sábado, marzo 09, 2013

Amos y esclavos: 5. Sargentos negros



La conciencia negra tuvo en Hollywood tuvo en Sydney Portier su rostro más popular, aunque hubieron otros más problemáticos como los de Paul Robenson y Harry Belafonte. Aunque quizás menos conocido, Woody Strode, no fue menos importante.
Aunque comenzó a trabajar en el cine en 1941, no fue hasta la década de los sesenta que Woody Strode comenzó a ver reconocida su carrera cinematográfica. Después de mucho papeles sin relieve, John Ford le dio su primer papel importante en El Sargento Negro (1960), donde interpretaba al heroico sargento Rutledge, falsamente acusado de violación y asesinato, y sin duda el más emblemático de su carrera. Sin ser una de las obras mayores de Ford, este melodrama antirracista contenía más ira de lo que parecía. Es cierto que el sargento es redimido como militar integro, pero la descripción de las “buenas familias” cuartelarias resulta despiadado. A continuación, Woody fue reconocido como Drupa, el esclavo negro que con su brote de rebeldía humana marca un antes y un después en la trama de Espartaco, de Stanley Kubrick. Sin el menor sentimentalismo, Drupa acaba mostrando el camino, el enemigo no es el otro gladiador, son los amos que pagan por mueras o mates en la arena. Ulteriormente, ya no tuvo tanta suerte, si bien Woody también podrá se recordado por algunas prestaciones menores. Una nuevamente de la mano de Ford, nada menos que en El hombre que mató a Liberty Valance, siendo el fiel compañero del hombre que al matar a Liberty Balance renunció también a sus sueños de tener una familia propia. Volvió a brillar en 1966, de nuevo en un poderoso alegato revolucionario revestido de sudwestern, o sea enmarcado en la revolución mexicana (en realidad, Vietnam), en Los profesionales, obra del mejor Richard Brooks. Luego trabajo en Italia en producciones olvidadas, aunque todavía tuvo ocasión de mostrar su potente presencia de persona golpeada por las injusticias en títulos tan importantes como Hasta que llegó su hora, de Sergio Leone, pero sobre todo es uno de los componentes de los mercenarios de Gripo salvaje, de Sam Peckinpah…
La huella del sargento negro fue seguida por otras películas, en particular por la primera que aborda la presencia de negros libertos en el ejército del Norte que lucha contra el esclavista sudista. Me estoy refiriendo a la muy singular Tiempos de gloria (Glory, 1989), incide en este mismo tramo de la historia. Basada en un guión escrito por Kevin Jarre, autor reconocido también de Rambo (George Pan Comatos, 1985), que puede figurar como una apología de la supremacía racial blanca (y norteamericana) menos tosca (pero también infinitamente inferior cinematográficamente), pero de contenido tan repulsivo como el de El nacimiento de una nación. Su director sería el mediocre Edward Zwick, un cineasta con una carrera en la que abundan las mediocridades, y responsable de bodrios fascistoídes como Estado de sitio (The Siege, 1998), una auténtica y burda apología de la «razón de Estado» que no duda en criminalizar a la comunidad de origen árabe en los Estados Unidos. Como se puede ver, unas credenciales nada aleccionadora que contribuyen a aclarar el contenido final de la película.
Glory empero es otra cosa. Su trama se desarrolla sobre la base de las siguientes antinomias:
--a) la existente entre el discurso abolicionista y el racismo abierto o soterrado predominante en todos los estamentos del ejército nordista (algo que también se subraya en la irregular obra de Raoul Walhs, La esclava libre, en la que Sidney Poitier encarna un personaje que encuadra con los que protagonizan Glory);
--b) las existentes entre el propio Gould (Matthew Broderick), y su amigo el mayor Cabot Forbes (Gary Elwes) que ejemplifican dos aptitudes, la del primero dispuesta a convertir el Regimiento en un parte integral del ejército, y la del segundo a adaptarse a lo que quiere el Estado Mayor, un Regimiento que desfile y que realice tareas subalternas;
--c) también entre la tropa tiene lugar conflictos, concretamente los provocado sobre todo por un joven airado con las espaldas repletas de cicatrices y que habla en clave «Black Power» (proclama que no es posible ninguna adaptación al poder blanco sin mutilar tu propia identidad),
Este papel lo interpreta Trip (Denzel Washington, Oscar al Mejor Actor Secundario), mientras que moderado amigo negro del coronel, el refinado intelectual Júpiter Sharts que cree que la «ilustración» les igualara, y como elemento «superador», es Jihmi Kennedy. Entre uno y otro emerge un antiguo enterrador, cuya larga experiencia en la vida le permite comprender que la guerra y el ejército suponen una oportunidad, y que se convertirá en el primer oficial de color, en el Sargento Rawlins (Morgan Freeman), al igual que el personaje de Sidney Poitier en La esclava libre.
