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viernes, julio 29, 2011
Jean Vigo. A propósito del anarquismo
Jean Vigo (1905-1934), uno de los mayores mitos de la historia del cine, y sin duda, uno de los que más lejos llevó su espíritu libertario. Desconocido en estos lares más allá de los círculos cinéfilos, su obra se encuentra actualmente editada en DVD, y existe sobre él una importante bibliografía.
Resulta extraordinario que su excepcional prestigio se apoye sobre todo en dos películas que tuvieron una gran influencia en el desarrollo posterior del cine francés:). La conexión anarquista de Jean provenía directamente de su padre, Eugène-Bonaventure de Vigo, periodista y militante de origen catalán según unas fuentes, ítalo-francés según otros. Fue ampliamente conocido en los medios libertarios de su época con el sobrenombre de Miguel Almereyda (anagrama de "y a de la merde"), director del periódico “Le Bonnet Rouge”. Su trayectoria militante se inscribe en el capítulo que Jean Maitron describe como de “dispersión de las tendencias”, y se adscribió especialmente en la Liga Antimilitarista cuya divisa era “Pas un homme, pas un centime pour le militarisme¡”. Almereyda llegó a ser uno de los principales organizadores del Congreso antimilitarista de Amsterdam. Por sí esto no fuera suficiente –en una Francia enferma de patrioterismo como se verá más tarde, en 1914-, su nombre apareció ligado a la tentativa de atentado contra Alfonso XIII a finales de mayo de 1905, tentativa fallida que Carlo Malato atribuyó a Mateo Morral, quien al parecer, por la época frecuentó París según consta en las memorias de Pedro Vallina, Almereyda también sería de los portavoces de la corriente anarquista integrada en el partido socialista sin renunciar a sus criterios propios, lo que llevó una y otra vez a la prisión, y finalmente a un suicidio que no se creyó nadie. El biógrafo de Vigo lo sitúa en una evolución cada vez más reformista en el área de Jean Jaurés (pacifista radical que fue el primer muerto de la “Gran Guerra”), y al decir de Porton, llegó a compartir la actitud “pro-guerra” de otros anarquistas como Kropotkin y Jean Grave. Sin embargo, a Jean lo trataron como a “el hijo del traidor”.
En el retrato cinematográfico que le dedicó un pretensioso Julien Temple, Vigo. Historia de una pasión (Burning Up, Francia-GB-España, 1999), el papel de Almereyda le correspondió al actor sevillano Adolfo Fernández, pero la historia se le escapa. Esta fue una evocación silenciosa ya que esta aparición tiene lugar a través de los sueños de Jean, como un “fantasma que domina su vida”, de una conexión que al parecer de Temple resulta determinante ya que este “Vivió atormentado por el asesinato de su padre. No podía olvidarlo, y su inicio en el cine responde a una inquietud política. Tan sólo en los últimos años, al realizar L´ Atalante, aceptó su pasado y se inspiró en su propio existencia para hacer una película sobre su vida”. ¿Asesinato o suicidio?, todo indica que se trató de un suicidio, eso sí inducido por una situación que acabó resultando insoportable para el veterano anarquista. En la trágica ocasión, se dice que utilizó los cordones de los zapatos que su hijo le había regalado unos días antes…
Reconocido en el mundo del videoclips –autor favorito de los “Rolling Stone”-, Temple ha conocido una errática trayectoria como director de cine. Su debut con Principiantes cosechó pésimas críticas, que todavía empeoraron con la siguiente: Las chicas de la tierra son fáciles. Según contará el mismo, trabajó durante años en el proyecto, y pro sus declaraciones, es evidente que se documentó profusamente. Pero la la película se olvida. La trama está centrada en la historia de “amour fou” entre Jean Vigo (James Frain), y su compañera Lydu Lozinska (Romane Bohringer), la hija de un industrial polaco, a la que conoció en el sanatorio donde ambos estaban ingresados. Ella sufría la enfermedad de Pott, o tuberculosis ósea, de manera que se trata de dos enfermos que vivirán muy poco tiempo. Fue rodada en diversas localizaciones –los Pirineos, Niza y París-, para ofrecer una idea precisa de los trayectos de los enamorados. Los actores hacen un verdadero esfuerzo, y el presupuesto fue holgado. Temple quería rendir homenaje a un cineasta que “realizó sus películas untos con sus amigos, fuera de la industria. No quería ser famoso, sólo quería hacer cine”. Le gustaban las películas de Vigo, “sobre todo por su espíritu y lo que representa ahora, cuando existe una verdadera batalla para salvar el alma del cine. El cine independiente es hoy más importante que nunca., porque más que nunca se ha convertido en la lucha contra la venta en serie de las hamburguesas de Hollywood”. Declaraciones más o menos interesantes que no afectaron el resultado final fue una película banal que no convenció a nadie.
