sábado, julio 07, 2012

Pierre Frank, el militante con piel del elefante



Antes que cualquier otro, Pierre Frank aparecía en los años sesenta como el continuidor de una historia del comunismo contra la burocracia estalinista que se remontaba a la mitad de los años veinte.
De padres de orígenes rusos, tuvo una formación de ingeniero químico, pero dedicó su vida a una militancia que comenzó en el PCF allá por 1925, justo el año en que Maurice Thorez le dio la espalda a la Oposición de Izquierdas con la que había manifestado sus afinidades, y apareció en el V Congreso del Komintern al lado de Stalin; de haber seguido Thorez aquellos ideales nunca habría hecho carrera política como secretario general, pero sin duda su historia había sido más limpia. En 1927, el joven ingeniero se manifestaba ya partidario de la Oposición unificada junto con el sector que había entre los principales protagonistas del Congreso de Tours en el que se fundó el PCF, gente de la estirpe de Alfred Rosmer, Pierre Monatte y el primer Boris Souvarine, y que habían representado al sector ligado al sindicalismo revolucionario de Amiens, y opuesto a la socialdemocracia, gente con un historial poderoso y con pluma afilada. Esto sucedía en Francia, el país donde la Oposición de izquierda rusa logró un mayor grado de solidaridad, detalle al que no era ajeno el hecho de que Trotsky hubiera tomado parte en el combate internacionalista durante la “Gran Guerra”, justo antes de que la policía lo entregara a la española advirtiéndole de de que se trataba de “un peligroso anarquista”.

1. En los orígenes de la oposición.

En abril de 1929, Pierre es parte de la delegación francesa que visita a Trotsky en Prinkipo. Regresa a Francia en agosto, y crea la primera revista trotskista francesa, La Vérité, emblema de muchas otras y de la que fue gerente. Por aquel entonces fue expulsado del PCF, concretamente de la célula de Aulnoy-sous-Bois, y a continuación fue escogido miembro de la comisión ejecutiva del primer grupo trotskista francés, la Ligue Communiste (LC), creada en abril de 1930. También sería escogido para la Secretaria Internacional (SI) de la Oposición de Izquierda internacional en 1932, en nombre de la cual tomó parte en asambleas orgánica de las secciones alemanas y españolas. De aquel encuentro, Pierre mantenía la imagen de Andrés Nin como un camarada de gran relieve intelectual, pero no muy convencido de que lo que se proponían era posible.
En una segunda estancia en la isla de Prinkipo, Pierre ejercerá como secretario de Trotsky al que también acompañará a Copenhague en noviembre de 1932. En la mitad de los años treinta su nombra aparece estrechamente ligado al de Raymond Molinier, en cuyo militantismo y audacia Trotsky apostaba por él como la “prefiguración del futuro revolucionario” para la época abismal que se abría, por lo que lo veía más idóneo que los representante de la “vieja guardia” como Alfred Rosmer y Pierre Naville…El nombre de Pierre Frank figura junto con el de Molinier en todos los tramos de la tentativa por crear un nuevo partido, así como en todas las luchas fraccionales: después de la LC, toma parte en el “grupo bolchevique-leninista” que trabaja junto con la izquierda de la SFIO, es excluido de la socialdemocracia en 1935, será uno de los dirigentes del Partido Obrero Internacionalista (POI) que agrupa también a una franja de las juventudes socialista del que será suspendido en agosto del 36, y luego excluido. En marzo de 1936 pasará a liderar el Partido Comunista Internacionalista, las mismas siglas en las que -después de diversas crisis- acabará confluyendo todo el trotskismo francés en 1943.
