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lunes, marzo 25, 2013
La Revolución Rusa y la liberación sexual
Este artículo explica como la experiencia de la Revolución de 1917 conecta la lucha por los derechos LGTBI con la emancipación de la clase trabajadora.
En el momento de abordar la cuestión de la homofobia es frecuente oír por boca de personas que se autoproclaman defensoras de la libertad sexual, así como de buena parte de la socialdemocracia, que las razones por las que aún persiste este tipo de discriminación tienen que ver con pretendidos prejuicios religiosos o biológicos, ignorancia o, en el mejor de los casos, el cuestionable “miedo a lo diferente”, que según la antropología del establishment es casi un instinto inherente a los seres humanos. Partiendo de este enfoque, la mejor forma de acabar con la homofobia es educar a las personas en el respeto a la diversidad y la “tolerancia” —palabra reaccionaria, por lo menos—, para que gradualmente, a medida que las generaciones se van renovando, el prejuicio quede felizmente extirpado de las mentes.
Llegados a este punto es oportuno citar una frase de La ideología alemana, de Karl Marx: “Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época”. Marx explicaba que la forma de entender el mundo de la clase trabajadora estaba profundamente condicionada por la propia cosmovisión de la burguesía, quien para perpetuar el statu quo necesita legitimar la explotación. Así, los prejuicios no aparecen de la nada. Se forman a partir de las ideas que la burguesía proyecta sobre el proletariado, porque, en general, tiene interés en mantenerlo dividido. En particular, pretende estigmatizar a todo aquel que atente contra sus intereses de clase. La pregunta que inmediatamente surge es: ¿cómo atentan contra sus intereses las personas homosexuales?
La burguesía necesita la institución de la familia tradicional (padre, madre, hijos) no sólo porque es la primera y más sólida difusora de sus valores, sino porque es sobre ella (concretamente, la mujer) sobre quien recaen los costes de la crianza y cuidado de la futura fuerza de trabajo, ya que es una necesidad para el capitalismo apropiarse de la plusvalía extraída a la gente trabajadora, privatizar los beneficios producidos, y socializar los gastos y las pérdidas. En este sentido, la gente homosexual supone un desafío abierto a la institución familiar, dado que rompen con la lógica de hombre-trabajador, mujer-reproductora-cuidadora.
Que la lucha por la liberación sexual no se puede escindir de la lucha, más amplia, por la emancipación del proletariado es algo que captaron los y las trabajadores rusas ya en 1917. Sin entrar a analizar en profundidad la magnitud que la Revolución de Octubre tuvo sobre la historia de la lucha de clases, basta con señalar que fue el ejemplo más claro acerca de como la clase trabajadora organizada —a pesar de los obstáculos de encontrarse en un país económicamente muy atrasado, fustigado por la guerra y con una población mayoritariamente analfabeta— es perfectamente capaz de hacer frente al yugo del capital y construir una sociedad nueva, al servicio de las necesidades de la mayoría.
En tan sólo dos meses desde que el 25 de octubre la insurrección tomara el Palacio de Invierno y que el Congreso de los Soviets de toda Rusia declarase que tomaba el poder, las y los bolcheviques derogaron la mayoría de leyes que criminalizaban a homosexuales, legalizaron el aborto y lo hicieron libre y gratuito, permitieron el divorcio y abolieron las arcaicas normas que regulaban el matrimonio. En el plano jurídico, en pocos meses se implementó lo que muchas décadas después se conseguiría, sólo parcial y fragmentariamente, en la Europa occidental. Por poner un ejemplo, en Gran Bretaña la homosexualidad fue ilegal hasta 1967, y no fue hasta 1993 cuando se eliminó de la lista de enfermedades mentales.
Alternativas viables
Además del gran progreso que supuso modificar el ordenamiento jurídico, instrumento legitimador hasta entonces de la violencia de clase, las y los bolcheviques no sólo se conformaron con reformas en el ámbito formal. Junto a las nuevas leyes se intentaron crear alternativas viables a la familia, para así poder destruir el origen material de la opresión femenina y homosexual: se establecieron comedores, lavanderías y guarderías públicas, de manera que las tareas domésticas fueran colectivizadas, y las mujeres independizadas.
