundo fue el impacto que tuvo la revolución de Octubre de 1917 en China…se puede hablar pues de un encuentro colosal en el que tuvo mucho que ver la extraordinaria lucidez de los fundadores de la internacional comunista, el Komintern, que pronto valoró la enorme importancia de la lucha antiimperialista…En diversas entregas daremos a conocer las aportaciones de reconocidos historiadores sobre las primeros años de este partido, sobre todo hasta la revolución de 1927, tiempo que marca un antes y un después en la historia de china como lo marcará también en la propia historia del Komintern…Creo importante subrayar que el conocimiento de la historia comunista china es una necesidad, y que en los tiempos que corremos, la recuperación de la memoria histórica en el sentido más amplio, es una necesidad imperiosa. Espero que en la medida que sea posible, publicar una serie de textos y que estos, obra por lo general de autores independientes, merezcan la atención que merecen.

Documento

El comunismo chin0 desde los orígenes hasta 1927 (extraído de El marxismo y Asia, de Stuart Schram y Helène Carrère d´Encausse, traducción de la edición francesa de 1965 para siglo XXI, Buenos Aires, 1974, páginas 60-73), del que hemos sustraído las notas eruditas a pie de página y las referencias a los textos anexos incluidos en el volumen. Conviene anotar que la señora Carrère d´Encausse, no era por entonces la furibunda ant6icomunista que sería después, y que Schram era, amén de un especialista sobre la introducción del marxismo en Asia, uno de los biógrafos más reputados de Mao.
…En la actualidad es evidente que el comunismo chino no es ni una simple transposición en un medio cultural algo diferente de una especie de idea platónica del comunismo que sería la misma en todas partes, ni una “nueva dinastía” insertada en la evolución milenaria de China que no aporta muchos cambios, sino que es una mezcla compleja, dinámica y quizás explosiva de elementos leninistas y elementos chinos.
Como la casi totalidad de los demás países de Asia, China era una nación campesina superpoblada. Sin embargo, se distinguía radicalmente de todos los países de Asia del Sur y del Sudeste por la naturaleza de su tradición política e intelectual, que constituía también un fenómeno masivo y coherente comienzos del siglo XX, pese a su decadencia. No es, fácil definir en algunas líneas —o hasta en un libro entero— las características esenciales de esta civilización. Y sin embargo, fuera de ese contexto, es muy poco lo que podemos Comprender de’ manera adecuada de la evolución del comunismo chino.
Si China continúa siendo influida tan profundamente por su pasado aun en la actualidad no es simplemente porque la tradición china era muy rica sino también porque esta civilización poseía dos atributos que indudablemente la preparaban mejor que a cualquier otra gran civilización no europea para adaptarse al mundo moderno. Esos atributos son en primer lugar un sentido de la historia y en segundo lugar una tradición filosófica orientada ante todo hacia los problemas políticos y morales antes que hacia la especulación metafísica.
Es cierto que la idea china de la historia no era la de un continuado movimiento hacia el progreso, tal como la conocemos actualmente en Occidente. Pero es preciso recordar que la idea del progreso es una invención relativamente reciente, aun en el universo cultural europeo. La concepción china de la historia, que es la de una alternancia entre períodos de centralización y de disgregación de los imperios no está muy alejada de la que conoció la antigüedad clásica. En todo caso ella preparaba mejor a los chinos para el pensamiento de que se agregaban a una historia universal a escala mundial más, adecuadamente de lo que podían hacerlo tradiciones que, como la de los hindúes, no Conocían la historia escrita.