Condenado en junio de 1939 por el gobierno de Vichy, Frank tuvo que escapar de Francia para formar parte de una delegación al extranjero como delegado de su fracción para recalar en Gran Bretaña en septiembre de 1939. Las autoridades británicas lo encarcelan durante parte de la guerra y lo acusa de ser un “extranjero indeseable”, permaneciendo internado durante treinta y siete meses hasta regresar a Francia con la Liberación, y tomar de nuevo su puesto en la nueva organización que había ayudado a crear. Los cincuenta fueron años decisivos para la diáspora trotskiana, casi todo las fracciones que competirán por representar la IV Internacional, tienen su origen en las crisis de la época. Sin embargo, aquel fue también un tiempo en el que la crisis del estalinismo se iniciaba, y eso aparecía como determinante para una apuesta histórica como la de Frank. Mientras que Maurice Thorez (al igual que Togliatti) viajaba a Moscú para tratar de evitar que el “Informe” de Jruschev para el XX congreso del PCUS salpicara a su propio historial estaliniano, Frank apuesta por un trabajo a largo plazo en la izquierda comunista que va tomando forma, sobre todo en las juventudes, y de ese encuentro surgirá la JCR en la mitad de los años sesenta.
Entre sus muchas vicisitudes de signo internacionalista, se conoce poco el apoyo del grupo francés a la Yugoslavia de Tito (que empero acabará optando por una salida “nacional”, rechazando cualquier veleidad democrática), acosada por Stalin. Mucho más importante fue la que el pequeño PCI llevó a cabo en apoyo de los insurrectos argelinos. Una tarea, en la que sobresalió muy especialmente Michael Pablo. El grupo no faltó a su deber en la cita ardiente del internacionalismo: organiza el envío de fondos, medicinas y armas al FLN (Front de Liberation National) argelino, y la relación se hará tan estrecha que tras la victoria, Pablo se convertirá en uno de los consejeros más próximos del presidente Ben Bella, un periplo marcado por la experiencia “autogestionaria” que concluirá con el golpe de estado del coronel Bumedien. Por estos actos de “traición a la patria”, la OAS (Organisation d l'Armée Secrete) le había rendido el tributo supremo de atentar contra su sede en París. Detalles tan poco conocidos como la fueron tantas y tantas campañas solidarias como la que se llevó por la liberación de Hugo Blanco cuyas actividades guerrilleras (estructurada como una forma de autodefensa de un movimiento de masas, había deslumbrado a muchos jóvenes, algunos de ellos del Reino de las Españas donde se había editado el importante trabajo informativo de Hugo Neira, Tierra o muerte en la flamante editorial Zero-ZYX.
Poca gente sabe algo tan curioso como que Pierre Frank fue uno de los principales oradores en el sepelio del torvo André Marty, uno de los estalinistas más vinculado a la “caza de los trotskistas”, sobre todo durante su estancia en España. Fue conocido como “el carnicero de Albacete” en un episodio histórico muy renombrado gracias a la novela de Ernest Hemingway, Por quién doblan las campanas, publicada en 1940. En un informe del 15 de noviembre de 1937 para su partido, afirma sobre su actuación en la capital albaceteña: “no vacilé y ordené las ejecuciones necesarias (...) Las ejecuciones ordenadas por mi no pasaron de quinientas”, pero los historiadores han considerado que se trataba de una verdadera exageración. Pero el caso es que Marty entró en contradicción con la política del PCF en relación a la ocupación nazi, discrepancia que se acentúa con la Liberación. Marty se sintió frustrado con el alineamiento del partido, y comienza a discrepar con los pactos restauracionistas de la Liberación que incluía la “normalización” colonialista, pero también con los privilegios del “aparato”, sobre todo de la familia Thorez, y para su estupor, no tardará en ser tratado como ¡trotskista¡.