Al final, se impondrá el abolicionismo «radical». Es por ello por lo que luchan codo con codo el negro radical y el posibilista. Al mismo tiempo, el 54 Regimiento de Massachusetts se gana la admiración del mando militar y del propio Lincoln, después de que la mayor parte de sus componentes morirán en el frustrado intento de asaltar Fort Wagner, en un momento en que Zwick filma como algo más grande que todos los conflictos. Con lo que acaba dando la razón a los argumentos «integradores», perfectamente en consonancia con el mismo cenagoso «espíritu» de admiración por lo militar que destilaba Rambo, y todo en un envoltorio cinematográfico determinado por los estereotipos y por el énfasis (Shaw muere al ralentí en olor a santidad), iluminados por una adecuada fotografía de tonalidades oscuras a cargo del británico Freddie Francis, que fue justamente nominado al Oscar.
La misma trama se cuenta en Buffalo soldiers, una producción para la televisión en cable dirigida por el mediocre Charles Haird y que nara la historia basada en los hechos la tropa de caballería formada por hombres negros de EE.UU., que protegía a los territorios occidentales en tiempos posteriores de la Guerra Civil. La historia se centra en las tropas que tratan de capturar a un guerrero apache llamado Vittorio que mata a los colonos de Nuevo México. La película examina las tensiones raciales que existían entre los soldados negros y algunos de los soldados blancos y las verdades acerca de los invasores indios. Esta película, protagonizada por Danny Glover, uno de los actores más combativos del actual cine norteamericano, carece de entidad, y ha pasado sin pena ni gloria. El tema del racismo en el ejército más poderoso del mundo ha sido tratado ocasionalmente en títulos como Historia de un soldado (A soldier´s story, Norman Jewison, 1984), que trata precisamente de la investigación del asesinato de un sargento negro odiado tanto por blancos como por negros, y en el curso de la cual se desvela la fuerte presencia del racismo militar.
Aunque temáticamente resulta apartada de la trama militar, me gustaría decir unas cuantas cosas sobre una película importante pero muy poco conocida, Beloved, adaptación de la novela homónima de Toni Morrison.
La película fue producida por la luego superfamosa Oprah Winfrey, actriz ocasional que seguramente el lector recordará como la rechoncha y enérgica Sofie de El color púrpura (Steven Spielberg, 1985)). Oprah hace en esta adaptación de la novela de Alice Walker algo que quizás “Mamie” Hattie McDaniel ni se habría atrevido a pensar, darle una sonora bofetada o un racista y estúpido alcalde. Su actuación le valió a Sofie una dura pena de cárcel y a Oprah una merecida nominación al Oscar en el apartado de mejor actriz de reparto. El prestigio de Oprah (cuestionado desde el punto de vista de "hacer lo que sea" por mantener sus niveles de audiencias) es tal que se atrevió a desafiar la guerra de audiencia con algo tan inusual como un «Club literario» desde el cual contribuyó en 1992 a multiplicar en un 25% las ventas de «Jazz», una novela de Toni Morrison que a pesar de haber ganado en 1988 en Premio Pulitzer por Beloved, estaba todavía lejos de ser una autora de éxito. Al año siguiente del “empujón” que le dio Ofrey,
La obra de Morrison penetra en el mundo de los primeros esclavos que vivieron el paso histórico hacia la libertad, gente proveniente de la más extrema pobreza, el dolor y la ignorancia. Una historia para la que Morrison busca un lenguaje propio basado en expresiones, colores y ritmos que resultan muy próximo a los de la música negra, de manera que Beloved puede leerse y casi escucharse. Un universo literario que no es fácil de reproducir en el cine. Entre Oprah y la Morrison se dio una fuerte coincidencia de criterios, un reencuentro en la revalorización de los movimientos democráticos que en los años sesenta movilizaron buena parte de la ciudadanía en contra de las leyes segregacionistas o de los que, con toda su buena fe e impaciencia, se levantaron para acelerar un cambio radical en una situación de opresión racial que les parecía insostenible. Oprah ha contado como se «obsesionó» literalmente con Beloved, la novela más rigurosa y emblemática de entre todas las de Morrison, y que estaba convencida de «que podía ser Sethé», la madre dispuesta a matar a su hija antes de consentir que fuera una esclava; «y si no aprenderé», declaró a la prensa. Hasta puso su propia productora, Harpo (que además de ser el nombre del mudo de los Marx Brothers es también el suyo al revés) Productions en el empeño.
