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martes, julio 19, 2011
Juan Andrade o la memoria revolucionarias
Es muy de agradecer que la colección Los libros de VIENTO SUR/La Oveja Roja, haya comenzado su andadura con un libro como Juan Andrade (1897-1981) Vida y obra de un revolucionario, una obra preparada con especial esmero por colegas como Pelai Pagès, Jaime Pastor y Miguel Romero, y con una prestación de Javier Maestro del que se recoge una larga entrevista con Juan, en torno a la fundación del Partido Comunista Español, una historia sobre la que Juan tenía muchas cosas que decir. No por casualidad fue unos de los líderes de las juventudes socialistas madrileñas que dieron pie al primer PCE, del que fue uno de los líderes más reconocidos a lo largo de los años veinte, y finalmente, un crítico en clave antiestaliniana dividido entre la crítica sin fisuras, y su sentimiento profundo de que la mayoría de sus militantes de abajo seguían siendo auténticos revolucionarios aunque eclipsados por el “modelo soviético”. Se podía decir que Juan era un “libro abierto” sobre todo esto, y pudo ser una fuente inagotable para cualquier historiador como fue el caso de Pelai Pagès cuyas contribuciones sobre este punto figuran en cualquier bibliografía seria.
Se puede decir que con este libro, se inicia una nueva fase de ediciones de los escritos de Andrade, un militante “periodista” que fue determinante en la extraordinaria divulgación cultural marxista y de izquierdas a través de empresas editoriales (las últimas Ruedo Ibérico, e incluso Fontamara), y de periódicos y revistas. Su labor en este terreno está todavía por estudiar. No hace mucho, un buen conocedor del mundo editorial de los años veinte-treinta, Abelardo Linares (animador de la librería-editorial Renacimiento), me hacía saber que la traducción clásica de Recuerdo de Lenin, las memorias de Nada Krupskaya, eran de Juan, algo que ni nos enteramos en Fontamara, que la editó en 1976, y que tenía relaciones directas con Andrade.
Editor de los clásicos marxistas, el nombre de Andrade está también asociado a las difusión de autores noveles de entonces como Ramón J. Sender, de clásicos modernos como Remarque, Sinclair Lewis o John Dos Pasos, y de ahí que acabará siendo uno de los personajes claves en una obra como Enterrar los muertos, de Ignacio Martínez de Pisón, centrada en la investigación del asesinato - por parte del aparato estaliniano- del intelectual republicano José Robles y traductor de Lewis y Dos Pasos en Cenit.
Visitar la casa de Juan Andrade y de Mª Teresa García Banús, su compañera en el sentido más integral del término, era una puerta abierta para hablar de muchas cosas apasionantes, y por supuesto, de ediciones y de autores, así, por citar dos ejemplos al vuelo, servidor recuerda una velada casi entera hablando de Mis prisiones, de Silvio Pellico con las propias experiencias carcelaria de Juan como trasfondo, otra sobre Larissa Reisner, la escritora bolchevique favorita de ambos, o de Bertrand D. Wolfe, cofundador del los partidos comunistas de México y de los Estados Unidos, biógrafo de Diego Rivera, poumista en la segunda mitad de los años treinta, luego un maldito renegado.
A pesar de su modestia, los escritos sueltos de Juan dan para mucho, y solamente en los últimos tiempos, y de una manera silenciosa se han publicados cosas suyas como sus aportes a la Correspondencia con sus camaradas del POUM (1936-1999), una edición muy cuida de Fundación Eugenio Granell (Santiago de Compostela, 2009) de las cartas entre éste con sus camaradas, y entre ellas, sobresalen las de Juan, uno de los pocos que se mantiene coherente en contra de viento y marea. Habría que hablar también de la inclusión del prólogo que Juan escribió para Ruedo Ibérico en la redición de El reñidero español, de Frank Borkenau. Todas estas ediciones concuerdan totalmente con el proyecto acariciado por la Fundación Andreu Nin por hacer todo lo posible por la difusión de Juan Andrade, un revolucionario que empezó sus días militantes allá con la “Gran Guerra”, y que siguió fiel a su ideario hasta el día de su muerte, que tuvo lugar con un simbolismo no buscado el Primero de Mayo de 1981. Esta coherencia fue resultada en su lápida en la que inscribe una cita de Lenin según la cual lo difícil no era hacer la revolución, sino trabajar por ella toda la vida.
La edición de VIENTO SUR recoge una parte significativa de sus escritos hasta una carta escrita en 1977, y en la que Juan saludaba la nueva fase de la revista “Comunismo”, ahora animada desde la LCR, organización con la que tanto Juan como Mª Teresa tendieron unas relaciones especialmente fraternales. Esto no sucedió digamos, fácilmente.