En cuanto a la filosofía china, es sabido que la ortodoxia confuciana descuidaba casi completamente los problemas religiosos y ontológicos para dedicarse por una parte a los de la cultura moral del individuo y por la otra a los de las relaciones familiares, sociales y políticas. Evidentemente, casi todas las soluciones aportadas a esos problemas eran otros tantos obstáculos a la asimilación de ideas revolucionarias o hasta simplemente liberales. Confucio pregona en el campo del pensamiento, el respeto por las ideas aceptadas y, en el campo de las relaciones sociales, el respeto por la jerarquía superior ya se trate’ del emperador del padre o del marido. La occidentalización, aun bajo su forma más moderada. Se enfrentó con las tradiciones chinas y se produjo una brusca ruptura de las formas tradicionales de vida y de pensamiento, seguida de período de desarrollo. La tradición confuciana tampoco afectaba la comprensión de las ideas políticas occidentales en la medida en que estaba orientada hacia problemas de este mundo en la medida en que asignaba un valor capital al orden político y social, inculcaba, en particular la idea de la comunidad nacional en cuanto que realidad central en la vida del individuo, aun si esta comunidad era concebida como imperio universal que engloba al conjunto del mundo civilizado antes que como un estado entre otros. Nuevamente aquí es asombroso el contraste con las civilizaciones místicas de Asia del Sur para las cuales el hecho político se perdía totalmente de vista centrándose en cambio en las relaciones entre el individuo y lo absoluto.
Si remplazamos el plano de la tradición por el de la historia, nos encontramos con dos hechos que dan a la confrontación con Occidente en China una dimensión única. Por una parte ese proceso comenzó muy tempranamente con la Guerra del Opio de 1840, de tal modo que se desarrolló a lo largo de más de un siglo. Por otra parte, debido a las concesiones y esferas de influencia extranjeras, al control de las potencias sobre sus finanzas, a la extraterritoriedad, etc., China sufrió una humillación análoga a la de la dominación colonial, pero dado que conservaba pese a todo algo de su independencia y de su soberanía, la discusión en el seno de sus élites políticas e intelectuales respecto del camino a seguir para enfrentarse a Occidente pudo desarrollarse de una manera más amplia y más libre que bajo la ocupación colonial directa.
En otra obra sobre este tema, se esbozó un esquema en tres partes para describir el proceso de moderna de la China y quizá de otros países no europeos. En una primera fase, que podemos denominar la del nacionalismo tradicionalista”, los intelectuales y hombres políticos chinos reafirmaron fundamentalmente la superioridad absoluta de los principios morales y políticos de China sobre los de los bárbaros, aun cuando hacían una ligera concesión reconociendo el valor de ciertos descubrimjt0s técnicos de Occidente con fines puramente utilitarios. En una segunda fase, al comprobar la trágica impotencia de la sociedad tradicional en poder emplear de manera eficaz las técnicas occidentales o de resistir a la presión militar y económica de Occidente, un cierto número de chinos llegaron a proponer el reemplazo liso y llano de todas las ideas y costumbres chinas por las de Occidente. Finalmente, a esta fase de occidentalización radical sucedió una tercera fase: la del nacionalismo revolucionario. Aquí se trataba de apropiarse de ciertos elementos esenciales de la civilización europea, sobre todo de su voluntad prometeíca de trabajar la naturaleza, pero en el contexto político de una transformación radical de la sociedad existente para poder hacer frente a Occidente.
Como todos los esquemas históricos ésta es una simplifica abusiva de la realidad. En primer lugar, las tres fases indicadas no se sucedieron en fechas bien determinadas sino que se encabalgaron. Además, algunas actitudes derivadas de dos o hasta tres de esos arquetipos coexistieron con frecuencia en un mismo individuo. Sin embargo, creemos que ese esquema indica de manera útil el sentido de la evolución de China a fines del siglo XX y a comienzos del XX. Imposibilitado de examinar detalladamente en esta breve obra que sin embargo pretende abarcar un siglo de historia las influencias intelectuales que presidieron el surgimiento del Partido Comunista chino, hemos preferido tomar como testimonios a los dos padres fundadores del partido Li Ta-chao y Chen Du-Si’ que de alguna manera encarnaban las dos corrientes de las que el nacionalismo revolucionario, bajo su forma leninista, iba a constituir la síntesis.
“Chen, escribimos en otra parte, era ante todo un partidario de la occidental, que terminó optando por el comunismo por considerarlo el medio más eficaz para modernizar la sociedad china. Li, en cambio, era ante todo un nacionalista, que veía en la teoría leninista del imperialismo una justificación para sus actitudes chovinistas”.
Esas concepciones tan diferentes que los caracterizaban, aun cuando los dos habían adherido a una misma ideología, los llevó a enfrentarse mucho antes de que se convirtiesen al leninismo. En su célebre polémica de 1914-1915 cuyos pasajes esenciales traducimos en esta obra encarnan a la perfección uno el nacionalismo y el otro la occidentalización radical.
