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jueves, julio 19, 2012
“El derrumbe de la URSS tuvo una repercusión de primer orden en América Latina”
Entrevista al politólogo Roberto Regalado, compilador de la antología La izquierda latinoamericana a 20 años del derrumbe de la Unión Soviética (Ocean Sur, 2012)
-La editorial Ocean Sur acaba de publicar una antología titulada La izquierda latinoamericana a 20 años del derrumbe de la Unión Soviética. En su condición de coordinador de esta obra, en las palabras de presentación, fechadas en La Habana, en febrero de 2012, Ud. explica que su elaboración había comenzado un año antes. ¿Por qué dedicarle tanto tiempo y esfuerzo a la repercusión del fracaso de un proyecto histórico que hace mucho dejó de ser referente de los procesos latinoamericanos de orientación socialista?
―Si contamos desde los primeros pasos dados para elaborar la antología hasta su salida de imprenta, el tiempo dedicado a ella fue alrededor de año y medio. En cuanto al esfuerzo, baste decir que contiene veintiún ensayos de veinte autores, organizados en dos partes: la primera, “Temas y enfoques generales”, cuenta con ocho contribuciones sobre diversas aristas que son parte de ―o influyen en― la problemática de la izquierda latinoamericana en su conjunto; la segunda, “Situaciones nacionales”, incluye trece contribuciones sobre igual número de países, en los cuales se registra una destacada actividad de la izquierda, en unos casos en el gobierno, en otros desde la oposición y, en otros, con una parte de ella en el gobierno y otra en la oposición. Esos países son: Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Chile, Ecuador, México, Nicaragua, Paraguay, Perú, El Salvador, Uruguay y Venezuela.
«Hacer una antología como esta es un reto porque analiza procesos en desarrollo. Por ejemplo, en uno de los países abordados, Paraguay, se produjo un golpe de Estado legislativo contra el presidente Fernando Lugo, que coloca en tensión a todas las fuerzas latinoamericanas de izquierda y progresistas, no solo por lo abominable del hecho en sí, que sin duda alguna lo amerita, sino también porque, igual que el derrocamiento de Manuel Zelaya en Honduras en 2009, es parte de una estrategia imperialista destinada a reimponer el totalitarismo neoliberal en todo el continente.
«En otro de esos países, México, donde en 1988 una gran coalición de movimientos sociales y fuerzas políticas de izquierda y progresistas marcó la pauta en la lucha político‑electoral por el control del gobierno nacional en la presente etapa de la historia de América Latina, esas fuerzas tendrán que preguntarse por qué razones, además del fraude recurrente contra ellas, acaban de sufrir su sexta derrota consecutiva en esos 24 años, mientras que sus pares han sido electos y reelectos al gobierno en Venezuela, Uruguay, Bolivia, Ecuador, Nicaragua y Argentina, y han sido electos, hasta el momento por una sola vez, en El Salvador y Honduras. En la antología, los lectores encontrarán análisis anticipados de uno y otro acontecimiento, pero es obvio que estamos hablando de procesos dinámicos que requieren atención constante.
«La obra sobre la cual versa esta entrevista no es una recopilación de trabajos hechos por cada autor y autora en forma independiente, sino un conjunto orgánico de trabajos solicitados por encargo, a partir de un diseño previo de lo que se quería alcanzar con ella. Incluso, a los autores de ensayos sobre temas y enfoques generales, se les dieron a conocer previamente los ensayos sobre casos nacionales, para que los incorporaran en sus análisis.
«En resumen, tanto por el tiempo como por el esfuerzo dedicados a este proyecto editorial, es obvio que Ocean Sur y todos los participantes en él coincidimos en que el derrumbe de la URSS tuvo una repercusión de primer orden en América Latina.
«La Revolución de Octubre fue el referente de todas las revoluciones socialistas del siglo XX y de la mayoría de los partidos revolucionarios que en esa centuria lucharon por el poder. Excepto en los casos del eurocomunismo ―que derivó hacia posiciones reformistas― y de las corrientes antisocialistas que siempre existieron en los países de Europa Oriental ―donde ese sistema social fue implantado en virtud del desenlace de la Segunda Guerra Mundial, y no por revoluciones autóctonas―, las pugnas y rupturas que ocurrieron en el movimiento comunista fueron provocadas, más por cuestionamientos a lo que cada fracción consideraba como «desviaciones» de las dirigencias soviéticas posleninistas, que por una concepción de sociedad socialista diferente al prototipo de partido-Estado y economía burocráticos, monopolizados por una casta dirigente enajenada del sentir, el pensar y los intereses del pueblo al cual decía representar, que empezó a construirse en la Rusia bolchevique debido a circunstancias históricas adversas, y que, pese a todos los esfuerzos para evitarlo hechos por Lenin en medio de su enfermedad durante sus últimos meses de vida, luego Stalin impuso como la supuesta encarnación de la sociedad socialista concebida por Marx y Engels, y el propio Lenin.