Con la novela debajo del brazo, Oprah tuvo muchas dificultades para encontrar un director capaz de asumir un proyecto tan ambicioso y con un contenido social de lo que los medias más conservadores llaman «izquierda dura». Se trataba además de hacer algo nuevo. Finalmente logró el borrador de un guión que consideró satisfactorio de Richard LaGravenese que se había hecho famoso con su adaptación de la novela de Robert James Waller Los puentes de Madison (1996). Luego tropezó con Jonatham Demme que no dirigía cine desde los tiempos de Philadelphia (1993), la ambivalente y ambiciosa película sobre los avatares de un auténtico lobo (Tom Hanks) al servicio de una empresa de abogados sin escrúpulos que se humaniza mientras se deteriora contaminado por la enfermedad del SIDA. Demme es un cineasta bastante irregular pero con tendencias inconformistas -manifestadas sobre todo en sus trabajos en el ámbito de documental con aportaciones muy valoradas en zonas como Haití y Sudáfrica, donde la cuestión de la «negritud» tiene una gran trascendencia-, se sumó a un proyecto que, al decir de Tomás Fernández Valenti, se convertiría con esta película «en una cineasta más marginal que cuando era «independiente» (Dirigido, nº 280, p. 14). Demme por su parte tuvo claro desde el principio que Beloved debía ser «una película que no se parece en nada que hayan visto antes. Tiene un ritmo completamente propio que exige mucho esfuerzo...».
En la obsesión de Oprah en su triple función de productora, coguionista -con LaGravenese y la también actriz Akosua Busia- y protagonista, se trataba de dar vida a una metáfora sobre la esclavitud, una película hecha a la memoria de las víctimas del esclavismo, y hacerlo además siguiendo unos cánones estéticos y culturales que, como en la novela, se apartan de los clásicos establecidos por Hollywood. En la trama subyace la conciencia que ser negro «implica pasarse la vida intentando explicar y defender la propia humanidad», una humanidad mutilada desde el momento en que su origen norteamericano tiene un sentido inverso al de las demás inmigraciones, ya que mientras que estos venían libremente en busca de unas oportunidades que la vieja Europa les negaba, los negros fueron secuestrados y transportados en contra su voluntad y cargados de argollas, y al llegar fueron considerados una mercancía cuyas vidas dependían de la bondad o la maldad de sus amos, y que una vez liberado continuaron estigmatizado porque con el tráfico y la esclavitud surgió el prejuicio racista que tendía a considerarlos sin derechos a tener un destino propio. Y mientras que las comunidades inmigrantes de raza blanca pudieron encontrar con mayor o menor dificultad su propio lugar en el suelo norteamericano, los negros siguieron estando estigmatizados, segregados, oprimidos. Se trataba pues claramente de tratar el holocausto negro «en casa», algo sobre lo que el cine más bien se había orientado exaltando o por lo menos justificando el esclavismo. Mientras que los sudistas tuvieron una influencia excepcional en Hollywood, los negros se limitaron a ocupar el lugar que les atribuían, el de maleantes, tontos o bondadosamente serviles, en resumen, inferiores y dignos de permanecer esclavizados.
La esclavitud no solamente fueron las cadenas, y la ausencia radical de los derechos individuales más elementales, también fue una loza que siguió oprimiendo a sus víctimas, a muchas de las cuales dirigió a muchos por un camino de locura, forzándoles a hacer cosas que el ser humano no haría y cuyas consecuencias aún vivimos». Y trata de hacerlo desde la propia perspectiva afroamericana, a través de un ambicioso proyecto en el que la gran industria se pone al servicio de una causa que viene avalada por las dos mujeres negras más influyentes de los Estados Unidos en la no se trata de santificar a los esclavos, no los idealiza como se está haciendo bastante visual, sobre todo en algunos telefilmes dirigidos por cineastas negros. Los trata como víctimas que al quedar sin cadenas se han de enfrentar a la lucha por la vida sin más recursos que su capacidad de trabajo y en un contexto en el que el color de su piel les convertirá en un no-ser, en gente a las que pueden menospreciar y maltratar hasta los últimos, hasta esos trabajadores «concienzados» que no les querrán en sus sindicatos, hasta por esos italianos pobres que en las películas de Martin Scorsese tratan de «desquitarse» con ellos, y por supuesto, hasta por el último policía...