Entre los diversos testimonios escritos sobre Frank, vale la pena evocar el de Tariq Ali, quien en su libro de memorias Años de lucha en calle se refiere a Pierre como el secretario general del PCI un partido que apenas si contaba con 150 militantes, pero que había sido el inspirador del grupo de “…la Jeunesse Communiste Révolutionnaire (JCR) (que) estaban reclutando a muchos estudiantes por su apoyo al Che Guevara (insultado y calumniado en el periódico oficial del Partido, L'Humanité (…) A este grupo confió Pierre Frank su creencia de que `el aire olía a cambio´ y que Francia podía verse inmer­sa en una huelga masiva a finales de año. Nadie dudaba del olfato de Pierre Frank. Hasta las facciones rivales reconocían que de alguna manera extraña sus instintos acostumbraban a fundirse con la realidad. Uno de los chistes a medias serios que circulaba entre los camaradas más jóvenes era que el viejo Pierre percibía una secesión antes que todos los demás, y cambiaba todas las cerraduras de la oficina para evitar que expulsaran a su facción, si resultaba quedar en minoría”. Pero bromas aparte, el caso fue que Pierre “defendió sus talentos olfativos explicando que la congelación de los salarios desde ha­cía cinco años había provocado tensiones en las fábricas, que el aumento del desempleo había sacudido la complacencia de los trabajadores y la huelga de estudiantes del año anterior había lanzado a la calle a 10.000 manifestantes. Esto indicaba un cambio de estado de ánimo y la combinación bien podía resultar explosiva. Gérard Verbizier, presente en aquella ocasión, me confesó con posterioridad que ni uno solo de los sentados a aquella mesa se había tomado demasiado en serio las predicciones de Frank” (2007; 256).

2. Un señor muy normal.

Cuando entré por la puerta del despacho que tenía Pierre Frank, lo primero que me llamó la atención fue su apariencia de señor normal, de una imagen que parecía más propia del tendero del colmado de la esquina, más bien bajito, un poco rechoncho, de cabellos rizados, y un rostro afable aunque con cierto toque de buldog, de aquellos que agarran una cosa y no la sueltan. Su vestuario reafirmaba la impresión contraria a las imágenes de unos clásicos revolucionarios barbudos y adustos que nos habíamos habituados a ver en las fotos. Lo suyo era una militancia revolucionaria “realizada con la misma simplicidad con la que el común de los mortales realiza los actos de la vida cotidiana” (Livio Maitan). En sus memorias, Krivine anota que Pierre comenzaba su jornada madrugando como un obrero, y trabajaba para la organización hasta el final del día, haciendo sus reuniones cuando tocaban. Lo único que no perdonaba eran las horas de comida, hábito que al parecer solamente las trastocó durante los acontecimientos de mayo del 68. Su tono era siempre sereno y afectuoso, de camarada en el sentido más integral de la palabra.
Lo primero que hizo Pierre, en medio de una conversación llevada a duras penas entre mi escasos francés y su muy limitado castellano, fue aconsejarme visitar la dirección de Eduardo Mauricio, alias “Ernesto”, alias “Morris”, alias “el Manco", antiguo militante de la ICE y del POUM en Llerena. Eduardo vivía en una portería de la rue Muller 18, por la que se podía ascender a la Basilique du Sacré Coeur de Montmartre, sobre la que no tardó en contarme que todo aquello se había erigido para expiar los pecados de la Comuna de París de 1871. Camarada de Pierre desde que cruzó la ruta del exilio en 1939, Eduardo se integró en la sección francesa, y desde entonces no habían tenido ninguna discrepancia significativa a lo largo de los años. Sería fue uno de los invitados inexcusables a participar en la obra colectiva, Por un portrait de Pierre Frank, que recogía un buen número de testimonios afines como los de la italiana Virginia Gervasini, Rodolphe Prager, Mandel, Michael Lequenne, etc, y en los que se rendía cuenta no solamente del militante a prueba de bombas” sino también de una personalidad modesta, pero sobresaliente; Pierre era pues, mucho más de lo que aparentaba a primera vista.
Todas aquellas historias me fueron narradas en las gustosas sobremesas, después de las tiernas atenciones de Paz, la modesta compañera del “Manco”, que era como llamaban a Mauricio los del POUM. Allí se conversaba de lo curioso que eran los quesos franceses, de la ya ignota Llerena. En aquel rincón de una joven e incisiva Extremadura trotskista, y por supuesto, también del POUM. Por aquel rincón, un habitáculo que era como una habitación un poco grande que se dividía en un rincón en el que dormía el matrimonio, y el comedor que incluía un cocina ínfima y unas estanterías. Por aquel modesto lugar pasaban muy a menudo Pierre Frank y Antonio Rodríguez. También habían pasado algunos de los líderes más famosos del trotskismo sudamericano como Jorge Abelardo Ramos, Juan Posadas o Hugo González Moscoso al que luego tuve ocasión de tratar. No en vano Eduardo había sido durante muchos años el traductor al castellano en los congresos de la IV Internacional, y no en vano seguía siendo amigo de Pierre Naville y de Michel Pablo, dos trotskistas de leyenda, y con los que tuve al menos un par oportunidades de tratar en visitas coincidentes, y en conversaciones de peso ante las cuales me mantuve como lo que era, como un muchacho respetuoso que tomaba notas como oyente. Lástima que todavía no había aprendido a tomarlas bien en el papel.