«El “modelo único” de Estado y sociedad socialista impuesto por Stalin fue “aplicado” en todos los países que asumieron la identidad socialista en el siglo XX, sobre la base de que solo era necesario hacerle adecuaciones secundarias para adaptarlo a cada realidad nacional. Los conceptos de “modelo único” y “aplicación”, junto con el contenido y la forma del “modelo” en sí, que ya a esas alturas eran impugnados en forma generalizada, son los componentes del esquema de “socialismo real” que la izquierda latinoamericana enterró, en forma definitiva, a raíz de la crisis terminal de la Unión Soviética y el bloque europeo oriental de posguerra.
«Hoy está claro que no se trata de hacer “remakes” de la Revolución de Octubre en condiciones que son muy distintas a las de la Rusia de 1917, sino de emplear de manera creativa el método de Marx, tal como lo hizo Lenin, para llegar a conclusiones propias sobre cómo deben ser las revoluciones socialistas, los Estados socialistas y las sociedades socialistas en la América Latina del siglo XXI. Para ello, hay que sepultar los vestigios del “marxismo oficial” soviético.
«Precisamente, debido a que la Revolución de Octubre dejó de ser referente de los procesos latinoamericanos de orientación socialista, es que hay que partir del derrumbe de la URSS para hacer el balance de lo ocurrido desde entonces: porque se trata del balance de en qué medida se ha logrado o no repensar qué es el socialismo y cómo se construye.
«Entre las interrogantes hoy planteadas a la izquierda latinoamericana, resaltan: ¿cuáles son los sujetos sociales revolucionarios? ¿Cómo formar el bloque social revolucionario con esos sujetos? ¿Cómo construir la unidad en la diversidad dentro y fuera de ese bloque? ¿Cuál es el programa, la estrategia y la táctica para acceder al poder? ¿Cómo combinar la defensa del poder con el ejercicio de la democracia socialista? ¿Cómo romper con el sistema imperialista de dominación múltiple? ¿Qué papel desempeñan el internacionalismo, la unidad y la integración de los pueblos?
«En esencia, el tiempo y el esfuerzo dedicados a esta antología son apenas una modesta contribución a ese repensar el socialismo que es consustancial a la vida y la obra de Mariátegui y el Che, y que deviene la gran tarea de la izquierda latinoamericana desde que estalla la crisis terminal del “socialismo real”, a mediados de la década de 1980».
-¿Qué lugar ocupó el referente soviético en la etapa histórica abierta por el triunfo de la Revolución Cubana?
―El referente soviético se desdobló en América Latina el transcurso del siglo XX. Por un lado, los partidos comunistas asumieron que el prototipo de partido‑Estado soviético era la encarnación del “socialismo realizado”. Por el otro, tras el fracaso de las revoluciones europeas y china en la década de 1920, y en virtud del creciente auge del fascismo, esa Internacional orientó a sus miembros aplicar la estrategia de frentes amplios electorales. Esta estrategia les permitió a los partidos comunistas de América Latina abrirse espacios legales de lucha política y social, pero a expensas de alejarse de la revolución violenta mediante la cual conquistó el poder el Partido Bolchevique. Peor aún fue su situación desde el estallido de la guerra fría, debido a que siguieron aferrados a los intentos de construir frentes amplios electorales, cuando en la casi totalidad de los países ―quizás con relativa moderación solo en los casos de Chile y Uruguay―, a partir de ese momento lo hicieron sometidos a una feroz represión que cerró aquellos espacios legales que, de modo circunstancial, habían ocupado en la etapa inmediata anterior.
«En una situación continental en la que el acceso de la izquierda al gobierno estaba vedado, más aún para la izquierda marxista y leninista, fue que se produjo el desdoblamiento mencionado: la Revolución Cubana, cuya principal fuerza político‑militar, el Movimiento 26 de Julio, no provenía de una matriz comunista y no practicaba la estrategia de frentes amplios, proclamó su carácter socialista poco más de dos años después conquistar el poder y, en la década de 1970, moldeó su sistema político y económico de acuerdo con el referente soviético. A esto es a lo que me refiero aquí con el término “desdoblamiento”: a que una fuerza política no tradicional y que accedió al poder mediante una forma de lucha que tampoco lo era, asumió el referente soviético y lo proyectó hacia el resto de América Latina.