En el artículo de Chen Du-Siu, que apareció primero las costumbres políticas chinas son rechazadas como absolutamente inferiores a las de Occidente: en Europa y en los EE.UU., lo que se denomina un estado es una organización cuyo objetivo es buscar en común el bienestar de los ciudadanos”, mientras que en China solo se trata de una empresa de pillaje llevada a cabo por un déspota y su familia. Además, el objetivo esencial de China y la clave de su futuro consiste en adquirir es decir los conocimientos científicos de Occidente. Estas son las ideas que algunos anos más tarde Chen sistematiza en el culto de “la señora Democracia” y la “señora Ciencia”. Finalmente, la independencia, es decir, la existencia del estado chino no le parecía muy importante, y mucho menos un motivo de orgullo.
Es imposible imaginar un contraste más notable con la posición de Li Ta-chao, expresada en una carta al editor protestando contra la publicación del artículo de Chen. Cierto es que, al escribir en 1915, durante la primera guerra mundial, que había inaugurado un período de muy rápida transformación de China, Li Ta-chao no se expresa como lo habría hecho un defensor de China y de su tradición un cuarto de siglo antes. No sólo apela a autores europeos sino que hasta el concepto de estado alrededor del cual se organiza toda su argumentación, es un concepto extraño al pensamiento chino tradicional. Los conservadores moderados de la segunda mitad del siglo XIX que querían adoptar algunas técnicas occidentales sin modificar la esencia misma de China estaban vinculados no al estado chino sino al modo de vida chino, en el que veían el único modo de vida adaptado a la naturaleza humana. Empleando la terminología habitual, eran “culturalistas” antes que “nacionalistas”. Tampoco existe un parentesco profundo entre esos hombres y el Li Ta-chao premarxista de 1915, en la medida en que tanto unos como otros estaban ante todo preocupados por la salvación de la entidad “China”, ya se la definiese como una cultura o como un estado y no consideraban cambios significativos en la estructura social de esta China a fin de fortalecerla. En ese sentido, Li Ta-chao es aún no sólo un nacionalista sino un nacionalista conservador.
Por otra parte, si bien el estado no constituía un valor central para el pensamiento chino antes del impacto de Occidente, la idea del mantenimiento de nación tiene precedentes. A comienzos del siglo XVII, cuando la dinastía china de los Ming fue derrotada por los invasores manchúes, el gran letrado Wang Fu-zhi escribía:
“[...) El hombre tiene en común con las otras cosas de la naturaleza el yin y el yang, la respiración y la alimentación, y sin embargo no podemos identificar al hombre con las cosas. Los chinos tienen en común con los bárbaros su esqueleto y sus órganos, el espíritu gregario y el espíritu exclusivista, y sin embargo no podemos identificarlos los bárbaros. ¿Cuál es la razón? Si las gentes no se distinguen de las cosas, sería violado el principio del cielo. Silos chinos no se jstingueh1 de los bárbaros sería violado el principio de la tierra [...)»
“[...] Hasta las hormigas tienen jefes que reinan en sus hormigueros y si las hormigas negras o las termitas penetran en sus hormigueros, el jefe reúne a los miembros de su especie para infligirles picaduras mortales y alejarlos definitivamente del nido, de manera que ya no vuelvan a introducirse en él. Así, el que conduce a los insectos debe saber cómo proteger a su especie [,.,]“
Es cierto que Wang Fu-zhi había sido en su tiempo un autor aislado, pero a comienzos del siglo XX gozaba de un renombre y de una influencia considerable. (Cuando era estudiante en Changsha, Mao Tse-tung participó en reuniones de una sociedad cuyo objeto era el estudio de sus obras.) Vemos así cómo a partir de elementos autóctonos al igual que de elementos importados el nacionalismo
de tipo moderno tomó forma en China hace un medio siglo. Si bien es justo considerar a Li Ta-chao como el representante del nacionalismo y a Chen Du-siu como el representante de la occidentalización, es preciso reconocer que a partir de 1915 la
evolución de esos hombres, al igual de que la de todos los intelectuales chinos, iba a ser extremadamente rápida y algo caótica.