Entre las pinceladas más cercanas se encuentra el de su compañera Marguerite Metayer, una militante de toda la vida abnegada y discreta, que había conocido las duras pruebas de la Deportación durante la ocupación nazi y que no pudo trabajar más, en su escueto texto registra las dificultades –“sobre todo durante la guerra de Argelia”- de una vida cotidiana de un “profesional” de la revolución muy mal pagado con algunos detalles sobre su capacidad de sobreponerse a numerosos avatares. De la misma índole es el testimonio de Mauricio. Aunque habla de “su amigo”, trata de protegerse “de la amenaza de la hagiografía”, y se limita a decir lo más esencial. Eduardo que compartía la misma escuela estoica, de aquellos que creen que si te dedicas a un oficio ingrato como el de revolucionario, no te quejes de las tragedias que esto conlleva. Pierre era “un hombre muy abierto a pesar de su apariencia un poco malhumorado; jovial, gran amante de la broma, y maneja una ironía que sin ser resultar perversa podría ser a veces feroz”.
Respondiendo a los que le atribuían una actitud estrecha, propia del resistente que “atraviesa el deserto” un tanto ajeno a los cambios operados en una historia que no había dejado de moverse, Eduardo asegura que, por el contrario, su reacción era una reserva correcta ante algo nuevo para lo que Pierre pedía un tiempo, una reflexión antes de dar el paso. Curiosamente, desde la otra franja, la ortodoxa, “la de los guardianes de las esencias”, Frank era tachado de “revisionista”. Pero, más allá del matiz, lo cierto es que Pierre representaba una continuidad militante que se remontaba a la mitad de los años veinte, y que su labor estaba en el origen de la gestación de la JCR, en plena efervescencia que siguió a las jornadas de mayo. En aquel tiempo, algunos de sus más acervos críticos como los socialbárbaros, habían dejado de funcionar como organización, y no fue otra cosa lo que sucedió con otras tantas corrientes (como las maoístas sin ir más lejos) que en tal o cual momento tuvieron una importancia, que resultó finalmente efímera.
Pero en su caso, la continuidad de lo que Bensaïd llamaba “las adquisiciones teóricas”, venía reafirmada por los hechos, por una historia escrita a contracorriente sobre la que Pierre ofreció una sintética “vulgata” de la época, La Quatrième Internationale, que se presentaba como “una contribución a la historia del movimiento trotskista”, aunque en algunas traducciones el subtitulo fue la “larga marcha” de los trotskistas, y de la el propio Frank era uno de los más veteranos representantes. El libro apareció bellamente editado chez Maspero en 1969, con una contraportada en la que se decía que el autor trataba de responder a la cuestión esencial que él mismo planteaba: la creación de la IV Internacional, ¿ha estado justificada históricamente? La “contribución” ofrecía un capítulo muy emotivo sobre "Ceux qui sont morts pour que l'Internationale vive" (Aquellos que murieron para que la Internacional viviera).