«Pero ubiquémonos en aquel momento. En la América Latina de las décadas de 1960, 1970 y 1980 se registra un auge de las luchas sociales y políticas. Hubo flujo y reflujo de la lucha armada revolucionaria, hubo una coalición de fuerzas de izquierda y progresistas que llegó al gobierno en Chile mediante la competencia electoral, y hubo gobiernos militares progresistas en Perú, Panamá, Bolivia y Ecuador. La lucha armada revolucionaria la emprendieron hombres y mujeres, en su mayoría jóvenes, que en el momento de iniciarse en ella, por lo general, tenían más conciencia social que formación política. Los corazones y las mentes de esos hombres y mujeres los disputaba un amplio abanico de corrientes ideológicas: comunistas, socialistas, socialcristianas, nacionalistas revolucionarias o peronistas (en el caso de Argentina), por una u otra de las cuales fueron optando y, al hacerlo, en el fragor del combate y en su proceso de formación como militantes, desarrollaron sus respectivas visiones sobre la nueva sociedad a construir.
«Hechas las salvedades anteriores para enfatizar la diversidad de objetivos y formas de lucha popular existentes en América Latina entre las décadas de 1960 y 1980, vale decir que, en efecto, en sentido general, la Revolución de Octubre era el referente de las luchas latinoamericanas por el socialismo. Ello obedece, como ya se dijo, en primer lugar, a la labor de los partidos comunistas y, en segundo, a que la Revolución Cubana, principal fuente de inspiración de la lucha armada esa etapa, lo asumió como tal.
«La mayor parte de los movimientos revolucionarios político‑militares latinoamericanos de los años sesenta, setenta y ochenta nacieron bajo el influjo de las ideas de Fidel y el Che. Pero, incluso los que poseían otras identidades socialistas, como las corrientes insurreccionales maoístas y trotskistas, no obstante pertenecer a vertientes enfrentadas entre sí del ya escindido movimiento comunista, tenían en común el paradigma de la Revolución de Octubre, por lo que es correcto decir, tal como se hace en la primera pregunta, que la experiencia soviética original era el referente del socialismo latinoamericano».
-¿Qué impacto tuvo el derrumbe en América Latina?
―El derrumbe de la URSS es el catalizador del cierre de la etapa de la historia de América Latina abierto por el triunfo de la Revolución Cubana, cuya característica predominante fue el choque violento entre las fuerzas de la revolución y la contrarrevolución, y del comienzo de una nueva etapa en la cual predominan la lucha de nuevos movimientos sociales, y la elección de los actuales gobiernos de izquierda y progresistas dentro de la institucionalidad democrático burguesa. No suscribo la tesis del “cambio de época”, entendida como una ruptura total con la historia anterior. Estoy convencido de que si América Latina no tuviera la historia de luchas populares que la caracteriza, incluida la historia de luchas del siglo XX y, dentro de ella, la historia de luchas de la etapa abierta por la Revolución Cubana, ni los movimientos sociales dispondrían de sus actuales espacios, ni habría un solo gobierno de izquierda y progresista.
«El acumulado histórico no es el único factor que explica el actual mapa político latinoamericano pero sí uno de los principales. Si bien ningún proceso de transformación social revolucionaria de la etapa de luchas abierta por la Revolución Cubana (como los de Nicaragua y Granada) y tampoco proceso alguno de reforma social progresista (como los del Chile de Salvador Allende, el Perú de Juan Velasco Alvarado, el Panamá de Omar Torrijos, la Bolivia de Juan José Torres y el Ecuador de Guillermo Rodríguez Lara), logró sobrevivir los embates del imperialismo norteamericano y la derecha, la voluntad y la capacidad de lucha demostrada por esos y otros pueblos latinoamericanos es lo que explica que, en la presente etapa, se hayan abierto espacios de lucha política legal que históricamente le estuvieron negados a la izquierda, razón por la cual esta se había visto obligada a emprender la lucha armada. Y, aunque pueda quizás parecer inmodesto, estoy convencido de que la capacidad de la Revolución Cubana de sobrevivir el descalabro de la URSS fue también un requisito indispensable para la elección de esos gobiernos.
«Ahora bien, como ya se dijo, el cambio ocurrido en las condiciones y características de las luchas populares impone el desarrollo de nuevos objetivos, estrategias y tácticas. En esa búsqueda es en la que estamos inmersos.