Este melodrama a la vieja usanza está localizado en el Estado de Ohio, alrededor de 1873. Son las postrimerías de la guerra civil., Sethé es una esclava con las espaldas curtidas a latigazos que logró huir del tormento, pero que por el camino perdió a su marido y a su hijo, y a la que solo le queda su hija Denver (Kimberly Elise). Instalada en el presente, Sethé intenta recomponer su vida al lado de un viejo amigo, el optimista y comprensivo Paul D. Sethé que es una persona que no se rinde, trata de lidiar con los terribles fantasmas del pasado a través precisamente de una aparición real, la de la joven que se hace llamar Beloved (Thandie Newton) que desiquilibra la armonía del grupo, ya que bien podía ser una de las hijas de Sethé, la recién nacida que llegó a degollar para evitar que su antiguo amo la convirtiera también en esclava.
En la novela, Beloved es el nombre una mujer-niña surgida de no se sabe donde que amenaza con revivir las contradicciones de lo que ya parecía superado por el paso del tiempo. Aunque Demme trata de racionalizar lo que está contando, la evolución mágica marca un relato lleno de signos rituales. Embarazada de Paul, Beloved extiende su maléfica influencia sobre el grupo, aunque su figura desaparece tan instantáneamente como había aparecido. Los personajes son casi todos antiguos esclavos, muchos de los cuales intentaron inútiles escapadas y siguen viviendo presos de inconfesables terrores. Y ocurre que las paredes de la cabaña «constituyen, efectivamente, el escenario donde campan los fantasmas que acechan la vida de una mujer negra que intenta disfrutar de su libertad tras haber sufrido las vejaciones propias de la esclavitud. Espíritus, pesadillas y, finalmente, la locura afloran sucesivamente del subconsciente de este personaje» (Esteve Riambau, Fotogramas nº 1867, 5-99).
Es evidente que Beloved no pretende ser fiel a la novela sino «a sí misma». No está enfocada según las reglas de David Wark Griffith de «Hazles reír, hazle llorar, hazles esperar», sino con un tono muy cercano al «realismo mágico» latinoamericano. Morrison lo explica al declarar: «La mayoría de las películas que se hacen en Estados Unidos van dirigidas a una mentalidad infantil, de modo que cuando se hace una película un poco más seria, las cosas cambian. La película ha suscitado un considerable debate, pero no se puede decir que sea la versión de un «hit» hecha al estilo de Hollywood». Mirito Torreiro escribe que Demme «ha ordenado los elementos narrativos según un recurso de cajas chinas, cada una de las cuales contiene un secreto cuya solución nos llegará al final. Además, con su perfecta mezcla entre realismo y surrealidad, novelista y director terminan creando un mundo en el que muertos y vivos conviven a veces plácida, a veces desgarradamente; en el que los seres condenados a la excepcionalidad llegan precedidos de insectos y se desmaterializan en un vendaval de mariposas...» (El País/El Espectador, 2-5-99).
El ya citado Riambau la define como «valleinclanesca, casi esperpéntica, en la que la Historia se infiltra en lo más profundo de unos personajes atormentados por el pasado» (idem). Nos encontramos ante una película extraña, difícilmente abarcable, sobre la que caben diversas interpretaciones, y que destaca por la solidez de sus elementos siendo el capítulo interpretativo el más unánimemente elogiado. En los elogios de la crítica se subraya la injusticia que supone que este «sorprendente híbrido entre melodrama racial y relato fantástico que, aun sin estar completamente conseguido, muestra a un Demme con más inventiva y sentido del riesgo que en otros productos suyos más aplaudidos» . También ha existido bastante unanimidad en atribuirle un metraje excesivo, aunque este es un elemento que depende de sí se «entra» o no en la película. Y como ocurre en Amistad, la familiaridad y el interés por la realidad que representa ayuda mucho más que las actitudes frívolas sobre la «causa negra». También Beloved marca un antes y un después en el tratamiento de una realidad habitualmente falseada u ocultada.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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