Tres factores desempeñaron un papel importante en esta aceleración de la transformación política y cultural de China: la reacción anti japonés provocada por las veintiuna demandas en 1915 y por el conjunto de la política japonesa con respecto a China, la decepción provocada por los vencedores de la primera guerra mundial causada por la decisión de la Conferencia de dar al Japón las antiguas concesiones alemanas en China en lugar de devolverlas a los chinos y, finalmente, la Revolución de Octubre en Rusia. Li Ta-chao fue el primero de los futuros dirigentes del Partido Comunista chino que descubrió la Revolución rusa. En julio de 1918 la comparó a la Revolución francesa y la halló superior porque estaba inspirada en el humanismo y el internacionalismo, mientras que la revolución francesa estaba basada en el patriotismo y el nacionalismo. Su entusiasmo por la “revolución social” en Rusia de modo se hubiese convertido al mar- ningún significaba que ya marxismo, y mucho menos al leninismo. Por el contrario, escribió en el mismo artículo que la historia era los anales del espíritu universal.
Su preferencia, en el artículo de 1918, por el humanismo internacionalista de la revolución rusa tampoco significaba que hubiese perdido de vista el hecho nacional. Por el contrario, considera a cada nación como la encarnación de una civilización particular Wang Fu-zhi, prefacio a Huang Shu. Mi traducción se inspira en
gran parte en la publicada en W. Th. de Bary (ed.) Sources of ihe Chinese,
Y destaca que esas civilizaciones nacionales siguen un ritmo de expansión y de decadencia. A su criterio, los países de Europa occidental ya habían alcanzado el límite de una fase de ‘expansión. Rusia, en cambio, gracias a que su civilización había sido retrotraída a un estadio primitivo por el yugo mogol, aún poseía reservas de energía para su desarrollo futuro. Además, el pueblo de Rusia, país encabalgado entre Europa y Asia, acumulaba los talentos religiosos de’ Asia y los talentos políticos de Europa, lo que le daba una capacidad única para crear una nueva civilización mundial que constituyese una síntesis entre el Este y el Oeste. Y en la nueva síntesis de la que Rusia debe ser el instrumento, Li Ta-chao estimaba que el aporte de China sería considerable.
Mientras que el entusiasmo internacionalista de Li Ta-chao lo llevaba hasta a querer “acabar con las fronteras-entre razas y estados”, Chen Du-siu seguía, por su parte, una evolución en sentido inverso, hacia una posición más nacionalista. Todavía en octubre de 1918, en su célebre artículo sobre el monumento a von Ketteler (el ministro de Alemania muerto por los Boxers) había expresado en forma particularmente vigorosa la idea según la cual todas las desventuras de China eran el resultado no de la maldad de los extranjeros sino de su propio estado de atraso, afirmando que el único camino de salvación era el de la ciencia occidental. Un año y medio más tarde, en una época en que ya se consideraba marxista, publicaba en una revista de Changsha, la capital de Hunan, un “Saludo al espíritu de los hunanenses”, cuyo único tema es la contribución de “el espíritu de lucha” de las hunanenses a la preservación de la nación china.
El grupo de aquellos a quienes considera poseedores de ese espíritu de lucha es muy heterogéneo. En él figuran, al lado de Wang Fu-zhi, el letrado antimanchú ya mencionado, héroes revolucionarios tales como Huang Xing, que dirigió con Sun Yat-sen la revolución de 1911, y Cai Ao que luchó contra Yuan Shi-kai cuando éste decidió en 1915-1916 hacerse coronar emperador. Wang, Huang y Cai son considerados actualmente en China como patriotas que desempeñaron un papel progresista en su época. Pero Chen Du-siu no hace ninguna distinción entre ellos y Zeng Guo-fan y Lo Ze-Iian que fueron dos de los artesanos del aplastamiento de los. Taiping y que son considerados en la actualidad en Pekín como reaccionarios y vendidos al imperialismo. Evidentemente, si Chen los agrupa a los cinco es porque considera que contribuyeron al fortalecimiento y a la supervivencia de China.