«¿Era lógico que Cuba, al igual que China, Corea y Vietnam, asumiera la experiencia soviética como referente? Por supuesto que sí: no solo era lógico, sino impensable que hiciera otra cosa. ¿Era lógico que, con las adecuaciones que cada una de ellas consideró necesarias, la asumieran la Revolución Popular Sandinista en Nicaragua y la Revolución del Movimiento de la Nueva Joya en Granada? La respuesta es la misma. ¿Era lógico que la asumieran otros movimientos revolucionarios que no llegaron a conquistar el poder? La respuesta sigue siendo la misma. Ahora bien, la pregunta hoy es: ¿sería lógico que la Revolución Bolivariana de Venezuela, la Revolución Democrática y Cultural de Bolivia, y la Revolución Ciudadana de Ecuador asumieran como referente la experiencia soviética o la cubana? Por supuesto que no: no solo sería ilógico, sino impensable.
«El triunfo de la Revolución Cubana inauguró lo que, a raíz del derrumbe de la URSS, el dirigente revolucionario salvadoreño Schafik Hándal calificó como la etapa de la “revolución insertada” en América Latina, es decir, insertada en un entorno hostil, dentro del cual, para sobrevivir, al menos durante sus primeros años, necesitaba una poderosa fuente extracontinental de ayuda política, económica y militar. La lógica de Schafik era que con el colapso de la URSS desapareció la fuente de apoyo externo a la “revolución insertada”, referente que fue asumido por la mayoría de los movimientos insurreccionales latinoamericanos de las décadas de 1960, 1970 y 1980, incluidos los de Nicaragua, Granada y El Salvador.
«Todos ellos aspiraban a conquistar el poder y a construir un Estado revolucionario, más o menos de la forma que lo había hecho la Revolución Cubana, aunque, por supuesto, con adecuaciones derivadas de la coyuntura regional y las características nacionales, tal como fue el caso de Nicaragua, donde la Revolución Popular Sandinista no eliminó el sistema multipartidista democrático burgués. No obstante esas diferencias, las similitudes eran mucho mayores: violencia revolucionaria destinada a vencer la violencia contrarrevolucionaria, conquista del poder político, enfrentamiento a las agresiones y a la hostilidad de los Estados Unidos y sus aliados, y sistema político basado, si no en un partido único, por lo menos en un partido hegemónico. Por eso es que el derrumbe de la URSS cierra la etapa de la revolución insertada en América Latina.
«En rigor, lo que obligó a enterrar el paradigma soviético no fue, en primera instancia, el reconocimiento y el distanciamiento de sus “defectos de fábrica”, que todos fuimos descubriendo antes del derrumbe y que todos apostamos a que podríamos corregirlos en nuestras respectivas experiencias revolucionarias. Lo que obligó a enterrar el paradigma soviético fue el cambio en la correlación mundial de fuerzas que se deriva del derrumbe de la URSS. Para muchos de nosotros, el entierro fue motivado por esa causa de fuerza mayor y, solo con el paso del tiempo, es que se convierte en un entierro del paradigma en sí mismo, en la medida en que la vida demostró que el socialismo latinoamericano del siglo XXI tiene que fundar su propia matriz.
«Hasta el momento del derrumbe, el paradigma de la Revolución de Octubre seguía vigente en forma directa para la mayoría de los partidos comunistas latinoamericanos y, con la mediación de la Revolución Cubana, para importantes sectores del movimiento insurreccional, aunque, por supuesto, ya muy dañado por la crisis terminal del bloque europeo oriental de posguerra, iniciada en 1985 con la perestroika, la glasnost y la nueva mentalidad de Gorbachov, cuyo punto de inflexión es la caída del Muro de Berlín en noviembre de 1989.
«Ahora todos somos críticos del “socialismo real” y, consciente o inconscientemente, damos la impresión de que siempre lo fuimos. Lo primero puede ser cierto, pero lo segundo no necesariamente lo es.
«Para colocar las cosas en su lugar, es bueno acudir a los ejemplos concretos. La diferencia entre el gobierno del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) que hubo en Nicaragua en la década de 1980 y el actual no es, en primer término, el resultado de un análisis crítico y de un distanciamiento de los “defectos de fábrica” del referente soviético, sino de que, debido al cambio en la correlación mundial de fuerzas derivado de la crisis terminal del “socialismo real”, esa organización fue desplazada del poder y le tomó más de tres lustros volver al gobierno por la vía electoral. Por supuesto, una vez que el FSLN perdió las elecciones de febrero de 1990, tuvo el tiempo y la motivación suficientes para hacer el análisis crítico y el distanciamiento ya mencionados, pero que conste que fue a posteriori y como resultado de la situación en que se vio colocado.