En este breve apartado -siete páginas-, Frank escribe: "Las ideas, los programas» las organizaciones» son creadas por los hombres y viven por los hombres”. Hemos mencionado muy episódicamente los nombres de los militantes del movimiento trotskista. ¡Cuántas cosas se podrían escribir sobre este sujeto! Las condiciones han sido mucho más penosa para los trotskistas que para otras corrientes del mo­vimiento obrero —la represión burguesa actúa generalmente como un estimulante mientras que la fue ejercida contra ellos en el seno de su clase» a veces por obreros sinceramente revolucio­narios engañados por burócratas que disponían del apoyo de un potente Estado obrero— ha llevado a muchos hombres de valor a situaciones en la que no pudieron dar lo mejor de sí mismo” (1969; 123). El apartado comienza por “el Viejo”, para repasar una larga lista de nombres, algunos de ellos más o menos conocidos como los de Natalia Sedova, Alfred Rosmer, Isaac Deutscher, Andrés Nin o Román Rodolsky, pero en la mayoría de los casos desconocidos u olvidados como lo fueron Hersch Mendel, Fosco, Josef Frey, José Aguirre Gainsborg, Zavis Kalandra, Pantolis Poulioupoulos, Tchen Dou—situ, Tha—Thu—Thau…
Frank ofrecía una lista obviamente incompleta, y la cerraba con las siguientes líneas: “…observando que las pérdidas entre los trotskistas, en relación a su escaso número, son probablemente más fuertes que las de las demás corrientes del mundo obrero, recordemos una vez más la excepcional pléyade de revolucionarios que estuvieron en el origen del movimiento, los trotskistas soviéticos que resistieron todas las persecuciones hasta el día en que Stalin decidió su exterminio total. El relato entre otros de su lucha en Vorkuta, la gran huelga de hambre de más de un millar de detenidos desarrollada durante 132 días (de octubre de 1936 hasta marzo de 1937), y en el curso de la cual muchos perecieron, ha llegado hasta nosotros como testimonio de los que regresaron de los campos. En El primer círculo, Alexander Soljenitsin daría a su final heroico un espacio en la gran literatura internacional”.
Pierre volvió a tratar la misma historia en una extenso prólogo para Les congrès de Quetriéme Internationale, un ambiciosa edición a cargo del historiador y antiguo militante Rodolphe Prager.
Después del mayo, todo eso era ya historia, un litigio sin duda importante pero subalterno en relación a los problemas de dar respuestas a los problemas de la lucha social. Ahora emergía una nueva generación que representaba el “tournant” de la situación mundial de 1968, un momento que permitía muchas más cosas que ayer como podía ser recuperar antiguos trabajos sobre los que se escribirían otros muchos más completos, como el del malogrado militante e historiador canadiense François Moreau, Combats et debats de la Quatriéme Internationale, una aportación sobre la que se cimentaría finalmente el ensayo de Daniel Bensaïd en Trotskismos...
Pero sería injusto olvidar el modesto aporte de Pierre que, como no podía ser de otra manera, resultó maltratado por las fracciones rivales, comenzando por Michael Pablo que no era de los más malévolos, y que la comparó con la revista convencional como “Miroir de l´histoire”, cabe suponer que en la línea del Reader´s Digest, de lo cual podría desprenderse que ni tan siquiera valdría la pena de criticarla. No obstante, el trabajo de Pierre era a todas luces mucho más elaborado que la síntesis escrita por el propio Pablo y titulada, Dictadura du proletariat, democratie socialista, aparecida como suplemento (enero, 1958) de Quatrième Internationale. Igualmente se puede afirmar que la “brochure” de Pierre resulta mucho más ecuánime y ponderada que otros del mismo estilo, sobre todo por el historiador de furiosa filiación “lambertista”, Jean-Jacques Marie, cuya profesionalidad habitual resulta ultrajada cuando se trata de las otras corrientes, en especial la bautizada someramente como “pablista” aunque Pablo había evolucionado en sus posicionamientos y había probado su propio camino, y sobre la que Marie ofrece un juicio tan somero como inapelable .