En la misma época en que escribió su “Saludo a los hunanenses”, Chen Du-siu estaba desarrollando una interpretación del marxismo en la cual la clase era todo y la nación nada. Existían, por lo tanto, en él, así como en Li Ta-chao, tendencias nacionalistas e internacionalistas más o menos contradictorias que coexistían sin fundirse en un pensamiento coherente. Por otra parte, en esto eran típicos intelectuales’ de su época. Son las ideas de Lenin respecto a la revolución en los países orientales, tal como iban a ser formuladas y precisadas en el II Congreso de la Internacional Comunista, las que iban permitir resolver esas contradicciones.
Pese a la presencia en China a partir de 1920 de un emisario de la Internacional Comunista, las decisiones del IIº Congreso de la Internacional respecto a la cooperación con los revolucionarios burgueses parece no haber tenido ninguna influencia en la época. Por el contrario, el Iº. Congreso del Partido Comunista chino, en julio de 1921, adoptó una resolución en la que afirmaba que el nuevo partido debía “organizarse en nombre del proletariado e impedir las relaciones con los demás partidos o grupos”.
El origen psicológico de esta visión en claroscuro era la misma que hemos citado a propósito del debate entre Lenin y Roy en el II Congreso de la Internacional, es decir, la impaciencia de los revolucionarios asiáticos que no querían esperar indefinidamente que la evolución económica y social quebrara la hegemonía de la burguesía y actualizara la revolución proletaria. Mao Tse-tung traduce bien ese sentimiento cuando escribe, en 1920, que si se esperaba un siglo para llegar al comunismo por medios pacíficos, eso significaría que durante ese siglo los dos tercios de la humanidad serían cruelmente explotados por los capitalistas. “¿Cómo podríamos soportar eso?”, agrega.
Mao expresa esos sentimientos en su correspondencia con su amigo Cai He-shen quien se hallaba en ese entonces en Francia, donde absorbía un cierto número de las ideas revolucionarias en boga en esa época, pero interpretándolas a su modo. La carta que Cai escribe a Chen Du-siu en febrero de 1921 ilustra la mezcla de radicalismo ideológico y de asiocentrismo que caracterizaba el pensamiento de buen número de intelectuales comunistas de la época. Limitando su análisis social a dos clases, la burguesía y el proletariado, llega a la conclusión de que precisamente a raíz de su retraso, Asia podrá dar una especie de “gran salto adelante” para superar finalmente a Europa en la marcha hacia la revolución social. Por otra parte, al reducir a la burguesía china a un ínfimo puñado de hombres que en los hechos sólo son un apéndice de la burguesía de los países capitalistas, logra expresar, a través de un vocabulario de clase, una visión esencialmente nacionalista o regionalista de la revolución mundial.
El Congreso de los Trabajadores de Extremo Oriente, reunido en Moscú en enero de 1922 permitirá a los comunistas chinos resolver esta contradicción entre un vocabulario marxista preleninista y un contenido fuertemente impregnado de nacionalismo revolucionario. 62 En ese Congreso, donde se hallaban no sólo un cierto número de comunistas chinos sino también un delegado del Kuomintang, Zinóviev aconsejó a sus camaradas chinos que no mirasen displicentemente a esos “pecadores” y “publicanos” que eran los revolucionarios no comunistas. El prefacio al acta afirma que el Partido Comunista chino comprendió perfectamente esta lección en el curso de los debates. En efecto, seis meses más tarde, en su segundo congreso, los comunistas chinos adoptaron textos muy diferentes de los de su primer congreso, demostrando una buena comprensión de la táctica leninista.
A partir de agosto de 1922, la Komintern impuso al Partido Comunista chino una política sin precedente en la historia del movimiento comunista internacional: los miembros del Partido Comunista debían afiliarse al Kuomintang de Sun Yat-sen, conservando su propia organización. Luego de las negociaciones con Sun y sus
amigos, esta política fue puesta en práctica en amplia escala a partir del primer congreso del Kuomintang en enero de 1924.64 Ya vimos que el “frente unido” con los nacionalistas correspondía a la línea de la Komintern en esa época, pero esta fusión orgánica constituía un paso más en ese sentido.