«Algo análogo sucede con la conversión del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) de El Salvador de movimiento insurgente en partido político. Eso tampoco fue, en primer término, resultado de un análisis y un distanciamiento del referente soviético, sino del cambio en la correlación mundial de fuerzas que lo llevó al convencimiento de que no lograría conquistar el poder mediante la lucha armada. Lo demás vino luego.
«No convirtamos la necesidad en virtud. Es obvio que FSLN hubiese preferido seguir ejerciendo el poder en Nicaragua como partido hegemónico de la manera en que venía haciéndolo desde julio de 1979. También es obvio que el FMLN hubiese preferido conquistar el poder mediante la lucha insurreccional, a tener que competir con la derecha por el ejercicio del gobierno dentro de la institucionalidad democrático-neoliberal hoy imperante en El Salvador.
«Para concluir esta argumentación, por supuesto que la Revolución Cubana también hubiese preferido que la URSS hubiese encontrado la solución a sus contradicciones internas dentro del socialismo y, de ese modo, haber podido seguir contando con ella como su principal aliado estratégico. Otra cosa es que el derrumbe haya sido inevitable e irreversible. Eso fue y sigue siendo terrible, lo cual no quita que el derrumbe en sí y el tiempo transcurrido desde entonces nos hayan permitido reconocer que la URSS padecía una enfermedad congénita e incurable, y nos hayan obligado a ser consecuentes con ese pensamiento mariateguista que antes repetíamos sin interiorizarlo: el socialismo no es calco ni copia, sino creación heroica.
«Por el hecho de que, para gran parte de la izquierda latinoamericana, el entierro del referente soviético no fue el resultado de un acto premeditado, consciente, voluntario, sino de una situación de facto ―que en nada dependía de ella, pero mucho la afectaba―, es que sus efectos fueron tan traumáticos. La crisis terminal del “socialismo real” fue, en su momento, un golpe muy duro por dos razones: una es que provocó un brusco cambio en la correlación mundial de fuerzas a favor del imperialismo y en contra de los pueblos; la otra es que generó confusión, frustración y desaliento en amplios sectores de la izquierda, buena parte de los cuales se quedó sin “modelo” a “aplicar”, con su credibilidad dañada, debilitados, marginados, colocados a la defensiva en política e ideología y, por si todo ello fuera poco, en esas condiciones tan desventajosas, se vieron ante la colosal tarea de repensar qué es el socialismo y cómo se construye».
-¿Cuál es la situación actual y cuáles son las perspectivas de la izquierda latinoamericana en la etapa histórica abierta a raíz del derrumbe de la URSS?
―Como casi todas las interrogantes que la izquierda latinoamericana debe responder, esta que Ud. plantea es de carácter interpretativo. Hay muchos puntos de vista sobre esa problemática. Por eso elaboramos una antología, para reunir y contrastar diversos puntos de vista. Por supuesto que se podrían hacer muchas antologías sobre cada uno de los temas abordados en La izquierda latinoamericana a 20 años del derrumbe de la URSS, otras muchas sobre los temas que fue imposible tratar en ella por la limitación de espacio, y otras tantas sobre la trayectoria, la situación actual y las perspectivas de la izquierda en cada uno de los países de la región.
«En esta antología hay puntos de vista convergentes y divergentes, por ejemplo, sobre si la participación de la izquierda en la política institucional transforma la institucionalidad existente en un sentido positivo, o si es la institucionalidad existente la que transforma a la izquierda en un sentido negativo. Otro ejemplo es que, como solo podíamos invitar a un autor o autora por país para analizar sus respectivas situaciones nacionales, es evidente que esos ensayos resultan polémicos para quienes no comparten sus criterios».
-Para concluir, si Ud. tuviera que caracterizar esta antología con dos palabras, ¿cuáles utilizaría?
―La caracterizaría con las palabras “polémica” y “constructiva”: polémica porque es desacralizadora y crítica, tanto al abordar los enfoques y temas generales, como al analizar la actuación de la izquierda en los treces países mencionados; y constructiva porque su objetivo no es la desacralización por la desacralización, ni la crítica por la crítica, sino contribuir a la construcción de los socialismos latinoamericanos del siglo XXI.
Ivonne Muñiz
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