La historia de Vigo es en buena parte, la de un cinéfilo empedernido. Toma parte muy activa del cineclub de Niza, lo que le procuró contacto con experimentadores cinematográficos de todo el mundo. En 1929 se compró una cámara Debrie que probaba por todas partes. Por este tiempo, invitó a Boris Kauffman (hermano de Dziga Vertov) para trabajar con él y realizaron la obra: “Sobre Niza” (À Propos de Nice -1930). En este corto mudo, Kauffman filmaba y Vigo dirigía. Con frecuencia Vigo llevaba a Kauffman a pasear en silla de ruedas con una cámara entre las piernas y tapada por una manta (la silla de ruedas pasaba desapercibida en una ciudad como Niza), calificada por él mismo como "punto de vista documentado", en realidad se trataba de una requisitoria contra la sociedad burguesa. Así eran capaces de filmar a las personas sin que se diesen cuenta, que era lo que ambos buscaban porque eran partidarios de la teoríakino-pravda (cine-verdad), lo que le liga con el cine “bolchevique” más experimental.
Obtiene un contrato para la realización de un cortometraje documental, Taris (1931), pero rehúsa otras proposiciones. Gracias a la amistad del actor René Lefévre, Vigo encuentra un productor “aficionado” pero comprensivo, Jacques-Louis Nounez. Puede así realizar, con presupuestos limitados, Zéro de conduit (1933), muy mal recibid9 e inmediatamente prohibida por la censura, después L’Atalante (1934), también mal acogida por la profesión. Vigo agoniza mientras los distribuidores hacen corregir su película, rebautizada como Le chaland qui passe. Tres cortos y un largometraje, bastaron a Jean Vigo para imponer una visión del mundo de una originalidad sin precedentes y construir una obra rica y cargada con el peso de una vida que se hace. Por primera vez, con Vigo, el cine se eleva a la altura de las otras artes. “Era un cineasta nato”, según Ehhie Faure. Entendamos: un creador que no dominaba su vida y que no podía encontrar su lugar exacto en el mundo más que mediante el cine.
Sus procedimientos se apartan del surrealismo, sus automatismos funcionan para retener únicamente sus más altas miras: la conquista de la surrealidad (“Es verdad que el más allá, todo el más allá está en esta vida?”), la fusión de la realidad y el sueño (“Ese punto del espíritu donde lo real y lo imaginario dejan de ser percibidos contradictoriamente”), la superación de la muerte “(Vivir y dejar de vivir son soluciones imaginarias”), la insurrección permanente contra la sociedad burguesa, la unión inseparable de la idea de amor con la idea de revolución, el amor loco (“La gran promesa que subsiste después de haber sido mantenida”, escribió André Breton), se podría afirmar, sin grandes riesgos, que Vigo es no solamente el primero, sino el más auténtico director surrealista. A propos de Nice (1930), “punto de vista documentado”, “cine de compromiso”, proviene del “cine-ojo” vertoviano. En este mismo estilo, Vigo continúa, entre el júbilo y el sarcasmo, un documentalismo social “para abrirnos los ojos”. Zéro de conduite (1933) fusiona el frescor subjetivo de la mirada de la infancia con las explosiones fantásticas o líricas, del panfleto. Señalemos también que Porton la sitúa en el centro de su trabajo sobre la pedagogía anarquista y el cine. Está finalmente, L’Atalante (1934), esta película sin igual, hace que el sueño y el deseo se abran a la vida real, en un mundo irreductiblemente concreto, carnal, sensual, sin que sea posible encontrar un solo punto de separación. Además, la presencia de Michel simon liga la película con el mejor cine de Renoir y de Carné. En 1933, Vigo inició un proyecto para rodar un largometraje sobre el anarquista Eugene Dieudonné que acababa de editar sus apasionantes memorias. El filme tendría que haberse llamado Evadé du bagre, pero no pudo ser.
Truffaut, que homenajeó a Vigo en su primera y mejor obra, Los 400 golpes –en la que no poca gente encuentra registros anarquistas- , escribió en Las películas de mi vida: “Pasando revista al cine francés de los inicios del sonoro, se da no cuenta de que entre 1930 y 1940 Jean Vigo esta prácticamente sólo sin más compañía que la de Jean Renoir, el humanista, y Abel Gance, el visionario, aunque la importancia de Marcel Panol y de Sacha Guitry ha sido infravalorada por los historiadores del cine. Evidentemente, Vigo está más cerca de Renoir, aunque lo supera en crudeza y también en pasión por la imagen” anotemos que, aparte de diversos documentales franceses, tenemos un film colectivo sobre Jean Vigo, Á propos de Nice, la suite (Francia, 1995) en el que tomaron parte, cineastas como Raoul Ruiz, Costa-Gravas, Catherine Breillat, Abbas Kierostami, o el portugués Manoel de Oliveiras que entrevista a Luce, la hija de Vigo que dirá: “Me gustaría decir algo que siempre me ha preocupado. Encuentro injusto haber sido objeto de prejuicios favorables por ser la hija de Jean Vigo, mientras que Vigo fue objeto de prejuicios desfavorables porque era el hijo de Almereyda, un anarquista muerto en prisión”. Y finalmente: añadamos que el apartado dedicado a Vigo es uno de los más brillantes en el libro de Richard Porton sobre el cine y el anarquismo editado en Gedisa (Barcelona, 2001). Actualmente, el conjunto de su obra es perfectamente asequible en DVD, y deberían ser pasto de buenos cine-forum
Pepe Gutiérrez-Álvarez
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