Resulta revelador el punto de vista que sostenían los y las bolcheviques en cuanto a la homosexualidad, manifestado en un escrito del doctor Grigorii Batkis, director del Instituto Sexual moscovita, llamado La Revolución Sexual en Rusia: “La actual legislación sexual de la Unión Soviética es obra de la Revolución de Octubre. Esta revolución es importante no sólo como fenómeno político que garantiza el gobierno político de la clase trabajadora, sino también por las revoluciones, que emanando de ella, llegan a todos los sectores de la vida […]. La legislación soviética declara la absoluta no interferencia del Estado y la sociedad en las cuestiones sexuales, mientras nadie sufra daños físicos ni se perjudiquen sus intereses. Respecto a la homosexualidad, sodomía y otras formas de placer sexual, que en la legislación europea son calificadas de ofensas a la moralidad, la legislación soviética las considera exactamente igual a lo que se conoce como relación ‘natural”.
A diferencia del Partido Socialdemócrata Alemán de aquella época y de la práctica de ciertos progresistas del período anterior, el objetivo al que los bolcheviques aspiraban iba más allá de hacer la homosexualidad tolerable a los ojos de la sociedad: buscaron modificar la propia sociedad para que ser homosexual no fuera motivo de asco o vergüenza.
Sin embargo, la mermada economía rusa impidió que el proyecto socialista se pudiera sostener. Los y las bolcheviques confiaban en que la revolución se extendería al resto de países desarrollados, sobre todo a Alemania, porque entendían que la supervivencia de la revolución dependía de la internacionalización de la misma.
Derrota de la revolución
La frustración de la Revolución Alemana, desde 1919 hasta el ascenso de Hitler en 1933, provocó el aislamiento y la derrota de la Revolución Rusa. Arrinconada y flagelada por la guerra civil y el acoso de los ejércitos invasores, el poder de la clase trabajadora fue eliminado. Hacia finales de los años 20, la degeneración del socialismo condujo al fracaso definitivo de la Revolución de Octubre. Fue en este período cuando Stalin, líder de la contrarrevolución y de la nueva clase burocrática emergente, estableció un programa forzado de industrialización, para que el estado soviético pudiera competir con el capitalismo occidental. Dado que ya no se producía para satisfacer las necesidades generales de la población, la clase trabajadora y el campesinado rusos tuvieron que asumir las terribles consecuencias de la industrialización: todos los progresos sociales fueron aplastados, los derechos anulados y las condiciones laborales se volvieron inhumanas. La decadencia de la revolución produjo una nueva forma de capitalismo: el capitalismo de Estado, donde la burocracia surgida del partido bolchevique se convirtió en la nueva clase dirigente.
En tanto que la revolución había ido degenerando, las conquistas de las mujeres y la gente homosexual fueron erosionadas paulatinamente. El proyecto bolchevique de superar la familia tradicional no sólo fue interrumpido debido a las penurias económicas, sino que fue abiertamente descartado por la contrarrevolución estalinista, que glorificó a la familia como a una de las instituciones medulares del nuevo estado represivo.
A principios de los años 30 tuvo lugar una auténtica caza de brujas contra el colectivo LGTBI (Lésbico, Gay, Transexual, Bisexual e Intersex), y todas aquellas personas que eran detenidas por este motivo podían ser condenadas a muchos años de prisión o directamente al exilio siberiano. Estas detenciones masivas sembraron el terror entre las personas LGTBI y, conducidas por la desesperación, muchas se suicidaron. En marzo de 1934 se promulgó una ley en el código penal que tipificaba los actos homosexuales con una pena de prisión de hasta ocho años. Asimismo, la prensa soviética difamó la homosexualidad, llegando a calificarla de manifestación de la decadencia humana.
El hecho de que el partido de los obreros y obreras terminara mutando en la organización de la nueva clase dominante, sólo se pudo conseguir apartando a aquellos elementos del partido que se mantenían fieles a los principios revolucionarios, ya fuera mediante la expulsión, el exilio o la muerte.
En definitiva, una de las lecciones más valiosas que la historia de la revolución rusa dejó para la posteridad es que la emancipación de toda la clase trabajadora es la mejor garantía para el triunfo de la revolución sexual.
Yuliana Mira
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