En esta época, solía ser más habitual que ahora relacionar el trotskismo con una variedad casi interminable de tendencias. Así por ejemplo, encuentro que Richard Gombin, en su librito Los orígenes del izquierdismo, cita entre estos “a los trotskistas, bien sean de matiz posadista, frankista, lambertista o pablista”, al tiempo que los liga con la matriz “marxista-leninista o comunista” en oposición al “comunismo de los consejos obreros”. Sin embargo, se puede afirmar que esta es una visión sesgada. En primer lugar, el trotskismo compartía de pleno el ideario del consejismo, un concepto que se integra en el mismo punto de partida: los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista…Luego, en Francia la variante posadista no existía (en Europa fue muy episódica), y Pablo mantenía una corriente socialista que ponía el acento en la “autogestión”, y finalmente se reintegró en la sección francesa. Durante el curso del mayo del 68, las dos tendencias que había tenido un peso significativo fue la “frankista” (de Frank claro, un epítome que su traducción hispana adquiría unas resonancia de mal gusto), y la de “Lutte Ouvrière”, en tanto que los lambertistas se había mantenido más bien hostiles a la “algarabía” estudiantil que ponía punto final a la imagen de una Francia mortalmente aburrida..
Mis amigos españoles de “Acción comunista”, me contaban que en medio de algunas de las asambleas multitudinarias del mayo, se escenificó una confrontación entre los principales líderes, y testimoniaban que Pierre había sido el más ponderado.
Lo cierto era que hacía tiempo que Pierre, al igual que los otros miembros del Secretaria unificado, había dado la espalda a este tipo de querellas bochornosas sobre la verdadera ortodoxia, y cuando se veían obligados a decir algo trataban de no echar más leña al fuego. Algunos camaradas españoles me contaban que en un debate propiciado en el marco de las jornadas de mayo, Frank se negó a entrar en el terreno de las descalificaciones mutuas. A lo largo de los años, en la revista que dirigía se había publicado lo justo, alguna que otra explicación, siempre desde una visión política sobre los hechos y sus posibles interpretaciones.

3. Hasta el final.

En los años setenta, su implicación tomó un sesgo más reposado, y aunque permaneció en el Buró de la Ligue hasta 1975, y en tareas de la Internacional hasta 1979, fue dedicando más atención a estudios de la envergadura de su Histoire de l´Internationale Communiste (Editions la Brece, París, 1979), un voluminoso estudio en dos gruesos volúmenes sobre una historia en verdad mundial que se prolongó entre 1919 y 1943, o sea desde el tiempo de la esperanza de que Octubre fuese el prólogo de la revolución mundial hasta su liquidación arbitraria y administrativa por parte de Stalin, determinada simplemente por el hecho de que la internacional estorbaba a sus planes de negociación. Pierre explica como la llamada por una nueva Internacional se inscribía en el horizonte de los internacionalistas decepcionado por el curso que había tomado la Internacional socialista desde el 4 de agosto de 1914, y como en su formación convergieron las corrientes revolucionarias más diversas. En sus dos primeros congresos se definen los grandes principios con una actitud desafiante, a la ofensiva, y como en muchos países, sobre todo en Alemania, surgen partidos comunistas de masas que nacen y se desarrollan en medio de apasionantes debates de tendencias y con alternativas abiertas en los equipos de dirección.
Esta época se cierra con el fin de una oleada de crisis revolucionarias (Alemania 1919. 1921; Hungría, 1918; Italia, 1920, nuestro “trienio bolchevista” andaluz, etc, y da lugar a un periodo de estabilización relativa del capitalismo de una nueva situación. Tiene lugar un debate sobre estrategia que tendrá lugar en el tercer y cuarto congreso, los últimos en los que la sección rusa está representada por Lenin y Trotsky, que será los principales teóricos de la táctica del frente único, piedra angular de una política de alianza obrera que conocerá una convulsiva aplicación en la crisis alemana de 1923, y en episodios como el de la República de los consejos de Baviera en la que tomaran parte codo con coco socialistas de izquierdas, comunistas y anarquistas. Pero el problema principal se gestará en la propia URSS como consecuencia de los enormes factores regresivos derivados de una guerra civil que no solamente acaba hundiendo la vida económica