Esta política de íntima colaboración con el Kuomintang y la subordinación de los objetivos propios del Partido Comunista chino al mantenimiento de las buenas relaciones primeramente con Sun Yat-sen y luego con su sucesor Chiang Kai-shek sólo era para Stalin una maniobra táctica en el marco de su política exterior. Al igual que Lenin, no asignaba ningún valor al hecho nacional en cuanto tal, a menos que fuese el hecho nacional ruso. Pero aquí surgía un problema fundamental: el hecho nacional chino no le era indiferente ni siquiera a Chen Du-siu, y mucho menos a Li Ta-chao. Por ello, al impulsar a los comunistas chinos por ese camino, Stalin contribuía a abrir una caja de Pandora que sus sucesores aún no lograron cerrar.
En efecto, debiendo aplicar en ese contexto la teoría leninista, que legitimaba la explotación de los sentimientos nacionales, los comunistas chinos la interpretaron de modo tal de dar cada vez más el lugar predominante al factor nacional sobre el factor de clase. Por eso Li Ta-chao, en un artículo escrito en septiembre de 1922, recalcaba insistentemente el papel de los pueblos oprimidos, junto a las clases oprimidas, en la revolución mundial, para llegar a la conclusión de que la totalidad del pueblo chino debería sentir simpatía por la Revolución rusa.
Por su parte, Cai He-sen, el amigo de Mao Tse-tung, escribe en uno de los primeros números de la nueva revista del Partido Comunista chino, Xiangdao, un artículo sobre la victoria de la revolución kemalista en Turquía donde aparecen los dos temas: el de la importancia del hecho nacional en general y el de la importancia de China en particular. Turquía y China, escribe Cai, son los dos países claves de la revolución colonial, que marcan el camino a todos los demás.
Es conveniente recordar que, como ya dijimos, la línea de la Komintern en esa época exaltaba el hecho nacional no sólo en los países dependientes de Asia y Africa sino también en los países europeos “víctimas” del tratado de Versalles, y sobre todo en
Alemania. El artículo que el órgano del Partido Comunista chino Consagro al problema alemán en enero de 1923 cuando la ocupación de la cuenca del Rubr, evidencia los curiosos resultados a que podía conducir la línea Schlageter” interpretada a partir del contexto chino, sobre todo en lo que respecta a la afirmación de la solidaridad entre los dos “pueblos oprimidos” de China y Alemania.
Evidentemente, la etapa durante la cual el propio Li Ta-Chao había hablado de la abolición de todas las barreras y de la fraternidad universal era un paréntesis de ahora en adelante cerrado. Una prueba contundente era el artículo sobre los boxers que Chen Du-slu publicó en septiembre de 1924. La misma persona que seis años antes había visto en los boxers a gentes “detestables” Y una vergüenza para China ahora los glorificaba como los combatientes de vanguardia de la revolución nacional.
Pero el occidentalizante Chen Du-siu, aún convertido al leninismo, no podía rivalizar con el ex nacionalista conservador Li Ta-chao. Este último pronunció el 13 de mayo de 1924, ante la asociación política de los estudiantes de la Universidad de Pekín, una conferencia sobre la “cuestión racial” que es uno de los más extraordinarios documentos en la historia ideológica del Partido Comunista chino. Li Ta-chao plantea aquí la prioridad de la nación sobre la clase a tal punto que afirma que, en el plano internacional, la lucha de clases adopta la forma de una guerra de razas.
En mayo de 1926, Li Ta-chao traduce íntegramente para uno de los órganos del Partido Comunista chino el artículo de Marx sobre la revolución en China y en Europa ya citado al comienzo de esta introducción. En sus comentarios, veía una vez más la confirmación de que el papel de China en la revolución mundial sería preeminente. Se preocupaba mucho menos de definir de manera precisa el carácter de clase de la revolución china.