En muchas ocasiones, a los veteranos de ahora se nos ha planteado por qué no apostamos por la reconstrucción del POUM. A mi parecer, los obstáculos fueron numerosos. En primer lugar, el POUM –como la CNT- padeció una desconexión generacional fruto de su extremo debilitamiento, pero también porque los que hablaban en su nombre seguían anclados en los años treinta con algunas excepciones, y Juan fue una de ellas, y los militantes del FLP del “exterior” que se acercaron, no acabaron por identificarse y buscaron otras salidas. En segundo, porque la aproximación al historial del POUM se dio desde las lecturas de Broué y de Trotsky, ya publicado por Ruedo Ibérico, y en este sentido resultan bastante ilustrativas las posiciones sobre la guerra civil de ETA VI; en sus documentos, la línea más clara sobre el asunto eran las escritas por Trotsky. Tercero: cuando en la época del FUT, el POUM pudo realizar una propuesta de unidad de los marxistas revolucionarios, la LCR se cuestionó si dicha unificación tuviera que darse necesariamente bajo dichas siglas, el POUM no era el POUM, era un grupúsculo menor que pretendía superar la “sopa de siglas” regresando al pasado. Su programa seguía hablando de la Alianza Obrera, y no se refería a Comisiones. Además, el sector “maurinista” había ingresado en las filas del PSOE, que entonces anteponía el “socialismo democrático” a la socialdemocracia.
Durante muchos años, Juan Andrade representó en lo que quedaba del PIOUM al sector “trotskista” (de la ICE), en oposición al “maurinista” encarnado por Pere Bonet y Carmel Rosa (autor de unas soberbias memorias: Cuando Cataluña era revolucionaria), y se reafirmaba en el legado de Nin frente al del Maurín del exilio, que seguía siendo incuestionado entre sus amigos. Sin embargo, la relación de Andrade con el trotskismo fue, por decirlo de alguna manera, bastante dolorosa.
Lo de la firma del pacto del Frente Popular le había parecido al “Viejo” nada menos que una “traición”, algo así como firmar a favor de los créditos de guerra en agosto de 1914, y ahí seguía la cuestión con los libros de Broué. La siguiente crítica pasaba por considerar que el POUM había sido como un “tapón” para la creación de un partido revolucionario verdadero, como el que habían tratado de crear G. Munis y unos pocos más, apenas una fracción pero que –al parecer de Trotsky- de haber llegado a contar no más que con 500 militantes en mayo de 1937, otro gallo hubiera cantado.
En los años setenta, el debate histórico todavía seguía ahí. Y como los lectores podrán comprobar dándole una ojeada al prólogo inserto en la edición de Público de La revolución española, una selección de los escritos de Trotsky efectuada desde la Fundación Engels, para algunos, nada se ha movido.
Para Andrade todo esto era inadmisible, y aunque seguía siendo parte de la tradición oposicionista –que se distinguía de socialistas de izquierdas, anarquistas y “maurinistas” en que sabía apreciar el “doble carácter” de la URSS y del movimiento comunista, apoyaba Cuba y toda lucha antiimperialista-, sus relaciones con el trotskismo siguieron siendo crispadas. A su entender, esta movimiento seguía demasiado atado a Trotsky, y no había entendido la necesidad del pluralismo revolucionario. No entendía tampoco como el movimiento había desaprovechado tantas oportunidades históricas, y su respuesta era clara: por sectarismo. Cierto que, sabía distinguir. Había fracciones con las que no se podía hablar como la lambertista, cuyo cometido era la de acusar a los demás de traicionar la fe. Recuerdo que en más de una ocasión, Juan nos habló de Michael Pablo en el sentido de que podía haber cometido tal o cual error, pero que no se podía dudar de su total integridad ni del alcance de sus aportaciones. Obviamente, en estas evocaciones había también mucha historia personal, y tenía a la mano el ejemplo de los bolcheviques, que consideraron que la petición de expulsión de Zinóviev y Kámenev después de la “cantada” de Octubre, era contraría a las normas y tradiciones democráticas del partido. Por muchísimo menos el último Trotsky había mandado a los infiernos a no pocos de sus mejores camaradas.
Andrade falleció casi en las mismas fechas en las que lo que Solano llamaba “el poumito”, dejó de funcionar. Murió en una fecha crucial, poco después del 23-F, justo cuando la Transición comenzaba a “normalizarse” y la izquierda y los sindicatos se ponían detrás y a los órdenes de la monarquía, constitucional sí, pero dentro de lo que cabía, y no cabía mucho.
Fue Mª Teresa la que pudo presenciar como la LCR adoptaba al POUM como “su partido”, algo que para los integristas del “verdadero trotskismo” era la enésima prueba del revisionismo “pablista”. Esta evolución fue colectiva, y se apoyaba en la influencia ejercida por viejos poumistas, de Juan Andrade en primer lugar, apoyada en un mayor conocimiento de los hechos (por encima de las “interpretaciones políticas”), así como, por la misma experiencia. Eran ya muchas las experiencias que demostraban que a pesar de tener básicamente la razón programática, el curso de la historia no depende de la “línea correcta”. Una “línea correcta” por lo demás que no se guarda en la nevera, y que como la verdad, nunca se acaba de encontrar totalmente.
Lo mejor que se puede decir de este hermoso libro es que quizás anuncia otras ediciones de Juan Andrade, amén de un mayor conocimiento de una vida y una obra de alrededor de 65 años de militancia revolucionaria sobria y llena de conocimientos de los más diversos.
Pepe Gutiérrez-Álvarez
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