del país, y crea las condiciones un “tournant oscur” durante el cual, una nueva burocracia acabará estableciendo su poder como “aparato” del partido que ocupa el Estado. Esta burocracia se afirma como un medio privilegiado de ascenso social en medio de una profunda desactivación del movimiento obrero…Obra de referencia obligada pero de difícil edición en el tiempo que se nos abría en los ochenta, Pierre trató de encontrar editor en castellano en la editorial Fontamara contando con un equipo de traductores que nos habíamos comprometido en la tarea como parte de un esfuerzo militante más. Pero no pudo ser, el tiempo en que estas cosas eran posible había pasado, y había llegado otro en el que libros como el de Pierre (como la trilogía de Deutscher, o como todo el fondo de la editorial ERA, entre otras), se podían encontrar amontonados en la sección de “saldos” de el Cortes Inglés
Esta vigorosa historia representó igualmente una muestra más de una actividad de Pierre como analista político, dimensión sobre el que la recopilación arriba citada ofreció una selección. Se trataba de un breve muestrario de los artículos más valorados de Pierre, normalmente publicados en Quatrième Internationale (enero 1958), una revista densa, de formato amplio y de llamativos colores rojos y del más alto nivel teórico que abordó toda clase de episodios históricos y debates. La revista se mantuvo sobre todo gracias a su esfuerzo personal a lo largo de 25 años, durante los cuales todo fueron problemas, pero ni en este ni en otros muchos casos, según nos cuenta Krivine, Pierre jamás se quejó de sus problemas personales, que no eran pocos. En estos años de resistencia callada, Pierre también dedicó una atención especial a la edición de diversas obras de Trotsky en los años cincuenta. Salvo sus títulos más conocidos, Trotsky había dejado de publicarse desde los años treinta, y fue gracias al empeño de Pierre que fueron apareciendo diversos volúmenes de sus “Escritos” en las “editions Marcel Rivière”, de los que todavía quedaban ejemplares en las estanterías del local partidario. No obstante, desde finales de los sesenta, Pierre pudo publicar laboriosas introducciones de nuevas ediciones, pero ahora lo hacía en editoriales de gran tirada, una muestra más de que el viento soplaba en otro sentido.
Sobre sus vicisitudes en las numerosas luchas fraccionales que le tocó vivir, se contaban todo tipo de cosas, y normalmente con cierta sorna, por ejemplo Tariq Ali se hace eco de una de las tantas anécdotas de las muchas que corrían por los “corrillos” izquierdistas que en esto no se diferenciaban demasiado a los que yo había visto en mi pueblo. Decía que cuando intuía que se cocía una ruptura, Pierre tenía a buen cuidado guardar las llaves del local común para que ninguna otra fracción se lo quitara. Por su parte, Krivine cuenta que Pierre había conocido a todos y cada uno de los que habían pasado por tal o cual fracción, cuando no había acabado en las filas de la de la socialdemocracia, de manera que cuando a lo largo de los años tuvo que acompañarle en los sepelios de muchos de ellos, siempre tenía a la mano una suma de historias que contar con el mayor lujo de detalles. Sin embargo, estoy convencido de que sus comentarios tenían el sentido de la confesionalidad ya que, estoy seguro de ello, llegó un momento que los de Secretariado Unificado se hicieron a sí mismo la promesa de evitar en lo posible las evocaciones de querellas que les habían amargado una militancia mantenida en tiempos en verdad difíciles. Pero lo cierto es que Pierre siguió en su lugar, y donde otros vieron un abismo, él supo ver una coyuntura histórica que, más tarde o más temprano, daría lugar a otros. Por eso permaneció cuando otros se habían quedado en el camino, maltratados por la burguesía y la sorda hostilidad del PCF, una situación agobiante a la que se añadió al decir de Mauricio “un estado constante de crisis internas, con sus escisiones y reunificaciones en cascada (que acabaron destruyendo a hombres menos capaces)”. Fue este impresionante tesón lo que le permitió a Frank representar a la IV Internacional y al mejor trotskismo francés. La suya fue una verdadera tarea de Sísifo durante la cual “la personalidad de Pierre se fue forjando, endureciendo”. Tanto fue así que el propio Pierre declaraba que “tenía una piel de elefante”, y no fue otra cosa lo que le permitió superar todos los embates hasta llegar al tiempo del 68, al de reconocimiento.