En Moscú, en cambio, la casuística sobre el carácter de clase de la revolución china estaba en su apogeo, en el doble contexto de la creciente tensión entre el partido Comunista chino y el Kuomintang y de la lucha entre Stalin y la oposición. En junio de 1926 Chiang Kai-shek había comenzado su “expedición al Norte”, cuyo objetivo era derribar el gobierno de los “señores de la guerra” en Pekín y unificar el país. Ya en marzo de 1926 se había producido un primer enfrentamiento entre Chiang y los comunistas. En el otoño de 1926, ante el ascenso de la ola de agitación revolucionaria en el campo, desencadenada por la expedición al Norte, era evidente que la colaboración entre el Partido Comunista y el Kuomintang iba a deteriorarse progresivamente. En ese contexto, la oposición trotskista comenzaba a atacar a Stalin por su política china consistente en atar de manos a los comunistas para no ofuscar a Chiang Kai-shek. Para defenderse de esos ataques, Stalin hizo adoptar en el séptimo pleno del Comité Ejecutivo de la Internacional, en noviembre-diciembre de 1926, una línea un poco menos negativa, que preconizaba la hegemonía del proletariado en la revolución y la incitación a la lucha de los campesinos. Pero al mismo tiempo mantenía la exigencia de la participación de los comunistas en el Kuomintang, lo que imposibilitaba toda política autónoma verdaderamente eficaz.
Es sabido que el movimiento campesino, al que la expedición al Norte había dado un fuerte impulso, iba a revelarse finalmente como la clave de la victoria de la Revolución china. En su célebre informe sobre una investigación a propósito del movimiento campesino en Hunan se mostró muy impresionado por este “huracán” al que ninguna fuerza era capaz de resistir y llegó hasta a hablar de la “dirección del campesinado pobre” sobre el conjunto de la revolución.
Este informe, que fue atribuido a “uno de nuestros agitadores” aun cuando Mao ya era miembro suplente del Comité Central, fue bien recibido en Moscú, pero eso no significaba que se hubiese comprendido la importancia fundamental de la revolución campesina en China. Por el contrario, se impartía a los comunistas chinos la orden de emplear toda su influencia para mantener al movimiento dentro de los límites aceptables para el Kuomintang, lo que privaba en realidad de toda efectividad a la decisión de diciembre de 1926 que preveía el desarrollo de la lucha en el campo. Y Stalin continuaba discutiendo solemnemente sobre el carácter de clase del Kuomintang.
En mayo de 1927, algunas semanas después que Chiang Kai-shek sellase su ruptura con los comunistas por medio de una masacre de obreros en Shanghai CUSO movimiento sindical no se recuperaría hasta 1949, Stalin explicó su política china a estudiantes de la universidad Sun Yat-sen en Moscú. No sólo se dedicó todavía a justificar el “bloque de las cuatro clases” (proletariado, campesinado, pequeña burguesía y burguesía nacional) que preconizaba desde 1925 sino que se esforzó en demostrar, por medio de una casuística de una torpeza incomparable, que la Komintern había previsto todo desde hacía dos años. Más aún, en agosto de 1927, cuando los jefes del “Kuomintang de izquierda” en Hunan habían seguido a Chiang Kai-shek rompiendo con los comunistas, Stalin promovió permanentemente la colaboración con los restos del “Kuomintang revolucionario” y desaconsejó a los comunistas chinos toda acción autónoma al amparo de su propia bandera. Por supuesto, en esta ocasión también presentó la historia de la revolución china como un ballet perfectamente organizado de antemano por la Komintern.
Trotsky tenía suficientes armas como para burlarse de las teorías de Stalin respecto al “bloque de las cuatro clases”. Pero él tampoco comprendía, como lo veremos más adelante, los problemas específicos de la revolución china y en particular la importancia del factor nacional. Además, es útil recordar que todavía en mayo de 1927, en el octavo pleno del Comité Ejecutivo de la Internacional, es decir, después de la ruptura con Chiang Kai-shek, Trotsky defendía su posición que preconizaba la retirada de los comunistas del “Kuomintang de izquierda” de Wuhan, limitándose a exigir que se impusiesen ciertas condiciones para su participación.
En realidad, Trotsky, al igual que Stalin, no era capaz de conducir a los comunistas chinos a la victoria. Uno sacrificó la revolución china a la seguridad de las fronteras rusas. El otro habría provocado un desastre no menos grande al atribuir al proletariado chino una fuerza que no poseía y a las grandes ciudades costeras un papel que no desempeñaban en una China económica y políticamente fragmentada. La verdadera solución iba a ser hallada por algunos de los comunistas chinos más profundamente insertados en la realidad de su país. Cuarenta años más tarde, al defender a Stalin de los ataques de Jruschov, recordarían que habían conducido la revolución china a la victoria pese a los “errores” del líder soviético.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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