Lo cierto es que, por más que en vísperas del mayo, se aseguraba que Francia se aburría, la década gaullista se estaba agotando, la tasa de crecimiento económico se había estacando, había aumentado el desempleo, y se estaban dando huelgas “salvajes” un poco aquí y allá por una clase obrera que se había recompuesto, también se estaba agotando los modelos de la izquierda, sobre todo el poderosos y conservador PCF del que estaban surgiendo escisiones por la izquierda –en su mayor parte maoístas-, y el ambiente inconformista se fue haciendo más potente, y no han faltado los que como Bernardo Bertolucci han creído que la chispa saltó en el mundo del cinema con la expulsión de Henri Langlois, tal como sugiere en su película Soñadores. En aquel entonces, seguramente a mi este argumento me habría parecido singular pero atractivo porque las carteleras parisinas se habían mostrado como uno de los espejos más disidentes de aquel París que tenía repartido cines del tipo de “arte y ensayo” por casi todos los rincones. Uno de ellos estaba justamente en el Feabourg St Martin, a unos metros del cine del mismo nombre en el que pude –al fin- ver algunos de los títulos de Luís Buñuel como Viridiana o El ángel exterminador, y donde recuerdo con precisión haberme asombrado descubriendo una de los glorias del cine mudo, la muy herética, La brujería a través de los tiempos (Haxa, Suecia, 1922). Aluciné el día en que vi este singular documental que cuenta con siete capítulos dirigida, escrita y producida por el danés Benjamín Christensen, relata en un estilo nada usual la historia inmemorial de la brujería. Tras una introducción histórica donde se relata las creencias de distintos pueblos, con imágenes ilustrativas sobre la magia, la brujería o la hechicería, sigue a continuación las historias filmadas por Christensen, mostrando con crudeza lo que significo en realidad la persecución de brujas y hechiceras en la historia, en concreto en la época en que reinaba la cruel Inquisición, una institución nada lejana en la España del siglo XX, no la película no se estrenó por estos andurriales hasta después de la muerte de Franco
Para nuestra generación, Pierre Frank era alguien que hizo su papel de enlace, el protagonista de una historia que había adquirido una dimensión mucho más justa que la que tenía, alguien que dejaba otras cosas para atenderte y responderte no importa que pregunta obviamente relacionada con la militancia, y que de tanto en tanto te invitaba a acompañarle a su casa en el Feabourg Strabourg, a unos metros de un cine especializado en el western, o que me pedía que le acompañara en tal o cual entrevista con un camarada de aquí y de allá, muy presente en los eventos sociales en el mundo. En 1968, Pierre ya tenía 64 años, en una comida le confesaba a otro veterano (un militante del SWP de origen sueco llamado Hoglund que me pareció un doble del actor Jean Hershot), que ya su tiempo había pasado, que había descubierto que lo de dormir en cualquier parte le podía pasar factura al día siguiente, además, que había que dejar paso a la juventud. De ahí que en el Congreso que permitió el “transcrecimiento” de la JCR en Ligue Communiste, su papel, al menos en apariencia, no fue diferente al de cualquier invitado. Sin embargo, esto no fue obstáculo para que en la fase final de dicho congreso, creo que Daniel Bensaïd, en unas breves palabras de reconocimiento por la larga travesía, por lo que algunos han llamado “la larga marcha del trotskismo”, pidiera a la sal rebosante un aplauso que –doy fe- resonó con estruendo mientras las miradas se dirigía hacia tres veteranos, Pierre por supuesto, Michel Lequenne porque su fisonomía era de las que no se olvidan, además a mí siempre me había llamado la atención con sus cejas que evocaban algo así como una extraña planta, no en vano era uno de los vasos comunicantes entre el trotskismo y el surrealismo, y un tercero más difuso, que en mi memoria figura como un obrero ferroviario, y si no me equivoco era André Calves, autor de San bottes ni medailles, que editó La Brèche en 1984.
En los últimos tiempos, cuando me he movido en una edad parecida a la que tenía entonces Pierre, he tenido muy en cuenta aquella lección. Había que dejar paso a la juventud, y contribuir a los nuevos combates como alguien que, en lo fundamental, ya ha cumplido su papel.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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